miércoles, 30 de junio de 2010

213.- JAVIER EGEA


Javier Egea,(Granada; 1952 - 1999), considerado uno de los poetas españoles más importantes de los años ochenta y fue uno de los padres del movimiento poético La otra sentimentalidad junto con Luis García Montero y Álvaro Salvador Jofre. Consiguió, entre otros premios literarios, el «Antonio González de Lama» por su libro Troppo Mare y el «Premio Internacional de poesía Juan Ramón Jiménez» por Paseo de los Tristes.

Publicó muy pocos libros de poesía: Serena luz del viento (1974), A boca de parir (1976), Troppo Mare (1980), Paseo de los tristes (1982, tal vez su obra más representativa), La otra sentimentalidad (1983, junto a Luis García Montero y Álvaro Salvador, Argentina 78 (1977, pero editado en 1983 por «La Tertulia»), y Raro de Luna (1990).
Gran admirador de Rafael Alberti, también publicó, junto a Luis García Montero, en 1982, el librito Manifiesto albertista, que ambos leyeron en presencia del poeta gaditano en el local «La Tertulia», en 1982.
Al morir, dejó incompleto un libro que al parecer iba a titularse Los sonetos del diente de oro, los cuales fueron publicados en 2006 por la editorial I&CILE, con reproducción en facsímil.


PASEO DE LOS TRISTES

Entonces,
........en aquella ciudad
o en la intuición primera, vaga, de su cuerpo,
el pensamiento aún flotaba en bucólicos careos,
en versos aprendidos sin historia
y no era posible amar
entre unas calles donde todo era sucio,
carne sin brillo,
cuando aún en el mar, la nube y las espigas
sin historia y sin tiempo, vanos,
estábamos durmiendo
........o ignorando
esa gota de sangre que cuelga del amor
-su blanco cuello herido-,
ignorando la clase oscura en que nacimos,
sin consciencia de naves hundidas,
de rubios naúfragos,
condenados a vivir una historia perdida
de explotación y soledad, de muerte enamorada,
sin saberlo.

Y sin embargo,
entre los autobuses, el gentío,
en la dulce ignorancia,
fue creciendo una luz
que nos hizo sentir un crujido brillante
después que allí, en la sórdida pensión
donde siempre se asilan viajeros sin destino,
gentes oscuras,
en un lugar sin esperanza,
dos cuerpos se sintieron indefensos
sudando en el asombro de la primera felicidad.


19 DE MAYO

Existe una razón para volver.
6 de la madrugada de la calle Lucena
donde los basureros y el sereno
tenían su eterna cita
con el café con leche y el aguardiente seco,
adonde los borrachos concluían
la noche soñolienta del vino repetido.

19 de mayo. Pensión Fátima
en donde la pregunta del abrazo desnudo
supo al fin el porqué de tanta lucha,
la clave del sudor sobre las sábanas,
y la virginidad redonda, amanecida,
reconoció la llave de su casa madura,
con una verde mano le puso rumbo exacto
y la llevó a su centro
y siempre siempre siempre
nació allí la tormenta del esperado amor
como un racimo.

¿Quién hubiera pensado
que la 3ª planta,
la habitación oscura,
el urinario sucio,
las hojas del diario clavado en la pared
y la maceta artificial,
el plástico
de las flores chillonas,
iban a ser testigos
de aquel incandescente poderío,
de tanta luz sin freno,
de aquella tempestad acribillada?

Después de tantos pájaros
persiste en los teléfonos del aire,
en alta mar aún vive
y es el regreso un tramo de la vida.
Existe una razón
para volver a la ciudad del gozo,
a la pequeña aldea de la pensión barata
y las comadres
raídas en la esquina.

Existe una razón
para aquella manzana de casas apagadas,
para una turbia calle
que fue la geografía de mi primer amor,
el mapa donde tuvo mi gran pasión su cuna.


