viernes, 30 de julio de 2010

300.- JOSÉ LUIS PIQUERO


José Luis Piquero (Mieres, Asturies, 1967) ha publicado los libros de poemas Las ruinas (Versus, Mieres, 1989), El buen discí pulo (Deva, Xixón, 1992) y Monstruos perfectos (Renacimiento, Sevilla, 1997), que resultó finalista del Premio Nacional de la Crí tica; todos ellos reunidos en el volumen Autopsia (DVD, Barcelona, 2004), con el que obtuvo el Premio Ojo Crí tico de Radio Nacional de España y el Premio de la Crí tica de Asturias. Posteriormente, ha publicado El fin de semana perdido (DVD, Barcelona, 2009).

Fue durante ocho años responsable de la sección de Cultura del semanario Les Noticies. Escribe crí tica de libros y arte y es columnista habitual en distintos medios.

Figura en una docena de antologí as de la poesí a española contemporánea, como Selección nacional y La generación del 99, de José Luis Garcí a Martí n; 10 menos 30, La lógica de Orfeo y La inteligencia y el hacha, las tres de Luis Antonio de Villena; Poesia espanhola de agora y Poesia espanhola, anhos 90, ambas de Joaquim Manuel Magalhaes; y Trois poétes espagnols contemporaines, de Claude Le Bigot.

Ha sido traducido al francés, neerlandés, húngaro, búlgaro y portugués.

Actualmente vive en Islantilla (Huelva), dedicado plenamente a la literatura.



Apunte biográfico


Like dogs to bark at my world
Stephen Spender

Pero también a mí me partieron la cara
en más de una ocasión. En aquel tiempo
temí a “como Spenderâ“ a los chicos del barrio,
matones con jerseis de Benasque y playeras
que odiaban a las madres y a los niños con gafas.

El miedo, pienso ahora,
es una presa fácil. No se explica
de otro modo la astucia, aquella maña
que se daban para atraparme siempre,
aunque volviera por otro camino
de la escuela o bajase a comprar el pan
a donde era más caro pero estaba más cerca.

Eran hábiles con el cigarrillo,
conocían las zonas donde la quemadura
podía doler más. Algunas veces
les bastaba el insulto desde lejos.
En los días de fiesta eran más peligrosos
porque tenían tiempo de sobra por delante
y el escenario idóneo de una calle aburrida.

Y lo que más lamento ya no son los cuadernos
de dibujo manchados de tinta o los tebeos
que un día me quitaron, sino el otro
expolio de mi infancia ignorante y feliz,
la fe ciega en un orden de las cosas,
la armoní a del mundo que, prematuramente,
hicieron mil pedazos en medio de la calle.

Y sobre todo el odio, el rencor insensato
de tantos años hacia los adultos:
Pasaban en silencio, sin mirarnos.
Siempre llegaban tarde a impedir las peleas.



Elogios del Pez-Luna

(Por P. F.)

Ese vértigo-
abajo de los días peores
al fin no es más terrible
que ese vértigo-arriba de la infancia
mientras alguien se inclina hacia nosotros
desde torres monstruosas y nos deja
un pellizco de susto en la mejilla.

Acaso tu problema fue quedarte
en aquellas regiones tanto tiempo
y no haber asumido esta estatura;
ser siempre el niño atónito
al que cambiaban sustos y juguetes
por miradas de pasmo y unas gracias.
Apostaría a que fuiste un niño silencioso.

De las mañanas tontas de cafés y sin clase
(hace no muchos años) me han quedado
unas cuantas imágenes sucesivas de ti:
Pelayo en blanco y negro, muy de acuerdo
con lo que ha dicho alguien y está claro.
Pelayo un disparate de voces, consiguiendo
que nos echen. Pelayo
con la mirada fría y en silencio. Por fin,
Pelayo desolado frente al vértigo
de sus peores días, ya inconexo y terrible,
lejos de todos, roto.
Lo confieso:
Casi te aborrecí por habernos dejado
solos, por asumir
ese papel confuso, desgraciado, que hacía
de nosotros inútiles testigos
de tu dolor, figurones sin frase;
y porque nos pusiste
frente a frente con algo que se parece al miedo.
Eras un ser extraño: un pez de charco,
un comedor de tierra, un joker triste
perdido no sé dónde entre los naipes,
y me acuerdo de dí as
en que te despedí ya para siempre
y ya sin sentir nada.


