viernes, 9 de marzo de 2012

ESTEBAN UREÑA [6.071]


Esteban Ureña 

(San José, 1971). Poeta, profesor y editor. Realizó estudios de Filología Española y Literatura Latinoamericana en la Universidad de Costa Rica (UCR). Fue miembro del Taller de Literatura Activa Eunice Odio y del colectivo Octubre-Alfil 4. Actualmente trabaja como editor de libros de texto. Publicó el poemario Bestiario de amor (San José: ECR, 2004) y Minutos después del accidente, (San José: Euned, 2014).

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Mi amor por vos es copia…

a E. S.

Mi amor por vos es copia
de un amor más grande,
reflejo de un amor más grande,
vislumbre de algo que no se llama Dios
ni eternidad ni locura,
algo más inmediato
e invisible.

Pero mi cuerpo, turbio a estas razones,
se niega a caer en el placer
que la repetición le abre.
Afuera pasan los payasos
con sus chilillos de pólvora
y por mi ventana asoma su ojo
la giganta
buscando al insignificante diablo.

Hoy, mi amor por vos he regalado
a mi rostro su verdadera máscara
y la giganta huye con un remolino
en brazos; ya no su hijo
sino al río lleva en ellos.

Llevo tu nombre, el otro,
oculto en la mano;
dulzaina en llamas
envuelta por mi cuerpo
cayendo en la hondonada.

Pp. 19-20





I

Terco malevaje,
cesura siempre,
ironía rota contra las palabras.

La imagen
nunca más
sino la sombra que envuelve
un retrato de mi padre
donde cierra los labios
su húmedo marfil
contra mi frente.
No saliva
sino sílaba,
cruel multitud.

Hacerte hablar
como un autómata.
Echarte agua en el piquito,
recoger tu excremento,
aplaudirlo con gesto
volteriano.

Cenar con apetito
mientras madre
te come vivo.

El lunar
que alguna vez fue tu sexo,
tu carta atroz,
el día en que Tito
te llevaba a enterrar
sonriendo
con resignación.

Ya no te defendés
contra la lluvia
lavándote
la carne.

Sos chiquito,
mirás cómo cae la tarde
y preferís encerrarte en el ropero.





II

De dónde esta alegría
al oír mi condena a muerte.

Tal vez de tu rostro,
padre amado,
de su sombra.

Crezco con esta muerte
que me viene a sorprender
cuando creía todo perdido.
Golpe del azar,
afán terrorista de la civilización,
¿qué más da?

Me muero
y no podés evitarlo,
bajás la cabeza.

De “La raíz de la mandrágora”, pp. 113-115

Mauro D´Annunzio, Esteban Ureña y Agustín Castillo





EN LA ALDEA

Si estuviera en una aldea neolítica y hablara de la superstición y de la ciencia, nadie entendería. Como si entonces alguien hubiera hablado en términos modernos: lo habrían ignorado, lapidado, olvidado. Pero si estuviera en una aldea neolítica, no podría saberlo, no podría imaginarme miles de años después sentada frente a una computadora, bebiendo mis tazas de positivismo y democracia de mercado. La conclusión es obvia: estoy en una aldea neolítica, pero no puedo saberlo, estoy condenada al olvido, y por la ventana de mi vocho 69 miro pasar, por la autopista helada de Bering, las manadas de bisontes que me sobrevivirán.





SELECCIÓN ARTIFICIAL

Que entre tres mil millones de mujeres
te elegí a vos… pues seamos francos
a lo sumo
entre vos y quedarme solo
nadando en mi cama como un cuatro colas
o uno de esos tontos betas
que se incendian con su imagen.

Y aunque el asunto fuera entre la soledad y vos
pensalo: no es poca cosa.
¿A quién más podría mostrarle
estos que son como animales, pero grandes,
estos árboles? ¿Con quién discutiría por horas
sobre la calidad del naranja
cuando atardece en Moyogalpa
o Malpaís?

Vamos: muchos se quedan
con la soledad, incluso
si escogieron (o creyeron escoger)
una mujer y hasta dos.

Dale un poco más de vuelta: en realidad
nadie elige a una mujer entre varias.
Nadie.

Pensalo bien.
No es poca cosa.





PLAZA DE LA CULTURA

Nada, un niño se retrataba en las palomas,
en su correteo suicida por sujetar
el muelle plumón verdoso, su garganta
que escapaba cada vez con un batir de alas irregular y rítmico.

En la plaza vemos rostros, bigotes, piernas del verano
como si reconociéramos un evento más allá
de la nariz del tío Ovidio
agarrada de una cabeza extraña,
de un cuerpo que huye con los cachetitos
de la prima Virginia.

¿Alguno se busca en la fachada del Teatro,
en los ángeles que pagaron por sus alas
un reposo de mármol, donde muere el hollín
y cagan las palomas?

Cada niño parece saber que el juego es su espejo
pues pronto vienen más, lo siguen, tratan de ayudarlo
mientras yo empuño un carboncillo ardiente
y voy dibujando, sin que nadie lo perciba,
mi rostro antiguo sobre el cuerpo infantil,
la expresión de otro niño que arrulla un cadáver de plumas.


(NOTA: El texto “Plaza de la Cultura” se publicó en el libro de poesía: Ureña, Esteban. Bestiario de amor, San José : Editorial Costa Rica, 2004.)