RARO DE LUNA I

Il y a des gens quelque part qui n´en peuvent plus de silence
(Hay en algún lugar personas que no soportan ya el silencio)
Louis Aragon


........Allí
donde las islas
donde floten los párpados aquellos
las negras islas
las definitivas arenas secretas allí
cuando se agota el brillo de los abordajes
allí mientras llaman las sirenas últimas
pequeña perla negra
donde las islas negras
........allí
donde quizá los cofres aquellos entonces entrevistos

........No No era este el lugar
Para ti siempre quise
avenidas sin látigo
plazas sin gentes pálidas que se desploman
chapoteando caen mientras que sangran y por siempre caen
del verdín de las gárgolas y de las cicatrices
sobre reinos vastísimos de laberintos y de topos
........caen

Quizá fuera posible
quizá pensé que al menos esa lluvia de los ojos de patio
algún día tomar las islas negras a embestidas
para tu cuerpo
para las cruces en el mapa de fuego

........No No era este el lugar
ni su aventura alquilada
definitivamente para ti

Pero oigo las andanadas secas contra muros y sueños
todo enmudece frente a las altas sienes sin alba
todos los brazos cierran sus mundos presentidos
en el punto de mira de la noche tirita su silencio
y mis ojos ahora perdidos
-ropa olvidada en perchas ya sin luna-
entre los siete por siete metros de estampida
buscan tus otros ojos perdidos
tus otros bosques sin galope

........Al entrar
siete por siete pozos por siete olas por siete labios despoblados
y a las charnelas
a su desvencijado saludo
respondo siempre habito este palacio
por los reinos del frío del frío
voy a las grutas del 2.º B
nadie con esa llave
nadie con esos ojos al entrar
siete por siete mares por siete soledades

¿Cómo contar ahora que la muerte se llama 2.º B
cómo decir 2.º B sin abismarse
por la tiniebla de porteros eléctricos y solos
cómo decir a nadie yo soy el enamorado del 2.º B
quién saca la basura del 2.º B
dónde se prende la luz del 2.º B
cómo vivir
cuando su nombre pálido te cerca?

Hay noches que no ofrecen
sino palomas ciegas en sus escaparates
Hay en algún lugar personas que no soportan ya el silencio

Soledades al filo de la pólvora
soledades que tienen chaqueta en su respaldo
soledades con banqueros al fondo
soledades de las torres
........las desmoronadas torres
soledades canallas bogando las venas y los albañales

No No era este el lugar ningún lugar nunca más un lugar


POÉTICA

A Aurora de Albornoz
Mas se fue desnudando. Y yo le sonreía.
Juan Ramón Jiménez


Vino primero frívola -yo niño con ojeras-
y nos puso en los dedos un sueño de esperanza
o alguna perversión: sus velos y su danza
le ceñían las sílabas, los ritmos, las caderas.

Mas quisimos su cuerpo sobre las escombreras
porque también manchasen su ropa en la tardanza
de luz y libertad: esa tierna venganza
de llevarla por calles y lunas prisioneras.

Luego nos visitaba con extraños abrigos,
mas se fue desnudando, y yo le sonreía
con la sonrisa nueva de la complicidad.

Porque a pesar de todo nos hicimos amigos
y me mantengo firme gracias a ti, poesía,
pequeño pueblo en armas contra la soledad



ME DESPERTÉ DE NUEVO...

Me desperté de nuevo
entre dos sombras.
No quedaban palabras
en mi memoria.

Con los dedos, a tientas,
las fui palpando:
sus ojos enemigos,
sus secos labios,

el mapa señalado,
los hondos cráteres,
corazones escritos
con soledades.

A su fiel prisionero
siempre velando
mis compañeras sombras
de tantos años.

Ellas, que me robaron
la luz de un sueño,
ya no piden rescate
por mi secuestro.



POEMA

Eran tiempos muy duros. No era fácil vivir.

Por eso madrugué por los despachos,
volví mañana, les expuse el caso
y conseguí un empleo para ella:
tras mirarla a los ojos -al menos eso dijo-
le entregaron la llave más preciada,
pusieron a su cargo el alumbrado.

Yo hice lo que pude, lo que en mi mano estaba.

Y no la he vuelto a ver:
aquella misma noche me cortaron la luz.