Vienen luego
las escenas cruentas: Un cristal
que se rompe. Gritos en la escalera.
Alguien que pide un taxi. Una bufanda
empapada de sangre. La negrura
del lobo en una cándida cama del hospital.

No fueron buenos tiempos, quién lo duda.

Pero hoy que, ya de vuelta de esos años,
sano y salvo, te sientas junto a mí ,
pido café y charlamos tan a gusto,
e incluso nos reímos al pensar
en los viejos errores, yo quisiera
saber más, comprenderlo.

Preguntarte (quizá porque es preciso
saber que hubo una justificación
para tanto dolor) qué te tentaba
del lado oscuro, si valió la pena
y si aprendiste algo. O si fue sólo
una forma egoísta de salvarte,
o un ajuste de cuentas con la vida
y el ensayo de otra vida imposible.

O simplemente eras como un niño
rompiendo en mil pedazos el espejo,
dando cuerda al reloj de tal manera
que aún le dicen dormido,
sin escuela, y se ríen.





ENTREVISTA CON EL GOLEM

¿Razón de ser? No lo he pensado mucho.
Ha de haber algo más que estas tareas
mecánicas: la casa
la hago en un plis-plás.
Los poemas, tal vez. Se me desprenden
como costras de barro.
Por algo tengo siempre la palabra en la boca,
pero no estoy seguro de ser culpable de ellos.
Hay una voz. El alma es un asunto
sobre el que no nos hemos puesto de acuerdo aún.

Mi infancia… Siempre digo que la tuve,
contra toda evidencia.
Me acuerdo de un cachorro junto a un estanque.
Lo tenía en las manos, hacía sol y las hojas
olían como libros. No sé qué pasó luego.
El agua estaba pálida.

No, no estoy triste, siga.

Ah, eso… Me resulta muy penoso.
Uno desea dar amor y no mide sus fuerzas.
De pronto te despiertas y oyes llorar y te miras las manos
y después huyes, huyes.
Todos nos refugiamos en los otros, como alegres tumores,
estirando los brazos, rompiendo cosas,
esperando el castigo.

¡Qué pregunta! Nunca he matado a nadie.
Pero calle. Esas voces, los poemas… No quiero escuchar más.
Tal vez un día
alguien se atreverá a quitarme la máscara, a taparme la boca,
y habré de rendir cuentas pero
ya nunca volveré a estar tan cansado.

¿Que si doy miedo? Bueno.
Esa es mi obligación.



Romeo en el internado

Amaba su inocencia, su cálido contacto
casual durante el juego,
la sonrisa radiante que también cautivara
desde el primer momento al Superior.
Los muchachos más brutos le regalaban dulces
y todos le escogíamos para formar equipos.

Yo amaba como un loco su pereza en las tardes
de calor cuando, medio adormilado,
la postura indolente, parecía perderse
en el huerto, muy lejos, tras el gran ventanal,
y el profesor de Ciencias era un adorno inútil.
Le amaba si el jersey se le caía
de la cintura hasta casi el tobillo,
o al declarar muy serio su aversión por la sopa,
o no entendiendo un chiste de los verdes.

Amaba sobre todo su indefensión, las lágrimas
que tanto embellecieron sus ojos cierta vez
al herirse la pierna en el patio, y llevarle
apoyado en mi hombro a buscar una venda.

Y el momento glorioso en que le dieron
-por su cara bonita- el papel de Julieta
y pude al fin decirle que le amaba, le amaba,
en voz alta, mirándole a los ojos,
ante todo el colegio, ante mis padres.



Malo

Yo soy malo. ¿Recuerdas cuando Gina
me lo llamaba -Malo-, no con esa
complicidad coqueta tras mi típica broma
cruel a costa de alguien, sino en serio
y con la gravedad de lo que es cierto
y muy triste (ya estábamos
a punto de dejarlo).

