martes, 18 de marzo de 2014

LOUISE-VICTORINE ACKERMANN [11.275]




Louise-Victorine Ackermann

Louise-Victorine Ackermann (apellido de soltera, Choquet) (Niza, 30 de noviembre de 1813 – íbidem, 2 de agosto de 1890) fue una poetisa francesa.

Louise nació en Niza, pero se crio en un ambiente rural cercano a Montdidier, al sudoeste de Amiens. En 1829 su padre, después de haberle otorgado una educación básica en la filosofía de los enciclopedistas, la envió a la escuela en París; en 1838, Victorine Choquet viajó a Berlín para estudiar alemán, y allí se casó con Paul Ackermann, un filólogo alsaciano. Poco después de haber cumplido dos años de una vida matrimonial feliz Paul falleció, por lo que Madame Ackermann volvió a Niza y fue a vivir con una de sus hermanas.

En 1855 publicó Contes en vers, y en 1862 Contes et poésies.
La verdadera reputación de Madame Ackermann, sin embargo, no yace en estos poemas simples y alegres, sino en sus obras posteriores. En 1874 publicó Poésies, premières poésies, poésies philosophiques, un volumen de poemas con gran carga emotiva, en los cuales expresó su rebelión contra el sufrimiento humano. Antes de su publicación, en mayo de 1871, el volumen recibió una crítica entusiasta por E. Caro, publicada en el Revue des deux mondes. Caro, aunque desaprobó la impiété désespérée de los versos, alabó su vigor y la excelencia de su forma.
Poco después de la publicación de este volumen, Madame Ackermann regresó a París, donde formó un círculo se amigos pero no publicó casi nada más que un volumen en prosa, Pensées d'un solitaire ("Pensamientos de un recluso", 1883), al cual le anexó una corta autobiografía. Falleció en Niza el 2 de agosto de 1890.









El amor y la muerte

Mirad ustedes pasar estas parejas efímeras
En los brazos el uno del otro
abrazadas un momento
Todas, antes de mezclar para siempre sus cenizas
hacen el mismo juramento:

Siempre! Una palabra intrépida
que los cielos que envejecen
Con estupor oyen pronunciar
Y que se atreven a repetir de los labios
que palidecen y se helarán.

¿Vosotros que vivís así poco
por qué esta promesa
que un ímpetu de esperanza arranca
a vuestro corazón?
Vano desafío que a la nada echáis
en la ebriedad de un instante de felicidad.

Amantes, acerca de vosotros una voz firme
grita a todo lo que nace: Ama y muere aquí.
La muerte es implacable y el cielo insensible:
no huiréis.

Y bien, ya que le ocurre sin turbio
y sin murmullo
Fuertes de este mismo amor de él que
os emborracháis
y perdidos en el pecho de la
inmensa naturaleza
¡Amad entonces, y morid.

No, no, no todo está dicho
hacia la frágil belleza
cuando un encanto indomable trae el deseo
bajo el fuego de un beso
cuando nuestra pobre arcilla
se estremece de placer.

Nuestro juramento consagrado se lleva
desde un alma inmortal
Esto es ella, que se conmueve cuando
se estremece el cuerpo
oímos su voz y el ruido de su ala
hasta en nuestros ardores.

La repetimos entonces esta palabra
que hace de envidia difumina,
del firmamento, los astros màs radiantes.
Esta palabra que une los corazones
y deviene desde la vida
su atadura para el cielo.

En el éxtasis de una perpetua estrecha
pasan arrastradas estas parejas enamoradas
y no se paran ni para echar con miedo
una mirada en su entorno.

Quedan serenas cuando todo se derrumba y cae,
Su esperanza es su alegría y su apoyo divino
No tropiezan cuando contra una tumba
Sus pies chocan en camino.

Tú mismo, cuándo arreglan tus bosques su delirio,
Cuándo cubres de flores y de sombra sus sendas,
Naturaleza, tú, su madre, tendrías esta sonrisa
¿Si murieran todos enteros?

¡Bajo el velo ligero de la belleza mortal
Encontrar el alma que se busca y que para nosotros brota,
El tiempo de entreverla, de exclamar: Ésta es ella!
Y perderla enseguida.

