miércoles, 9 de marzo de 2011

3314.- ACIRO LUMÉNICS



DE REVISTA CINOSARGO, noviembre 2009


Una habitación vacía, de luces apagadas, cerrada por dentro… para siempre


Escueto comentario sobre la vida y obra de Aciro Luménics
por José Fernando Reig


Sobre Aciro Luménics se han dicho pocas cosas. En contadas ocasiones nos encontramos frente a un acertijo de esta especie. Un autor desplazado por el tiempo, ensimismado en el encierro obligado, exiliado por sus pares epocales, sumido en el silencio, olvidado. Luménics llena de sombras cualquier habitación iluminada; oscurece el más radiante día de sol sobre la nieve. En pequeños fragmentos, de oscura y breve entrega, nos hunde en su mundo brillantemente velado, si algo así pudiera existir. Desde el rimbombante título de su primer libro conocido: Seis mil relatos de ficción absurda, del año 1961, el asunto va quedando más o menos claro, si es que algo así, también, se pudiera decir sobre algún aspecto de la vida –incluso literaria- de Luménics. Hasta A ultranza, del año 1969, su segunda y última publicación conocida –en donde reúne poemas y prosas-; texto en el que el tiempo, el sentido y todo objeto conocido, son lugares revertidos, dispersos y fundidos como oro líquido. Agregando su inclusión en dos o tres antologías, que circulan con la escasez de un maniquí dorado, editadas por amigos o sellos extremadamente minúsculos. Mención aparte merece Desierto al sur, del año 1956, libro de crónicas urbanas y rurales, del cual Luménics reniega totalmente en autoría y participación.
Luménics es un autor que se confronta consigo mismo, significando así una distancia natural con su entorno artificial: otros autores, publicaciones masivas, la crítica. Todo tiende hacia el olvido en él, hacia la invisibilidad, salvo un pequeño intento de rescate por parte de generaciones jóvenes y, curiosamente, alguna publicación menor en el ámbito latinoamericano.
Nos vemos enfrentados al sujeto incontenible, inclasificable, salvo por la brevedad de sus escritos (poesía, prosa poética y relato breve), su tendencia absoluta al lenguaje lírico y sus temáticas rodeadas de misterio y trascendencia.
Su vida se confunde y fusiona con el mito. En esto se parece a tantos otros casos literarios, y se reúne con la tradición más exacta de la negación. Autores que fueron vistos por última vez en la entrada de un bosque interminable. Autores que despidieron pulidas letras y ornamentos verbales para dedicarse al tráfico de esclavos o de marfil. Autores que terminaron engangrenados hasta el cuello. Autores en la selva africana, tapizados de mosquitos. Autores del no. Autores de la negación. Autores de, desde y hacia la nada. Autores displicentes, nihilistas. Autores que dejan de ser autores. Autores que se olvidan que son autores. Autores que reniegan, sucumben e idolatran. Y, sin embargo, todos ellos siguen siendo autores, tanto o más respetables que los que siguen el encanto editorial, la mano en palmoteo y la sonrisa, el lanzamiento, la distribución, la conferencia, el adulaje.
Estamos acá en presencia de un autor del no, en terminología bartlebyana. Acaso emparentado con el matemático, ajedrecista, místico incurable o adicto. Acaso emparentado con el frenesí del tiempo y las ideas, con la melodía que no acaba nunca, con el origen.
Es su palabra contra la de nadie. Es su palabra expulsada como un acto espiritual, que se pierde de inmediato, se ahoga o vuela. Es su gesto un secreto en sí, no por ánimos herméticos, sino que porque no lo puede compartir con nadie. Luménics está solo, extremadamente, y ya perdió toda esperanza en su acto de interlocución. Está incomunicado. Por eso viaja, se aleja, piensa y le escribe a nadie. Por eso la desconfianza, el retiro y la meditación.


Oración en la ribera de un pequeño río

Extraigo el poco acento que me queda, para entregarlo a la corriente. Un tono, una manera de decir las cosas, una expresión de paz, tranquilidad o sabiduría. Oigo el cántico mezclado, cántico de aves, peces y cenizas. Aniquilados bordes de mi pensamiento, funde a la fisura, mientras permanezco quieto, sólo ansiado por el agua que desplaza al vicio de volver, de quedarse extraño allá en la roca. El viento causa estragos impasibles. Una luna ocre tiñe el aire de vacío, de inacción, de avance. La emoción expulsa cada tiempo contenido en el silencio y en el goce me detengo y ya no vuelvo. Miro el brillo de la bienvenida. Siento el roce, el saludo, un pequeño golpe en las espaldas y un sendero ancho junto a la pradera envuelta en fuego eterno.
Un pie dobla, eleva, el árbol, el río refulgente. Las aves, los peces, las cenizas y las piedras. Los aniquilados bordes de mi pensamiento y mi raíz.