Es curioso: de niños somos "malos"
sin más; después ser malo
se llena de matices: eres cínico
(malo), rebelde (malo), contestón
(malo).
Llegas a adulto y las palabras
recuperan su antigua contundencia:
te miran con sorpresa y rebuscado
espanto y ¡Tú eres malo!, dice alguien
resumiéndolo todo, tus traiciones
cotidianas, tus infidelidades,
tu vicio: causar daño.
Vicios: Bichos.
Ninguna casa está libre de bichos.

En cada grieta, bajo tu colchón.
Huyen de ti, te pican, te dan miedo.
Se alimentan de ti.



Retiro sentimental

En mi familia no se dijo nunca “te quiero”.
Jamás oí decir “lo siento” a mi padre o a mi madre.
No sé si era vergüenza: una ternura demasiado estridente para enser cotidiano.
¡Incluso leer poemas! Eso sí que era algo sospechoso,
tanto como una mancha repentina o un suspiro o una puerta cerrada con demasiada llave.
Nunca “amor”, “estoy triste” o “te echaré de menos”, ¡podía uno reírse de esas cosas!
Entiendo que hay un pacto tácito de pudor en algunos afectos, y no obstante
yo hoy llamo a eso la incomodidad con todo lo cercano.

La amputación de lo sentimental, estoy de acuerdo, nos hace manejables los rituales difíciles de convivir; una pequeña argucia.
Así el templo: las fórmulas, nada de desgarrarse.
En el templo, en la casa, como en un hospital, es necesaria la asepsia de los gestos repetidos, seguros:
Procura ser feliz de una forma privada.

Y, como añadidura, está el saqueo
de palabras por parte de películas y canciones idiotas y esas niñas con novios revoltosos en un parque, entre arbustos enanos.

Y hay a quien gustan mucho las escenas
y tocar la guitarra sentimental de todos los salones y de todas las playas adolescentes, lánguidas igual que un veraneo despacioso,
mientras algunos más nos quedamos a solas,
bebiendo (y arrugados como estúpidos plátanos),
pensando qué decir.

En mi casa jamás se dijeron en alto las cosas importantes.
Busca hoy dentro de ti una lágrima, un gesto de ternura:
Ya se nos hizo tarde para esas tonterías.



La vida de las moscas

Nosotros no dormimos. Hay un gesto
de araña en cada sombra amenazante
y el silencio se llena de presagios.

No dormimos. Quemamos
las horas como extraños cigarrillos.
Sabemos que ahí afuera la vida es deseable,
las chicas huelen bien,
y nada de eso es nuestro.

No podemos dormir, no hemos dormido nunca.
A veces alguien mira, de perfil, preguntándose
con dolor qué esperamos
desde hace tanto tiempo. Las arañas,
las arañas. No hemos dormido nunca.

Y pasamos los días con los ojos abiertos
como esos tragaluces que miran desde un sótano.
Ya nos duelen los párpados
y alguien dice palabras,
el mundo está bien hecho, simplemente
nuestra vida es así .

Ojalá nos muriésemos como quien no ha vivido,
que un soplo nos borrase la arena de los labios,
sin huellas y sin humo, apagando la luz.

Ah, si por fin durmiéramos, no puedo imaginarlo.
Tus labios cantarían una canción de cuna.
Más también las arañas… Hay un gesto
de mosca en cada sombra. Oh, Señor de las Moscas,
la vida es un infierno.

Nosotros no dormimos, igual que las arañas,
cristales y arenilla bajo la nuca insomne.

Ellas tejen sus redes.

Por si las moscas.




IVÁN Y ARANCHA EN PRAGA

Si en la cena se hablaba de la noche
me apuntaba a los planes en que estuvieran ellos:
saberlos entre el grupo
era la vida en orden de una forma inconsciente.
Sus besos adornaban el verano.

Juro que los amé sin yo quererlo,
que no escogí el dolor ni la codicia
ni preguntarme cómo se querrían a solas
o qué significaba yo en sus vidas.

Hay una habitación en un lugar de Praga,
allí se oye un tranvía
y música que llega de los albergues próximos.
Yo pasé tantas horas fumando en ese cuarto,
luego, ¿a quién le interesan las vidas de los otros?

Pero a veces,
cuando el grupo importaba y el alcohol era bueno,
se podí a querer sin ser culpables
pues tras cada cerveza sonreía
un confidente.
¡Inmensas,
fugaces amistades en los viajes de jóvenes!:
el amor es la copa que va de mano en mano.

