TAMARA PADRÓN
Nací el 19 de noviembre de 1980 en la ciudad de Lima, muy cerca del mar, pero soy argentina por mi padre oriundo de Bahía Blanca. Desde hace siete años resido en San Martín de los Andes, aunque debo reconocer que viví un cuarto de siglo en Buenos Aires por lo que soy PPP - Peruana/Porteña/Patagónika.
Soy profesora de Letras, pero a pesar de eso publiqué dos libros de poemas, Andenes (2002) y Los Días en la Selva , participé de la antología Esquina sin Ochava ( 1999), he publicado algunos artículos académicos un poco delirantes y colaboré en revistas literarias y no tanto.
Integro la Colectiva Cronopia, grupo etílico/literario de actividad intensamente intermitente con la que organizamos intervenciones, lecturas, talleres y casi cualquier cosa que se nos ocurra, hasta nuestra propia Editorial, Cronopia Bachicha- Cartonera.
Los Días en la Selva (2016) es mi tercer libro de poemas, publicado por Kütral 451 Ediciones. Se trata de un libro objeto, confeccionado de manera artística y artesanal que juega a ser un envío postal a través del tiempo y la distancia.
Las ilustraciones son creación de Lahun Manik (Gisele Coriolano) y aportan otras lecturas, además de belleza. Este libro reúne poemas de los últimos diez años que viajan en furgones de tren, que habitan rincones de la infancia y de la memoria, poemas en los que la voz subjetiva se funde en un nosotros que la contiene para hablar de un pasado reciente que nos interpela.
Selección de Los Días en la Selva ( 2016)
I
No hemos vuelto a la casa donde crecimos
Solo un momento contiene la memoria
Dos niñas juegan a recortar
la figura de su padre de las fotos familiares
hasta dejarle solo las manos.
Dos niñas que pueden susurrarle a la muerte
mientras viajan en tren,
de Tigre a Flores a paso de hombre,
sentadas con un prendedor que graba su nombre
en el cuero de la memoria.
Una de ellas, llevará para siempre
el nombre mal escrito en el pecho.
La otra mantendrá los huesos de su padre
errantes, huérfanos de tumba y de flores.
Su hijo llevará a cuestas la orfandad
y la soledad de la selva.
¿Por qué no me habré quedado
con el nombre ajeno?
El instante guarda la memoria.
II
Llega apenas de pie
como un borracho que vuelve
de una noche interminable.
Se acuesta junto a la niña de ojos abiertos,
con el olor todavía fresco de los hombre en la piel.
Su cuerpo es una orgía de ángeles perdidos,
y ella es una santa descarnada en harapos.
Hay demasiada gente en esa cama
para dormir un sueño de niña.
Tener una madre puta no es tan malo,
salvo cuando utiliza su desesperación
como una piedra.
Como un grito incapaz de llenar
el vacío del mundo,
pese al asco y la náusea.
Tener una madre que ha sido puta
permite alegrar cumpleaños familiares ,
fiestas de fin de año, funerales inesperados
y por supuesto, encender
la más verde de las envidias sobre la mesa.
III
Traigo un poco de pan
para que lo partamos juntos
mientras sorbemos las últimas gotas de vino
y pensamos qué hacer con nuestro muerto
que lleva ya varios días y sigue sentado en la mesa.
Le entrelazamos las manos
para que pueda seguir guardando
celosamente sus secretos.
Llenamos su boca con pétalos
y besamos sus párpados caídos.
Cada tanto sostenemos su cabeza,
la apoyamos con cuidado sobre el pecho
y así todavía continúa soñando.
La tierra no parece interesada en llamarlo
para que pueble su vientre.
Pobrecito, no queremos que el frío
le cubra los huesos.
Abrazados como compadres pescadores
regresando de la feria
con bolsillos vacíos y vasos llenos
pasamos los días.
Se acuesta sobre la mesa
¿Cómo hacer para que pueda ver el cielo?
Nuestro muerto está ya hace varios días.
Lo lavamos y cubrimos su carne gris con besos y panes
Cada mañana.
IV
Ningún recuerdo es tan grande
como la máquina de escribir
sobre tu escritorio,
esa que no se podía usar para jugar
porque estaba destinada para cosas serias
en aquella oficina de cuero marrón.
Todo lo que quedó allí
ha crecido inmensamente.
Incluso la carta que no pudiste entender
porque a cierta edad
las palabras nos quedan cortas
y solo podemos amontonar letras y signos
hasta que la tinta dibuje sobre la hoja
lo que desde hace tiempo
espera descifrarnos.
V
La luz muerta del televisor ilumina nuestra infancia
de calles alambradas y primeros pasos.
No hubo primavera de Praga que nos quemara las manos.
ni ausencia que haya hecho temblar
mis caderas de mujer errante.
Vos ya estabas muerto y yo iba de la mano de mi madre,
el indulto era un miedo que surcaba la Plaza de la República
en la voz de una mujer desesperada y sola.
No hubo tumbas, ni inscripciones, ni flores.
La muerte es un manto de uno.