¡Y perderla para siempre! Este único pensamiento
Convierte en espectro en nuestros ojos la imagen del amor.
¡Y qué! ¡estos votos infinitos, este ardor insensato
Para un ser de un día!

Y tú, serías pues a este punto sin entrañas
Gran Dios que tiene desde el alto
todo sentir y todo ver
Que muchos adioses desoladores y muchos funerales
no puedan conmoverte,

Que a esta tumba obscura dónde nos haces bajar
Tú diga: Custódialos, sus gritos son superfluos.
Se llora amargamente en vano sobre su ceniza;
¡Ya no los devolverás! “

¡Pero no! Dios que se llama bueno, permite que se espere;
Unir para dividir, no es tu dibujo.
Todo lo que se ha querido, fue este día, sobre la tierra
Va a quererse en tu seno.

¡Eternidad del hombre, ilusión! ¡quimera!
¡Mentira del amor y del orgullo humano!
¡No ha tenido para nada, del ayer, este fantasma efímero
Le hace falta un mañana!

Por este relámpago de vida y por esta centella
Que quema un minuto en vuestros corazones asombrados
Olvidáis al improviso el barro materno
Y vuestras suertes limitadas.

¿Huiríais pues, ay temerarios soñadores
Sólo al Poder fatal que destruye creando?
Dejáis una tal esperanza; cada barro es hermano
Frente a la nada.

Decís a la Noche que paso yo en sus velos:
” Amo, y yo espero ver espirar tus antorchas. “
La Noche no contesta nada, pero mañana sus estrellas
Brillarán sobre vuestros sepulcros.

Creéis que el amor de que el áspero fuego os oprime
ha reservado para vosotros su llama y sus departamentos ;
La flor que rompéis suspira con ebriedad:
“¡También nosotros queremos!”

Felices, aspiráis la gran alma invisible
Que todo llena, los bosques, los campos de sus ardores;
La Naturaleza sonríe, pero es insensible:
¿Qué le hacen vuestras felicidades?

Sólo tiene un deseo, la madrastra inmortal,
Y es parir inacabablemente, siempre,
sin fin, todavía.
Madre ávida, ha tomado la eternidad para ella
Y os ha dejado la muerte.

Toda su previdencia es para lo que va a nacer;
El sobrante es confundido en un supremo olvido.
Vosotros, habéis querido, podéis desaparecer:
Su voto se ha realizado.

Cuando un soplo de amor atraviesa vuestros pechos
Sobre borbotones de felicidad que os tiene suspendidos
A los pies de la Belleza cuando manos divinas
Os echan trastornados

Cuando, apremiante sobre este corazón
que va a apagarse pronto
otro objeto doliente, forma vana aquí
Os parece, mortales, que vayáis a apretar
El infinito en vuestros brazos.

Estos delirios sagrados, estos deseos sin medida
Azuzados en vuestras caderas como los ardientes enjambres
Estos delirio, ya es la humanidad futura
Que se agita en vuestros senos.

Se licuará, esta arcilla ligera
Que ha conmovido un instante la alegría y el dolor;
Los vientos van a dispersar este noble polvo
Que fue corazón un tiempo.

Pero otros corazones nacerán y reanudarán la trama
De vuestras esperanzas partidas,
de vuestros amores apagados
Perpetuando vuestras lágrimas, vuestros sueños,
vuestra llama
En las edades lejanas.

Todos los seres, formando una cadena eterna,
se pasan, corriendo, la antorcha del amor.
Cada uno toma velozmente la antorcha inmortal
Y la devuelve a su vuelta.

Cegados por el estallido de su luz errante
Jurad, en la noche dónde el hado os abismó,
Atarla siempre: a vuestra mano moribunda
Ella ya escapa.

Por lo menos habréis visto brillar un relámpago sublime
Habrá surcado vuestra vida un momento
Cayendo, podrá llevar en el abismo
Vuestro vislumbre.

Y cuando él, reine al final del cielo pacífico
Un ser sin piedad que contemplara sufrir
Si su ojo eterno considera, impasible,
el nacimiento y la muerte.

¡Sobre el bordo de la tumba, y bajo esta mirada misma,
Que un movimiento de amor sea todavía vuestro adiós!
¡Sí, haced ver cuánto el hombre es grande cuando quiere,
Y perdonad a Dios!