Y ella, te acariciaban
sus ojos indefensos; junto al lago
tuve la quemadura de su brazo en los hombros
y un susurro de arbustos. En él todo
era la adolescencia, y esa voz
salvaje como un fruto o sudar o una isla.

¿Me entendéis? Los amaba
en el deseo inútil
de haber querido ser cualquiera de los dos
en vez de ser yo mismo: ese que mira
como un tonto los rostros, las ventanas,
ese extraño en el reino de su secreto mundo.

Vivir es cruzar ciegos ante puertas cerradas:
cansados de nosotros, muy cansados,
nos describe mejor todo lo que no somos,

y amar es rebelarse, ¡qué intento más idiota!

Adiós, adiós, Praga y los autopullmans,
adiós, besos, adiós, Puente de Carlos,
adiós, islas y rí os y cervezas de Pilsen,
adiós a cualquier brindis
y a todos los amantes del mundo, adiós, adiós.

Que yo me voy al sueño
de los libros que nunca leeréis.

A la vuelta, dormidos con las cabezas juntas,
parecí an las víctimas de un sangriento holocausto
de risas y jadeos.
Si algún día
me olvidase de todo, de eso no.




Alumnas de una escuela de peluquería

Quisiera saber todo de sus vidas.

No del novio con moto.
No de la madre débil y el hermano que estudia.

De breves pies descalzos sobre la arena fría del sintasol.
De sombras en un cuarto.
Del verano del mundo.

Quisiera verlo todo, mientras crecen las plantas, invisibles e inútiles.
En tu casa hubo noches de fumar a escondidas
y la vida era poco para quien está sola.

Ver el desnudo práctico que nadie contempló,
casual como el volumen de la gente en la calle.

Y también el desnudo minucioso
mientras soy el que finges que te mira cuando no te das cuenta
y sientes que se muere de tu propio deseo.

(Sabes poco de libros pero eso sí lo sabes).

Quiero estar en las tardes y en las playas
y escuchar las canciones que alguien silba entre dientes.
Vivirí a escondido entre la ropa,
con los ojos abiertos. ¿Quién llora en el pasillo? Se ha apagado la luz.
La sombra de Papá se hace más y más grande.

Yo sí recordaría qué dijiste en la fiesta,
borracha como un piojo, pero luego
adornarí a el mundo tal como a ti te gusta, con secretos, canciones
y esa solemnidad conmovedora
de los adolescentes cada vez que están solos.

Nunca te tocaría. Tú no sabrás que existo.
Furtivo en el unánime transcurrir de las cosas,
yo seré el que sonríe mientras lo tienes todo
y tu único testigo cuando ya no seas nada.




Oración de Caín

Gracias, odio; gracias, resentimiento;
gracias, envidia:
os debo cuanto soy.
Lo peor de nosotros mantiene el mundo en marcha
y la ira es un don: estamos vivos.

De quien demonios sean las sonrisas,
derrochadas igual que mercancía barata,
yo nunca me he ocupado.
Gracias por no dejarme ser inconstante y dulce
mientras levanta el mundo su obra minuciosa de dolor
y nos hacemos daño unos a otros
amándonos a ciegas,
con torpes manotazos.

Yo soy esa pregunta del insomnio
y su horrible respuesta.
Bésanos en la boca, muchedumbre, y esfúmate,
que estamos siempre solos y no somos felices.

Gracias, angustia; gracias, amargura,
por la memoria y la razón de ser:
no quiero que me quieran al precio de mi vida.

Gracias, señor, por mostrarme el camino.
Gracias, Padre,
por dejar a tu hijo ser Caín.


Mensaje a los adolescentes
Esto no debéis intentar repetirlo en casa, niños.

Niños, probad a hacerlo en casa
y sabréis lo que es bueno sin que os lo cuente nadie.
Recordad que no hay nada que vuestros padres puedan enseñaros.
Ellos no son vosotros.

Acostaos, bebed.
Hace siglos que están ocurriendo estas cosas
y nadie ha demostrado
que sean mucho peores que una guerra.
Existe un paraíso tras esa raya blanca.

Cuanto hace daño y no hacéis,
niños, lo estáis cambiando por la serenidad.
¿Os han hablado de ella? ¿Sabe alguno a qué sabe?

