domingo, 7 de noviembre de 2010

1757.- IRAIDA ITURRALDE


Iraida Iturralde y Flores Chaviano. Foto: Mae Liz Orrego.



Iraida Iturralde
Nació en La Habana, Cuba (1954). Poeta, editora, traductora y profesora. Es graduada de New York University y Columbia University. Ha sido co-editora de las revistas literarias Románica, de la Universidad de Nueva York, y Lyra. Ha sido ganadora de la Beca Cintas en la categoría de Literatura (1982-83) y en años posteriores de la Fundación Ford y del Consorcio de Artes de los Estados del Atlántico Medio. De 1999 a 2007 fue presidenta del Centro Cultural Cubano de Nueva York, y actualmente dirige su programación. Ha publicado los libros de poesía: Hubo la viola (1979), El libro de Josefat (1983), Tropel de Espejos (1989), Discurso de las Infantas (1997) y La Isla Rota (2002). Su poesía ha sido publicada en revistas especializadas en Estados Unidos, América Latina y Europa, y ha aparecido en numerosas antologías, entre éstas: Fiesta del poeta (1977), Poesía hispanoamericana en Nueva York (1979), Poetas cubanos en Nueva York (1988), Los Atrevidos: Cuban American Writers (1989), Poetas cubanas en Nueva York / Cuban Women Poets in New York (1991), Antología de la poesía cubana (2002) y The Whole Island (2010).




PRESO EL ANTÍLOPE

Quiero decir que no soy la misma,
o que soy la misma desropada al viento.
Corro hacia un valle liso,
sin luna,
porque no llevo abrigo,
no escalo las alturas,
nadie me arrulla.

Una gacela audaz
me quitó el aliento.
Sólo su imagen me persigue,
tan clara y transparente
que quema la noche,
la densa espuma.

Mi gran andanza de poeta
por Egipto y por España
hoy se hace diminuta,
un bosque chico y encantado
en el trillo de la bestia,
el manso y libre ciervo
que hoy alumbra y desenreda
mi aposento.

Me queda sólo ese animal.
Está aquí, muy adentro.
Preso el antílope,
salgo casi desnuda.
No temo al verso.






MÍSTICA DEL POTRO

Yo veo en el ojo noble del caballo
un acertijo oscuro e indomable.
Por eso me retraigo. Embiste su mirada
contra el muro de la piel y entabla
en carne propia un coloquio endemoniado.
Por eso indago. Puede la bestia
penetrar el muro si el alma,
a todo trote, se espanta ante su ojo
rebelde y asustado. Por eso me detengo.
Acaso no es heraldo de una fe y oculta
la sonrisa tras la máscara del susto,
azuzado su gran rictus por el dogma,
las riendas en la nuca
tirantes y anudadas por el miedo.
Por eso imploro. Si nací yo bestia
también en el ocaso, quién unta la piel seca
de un paladar divino, y si perdí el aliento
en el festín de asombros, de quién la flecha
que me hiere el vientre. Por eso pienso.
Si la conciencia que en fugaz rescate
con dulce néctar a ratos me alimenta,
qué absurdo desespero el del caballo,
imitando al ciego temeroso y descarriado
que lo amarra en un jardín,
apenas floreciente. Por eso digo.
Ah, que yo alcance a subirme desnuda
en su ancho lomo, aún cerrero y puro.
Qué libre soy. Qué incierto júbilo me aguarda.






CAMBODIA REVISITED

"O' brave new world
that has such people in't!"
The Tempest

Miguel, mi amigo, que fue a Pnom Penh,
me muestra con asombro la otra cara del silencio,
cómo cuelgan, despegados, los órganos del cuerpo
y los cráneos se amontonan
y a un niño lo revientan, golpe a golpe,
contra un árbol o, lanzado hacia el espacio,
le disparan (como a un pájaro en el viento),
y muere inmóvil y plomizo cada hueso, muchos huesos,
hacinados y clavados al cemento, y la carne
la pellizcan con tenazas de hierro
y el alma se retuerce hasta la médula,
y los ojos, cada ojo, miran secos
(son de yeso).

El furor de la barbarie
oculta el pétalo del agua,
la espiga abierta.
El violín se rompe
ante el alarido de las bestias.
Escúchame, Miguel,
mejor nos vamos lejos de este mundo,
esta densa resaca que entumece.






LA PÉRDIDA DE LA INOCENCIA

-11 de septiembre de 2001-

No hay palabras que evoquen a una tierra
despojada de metáforas.
Los ojos están rajados,
también la boca, la sonrisa,
el alma está hueca, aplastada muchas veces
por el hierro que fue hierro
en los escombros.
Para qué sirven hoy las horas y los días,
los siglos de añoranza,
la alegría,
los techos con festones
anunciando la luz de la ciudad
como un retoño eterno.
Por qué esta forzosa despedida,
por qué este espejo que empaña
nuestro rostro más antiguo,
por qué esta bestia,
este eco siniestro y desmedido
negando en vano que somos lo que somos,
que amamos esta ciudad de hadas,
su libre desenfreno,
su espíritu de pájaro y de ardilla,
que la amamos feroces,
repleta de poetas, de parques verdes
y violines perdidos,
que la amamos para siempre y más aún
en este instante
cuando el sol se encoge, herido
y un humo oscuro se esparce
como una plaga sutil sobre la grama.