Minutos después del accidente: tres poemas

estado de vigilia

I

No veo a los físicos corriendo a estremecer los árboles de manzana, los físicos orbitando cabizbajos el Anfiteatro Flavio, esperando que la anomalía de Mercurio les reponga su secreto
a cambio de una humildad de cuero de sandalia, no los veo enfocando sus lentes simples ni sus telescopios compuestos sobre el iris (espejo del alma) de Santo Tomás para disolver la decadencia de una escuela a la que le robaron el hueso de la suerte, con el que hicieron esa honda para lanzar esa piedra para atacar, pero no al Goliath que en ocasiones llevó en su espalda de Cristóbal a un David medieval como nosotros (escribano glosador comentarista etc.), sino para lanzarla lejos, a un lugar de la Tierra donde ya nadie alcanza a verla, donde existe probablemente. Hemos oído esta moderna lección de física, de hecho, de toda la Ciencia: Dios sí tira los dados donde no los ve; ese es el real objeto de la ciencia —no el golpe de dados, claro está—: su ceguera. 


II

Estas historias se me presentan por la noche por mi curiosidad de saber dónde están los físicos. Duele esto de preguntarse por ellos: lo mejor sería no pensar, no sufrir. Orbitan la Tierra como bolsa de gatos en lugar de Luna. Viven lógicamente por fuera de su alma. ¿Quién se interesa por esto? Aman, odian. ¿Por qué lo hacen? No tengo idea, son arrastrados a eso y son la fuerza de arrastre: la inercia vuelta loca. Me abrumo.



III

Es más fácil imaginar a Dios orbitando cabizbajo el Anfiteatro Flavio, usando la tira de cuero como honda para tratar de alcanzar la Luna con pedazos de estiércol, estremeciendo árboles en el trópico para conseguir una guayaba menos picada de pájaros, o una con tantos huecos que suba al dejarla caer, más fácil verlo torturando gatos silenciosos en cajas a prueba de sonido, o soltando al aire platos que suben y bajan, platos que giran, platos que se tambalean. Eso dicen: se trataba de mucho más. Dios no sabe si tiró los dados, y le da lo mismo que lo golpee en la frente una manzana madura, un fotón o un planeta.



IV

Algunos prefieren el experimento de Schrödinger con un gato atiborrado de antidepresivos, sin considerar una cápsula de cianuro. Pero esos son los menos. Argumentan lo siguiente: ¿cómo estaban tan seguros de que el gato iba a estar vivo si no estallaba la cápsula? ¿Y si acababa de morir?, ¿si el cianuro reventó después de que muriera?, ¿si entonces no lo mató?, ¿al gato no lo observa la muerte? Dirán que no importa, que justamente de eso se trata; eso dirán. Pero a diario mueren gatos en el mundo, de abandono, autovejez, de nictofobia, hiperhidratación, es posible. Y la verdad es un argumento incontestable. Las condiciones controladas no existen ni en los experimentos pensados. O dicho así: todos son experimentos pensados.

(a Piranesi ingrato)





la impresora

Quería poner en papel
todo lo que sé sobre tu cuerpo

Lo creemos muy inteligente
—más que aquel chimpancé en prekínder—
toda vez que siga sin hablar

Pero como decía Henry Spencer Ashbee
el bibliotecario londinense
no importa cuánto una mujer cierre las piernas
aun sentada en misa se asoman sus labios
como los tuyos hoy por la mañana
dormías con las rodillas encogidas

También quise hablar de tu clítoris
monje encapuchado en martes de grasa
martes de guerra
pero me quedé pensando
en la doble ironía de tus labios
tan callados, como ausentes

Quiero algo
pero no una imagen
hablar en vúlvico o montepubiano

Por la noche, en serio intento escuchar
tu ponencia, tu explicación sobre los
modernos procesos en la imprenta

te contaría luego que el tejido del papel
se hace de encino, que por eso es fuerte
como un roble y soporta la verdad:
en el trenzado de sus fibras microscópicas
todavía está su mirada de horror
frente a la sierra

Pero empezás a mover tus labios
en tu película muda, tu gabinete,
no presto la menor atención a tus palabras

Antes, ya no recuerdo cuánto,
era bastante honesto.
Ahora solo finjo:
que te quiero con el alma
que me importa algo más que tu cuerpo
que hay otras muchas cosas
que no logro decir

Quería poner en papel
todo lo que sé sobre tu cuerpo

y no solo tus labios
no solo tus labios
no solo tus labios



xocolatzin

Dos minutos después del accidente
asomabas medio cuerpo por la ventana
del cuatro por cuatro, y tus tetas veían
la luz fuera del top de algodón

Del chofer distinguí apenas una gelatina negra
plumas de zanate ensangrentadas

Te recordé de playa Naranjo, aquellas tetas
que nunca creí contemplar. No eran
como las imaginé. De cerca, desmayadas,
resultaban más hermosas
y nada sabían del orgullo de su dueña
de mujer deseable, dormían sin sueños

Me acerqué mientras el carro se estrellaba
todavía en mi cabeza, varias veces,
sobre la banda sin fin del asfalto

Aún los zopilotes no habían olido la sangre
Aún no sabía si estabas muerta
Aún estaban lejos las veloces sombras

“Ningún mal hago —pensé—
si la acaricio”. Tomé un pezón entre mis labios
mientras sostenía su pecho como un tazón de chocolate

“Nada puede sentir —pensé más—
desmayada de esa forma”. Y entonces el pezón
se endureció un poco y los vellos paraditos
de tus tetas reflejaban el sol

Mientras corría a buscar un teléfono, gritaba:
“¿Pero entonces quién siente ese placer?”
“¿Dónde está ese, el que siente el placer?”

Y fui solo un pellejo de luz
sobre el río inmóvil de alquitrán






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