PRIMER POEMA DE "TROPPO MARE"

A Juan Carlos Rodríguez

No es de Mayo este aire impuro.
P.P. PASOLINI

(I)


Extraño tanto mar, raro este cielo
desgranado de luz sobre la Isleta,
ajeno a este naufragio que se crece en la orilla
en cabos,
jarcias,
mástiles,
jirones de velámenes,
armaduras y redes
que simulan encaje en la escollera,
duelas con algas,
pequeñas almadías despobladas
sobre la espalda azul de exterminio,
raro este cielo para ser de Mayo,
ajeno a este dolor de siglos en la playa.
Tanto mar y de golpe,
tanta historia y vencida,
ya corazón mojado sobre el abra,
ya mensaje dormido, preterido,
en la Bahía de los Genoveses.

Y no sólo el desierto sino dónde tus ojos,
sino tus manos lejos
y cuando tu cintura presentida
por entre los hachones vigías de las pitas,
desde las atalayas del silencio,
no sólo ya las dunas sino rostros en ellas,
vestigios de tu cuerpo,
espejismos al cabo,
restos de la memoria del misterio.
A dónde, dime, a dónde,
si todo está dormido,
si he quedado en la arena como lengua de agua
y la sed permanece mientras llega La Nube.

Inútiles las manos que desde las palmeras
pretenden el abrazo de un horizonte roto
adonde tu recuerdo se avecina.

(De ‘Troppo mare’. Colección Provincia de Poesía.
Diputación Provincial. León, 1984)



POEMA

Venimos a contarles nuestra historia
Y a pediros el voto de la vida.
Somos gente de paz con una herida
De explotación presente en la memoria.

Y en medio del dolor capitalista
Sabemos resistir: porque sabemos
Que de su negro mar de crisantemos
Saldrá la rosa roja y comunista.

Para que todo cambie de verdad,
Para que venga el alba que no miente
Venimos a ofreceros diferente
La rosa roja de la libertad.

Pensad alguna vez lo que sería
Su perfume distinto por el viento
Llevando para el nuevo ayuntamiento
Hasta el Salón de Plenos la poesía.




OTRO POEMA DE "PASEO DE LOS TRISTES"

Sin apenas mirarnos, casi en vilo,
como si hubiesen de venir de pronto
el mar, o los fotógrafos,
con esta dignidad que eleva el humo
de taza en taza,
solos
o entre la tarde y Bach agazapados,
sin apenas mirarnos
sabemos la condena del amor
y cuánta sangre,
cuánta muerte rodando entre nosotros para tomar el té.



NOCHE CANALLA

Yo no sé si la quise pero andaba conmigo,
me guiaba su risa por la ciudad tan gris.
Ella tenía en su boca colinas de Ketama
y el cielo de sus ojos me pintaba de añil.
Yo vi tantas estrellas como ella puso siempre
en aquel cielo raso como un paño de tul.
Ella llevaba el pelo como la Janis Joplin
y los labios morados como el Parfait-Amour.
La he perdido en un bosque de jeringas brillantes
por donde nos decían que se llegaba al mar;
se fue sobre un caballo de hermosos ojos negros,
por más que yo me muera no la podré olvidar.
Bajo el cielo ceniza me conducen mis piernas.
Esta noche no tengo ni esperanza ni amor.
Sólo queda el calor de mi pobre navaja.
Hoy me he visto la cara de un retrato-robot.
A pesar de sus ojos he salido a la calle,
a pesar de sus ojos me ha tocado vivir.
En un barrio de muertos me trajeron al mundo.
Esta noche canalla no respondo de mí.

(Granada Tango, La Tertulia, 1981)


********************



El poeta doblemente muerto

Gregorio MORÁN
LA VANGUARDIA, Sábado, 27 de junio de 2009, página 26.


La sociedad a los poetas los prefiere muertos. Es un asunto que viene de siglos. En vida parecen un engorro, porque no sólo hay que alimentarlos, sino que en general tienen gustos raros; en algunos casos incluso caros, lo que ya es el colmo, pero sobre todo complicados, difíciles, singulares, intratables.

