sábado, 9 de octubre de 2010

1439.- VLADIMIR NABOKOV


Nabokov, Vladimir
Nació el el 23 de abril de 1899 en San Petersburgo, Rusia
Falleció el el 2 de julio de 1977, en Montreux, Suiza
Novelista estadounidense de origen ruso, poeta y crítico, considerado como una de las principales figuras de la literatura universal. Escribió sus primeras obras literarias en ruso, pero se hizo internacionalmente famoso como un maestro de la novela con su obra escrita en inglés. Es conocido también por sus significativas contribuciones al estudio de los lepidópteros y por su creación de problemas de ajedrez.
Nació el 23 de abril de 1899, en San Petersburgo, en el seno de una familia de la aristocracia rusa. Heredó de su padre la pasión por las mariposas y el ajedrez. La familia hablaba en ruso, inglés y francés, por lo que Nabokov fue trilingüe desde muy pequeño. Incluso, por la labor de sus institutrices, aprendió primero el idioma inglés que el ruso.

En 1919, la familia abandonó el país para escapar de la Revolución Rusa. Cursó estudios en el Prince Tenishev School entre 1910 y 1917, y en el Trinity College de la Universidad de Cambridge, donde se graduó en 1922 con la máxima calificación. En 1922 su padre es asesinado, presuntamente por extremistas rusos.

Para ganarse la vida enseñó inglés, fue profesor de tenis, y también creó crucigramas para el periódico ruso Rul de 1922 a 1937.

Sus primeros escritos estaban en ruso, pero alcanzó el reconocimiento internacional en lengua inglesa. Por esta circunstancia ha sido comparado con Joseph Conrad; no obstante, hay quien ve esta comparación como discutible, en tanto que Conrad solo compuso en inglés, y nunca en su lengua natural, el polaco. Tradujo muchas de sus obras primerizas al inglés, a veces en colaboración con su hijo Dmitri. Su formación trilingüe tuvo una profunda influencia sobre su arte. Él mismo describía metafóricamente la transición de un lenguaje a otro como el lento viaje nocturno de un pueblo a otro con sólo una vela para iluminarse.

Bajo el seudónimo de Vladimir Sirin ganó cierta reputación como escritor de ficción en los diarios de los emigrantes rusos en Berlín, donde vivió de 1923 a 1937. Su novela sobre ajedrez, La defensa de Luzin (1930), le consagró como uno de los principales valores de la joven generación de escritores emigrados de Rusia. Durante los cinco años siguientes escribió cuatro novelas y un cuento, entre las que destacan Desesperación e Invitado a una decapitación.

Se trasladó a París (1937), entonces huyendo de los Nazis y estuvo allí tres años, lugar en el que comenzó a escribir en inglés.

En 1940 tarde emigró a los Estados Unidos con su esposa e hijo y cinco años más tarde adoptó la nacionalidad estadounidense. Su primera novela en inglés, Barra siniestra, se publicó en 1947. Énseñó en Stanford durante el verano de 1941 y en Wellesley (1941-48); como especialista en mariposas. A partir de 1948 hasta 1959 dio clases en Cornell.

Su fama literaria fue discreta hasta la publicación en París de Lolita (1955), obra que supuso su consagración como escritor y que con el tiempo se convertiría en un bestseller atacado por muchos críticos y moralistas. Esta asombrosa novela narra la intensa y obsesiva relación de un hombre maduro con una adolescente precoz, y puede considerarse como un estudio del amor y el deseo sexual.

Durante la década de 1960 se tradujeron a diversas lenguas algunas de sus primeras novelas en ruso, como Invitado a una decapitación. Pálido fuego (1962), la novela que siguió a Lolita, fue también muy elogiada.

En 1964 publicó, en edición crítica, su traducción al inglés de la novela de Alexandr Pushkin, Eugene Onegin (4 volúmenes). Habla memoria (1966) es un nostálgico relato de su infancia en la Rusia imperial y su vida posterior hasta 1940; las memorias se publicaron originalmente en forma abreviada en 1951, bajo el título de Prueba poco convincente.