CORNELIA PÉREZ MONTES DE OCA

Antes que asomara a la vida,
yo buscaba las líneas de su cara
y miraba lentamente
los dedos largos y huesudos de sus manos.
Supe que sus ojos eran grandes y hermosos
y que su alma de antílope
sostenía mi aliento.
Mi abuela estaba hecha de un manantial erguido
y su risa impulsaba el agua hacia las nubes,
para luego regresar, lisa y serena,
a llenar el fondo de mi cuerpo.
Me acordé que me quería una tarde, en la almohada,
cuando desvelaba mi siesta con acertijos de números
y sumaba contenta, como un ábaco hechizado,
los cuatro puntos de mi frente.
Hoy quise soñar que de nuevo me hablaba,
pero su fe era el prodigio de un ángel infinito
y cuando vio que rebosaba
se la llevó a colmar otro universo.






PASAJE DE LA NIÑA MUDA

Vengo a recoger mi infancia,
mi frágil permanencia,
donde no hay nada que inmuta
el sonido de los pájaros.
Vengo a recoger un cálido espesor de mirlos,
el cántico lejano de mi primer poema,
donde las palabras
son tiernas andanzas de conciencia
y aún pienso que soy ave en el recinto.

Vengo a recoger mi infancia,
me detengo:
un hombre en la mañana
me adivina con los ojos, sabe
que me ensancho en su recodo.
Al fondo, el arcoiris de los peces
ya le anuncia que vengo a su despacho.
Siente que ando revoltosa,
embriagada por la vida,
pero él finge que no escucha,
que desconoce este sonido descalzo de mis pasos,
que ignora que lo busco, como un grillo inquieto,
a robarle sus papeles
y abrigarlo en mi arrebato.

Vengo a recoger mi infancia,
mi frágil permanencia.
Los folletines de mi padre
son de mil colores. Apenas leo,
y las letras se suponen insignias misteriosas
del verso en el espacio.
Hay sol afuera. Un aura refulgente
ilumina el pasillo que da al patio,
pero a ratos me estremezco:
un extraño caduceo está impreso en los cuadernos,
los papeles infinitos que reposan ordenados
en la mesa de su cuarto.

Vengo a recoger mi infancia
y deseo que mi padre sea un halcón,
que bese el cielo y, afanoso,
regrese como un ángel voraz entre las plantas.
Pero el hombre que me mira
es sabio e inocente.
No teme al báculo de Asclepio
que gira acanalado en el sondeo serpentino
de dos culebras raras.


La piel, que es frágil,
se conmueve.
Hoy mi padre viaja permanente en el espacio
y yo, arrullada por los mirlos de mi infancia,
ya no hablo.






FRAGMENTO DEL EDÉN

para Bili y Fernan

Del sol la sombra cariñosa vela
el sueño del cabillo,
la flor que en la mañana se abre a tientas,
se estremece, ufana y tierna en el primer instante.
No hay ruido ajeno en la mañana
que a la sombra escape. El sol es sabio.
Borra con su luz las arrugas del zaguán,
las musarañas vagas que puedan perturbar
el regocijo incauto.
El suave lóbulo de la flor se estira, se sonríe,
del algodón recoge su saliente,
el fresco olor que la pupila invade.
Escucha el pétalo una célula de estrías,
el girador pequeño que repite el canto:
naranja dulce, limón partido...
Se escabullan besos entre besos,
el tren se asoma,
un niño grande hace correr
la locomotora hacia el estanque.
El tallo largo de la flor la empina,
anda aprisa y desprendida debajo de la enagua.
Una niña grande la abraza.






LUMINOSO EL MAESTRO,
DESPLIEGA LOS MATICES DE SU ARTE

Antonio Martínez (por herencia, Olave)
frunce el ceño y escudriña las rendijas de la mesa,
cómo la madera se diluye y se derrite
en los átomos del cedro. Antonio no se inmuta.
Levanta el dedo y se lo frota en la piel raspada
de su sien. Piensa que las voces se repiten.
Todos hacen eco de la farsa inmensa, un festín
de zorros atorados por el viento.

La mandíbula de Antonio lo mantiene impávido.
Aprieta el rostro. Puntiagudo fija su mirada azteca.
Su párpado se enrolla. Contempla agudo y respingado
la parodia del elenco. Dada la señal, la sala toda
se despide a un tiempo. Antonio se levanta luminoso,
en ademán de cuervo esquiva el desencuentro.
Camina, se apresura, melindrea a sorbos
ante la dama reina.

¡Menudo cuentista!, le dice con franqueza
su más gentil colega. Antonio se desarma.
El viento ahora sopla un silbido de renos.
Respira hondo. Ha terminado la comedia.






NOTAS DIÁFANAS

para Aurelio de la Vega,
en tributo a sus Canciones transparentes

I
Latente el mago
en la esfera
que gira y gira al azar
cuando la batuta
empina
la nota alta:
se abre el abanico,
solo
y en par.

II
La muerte incauta
aparece
vestida de novia:
se acerca y canta.
Callado el amor
la escucha:
con un beso
le roba el velo
(en fina nota
la espanta).

III
En luto el alma se mece
sobre un clavel sonrosado.
Se abre la mano y tiembla:
arrima un pétalo al pecho
como el poeta soldado.
La isla muda se mece
sobre una nota lejana.
Huye el poeta a la niebla:
en coro se alza y perece
como una flor que desancla.

IV
El niño ufano
se monta
y el rey león
se despierta.
Si llueve
o se seca el río,
el niño
sopla una nota:
el corazón,
halado,
se enhiesta.

V
Altas,
medias
y bajas.
Notas
en son
y un giro:
el punto guajiro
arranca.

REVISTA BAQUIANA

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