Si ignoráis quiénes sois evitad el rodeo
de averiguarlo uniéndoos a los demás. Una plaza en el grupo
es un puesto en el mundo;
ahora bien,
niños,
que levante la mano el que quiera morirse siendo útil y sensato.
Tenéis razón: no es nada divertido.

Por lo demás, sé que no sois felices,
a lo mejor pensábais que todo el mundo os odia. Pues es cierto,
pero sobran motivos: sois jóvenes y estúpidos
y no tenéis derecho
a todo ese futuro que vais a malgastar (como nosotros).

Entonces, ¿estáis solos? Así es.

Aprended a ser libres, no esquivéis la mentira;
sabréis por experiencia que es más sólida que una verdad pactada.

Y sobre todo,
niños,
no creáis
que la vida merece la pena de vivirse
sólo porque lo juren desde siempre los peores cabrones.




Rimbaud

Yo no quiero ser yo. La vida entera
la gasté en reinventarme, como un fénix doméstico.
Me fui sobreviviendo como pude.

Yo no sé quién soy yo. Tal vez la máscara
debajo de la cara. La pregunta.

Yo no pude ser yo. Y el minucioso
trabajo de vivir sin heroismo se quedó para otros.
La verdad es la triste descripción del secreto.
No quise ser verdad. Quiero ser Nadie.


Lázaro otro

Y salió el muerto, atado de pies y manos
con vendas y envuelta la cara en un sudario.
Jn, 11, 44

He perdido la voz. Me he perdido a mí mismo.

Ausente sin saberlo,
he vuelto para ver que reconozco a todos
excepto a uno: a mí ,
ese que balbucea -es tan extraño-
soy yo, pero no soy
quien esperaba ser. Le odio.

¿A dónde fui sin ir? ¿Me he quedado dormido? Juraría
que oí saludos, besos, una fiesta.
¿Dónde puse mi copa? Sólo me fui un momento.
Ese fin de semana deslumbrante que todos esperamos
cada maldito dí a laborable
y yo me lo he perdido. ¿O me he perdido en él?
Hubo una madrugada. Se podí a morir por un secreto,
jadeando de pura felicidad, hablando horas y horas.

¿He de escribir yo sólo todas estas palabras? Las tareas
se me han acumulado, minuciosas y absurdas,
y ahora soy un secreto gritado al mundo.
Esta es mi casa y estos son mis poemas.
Toca con los nudillos en mi pecho, toc toc, estoy vacío
y ya no sé.

Como uno más habré de confundirme entre la gente
que ya no es joven y gasta dinero.
Sólo me moriré de calendario, ¿qué más da?
Pensándolo despacio, cierto es que me parezco al que ya soy
y su cháchara tonta es mejor que el silencio.

Y él nunca morirá de buen amor
ni maldita la falta que le hace.



Cuatro

Haz el amor con todo lo que sabes.
Jaime Sabines

Esta noche los cuatro
nos damos libremente, como obsequios.
Ya no somos parejas y formamos
un círculo perfecto.

Un placer sin palabras,
algo así como un juego de calor,
mas con las mismas mañas
del amor entre dos.

Y el latido de manos y de bocas
con su idioma de sed:
en cada piel absorta que se posan
tocan un corazón bajo la piel.

Sobre este cuarto ha descendido el mundo,
la luz intacta de la vida breve
envolviéndonos juntos
mientras la noche afuera dura y llueve.

No volveré a estar solo.
Después de haber amado así, la muerte
no me tendrá del todo.



Intervalo de Eva Vaz

Ha venido a medianoche.
Ha venido a las 5 de la tarde.
Ha venido herida, igual que una página tachada.
Sé que ha venido,
está en las sábanas revueltas,
ha dejado su rastro en los libros y en las tazas,
como el tiempo, que mancha levemente:
hace regalos.

Habrá venido cuando yo no estaba
o me estaba fumando un cigarrillo en otro lugar que no aquí .
Hay un perfume vibrando en el aire,
hay dos o tres prendas diminutas sobre una silla,
sé de seguro que alguien ha andado con mis fotos.

Ahora ya no me encuentro ni en casa ni en la calle y no me importa:
ha venido, ha venido.