Rey, dama, valet, escrita en Berlín y publicada en ruso y alemán en 1928, es una parodia de una novela tradicional. En 1969 apareció Ada o el ardor, un ejemplo claro de su obra.

En 1973 publicó dos libros: Una belleza rusa y otros relatos, y el ensayo Opiniones contundentes. Estas obras, junto a otras como ¡Mirad a los arlequines! o La dádiva figuran entre las obras maestras de la literatura de todos los tiempos.

En 1959 se estableció en Suiza, donde vivió recluido hasta el 2 de julio de 1977.

Nabokov es famoso por sus argumentos complejos, sus inteligentes juegos de palabras y su uso de la aliteración. Su territorio exclusivo es la tragicomedia compleja, en la que el tiempo y el espacio se condensan o se expanden, y las metáforas y los símiles se entremezclan en un juego incesante.

Sus conferencias sobre literatura revelan también sus controvertidas ideas sobre el arte. Creía firmemente que las novelas no deberían buscar lo didáctico y que los lectores deberían buscar no solo empatizar con los personajes sino una apreciación estética a través de la atención a los detalles de estilo y estructura. Detestaba las ideas habituales sobre novela; al hablar sobre el Ulises de Joyce, por ejemplo, insistía a sus alumnos en que tuviesen a mano un mapa de Dublín para seguir las peripecias de los personajes, antes que hablarles sobre la compleja historia irlandesa que muchos críticos creen ver como esencial para comprender la novela.

Sus detractores le reprochan el ser un esteta y su sobreatención al lenguaje y al detalle antes que al desarrollo del carácter de los personajes.

Su obra incluye poesía, ficción, drama, autobiografía, ensayos, traducciones, y crítica literaria, así como trabajos sobre mariposas y ajedrez.

Falleció el 2 de julio de 1977, en Montreux, Suiza.
Otras escogidas:

Ada o el ardor
Barra siniestra
Cámara oscura
Cosas transparentes
Cuentos completos
Curso de literatura europea
Curso de literatura rusa
Curso sobre el Quijote
Desde que te vi morir
Desesperación
Detalles de un crepúsculo
El engaño
El hechicero
El ojo
El Quijote
El tiranicida
Escenas de la vida de un monstruo doble
Habla, memoria
Invitado a una decapitación
La dádiva
La defensa
La verdadera vida de Sebastian Knight
Lolita
Mademoiselle O
Mashenka
¡Mira los arlequines!
Nabokov
Nikolai Gogol
Novelas (1941-1957)
Obras completas
Opiniones contudentes
Pálido fuego
Pnin
Poemas desde el exilio
Rey, dama, valet
Risa en la oscuridad
Trece relatos
Una belleza rusa
Vals y su invención








Habitación de hotel

No cama del todo, no del todo banco.
Papel pintado: un amarillo torvo.
Un par de sillas. Un espejo bizqueante.
Entramos, mi sombra y yo.

Con vibrante sonido abrimos la ventana;
se desliza hasta el suelo el reflejo de la luz.
Es la noche sin aliento. Lejanos perros
con variados ladridos fracturan el silencio.

Inmóvil, me quedo junto a la ventana,
y en la negra vasija del firmamento
como gota dorada de miel refulge
la pulposa luna. -— Sebastopol, 1919






Al atardecer

Junto al mismo banco, al atardecer,
como en los días de mi juventud,

Sabéis bien cómo, al atardecer,
con un abejorro y una nube de vivos colores,

En el banco del asiento medio podrido,
en lo alto sobre el río encarnado,

Como entonces, en aquellos días lejanos,
sonríe y aparta el rostro,

Si a las almas de los muertos hace tiempo
les es a veces dado regresar. -— Berlín, 1935







En el paraíso

Más allá de la distante muerte, alma mía,
veo tu imagen así:
un naturalista provincial,
excéntrico perdido en el paraíso.

