lunes, 28 de febrero de 2011

CLEMENCIA TARIFFA [3.195]




Clemencia Tariffa 



(Codazzi, Colombia, 1959. Santa Marta, 2009) A sus ocho años fue llevada por su madre a vivir al puerto de Santa Marta. Juan Carlos Vives Menotti le publicó en 1987 su libro El ojo de la noche, libro de precioso corte erótico difícilmente superable en nuestro país. Obtuvo en 1994 el Premio Latinoamericano de Poesía Koeyú (Caracas) y el Premio de Poesía del Instituto de Cultura del Cesar.

Cuartel (Ediciones, Exilio, 2006) es su segundo y último libro ya que su deteriorada salud psíquica y física no le permite escribir más. Desde hace siete años vive recluida en una clínica mental de Santa Marta.

Actualización:

"Hemos descansado quienes la sabíamos sufriendo. Ya una parte de los dolores de mi vida se ha ido con ella. Nos ha dejado la belleza de sus poemas. Muerte de Clemencia: 23 de septiembre de 2009, en la clínica mental donde residía en Santa Marta.



Hernán Vargascarreño



Vacío

En las noches
de mis días,
maullando,
mendigo
un trocito de luna.

¿Y qué he conseguido?




Carta de la ansiedad

Señora:
Cómo haría para decirle
que cuando usted está a mi lado
yo quisiera gritarle
que de su marido estoy enamorada
y los instintos me van devorando.

Señora:
Por su marido me detuve en dulce sueño
para convertirme por momento en fiera.
Mas no se preocupe señora:
él ni siquiera lo sabe.
Y yo soy incapaz de insinuarle,
fue la musa de Shakespeare
la que amablemente estuvo enamorada.

¡Ay señora de canción común!
Cómo le diría sin ofenderla
que usted ya no me inspira respeto
ni cuando la miro besando a… su marido;
yo solo aspiro a ser ladrona
en ese rico trigal del que usted es dueña
-y desde hace rato compró-
Pero si deja de cuidarlo
robaré limpiamente su más dorado grano.
En mí el resentimiento se va hinchando.

Eso sí.
No se asuste mi señora
si las campanas cambiaron de tono,
que no es mi corazón el que está repicando,
solamente las agujas que ya no soportan el silencio
y por eso quieren salir del pecho.

Disculpe usted, señora.



Misiva

Todos los soles han de ser iguales tanto en las cartas como en las fábulas, ante todo, si quien escribe niebla en un país de maravillas tempranas. Tal vez un malecón de algas conserve en mi cerebro verde como han vivido las letras en las mismas cartas leídas, pues si en realidad existe un dios, él más que nadie sabe que soy feliz de ser lo que soy, que desde que empecé a hacer arte jamás quise otra cosa diferente.

Por supuesto, me siento más húmeda que una manzana rosada, después de leerte. Reconociendo ser más tímida, pero no por eso he olvidado las cigarras, ni mucho menos escribir poemas, por supuesto, cuando le escribo al poeta.



Señoras

Señoras con rostro plegable
que ayer oísteis mis poemas
y esta mañana
nos tropezamos en la calle.

Me miráis de reojo
como a un raro animal,
como a buitre verde,
y volteáis la cara
meneando el caderaje,
musitando sandeces
…!vaya!...
siento un placer casi morboso
manteniendo esposas en ascuas.
Parece mentira, pero,
en mis poemas
no figuran sus maridos.



Trotando por el más verde y mullido de los pastos

Anoche salí al patio, me sentí observada; recosté las caderas sobre el húmedo césped y la cabeza reposó en la malva; el patio está lleno de malvas, sucede cada vez que llueve. Miré al cielo. Había un gran retazo de pana y en una esquina pendía la cacerola de aluminio más grande que jamás haya visto caribeño alguno; brillaba tanto como acero caliente. Esa luna me miraba y me veía diminuta, ¡qué simpática debí parecerle!

Pero la noche se fue poniendo helada. Me fui a acostar. En el techo de mi cuarto hay cuatro goteras; me gusta dormir libre de ropa; sobre la piel, mis vellos. Las gotas resbalan en fila india; justo encima del vientre cae una; es grande y fría; pero me enrosco, parezco un erizo marino, redondo, crispado.

Amaneció y volví al patio. Ahora voy hasta el ciruelo macho; cómo me agrada masticar sus hojas. Entre los huequitos del milimetrado follaje he metido mis largas uñas, y un montón de florecillas que del guácimo se desprenden, caen precisas en la taza que mi otra mano ha formado.

El sereno empieza ahora en octubre, pero sus tardes son tan calientes que aumentaron mi deseo de amar. Decido entrar, desnudarme y regar aceite para niños en mis ojos pintarrajeados. Luego recuesto mi delgado cuerpo en el blando sofá, casi no lo siento; a veces creo que mi poroso cuerpo se confunde con la espuma. ¡Vaya si es delgado! Pero entras tú por el portón trasero como un caballo en corral ajeno. Y yo, que siempre, siempre estoy seca, voy humedeciéndome; aguadas columnillas destila mi frente; procuro evitar tanto gemido, pero me confundo. Ya no sé si eres un potro, o simplemente vas trotando por el más verde y mullido de mis pastos.



Velada

¡Hermosa luna de volcanes!
Esta noche no tiene luna
sin embargo
escribo y hablo
a la sombra
que ocupa su lugar.
¡Dulce luna de azúcar!
cubre tu rostro
con un velo seguro
porque de noche
salen los niños
sobre hormigas doradas
y creerán tener derecho
sobre ti.
¡Cóncava luna de agua!
yo estoy aquí
en una patria infiel
en la mira de tus ojos
en un mecedor azul
triste y desnuda
cantando
frente al espejo.



Chantaje

Que se alboroten lindas mariposas
sobre nuestros cerebros cálidos
mientras van los pensamientos
que tanto amo
chantajeando un país entero,
y por los corredores oscuros
se incendien siempre
un par de senos pequeños
entre sus manos jugosas.



Junio

Nosotros no fuimos artistas de cafetería
Necesitábamos más espacio
para crear nuestra poesía,
de cuarto barato y sin velas
o de cuerpos untuosos en la arena.
Hace tanto ahora
y junio palabreando continúa.



Senos

Suaves, pequeños y tiernos
siempre erguidos, siempre firmes.
Senos de carne blanda
grácil figura y vaivén excitante,
que invitan a probar
las delicias de la tez canela.
Tallados sin aguja ni cincel
sobre musgo secreto
son montes cubiertos de azúcar
para una boca insaciable.

* El poeta Hernán Vargascarreño ha tenido el noble gesto de enviar el material correspondiente a Clemencia Tariffa, poeta de sus afectos y quien vivió sus últimos años recluida en una clínica de salud mental en Santa Marta.






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