Poema traducido por Lisa Coco





L'Amour et la Mort

Regardez-les passer, ces couples éphémères !
Dans les bras l'un de l'autre enlacés un moment,
Tous, avant de mêler à jamais leurs poussières,
Font le même serment :

Toujours ! Un mot hardi que les cieux qui vieillissent
Avec étonnement entendent prononcer,
Et qu'osent répéter des lèvres qui pâlissent
Et qui vont se glacer.

Vous qui vivez si peu, pourquoi cette promesse
Qu'un élan d'espérance arrache à votre coeur,
Vain défi qu'au néant vous jetez, dans l'ivresse
D'un instant de bonheur ?

Amants, autour de vous une voix inflexible
Crie à tout ce qui naît : « Aime et meurs ici-bas ! 
La mort est implacable et le ciel insensible ;
Vous n'échapperez pas.

Eh bien ! puisqu'il le faut, sans trouble et sans murmure,
Forts de ce même amour dont vous vous enivrez
Et perdus dans le sein de l'immense Nature,
Aimez donc, et mourez !


Non, non, tout n'est pas dit, vers la beauté fragile
Quand un charme invincible emporte le désir,
Sous le feu d'un baiser quand notre pauvre argile
A frémi de plaisir.

Notre serment sacré part d'une âme immortelle ;
C'est elle qui s'émeut quand frissonne le corps ;
Nous entendons sa voix et le bruit de son aile
Jusque dans nos transports.

Nous le répétons donc, ce mot qui fait d'envie
Pâlir au firmament les astres radieux,
Ce mot qui joint les coeurs et devient, dès la vie,
Leur lien pour les cieux.

Dans le ravissement d'une éternelle étreinte
Ils passent entraînés, ces couples amoureux,
Et ne s'arrêtent pas pour jeter avec crainte
Un regard autour d'eux.

Ils demeurent sereins quand tout s'écroule et tombe ;
Leur espoir est leur joie et leur appui divin ;
Ils ne trébuchent point lorsque contre une tombe
Leur pied heurte en chemin.

Toi-même, quand tes bois abritent leur délire,
Quand tu couvres de fleurs et d'ombre leurs sentiers,
Nature, toi leur mère, aurais-tu ce sourire
S'ils mouraient tout entiers ?

Sous le voile léger de la beauté mortelle
Trouver l'âme qu'on cherche et qui pour nous éclôt,
Le temps de l'entrevoir, de s'écrier : « C'est Elle ! 
Et la perdre aussitôt,

Et la perdre à jamais ! Cette seule pensée
Change en spectre à nos yeux l'image de l'amour.
Quoi ! ces voeux infinis, cette ardeur insensée
Pour un être d'un jour !


Et toi, serais-tu donc à ce point sans entrailles,
Grand Dieu qui dois d'en haut tout entendre et tout voir,
Que tant d'adieux navrants et tant de funérailles
Ne puissent t'émouvoir,

Qu'à cette tombe obscure où tu nous fais descendre
Tu dises : « Garde-les, leurs cris sont superflus.
Amèrement en vain l'on pleure sur leur cendre ;
Tu ne les rendras plus ! »

Mais non ! Dieu qu'on dit bon, tu permets qu'on espère ;
Unir pour séparer, ce n'est point ton dessein.
Tout ce qui s'est aimé, fût-ce un jour, sur la terre,
Va s'aimer dans ton sein.


Éternité de l'homme, illusion ! chimère !
Mensonge de l'amour et de l'orgueil humain !
Il n'a point eu d'hier, ce fantôme éphémère,
Il lui faut un demain !

Pour cet éclair de vie et pour cette étincelle
Qui brûle une minute en vos coeurs étonnés,
Vous oubliez soudain la fange maternelle
Et vos destins bornés.

Vous échapperiez donc, ô rêveurs téméraires
Seuls au Pouvoir fatal qui détruit en créant ?
Quittez un tel espoir ; tous les limons sont frères
En face du néant.

Vous dites à la Nuit qui passe dans ses voiles :
« J'aime, et j'espère voir expirer tes flambeaux. »
La Nuit ne répond rien, mais demain ses étoiles
Luiront sur vos tombeaux.