Ahí, en un claro, dormita un ángel salvaje,
criatura más o menos pavonada.
Tantéalo curiosamente
con tu paraguas verde,

especulando cómo, en primer lugar,
escribirás un ensayo sobre él,
después... ¡Pero no hay revistas eruditas,
y en el paraíso lectores no hay!

Y ahí estás tú, sin creerte aún
tu callada aflicción.
Sobre ese soñoliento animal azul
¿a quién le contarás, a quién?

¿Dónde está el mundo y las rosas clasificadas,
el museo y las aves disecadas?
Y tú miras y miras a través de tus lágrimas
esas alas innombrables. -— Berlín, 1927







Atardecer sobre un solar vacío

Inspiración, cielo rosado,
casa negra, con tan sólo una ventana,
llameante. ¡Oh, ese cielo
por la ventana llameante embebido!
Desperdicios de solitarias afueras,
pequeño tallo enmarañado y lacrimal,
calavera de felicidad, esbelta, larga,
como el cráneo de un borzoi.**
¿Qué me pasa? Perdido de mí mismo,
derritiéndome en el aire y el ocaso,
farfullando y desmayado casi
sobre la basura al atardecer.
Nunca tuve tantas ganas de llorar.
Aquí está, en lo más hondo de mí.
El deseo de expulsarlo intacto,
velado levemente de humedad, tan trémulo,
jamás había sido en mí tan poderoso.
Sal, mi precioso ser,
agárrate con fuerza a un tallo,
a la ventana, aún celestial,
o a la primera lámpara encendida.
Quizá el mundo está vacío y es brutal;
nada sé —excepto que
vale la pena nacer
por el ser de este tu aliento.

Fue una vez más simple y fácil:
dos rimas, y el cuaderno abría.
¡Qué nebulosamente te tuve que conocer
en mi juventud presuntuosa!
Apoyando los codos en la barandilla
del verso que se deslizaba como un puente,
me figuré en seguida que mi alma
se había empezado a mover, empezado a deslizar,
y que se dejaría llevar hasta las estrellas mismas.
Mas al transcribirlas a la copia en limpio,
privadas de magia al instante,
¡cuán inútilmente unas tras otras
se escondían lastradas las plomizas palabras!

¡Mi joven soledad
en la noche entre inmóviles ramas!
¡El asombro de la noche sobre el río,
que de lleno la refleja;
y florecer de lilas, el pálido amor
de mis números primeros inexpertos,
con esa luz fabulosa de la luna en lo alto!
Y las sendas del parque en medio luto,
y, agrandada por el recuerdo ahora,
mucho más sólida y hermosa hoy,
la vieja casa, y la llama inmortal
de la lámpara de keroseno en la ventana;
y en el sueño los aledaños de la dicha,
una brisa lejana, un aéreo mensajero
penetrando densos bosques con el ruido en aumento,
inclinando una rama al fin:
cuanto parecía haberse llevado el tiempo,
te detienes sin embargo, y de nuevo brilla al través,
pues su párpado no estaba sellado,
y uno ya no puede apartarlo de ti.

Parpadeando mira un ojo llameante,
a través de las negras chimeneas como dedos
de una fábrica, hacia las flores enmarañadas
y una lata abollada.
Por el solar vacío en el polvo oscurecedor
vislumbro un podenco esbelto de blanquísimo pelo.
Me imagino que perdido. Pero en la distancia suena
insistente y cariñoso un silbido.
Y en el crepúsculo viene hacia mí
un hombre, llama. Reconozco
tus enérgicas zancadas. No has cambiado
mucho desde que te vi morir. -— Berlín, 1932








Un descubrimiento

La hallé en una tierra legendaria
toda rocas y espliego y dispersa hierba,
donde estaba posada sobre arena empapada
vecina al torrente de un desfiladero.

Los rasgos que combina la señalan como nueva
ante la ciencia: forma y tono —el tinte tan singular,
consanguíneo de la luz de la luna, que atempera su azul,
la parte inferior deslustrada, la franja taraceada.