Invento un mundo secreto
gobernado por el viento en mi piel.
Nuestras manos, con las palmas hacia el cielo
necesitan sonreír como sonríe el pan en el horno,
como sonríe la miga apretada en puño del niño.
Las fotos te recuerdan como una ausencia
sólo quedan tus manos
que son las nuestras
y las de esos compañeros.
VI
A mitad de la noche
toca la puerta del departamento de Caballito.
Llega con la selva en su piel curtida por el sol.
Fuiste el extraño más esperado
desde que aprendimos a usar la memoria.
Conversás serio,
movés las manos y tus ojos redondos miran el cielo
por la ventana del noveno piso
Saltamos sobre los sillones,
impacientes
Una mujer apenas te reconoce,
mientras tanto cocinás un guiso o un estofado
que solo sabe de hombres que mascan coca
en el techo del mundo.
Traes el picante y el peligro amazónico a la mesa
Qué secretos se ocultan tras estos años?
Te miro como se mira un tesoro lejano,
tomo presurosa mi quinto vaso de agua
y espero lo que vendrá.
Apenas recuerdo el tono de tu voz,
a través de los años
se me fue deshilvanando hasta perderse
con el ruido de fondo de la ciudad,
pero todavía podés ardernos en la boca.
VII
Debo estar muerta,
me digo algunas noches en el cine.
Desprecio la indiferencia que me borra de la sala,
recorro la ciudad en busca de una foto,
paso a través de la gente, hasta aturdirnos.
He confundido la vida con la poesía.
En la cocina solo quedan unas habas
y el recuerdo de los hombres que me hablan.
¬-Tu ideología solo es el gesto de una mano rota.
Mi generación sigue convirtiéndose en otra cosa
-las habas ya deben estar tiernas-
los hijos desgarran la tierra mojada.
Somos este silencio de manos firmes
cuando ya no haya puertas que mirar.
Que otros entierren a sus muertos.
A los míos los necesito andando,
corriendo por la casa.
No tengo nada que enterrar
y me da miedo dormir.
Hemos mirado las mismas fotos a lo largo de los años
intentando saldar una cuenta pendiente y oculta
Pero eso haría que perdiese la posibilidad de hablarte,
quedaría con las palabras podridas en la boca
aturdida por las moscas, como la fruta en verano.
VIII
En el nombre del Padre y del Hijo
Mi boca aplasta los huesos doloridos de mi padre
Mi boca aleja sus fantasmas roñosos esta noche.
Puedo combatir amorosamente los abortos que hemos sido.
Puedo recibir con mi lengua tus amores cansados.
En mi boca junto el barro y la sangre,
mastico los dientes, hasta cortarme los labios.
Con tu boca enfrento puños, tanques,
la herida relamida que acosa al silencio,
la distancia de un domingo por la tarde.
Sin embargo
el cuerpo entero no alcanza
para decir tu nombre,
impronunciable y hermoso,
imperfecto y carcelario.
Tu nombre en mi boca florece arrasando la muerte.
IX
Un hombre ve pasar
un rostro que le ha pertenecido
Solo, en su sillita
acaricia las protuberancias de sus venas
y sabe del frío en sus sienes.
Quizás todavía pueda alcanzarlo el amor
Quizás aún pueda.
La muerte, aguardiente que tarde o temprano,
engalanará la garganta,
le da una tregua.
Llama a su perro afanosamente,
muerto ya, hace más de tres décadas.
Cierra los ojos por dentro y piensa en que quizás
también haya muerto,
más de una vez en estos años.
Muriendo a su tiempo
el escritor, el poeta, el exiliado, el cafisho,
el taxista, el artesano, el vende árboles de la vida,
el estafador, el mujeriego, el hombre
y algunos etcétera más, seguro.
Pero a vos te tocaba manejar ese taxi gasolero
con el motor a punto de morirse en cada esquina,
trabajando para los hijos que ya no te amaban.
Los otros, los primeros
rondan los 50 años,
y si les preguntás
responden que no han tenido padre.
XI
Traigo tres jureles para adornar tu mesa
jureles como escamas de amor desperdigado.
Juan Cameron
Hoy has traído tres jureles prestados
que encontraste camino a la feria.
Tres jureles que han echado raíces en mi vientre
y ahora son poemas en mi boca,
que los pare, irreverente.
Sirvo la mesa
desparramo algunos papeles
los adobo con vino generosamente.
Comemos palabras,
nos chorrean por la comisura de labios
Te limpiás con el puño ennegrecido de la camisa,
con sus agujeros ponés una cumbia
y los jureles bailan entre versos,
casi sin darnos cuenta
en el oculto resplandor de las cosas.
Pronuncio nuestro verdadero nombre.
y es ahora la vida,
la que hace el amor sobre la mesa.
XII
Nos alejamos de la ciudad
montados sobre un tren incierto.
En el andén,
solo quedan ladrillos enmohecidos
y un túnel anunciando la partida.
La ciudad insiste en dejarnos atrás
entre álamos desganados.
Un pueblo duerme su siesta interminable
en los vidrios de las ventanillas.