Vous croyez que l'amour dont l'âpre feu vous presse
A réservé pour vous sa flamme et ses rayons ;
La fleur que vous brisez soupire avec ivresse :
« Nous aussi nous aimons !

Heureux, vous aspirez la grande âme invisible
Qui remplit tout, les bois, les champs de ses ardeurs ;
La Nature sourit, mais elle est insensible :
Que lui font vos bonheurs ?

Elle n'a qu'un désir, la marâtre immortelle,
C'est d'enfanter toujours, sans fin, sans trêve, encor.
Mère avide, elle a pris l'éternité pour elle,
Et vous laisse la mort.

Toute sa prévoyance est pour ce qui va naître ;
Le reste est confondu dans un suprême oubli.
Vous, vous avez aimé, vous pouvez disparaître :
Son voeu s'est accompli.

Quand un souffle d'amour traverse vos poitrines,
Sur des flots de bonheur vous tenant suspendus,
Aux pieds de la Beauté lorsque des mains divines
Vous jettent éperdus ;

Quand, pressant sur ce coeur qui va bientôt s'éteindre
Un autre objet souffrant, forme vaine ici-bas,
Il vous semble, mortels, que vous allez étreindre
L'Infini dans vos bras ;

Ces délires sacrés, ces désirs sans mesure
Déchaînés dans vos flancs comme d'ardents essaims,
Ces transports, c'est déjà l'Humanité future
Qui s'agite en vos seins.

Elle se dissoudra, cette argile légère
Qu'ont émue un instant la joie et la douleur ;
Les vents vont disperser cette noble poussière
Qui fut jadis un coeur.

Mais d'autres coeurs naîtront qui renoueront la trame
De vos espoirs brisés, de vos amours éteints,
Perpétuant vos pleurs, vos rêves, votre flamme,
Dans les âges lointains.

Tous les êtres, formant une chaîne éternelle,
Se passent, en courant, le flambeau de l'amour.
Chacun rapidement prend la torche immortelle
Et la rend à son tour.

Aveuglés par l'éclat de sa lumière errante,
Vous jurez, dans la nuit où le sort vous plongea,
De la tenir toujours : à votre main mourante
Elle échappe déjà.

Du moins vous aurez vu luire un éclair sublime ;
Il aura sillonné votre vie un moment ;
En tombant vous pourrez emporter dans l'abîme
Votre éblouissement.

Et quand il régnerait au fond du ciel paisible
Un être sans pitié qui contemplât souffrir,
Si son oeil éternel considère, impassible,
Le naître et le mourir,

Sur le bord de la tombe, et sous ce regard même,
Qu'un mouvement d'amour soit encor votre adieu !
Oui, faites voir combien l'homme est grand lorsqu'il aime,
Et pardonnez à Dieu ! 







À la Comète de 1861

Bel astre voyageur, hôte qui nous arrives
Des profondeurs du ciel et qu'on n'attendait pas,
Où vas-tu ? Quel dessein pousse vers nous tes pas ?
Toi qui vogues au large en cette mer sans rives,
Sur ta route, aussi loin que ton regard atteint,
N'as-tu vu comme ici que douleurs et misères ?
Dans ces mondes épars, dis ! avons-nous des frères ?
T'ont-ils chargé pour nous de leur salut lointain ?

Ah ! quand tu reviendras, peut-être de la terre
L'homme aura disparu. Du fond de ce séjour
Si son œil ne doit pas contempler ton retour,
Si ce globe épuisé s'est éteint solitaire,
Dans l'espace infini poursuivant ton chemin,
Du moins jette au passage, astre errant et rapide,
Un regard de pitié sur le théâtre vide
De tant de maux soufferts et du labeur humain. 







Dernier Mot

Un dernier mot, Pascal ! A ton tour de m'entendre
Pousser aussi ma plainte et mon cri de fureur.
Je vais faire d'horreur frémir ta noble cendre,
Mais du moins j'aurai dit ce que j'ai sur le cœur.