Han aislado mis agujas su sexo esculpido;
los tejidos corroídos no pudieron ya ocultar
esa mota inapreciable que ahora riza la lágrima
convexa y límpida sobre un portaobjetos iluminado.

Se gira un tornillo lentamente; y saliendo de la bruma
dos ambarados garfios se inclinan simétricamente,
o escamas cual raquetas de amatista
atraviesan el círculo encantado del microscopio.

Yo la hallé y yo le di nombre, al ser versado
en el latín taxonómico; me convertí de ese modo
en padrino de un insecto y su primer
definidor: otra fama ya no quiero.

Desplegada en su alfiler (dormida profundamente),
a salvo de los parientes y la corrosión reptantes,
en la aislada fortaleza donde conservamos
los prototipos de especies ella transcenderá a su polvo.

Oscuros cuadros, tronos, las piedras que los peregrinos besan,
poemas que en morir tardan mil años,
tan sólo remedan la inmortalidad
de esta roja etiqueta sobre una tenue mariposa. -— 1943







Traduciendo
Eugenio Onieguin

1

¿Qué es la traducción? Sobre una bandeja
la airada y pálida cabeza de un poeta,
el parloteo de un loro, el chillido de un mono,
de los muertos la profanación.
Los parásitos con quienes fuiste tan severo
quedarán perdonados si yo obtengo tu perdón,
oh, Pushkin, para mi estratagema:
yo descendí por tu tallo secreto,
y alcancé la raíz, y me alimenté de ella;
después, en una lengua recién aprendida,
otro tallo dejé crecer y he convertido
tu estrofa en soneto configurada
en mi honrada y caminera prosa:
toda espina, pero prima de tu rosa.


2

Las palabras reflejadas sólo pueden tiritar
como alargadas luces que se contorsionan
en el espejo negro de un río
entre la ciudad y la bruma.
¡Esquivo Pushkin! Perseverante,
yo recojo todavía el pendiente de Tatiana,
con tu hastiado libertino continúo aún viajando.
Los errores de otro encuentro,
analizo aliteraciones
que engalanan tus fiestas y hechizan
la gran estrofa cuarta de tu Octavo Canto.
Mi tarea es esta: entremezcladas,
la paciencia de un poeta y la pasión de un escoliasta:
excrementos de paloma por encima de tu estatua. -— 1955

Traducir a Nabokov supone traducir a un admirable traductor que, además, opinó y pontificó de manera constante, irónica y tajante sobre el arte de traducir:
"Al verter Eugenio Onieguin del ruso de Pushkin a mi inglés he sacrificado todo elemento formal, incluyendo el ritmo yámbico cuando su conservación impedía la fidelidad, en favor de un significado pleno y cabal. He sacrificado a mi ideal de literalidad cuanto el melindroso imitador aprecia por encima de la verdad (la elegancia, la eufonía, la claridad, el buen gusto, el uso moderno e incluso la gramática)".
O bien, hablando de la traducción de sus propios poemas rusos al inglés:
"Tan sólo he aceptado un pequeño compromiso: cuando ha resultado posible, he dado la bienvenida a la rima, o a su sombra; pero no le he torcido la cola ni a un verso en pro de la consonancia; y el metro original no ha sido conservado si ello exigía reajustes de sentido".
¿Qué se puede hacer al traducir a Nabokov sino traducirlo como a él le gustaba traducir, es más, como él se traducía a sí mismo? Rigurosa fidelidad. Ahora bien, para ser enteramente fiel a Nabokov y a su espíritu hay que tener bien presente que él jamás era del todo sincero: sus traducciones pueden ser muy fieles porque de vez en cuando comete una infidelidad; y, por supuesto, poseen elegancia, eufonía, claridad, buen gusto...— Javier Marías
Si el lector avezado u observador encuentra en la versión española de estos poemas ciertas licencias (no más de cuatro), no lo tome a mal y piense que quizá Nabokov sonría y aparte el rostro "si a las almas de los muertos hace tiempo les es a veces dado regresar". —Javier Marías

No hay comentarios:

Publicar un comentario