De A ultranza, 1969









Cuando el viento sopla de costado

Se recuesta el amarillo y trance,
la alegría de miradas repentinas
que por consabidas pueblan todavía más el inconsciente,
rápido, breve, casi mantra y canto lívido.

El paraje se recuesta sobre la montaña
cuya cima ya no existe;
ella camina hacia el tiempo sin vacíos
cuyo centro entrelaza un ávido vapor.

Por reír, extiende el cuerpo entre paréntesis,
sin llegar a ser o parecer acción,
verbo continuado sin gramática posible.
El lenguaje estaba arriba de una barca,
allá, lejos,
cada vez a la deriva…

en A ultranza, 1969






Inacción

El sonido llega desde el pozo. El agua rebota entre las gotas, su existencia, símil preparado en torbellinos. Las paredes caen, desentienden la secuencia lógica. Ladrillos, piedras, textos y fragmentos. Pulso un grito que no sale más que en trinos defectuosos. La oscuridad, el frío...






**

El surco acaba en la intención. Algunos suaves golpes contra el piso de animales que sentencian y descansan en la sombra. Risas oportunas, cuerpos frágiles, recuerdos sin oscilación. Sobre la montaña, las aves se deslizan al inicio del océano. La visión. El murmullo de la brisa. La exánime intuición de las temibles olas.






***

La noche no se acaba en el deseo. No hay sonido más que voces elevadas en el rezo. Siendo el mantra sin razones, una entrada justa, el céfiro espectáculo sobre las llamas. No buscamos sin hallar la arena, el montículo artefacto, la sagrada curación.






****

El espacio se hace breve, inalcanzable. Los destellos dimensionan cercanías y distancias. No hablamos más que en el silencio. Ruinas, calles bajo el agua, catedrales a medio construir y esa muchedumbre que recela ante el escape. La ciudad será arrasada, es preciso no avanzar, ni socorrer. El afecto reaparece en cada símbolo o señal vacía. No se oyen gritos o lamentos, sólo en el afán de permanencia. Acodados sobre una ladera sin pendiente, los ancianos se reflejan a sí mismos.






*****

Se reúne el tiempo en intervalos. El descenso, la premura, el río. Ptolomeo, el vuelo, una pirámide. Los aspectos fieles sin reproducir. La belleza, el canto, el agua. La mirada en ciernes de un vigía que en la noche se adormece. El desastre limpia el vicio. Sólo un grupo sobrevive, la unidad, la vida, el subterráneo. Más allá, bajo las quebradas y vegetación, un retorno al círculo de fuego nos indica el rumbo, el menor estrépito, la inacción.

en A ultranza, 1969








Última noche

Es la liviandad con que se toma, adopta, luce un determinado encuentro. Versos fantaseados entre copas. Frases que cobijan pensamientos sucios, despedidas, cálidos lamentos. Busco entre papeles un dibujo, una espera y un significado negro. Busco trazos, magnetismos, polos fríos con olor a azufre. El grado cero al polo sur. Amundsen, Barthes, Céline, se abrazan al interior de la cabaña. El tejado se ha venido al suelo. Las latas de comida han reventado. La nieve empieza ya a cubrirlo todo. Yo preparo, a la distancia, mi postrera noche. Trazo veinte líneas, borro algunas y especulo a medias; el espejo triza aquella imagen. Las paredes se derrumban por completo. El frío cuela hasta los huesos. Me recuesto a descansar, a pensar en las personas y hechos importantes. Poco a poco el sueño vence. Con solemnidad inútil muestro lo que queda de mis manos en el pecho y miro hacia la izquierda, todos han dejado de existir, todos son cubiertos, desaparecidos en la transparencia. Un islote blanco reaparece a mi derecha. Es el brillo que molesta, un adiós entumecido, es la sombra del final que no acontece.

en Seis mil relatos de ficción absurda, 1961


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