A plaisir sous nos yeux lorsque ta main déroule
Le tableau désolant des humaines douleurs,
Nous montrant qu'en ce monde où tout s'effondre et croule
L'homme lui-même n'est qu'une ruine en pleurs,
Ou lorsque, nous traînant de sommets en abîmes,
Entre deux infinis tu nous tiens suspendus,
Que ta voix pénétrant en leurs fibres intimes,
Frappe à cris redoublés sur nos cœurs éperdus,
Tu crois que tu n'as plus dans ton ardeur fébrile,
Tant déjà tu nous crois ébranlés, abêtis,
Qu'à dévoiler la Foi, monstrueuse et stérile,
Pour nous voir sur son sein tomber anéantis.
A quoi bon le nier ? dans tes sombres peintures,
Oui, tout est vrai, pascal, nous le reconnaissons :
Voilà nos désespoirs, nos doutes, nos tortures,
Et devant l'Infini ce sont là nos frissons.
Mais parce qu'ici-bas par des maux incurables,
Jusqu'en nos profondeurs, nous nous sentons atteints,
Et que nous succombons, faibles et misérables,
Sous le poids accablant d'effroyables destins,
Il ne nous resterait, dans l'angoisse où nous sommes,
Qu'à courir embrasser cette Croix que tu tiens ?
Ah ! nous ne pouvons point nous défendre d'être hommes,
Mais nous nous refusons à devenir chrétiens.
Quand de son Golgotha, saignant sous l'auréole,
Ton Christ viendrait à nous, tendant ses bras sacrés,
Et quand il laisserait sa divine parole
Tomber pour les guérir en nos cœurs ulcérés ;
Quand il ferait jaillir devant notre âme avide
Des sources d'espérance et des flots de clarté,
Et qu'il nous montrerait dans son beau ciel splendide
Nos trônes préparés de toute éternité,
Nous nous détournerions du Tentateur céleste
Qui nous offre son sang, mais veut notre raison.
Pour repousser l'échange inégal et funeste
Notre bouche jamais n'aurait assez de Non !
Non à la Croix sinistre et qui fit de son ombre
Une nuit où faillit périr l'esprit humain,
Qui, devant le Progrès se dressant haute et sombre.
Au vrai libérateur a barré le chemin ;
Non à cet instrument d'un infâme supplice
Où nous voyons, auprès du divin Innocent
Et sous les mêmes coups, expirer la Justice ;
Non à notre salut s'il a coûté du sang ;
Puisque l'Amour ne peut nous dérober ce crime,
Tout en l'enveloppant d'un voile séducteur,
Malgré son dévoûment, Non ! même à la Victime,
Et Non par-dessus tout au Sacrificateur !
Qu'importe qu'il soit Dieu si son œuvre est impie ?
Quoi ! c'est son propre fils qu'il a crucifié ?
Il pouvait pardonner, mais il veut qu'on expie ;
Il immole, et cela s'appelle avoir pitié !

Pascal, à ce bourreau, toi, tu disais : « Mon Pere. »
Son odieux forfait ne t'a point révolté ;
Bien plus, tu l'adorais sous le nom de mystère,
Tant le problème humain t'avait épouvanté.
Lorsque tu te courbais sous la Croix qui t'accable,
Tu ne voulais, hélas ! qu'endormir ton tourment,
Et ce que tu cherchais dans un dogme implacable,
Plus que la vérité, c'était l'apaisement,
Car ta Foi n'était pas la certitude encore ;
Aurais-tu tant gémi si tu n'avais douté ?
Pour avoir reculé devant ce mot : J'ignore,
Dans quel gouffre d'erreurs tu t'es précipité !
Nous, nous restons au bord. Aucune perspective,
Soit Enfer, soit Néant, ne fait pâlir nos fronts,
Et s'il faut accepter ta sombre alternative,
Croire ou désespérer, nous désespérerons.
Aussi bien, jamais heure à ce point triste et morne
Sous le soleil des cieux n'avait encor sonné ;
Jamais l'homme, au milieu de l'univers sans borne,
Ne s'est senti plus seul et plus abandonné.
Déjà son désespoir se transforme en furie ;
Il se traîne au combat sur ses genoux sanglants,
Et se sachant voué d'avance à la tuerie,
Pour s'achever plus vite ouvre ses propres flancs.