Llegamos con la noche
y una valija marrón a cuestas.
Limpiamos las calles con su cuero ajado.
Frente a la puerta,
una lámpara a querosene parpadea
en ese umbral que fue nuestra infancia.
El tren parte y nos deja en el pueblo
ya sin saber qué hacer
con tantos álamos en el cuerpo.
En el centro de una habitación,
el papel tapiz desprende las miradas.
Ambos sabemos que volvimos
a juntar mis pedazos.
He dejado algo de mí por todas partes
y vos temés nombrar las cosas muertas.
XIII
Tu cara de colectivo a las cinco de la mañana
escupe sobre mis versos dormidos a esa hora.
Rumbo a otra changa,
hacés pogo en la escalera del subte.
La ternura solapada del lenguaje
es un mordisco en tu espalda
Un mordisco de perro
antes de morirse de rabia.
No hay significante más efectivo
que un culatazo en la nuca, una madrugada cualquiera.
Llegas gritando con la sangre en los labios
y como único ademán libertario,
decidís vivir por siempre en nuestra memoria.
XIV
Viniste a través de la niebla
hablás la lengua de los pájaros muertos,
y aunque tengas las manos rotas,
todavía podes acariciarnos el pelo.
Las plumas se te amontonan en la boca,
solo nos aguarda el silencio
de sabernos parte de lo que crece
en los pasillos de un monoblock
y en sus jardines sembrados de bolsas de nylon
Hemos esperado demasiado tiempo.
Tus sienes estallan en el aire
para ser una flor más
de este jardín mugriento.
XV
Se me acusa de prostitución hipotética.
El sonido está en la letra
o en un arma
o en una gema
que rima consonante
con tu piel de cobre
y amenaza con disparar
contra un nosotros lírico
que solo vomita versos.
En esta madrugada
contrabandeamos
la lluvia nos quiebra el pellejo
y no tenemos ni una de las treinta monedas otarias.
Pasa otro carrito con cartones
sin lugar para corceles.
Sale una mujer gorda
hermosa y fuerte.
La policía no puede contra su pobreza
y nos salva del culatazo.
-Dejen de huevear
y ayuden a mojar el cartón, nos dijo.
XVII
Otra vez la maquinaria policial
se dispone a triturar la materia.
Otra vez las manos alzadas, los palos,
los dientes apretados en la marcha
ambulancias, explosiones en el tumulto.
El humo que ennegrece los pulmones
y un lenguaje que nos encuadra con el hambre
como un hombre con el vientre abierto de un tajo.
Cada día de trabajo mal pago,
cada gesto de furia se relame
contra su precaria formación táctica
sostenida para apalear hombres.
Nuestro época se juega otra vez la batalla
y sabemos no existe un destino estrictamente privado.
Sin embargo
vos y yo todavía no habíamos salido de la cama
No hay lugar para reivindicaciones sociales
más allá de nuestros cuerpos.
Hoy no seremos parte de las noticias
XVIII
Algunas veces
sobre las primeras horas de la noche,
la garganta deja el aire estaqueado
pesa saberse lejos de la casa nuestra,
del hogar imaginario de la infancia.
Nos defendemos contra la indolencia
de una ciudad que solo ofrece distancias.
Volveremos a tiempo para cenar
bajo la mirada de ojos conocidos
¿Quedará todavía algún lugar que sepa de nosotros?
Esa casa no es más que una sensación en el cuerpo.
Viajo sentada en los escalones de un furgón
rumbo a Quilmes o Solano
no puedo evitar sentir el aire de la noche
que trae reencuentros de familias
que nunca me han pertenecido
y que vuelven más frío
el golpe del viento en la cara.
Reconozco en los gestos apretados del tren
el mismo desamparo que llevo.
Quiero abrazarme contra esos cuerpos,
hacerles el amor uno a uno,
con su mochila al hombro y su ropa a cuestas,
mientras el tren nos lleva más y más lejos.
Esquina sin Ochava ( 1999)
Amanecer:
Estrella color del equilibrio.
Bruma espesa
negra, amarga.
Torbellinos. Cabras rojas
iracundas.
Espejos clamando
ausencias, descansos.
Romper la ilusión
encontrarla perdida
girando alrededor de la esquina
de los higos verdes.
Equilibro las alas
Echo a volar en la canción
Textos inéditos
VI
Me tiemblan los dedos,
no soportan la carga.
Cuando no escribo
todo se queda en la mano.
Tengo miedo
por eso me lleno de cosas
completamente inútiles.
Aprieto las palabras contra la sien
hasta que algo cobre sentido
o explote o se derrame.
Tengo miedo,
madre nos ha dejado y
lentamente los recuerdos ocuparán
más espacio que aquello recordado.
No es poco volver
a lo que nos fue querido
aunque apenas dure tres mississipis
mississipi uno
mississipi dos
mississipi tres.
Necesito que cuides
los papeles que dejo
no tengo más
que algunos escritos.
Soy una mano que se mueve sola
Soy una mano sin gente adentro.
.
No hay comentarios:
Publicar un comentario