Ven, toma posesión. Yo soy La Casa.



Wakefield

A Miguel Galano

¿Estás ahí ? La casa te ha expulsado
de nosotros, igual que un estornudo.
Si cruzara la puerta ¿dónde te encontrarí a?
A lo mejor estás en el jardín,
sonando como el agua. Si cerrara los ojos
¿sabré escuchar lo que no ven los ojos?
El roce del vestido, el corazón latiendo,
la intemperie.

Estás pero no estás.
Eres la parte más densa del aire cuando se hace de noche
y muevo en ti los brazos para no dar contigo,
cáscara de la casa.
Las ventanas
no conocen tu busto, y llueve, llueve.

La soledad es eso:
el hilo de la araña que va estrechando el mundo.
La puerta está cerrada como un féretro
y la luz encendida.



Raquel

Raquel, ¿qué te ha pasado
por la cabeza? Puede
que una de esas canciones de niños, tralará,
o quizá algo que no dijiste a tiempo
y que ahora no recuerdas.
Cosas que ponen triste. La tristeza,
la Puta,
se te ha prendido en las mejillas
como una araña.

Yo prefiero pensar en ti bailando,
en mi casa, no hace mucho de eso, y te aseguro
que tu sonrisa era la más bonita de la tierra.
Parecí as un vaso o una fruta
hacia los que se alarga lentamente la mano:
algo para aprenderse de memoria.
Y sin embargo aquel no era tu sitio, ahora lo sé,
en esa desdichada felicidad de quienes lo dan todo y nunca hacen preguntas.
Raquel, eras un ángel que follaba y bailaba y bebí a cerveza
pero los hombres nunca
te han tratado muy bien.

Lámete esas heridas, nenita, cógeme el teléfono.
El veneno del mundo te ha mojado los labios.
Sé sencilla.
Todos los hombres te desean pero
qué flores tan extrañas, ¿no es verdad?

Tú y yo sabemos tres o cuatro cosas
que dan para vivir
y nunca cometimos el error de acostarnos.
Raquel, quédate quieta entre las flores
e intenta ser feliz. Lo que hacen todos.



Abrigo azul

Hace un frío de muerte, un frío triste
incluso para enero y para estar tan solo.
Y yo soy poco menos que una persona hundida
en las solapas de mi americana,
un ser raro del frío que gasta americana, un sospechoso,
alguien que bien podrí a enseñar una placa o un cuchillo.

Y ahora me acuerdo de mi abrigo azul
de pelo de camello,
el mejor que he tenido. Tú me lo regalaste.
Recuerdo que llegaste con él a la oficina y allí mismo
me lo probé. Mis compañeros
se reí an y a mí me daba igual.
Era un señor abrigo, lo escogiste
a ojo de buen cubero: me caía perfecto.
Se podí a plantar cara al invierno con un abrigo así .

Pero ahora no lo llevo y mira que hace frío en estas calles
de todos los demonios. El abrigo
estará a 1.000 kilómetros, cálido para nadie, piel gastada.
Tú y yo estamos también a 1.000 kilómetros
o a 100.000 años luz, igual que dos cometas, y si nos encontráramos
sólo cabría un choque: un cataclismo.

Mi querida enemiga: finalmente
ocurrió lo que entonces, cuando venías con tu bolsa y en la bolsa el abrigo
y yo me lo probaba en la oficina
como se viste un príncipe en el día de su coronación,
ha ocurrido lo que era en aquel tiempo la peor de nuestras pesadillas: no estar juntos.
Y me pregunto cuándo, en qué momento, a lo largo de eones que han pasado, desde que el mundo era
una gran primavera reluciente,
empezaron las cosas a ir tan mal,
tan rematadamente mal,
y a hacer tanto, tanto frío.

Y supongo que tú
también tendrás noches a la intemperie
-como esta misma- en las que haces recuento de errores y fracasos, y no sé
qué clase de calor será el que eches de menos.
Seguro que yo hice algo por ti,
pero no lo recuerdo, algo inocente o práctico, o generoso o noble,
que compensa todos esos errores
y a ti te reconforta en las peores noches
y a mí me salva.

Mi abrigo azul de pelo de camello.
En mi vida he tenido
un abrigo tan puñeteramente bueno como aquel.





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