Aux applaudissements de la plèbe romaine
Quand le cirque jadis se remplissait de sang,
Au-dessus des horreurs de la douleur humaine,
Le regard découvrait un César tout puissant.
Il était là, trônant dans sa grandeur sereine,
Tout entier au plaisir de regarder souffrir,
Et le gladiateur, en marchant vers l'arène,
Savait qui saluer quand il allait mourir.
Nous, qui saluerons-nous ? à nos luttes brutales
Qui donc préside, armé d'un sinistre pouvoir ?
Ah ! seules, si des Lois aveugles et fatales
Au carnage éternel nous livraient sans nous voir,
D'un geste résigné nous saluerions nos reines.
Enfermé dans un cirque impossible à franchir,
L'on pourrait néanmoins devant ces souveraines,
Tout roseau que l'on est, s'incliner sans fléchir.
Oui, mais si c'est un Dieu, maître et tyran suprême,
Qui nous contemple ainsi nous entre-déchirer,
Ce n'est plus un salut, non ! c'est un anathème
Que nous lui lancerons avant que d'expirer.
Comment ! ne disposer de la Force infinie
Que pour se procurer des spectacles navrants,
Imposer le massacre, infliger l'agonie,
Ne vouloir sous ses yeux que morts et que mourants !
Devant ce spectateur de nos douleurs extrêmes
Notre indignation vaincra toute terreur ;
Nous entrecouperons nos râles de blasphèmes,
Non sans désir secret d'exciter sa fureur.
Qui sait ? nous trouverons peut-être quelque injure
Qui l'irrite à ce point que, d'un bras forcené,
Il arrache des cieux notre planète obscure,
Et brise en mille éclats ce globe infortuné.
Notre audace du moins vous sauverait de naître,
Vous qui dormez encore au fond de l'avenir,
Et nous triompherions d'avoir, en cessant d'être,
Avec l'Humanité forcé Dieu d'en finir.
Ah ! quelle immense joie après tant de souffrance !
A travers les débris, par-dessus les charniers,
Pouvoir enfin jeter ce cri de délivrance :
« Plus d'hommes sous le ciel, nous sommes les derniers ! » 






La Guerre

Du fer, du feu, du sang ! C'est elle ! c'est la Guerre
Debout, le bras levé, superbe en sa colère,
Animant le combat d'un geste souverain.
Aux éclats de sa voix s'ébranlent les armées ;
Autour d'elle traçant des lignes enflammées,
Les canons ont ouvert leurs entrailles d'airain.

Partout chars, cavaliers, chevaux, masse mouvante !
En ce flux et reflux, sur cette mer vivante,
A son appel ardent l'épouvante s'abat.
Sous sa main qui frémit, en ses desseins féroces,
Pour aider et fournir aux massacres atroces
Toute matière est arme, et tout homme soldat.

Puis, quand elle a repu ses yeux et ses oreilles
De spectacles navrants, de rumeurs sans pareilles,
Quand un peuple agonise en son tombeau couché,
Pâle sous ses lauriers, l'âme d'orgueil remplie,
Devant l'œuvre achevée et la tâche accomplie,
Triomphante elle crie à la Mort: « Bien fauché ! »

Oui, bien fauché ! Vraiment la récolte est superbe ;
Pas un sillon qui n'ait des cadavres pour gerbe !
Les plus beaux, les plus forts sont les premiers frappés.
Sur son sein dévasté qui saigne et qui frissonne
L'Humanité, semblable au champ que l'on moissonne,
Contemple avec douleur tous ces épis coupés.

Hélas ! au gré du vent et sous sa douce haleine
Ils ondulaient au loin, des coteaux à la plaine,
Sur la tige encor verte attendant leur saison.
Le soleil leur versait ses rayons magnifiques ;
Riches de leur trésor, sous les cieux pacifiques,
Ils auraient pu mûrir pour une autre moisson.


II

Si vivre c'est lutter, à l'humaine énergie
Pourquoi n'ouvrir jamais qu'une arène rougie ?
Pour un prix moins sanglant que les morts que voilà
L'homme ne pourrait-il concourir et combattre ?
Manque-t-il d'ennemis qu'il serait beau d'abattre ?
Le malheureux ! il cherche, et la Misère est là !

Qu'il lui crie : « A nous deux ! » et que sa main virile
S'acharne sans merci contre ce flanc stérile
Qu'il s'agit avant tout d'atteindre et de percer.
A leur tour, le front haut, l'Ignorance et le Vice,
L'un sur l'autre appuyé, l'attendent dans la lice :
Qu'il y descende donc, et pour les terrasser.