La galería de raros de la poesía española moderna es verdad que tiene algún tipo simpático como García Lorca, también algún humilde como Miguel Hernández, pero predominan los de carácter atrabiliario, a lo Cernuda, o literalmente insoportables como Juan Ramón, sobre el que su propia esposa, santa Zenobia Camprubí, canonizable en su laicismo, se preguntaba cómo era posible un tipo tan perverso como su marido, el gran Jiménez; genial e inaguantable.

Habrá gente a quien el asunto le parezca divertido, pero no lo es. Los poetas, en sociedades agresivas, pobres y cainitas –la nuestra, sin ir más lejos–, son personajes a la intemperie, sometidos más que cualquiera a la lucha por la vida, porque alimentan una dificultad congénita que es la de convivir y adaptarse a un mundo que expresamente los desprecia y los rechaza. El poeta en nuestra sociedad desempeña el papel que antaño representaban los músicos de bodas y banquetes; unos intérpretes que amenizan las fiestas para complacer al público que les paga y les jalea mientras dura el espectáculo.

Y cuando acaba, a su casa, a sufrir la sordidez de la necesidad y la rutina. Alguien me dirá que siempre fue así, y quizá sea cierto, pero entonces el poeta tenía garantizada casa y comida a poco esfuerzo que hiciera por ejercer de siervo y dando por descontado el talento, porque no había tanta competencia. Pero ahora se les pide mucho a los siervos poéticos. Se les exige en primer lugar que crean, y si no, al menos que disimulen. Yo recuerdo, por ejemplo, los años finales de Ángel González, un poeta al que estimo, y me da un cierto amargor evocarle bailando el agua a los señores; porque los de hoy no se llaman Duque de Lerma o de Olivares, sino el poder, el partido en campaña, el galardón ganado a pulso de saliva. ¿Alguien tendrá algún día el valor de hacer la lista de viajes y charlitas en los Institutos Cervantes del mundo entero? Seamos un poco crueles para ser precisos, ¿acaso un notable poeta como Antonio Gamoneda, que arrastró durante décadas, prácticamente toda su vida, una pobreza de público y de gloria, no debe este tardío reconocimiento a ser de León, por más que nacido en Oviedo, y compartir patronazgo con un presidente planetario?

Hoy voy a contarles algo de la historia de Javier Egea, no sólo por poeta excepcional sino porque me peta ahora que se van a cumplir diez años de su voluntaria muerte, y después de saber que al fin acaba de ser recopilada su vertiginosa obra. Fuera de Granada, su casi permanente lugar de vida, nacimiento y fin, y exceptuando la reducida, malévola y endogámica masonería envidiosa de los poetas, Javier Egea es un imperfecto desconocido (este es el momento en el que el enterado de turno se enerva y grita que él estuvo en el recital de Lleida en 1995 y en el de Barcelona de 1996). En más de una ocasión me ha tentado preparar una galería de raros a los que casi nadie hizo maldito el caso, y a los que tras su muerte les florecieron amigos y conocidos hasta el hartazgo. En el caso de Egea y Granada casi se ha convertido en una afición de la inteligencia local. Todos admiraban mucho a Egea, y todos le consideraban un gran poeta, el mejor, bastaba declamar alguna estrofa rotunda de
Troppo mare, o ponerse estupendo con unos versos del Paseo de los tristes. Pero resulta que se murió, o más exactamente se voló la cabeza con su escopeta de caza, un 29 de julio que fue jueves. Y poco antes de llegar hasta ese punto irreversible hizo algo que su postinera familia y sus encumbrados colegas del verso y la veleta no le perdonarán nunca: redactó de su puño y letra un testamento legando sus bienes –un millar y pico de libros, y otro tanto de manuscritos y papeles– a su novia más querida, al tiempo que le hacía un guiño de despedida a su amigo más veterano. De tal modo que la heredera del legado de Javier Egea, gran poeta, pasó a manos de Helena Capetillo, enfermera, quien a su vez confió todo lo referente a concesión de derechos de publicación, al amigo veterano, Pío Alcántara, cartero. Todo el desdén y la desconfianza que abrigaba Javier Egea hacia sus colegas del gran gremio de poetas de Granada, incluida su nada poética familia, quedó patente en ese gesto. No daban crédito a lo ocurrido. Podían pasar por el suicidio a los 47 años –son cosas afines al riesgo de la angustia del creador–, podían admitir que el vate llevaba años muy distante de las preocupaciones de sus compañeros generacionales, incluso que su radicalidad de raíz –rasgo siempre a tener en cuenta en el caso de Egea– le hacía difícil de tragar después del reto que había supuesto su Raro de luna (1990), último libro publicado, apabullante combinación de exquisitez formal y hallazgos rítmicos. Se podía también entender la deriva alcohólica hasta el borde del delirio, su escaso interés por integrarse en las subvenciones que se ganaban a pulso de favores de diputaciones y premios de cajas de ahorros. Pero que se matara sin dejarles la oportunidad de manejar sus restos, sería algo que habrían de pagar la enfermera y el cartero en forma de ofensas, insidias, calumnias y procesos, hasta llegar incluso a aprobar la detención de la novia legataria por la desaparición de un par de cajas de libros del difunto. Que el poeta más brillante de Granada desde García Lorca estuviera bajo la custodia de una enfermera y un cartero se entendió como una provocación, la última y definitiva de Javier Egea hacia las instituciones granadinas, amplias de subvenciones pero cortas de luces y de aliento.