A la lutte entraînez les nations entières.
Délivrance partout ! effaçant les frontières,
Unissez vos élans et tendez-vous la main.
Dans les rangs ennemis et vers un but unique,
Pour faire avec succès sa trouée héroïque,
Certes ce n'est pas trop de tout l'effort humain.

L'heure semblait propice, et le penseur candide
Croyait, dans le lointain d'une aurore splendide,
Voir de la Paix déjà poindre le front tremblant.
On respirait. Soudain, la trompette à la bouche,
Guerre, tu reparais, plus âpre, plus farouche,
Écrasant le progrès sous ton talon sanglant.

C'est à qui le premier, aveuglé de furie,
Se précipitera vers l'immense tuerie.
A mort ! point de quartier ! L'emporter ou périr!
Cet inconnu qui vient des champs ou de la forge
Est un frère ; il fallait l'embrasser, - on l'égorge.
Quoi ! lever pour frapper des bras faits pour s'ouvrir !

Les hameaux, les cités s'écroulent dans les flammes.
Les pierres ont souffert ; mais que dire des âmes ?
Près des pères les fils gisent inanimés.
Le Deuil sombre est assis devant les foyers vides,
Car ces monceaux de morts, inertes et livides,
Étaient des cœurs aimants et des êtres aimés.

Affaiblis et ployant sous la tâche infinie,
Recommence, Travail ! rallume-toi, Génie !
Le fruit de vos labeurs est broyé, dispersé.
Mais quoi ! tous ces trésors ne formaient qu'un domaine ;
C'était le bien commun de la famille humaine,
Se ruiner soi-même, ah ! c'est être insensé !

Guerre, au seul souvenir des maux que tu déchaînes,
Fermente au fond des cœurs le vieux levain des haines ;
Dans le limon laissé par tes flots ravageurs
Des germes sont semés de rancune et de rage,
Et le vaincu n'a plus, dévorant son outrage,
Qu'un désir, qu'un espoir : enfanter des vengeurs.

Ainsi le genre humain, à force de revanches,
Arbre découronné, verra mourir ses branches,
Adieu, printemps futurs ! Adieu, soleils nouveaux !
En ce tronc mutilé la sève est impossible.
Plus d'ombre, plus de fleurs ! et ta hache inflexible,
Pour mieux frapper les fruits, a tranché les rameaux.


III

Non, ce n'est point à nous, penseur et chantre austère,
De nier les grandeurs de la mort volontaire ;
D'un élan généreux il est beau d'y courir.
Philosophes, savants, explorateurs, apôtres,
Soldats de l'Idéal, ces héros sont les nôtres :
Guerre ! ils sauront sans toi trouver pour qui mourir.

Mais à ce fier brutal qui frappe et qui mutile,
Aux exploits destructeurs, au trépas inutile,
Ferme dans mon horreur, toujours je dirai : « Non ! »
O vous que l'Art enivre ou quelque noble envie,
Qui, débordant d'amour, fleurissez pour la vie,
On ose vous jeter en pâture au canon !

Liberté, Droit, Justice, affaire de mitraille !
Pour un lambeau d'Etat, pour un pan de muraille,
Sans pitié, sans remords, un peuple est massacré.
- Mais il est innocent ! - Qu'importe ? On l'extermine.
Pourtant la vie humaine est de source divine :
N'y touchez pas, arrière ! Un homme, c'est sacré !

Sous des vapeurs de poudre et de sang, quand les astres
Pâlissent indignés parmi tant de désastres,
Moi-même à la fureur me laissant emporter,
Je ne distingue plus les bourreaux des victimes ;
Mon âme se soulève, et devant de tels crimes
Je voudrais être foudre et pouvoir éclater.

Du moins te poursuivant jusqu'en pleine victoire,
A travers tes lauriers, dans les bras de l'Histoire
Qui, séduite, pourrait t'absoudre et te sacrer,
O Guerre, Guerre impie, assassin qu'on encense,
Je resterai, navrée et dans mon impuissance,
Bouche pour te maudire, et cœur pour t'exécrer ! 

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