Porque Granada es ciudad de poetas, desde siempre, y algunos buenos, y los poetas muertos son un bien amortizable para los vivos, no sólo en enseñanzas sino sobre todo en prestigio. El joven Egea había formado parte de un trío que se presentaría en sociedad, hacia 1982, como “
la otra sentimentalidad”, un guiño al gran y último don Antonio Machado en su Juan de Mairena. Un grupo nada compacto formado por Luis García Montero, Álvaro Salvador y el propio Egea. Frente a lo que la gente suele creer, la historia es muy importante en la poesía. En octubre de 1982, se había producido en España la victoria absoluta del Partido Socialista, y “la otra sentimentalidad” se situaba entonces en posiciones más críticas y a su izquierda. Una de esas plumas siempre agradecidas a los jefes de la parroquia granadina, Fernando Valverde, escribiría a modo de curioso balance generacional: “Mientras García Montero y Salvador obtenían reconocimiento público, Egea prefirió convertirse en una especie de poeta maldito, alejado de cualquier academicismo”. Fíjense en la señal: “Egea prefirió convertirse en una especie de...” Con esta reflexión ya puedes hacerte cargo del Festival de Poesía de Granada.Detrás de todo mediocre –poeta o periodista– hay un vampiro.


Atento conocedor de su inminente muerte, Javier Egea intuyó lo que vendría, a la manera que lo hacen los suicidas; conscientes del lío que armarán pero seguros de que el tiempo les dará la razón, si es que hay caso. Preparó una antología de toda su obra que tituló a la manera de su adorado Góngora,
Soledades, pero la voluntad de sus devotos albaceas –la enfermera y el cartero– no pudo vencer la incompetencia y el miedo del editor que la contrató. Luego advirtió que no quería “que se le utilizase”, cosa que ronda lo imposible tratándose del mundo de la pluma. Hubo incluso quienes promovieron libros y clubs en la esperanza de sumar su magra obra a la aparición de inéditos del muerto. Al fin, el jueves de la semana pasada se presentaron en Granada cuatro volúmenes con la obra completa de Javier Egea, compilados por Pío Alcántara y Juan Antonio Hernández, en edición artesana de cuatro ejemplares. Cuatro volúmenes y cuatro ejemplares; un testimonio que trata de superar la doble muerte del poeta español más interesante, en mi opinión, del último tercio del siglo XX. Una edición en la que asoma de un modo sarcástico la pretensión del autor en el que fue probablemente su último poema: “Me desperté de nuevo entre dos sombras...”*.

2 comentarios:

  1. Se te ha olvidado incluir el considerado unánimemente su mejor poema, "Noche canalla", un auténtico clásico que perdurará.
    Saludos.

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  2. José Luis, totalmente de acuerdo con
    tu aportación
    Ya lo he añadido, gracias
    Un fuerte abrazo
    Fernando

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