martes, 5 de octubre de 2010

1400.- MARÍA ROSA LOJO


María Rosa Lojo (n. en Buenos Aires, en 1954) es una reconocida escritora argentina.
Su padre, un republicano de Galicia, se exilió en la Argentina luego de la Guerra Civil Española. Es Doctora en Letras recibida en la Universidad de Buenos Aires. Su tesis de doctorado trató sobre Ernesto Sabato y su obra. Se desempeña como directora de proyectos de investigación en el CONICET y dicta un seminario de doctorado en la Universidad del Salvador.
Contribuyó con notas y columnas en el suplemento literario ADN Cultura del diario La Nación, Revista Ñ del diario Clarín y la sección cultural del diario Crítica de la Argentina y de Página.
Fue coordinadora del equipo internacional de investigadores que realizó en conjunto la edición crítica de Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato, para la Colección Archivos de la UNESCO.
Es invitada como representante de Argentina a ferias y congresos internacionales, y además se desempeña como jurado en concursos literarios.
Obra
1994 - La pasión de los nómades (novela)
1998 - La princesa federal (novela)
1999 - Una mujer de fin de siglo (novela)
2000 - Historias ocultas en la Recoleta (cuentos cortos)
2001 - Amores insólitos de nuestra historia (cuentos).
2004 - Las Libres del Sur (novela)
2005 - Finisterre (novela)
Visiones (poesía)
Forma oculta del mundo (poesía)
Esperan la mañana verde (poesía)
La ‘barbarie’ en la narrativa argentina (siglo XIX) (ensayo)
Sabato: en busca del original perdido (ensayo)
El símbolo: poéticas, teorías, metatextos (ensayo)
Cuentistas argentinos de fin de siglo (ensayo)
Los ‘gallegos’ en el imaginario argentino (con Marina Guidotti y Ruy Farías, ensayo)
Su obra fue incluida en numerosas antologías,3 y traducida al inglés y alemán.3 La novela Finisterre al idioma gallego (publicada como A fin da terra, en el 2006).


Transparencia

Todos los atardeceres la mujer se sienta en el patio de la casa.
Si alguien la acompañara vería cómo su cuerpo se vuelve transparente al compás de la sombra. Primero surge un mapa encendido de venas y de vísceras, luego, más abajo, una población de huesos huecos por donde el viento corre como un golpe de música.
La mujer sonríe y levanta un brazo en la noche incipiente.
Unos minutos más y se apagará el resplandor del hueso iluminado por canciones remotas y ocultará la piel el color de la sangre.

Cuando todo concluye, ella guarda la silla bajo el alero y vuelve a la
cocina, llevándose el secreto de la transparencia del mundo.





Desde el jardín

El pequeño jardín se expande en la oscuridad. Crecen los cuerpos verdes dilatados por la luz invisible de la lluvia. Crecen las floraciones pesadas como campanas y resonantes con el latido de los corazones de la tierra.

El hombre y la mujer respiran con un solo pulmón el aire húmedo y dormido. Alargan las manos como ramas que buscan el ojo de la luna, entrelazan las piernas en la curvatura de la hiedra, entremezclan líquidos radiantes y olores que fosforecen. A la luz de su amor comienzan a verse los colores olvidados, y las flores y los frutos se reúnen con el rojo y el azul, el oro y el violeta. Cuando el rito del amor termina las corolas se pliegan y se guardan y los cuerpos humanos se amparan uno en el otro, cumplidos y cerrados en el regazo del mundo.





Madres

Las madres de las demás protegen a sus hijas desde el Cielo. La mía no. La mía quizá no está en el Cielo, o se le ha olvidado la dirección de esta casa, donde vivo en la tierra. Las hijas de esas madres son mayores, como yo. Ya no van a la escuela, no calzan mocasines de taco bajo, no se comen las uñas. Sin embargo creen, como si fueran niñas, que su madre es una estampita de la Virgen de Luján, colocada bajo la tapa de vidrio del escritorio de Dios, y que las mira desde allí, ejerciendo poderes bondadosos y ministeriales, acelerando el trámite de su felicidad como si se tratase de un expediente burocrático en las oficinas celestes. Yo no lo creo. La mía no mira. La mía estaba ciega y no quería ver luz ninguna. La luz la desollaba y la desgarraba como una mordedura de ácido. Mi madre era frágil como un vampiro asustado, temeroso del dolor de esa
luz,
Pero también, sobre todo, de la carga de la vida inmortal. Por eso no puede estar viva, en ningún cielo. No puede ser una estampa piadosa la que no tenía piedad, ni aun de sí misma. Quizá Otro se habrá apiadado de ella. Quizá flote sobre una tierra crepuscular, entre dos resplandores, cuando
ningún rayo hiere.
Quizá el único contacto entre nosotras sea esa ausencia: el roce de un
soplo, de una brisa, de un aliento,
Las palabras que no se dijeron, el hueco de un cuerpo en el aire.

Pero ese hueco es tan resistente y opaco y compacto como un muro. Mi madre es un agujero negro detrás del muro, la boca del vacío, la muerte. Algún día mi mano traspasará el aire hostil de la pared. El muro cederá, y tomaré el vacío, el agujero negro, la muerte, lo daré
vuelta del revés,
Como se da vuelta un guante, o un vestido, o las letras de un mensaje cifrado. Me pondré esa nada como quien se pone un vestido de fiesta. Bailaré en la fiesta. Dejaré de temer.

Del otro lado mi madre crecerá, como una niña nueva en un jardín.







Semejanzas

Como un salto de animales por la rueda de fuego, como una caminata mortal sobre una cuerda de viento, en equilibrio sobre una tierra cortada, en puntas de pie sobre un cuchillo de hielo que se va deshaciendo a cada paso.
Así, el poema.






Dragones

Noche tras noche se construye en la casa un andamiaje silencioso. Los habitantes dejan sus ropas de vivir y su torpe calzado de recorrer ciudades que no miran. Rodean las paredes con sábanas tejidas por la hilandera de un cuento interrumpido y se cuelgan de los bordes, llameantes como cabezas de dragones.
Por las mañanas la casa apenas conserva alguna marca de ceniza bajo un alero y quizá la somra del relámpago cruza al sesgo los vidrios de los dormitorios. Los habitantes salen por la puerta del frente vestidos de humanidad, pero en los bolsillos interiores de un traje, en las costuras de los uniformes, bajo las calificaciones y los lápices, las escamas del dragón van creciendo, tenaces y brillantes.





Maquillaje

Ella se dibuja los ojos con líneas oblicuas y flexibles para que esquiven la saña de los inquisidores y resistan las indagaciones inconvenientes. Ella se ensombrece los párpados con una tierra de seda para que tapen y resguarden, para que protejan y acaricien a la niña sentada frente a la luz que denuncia los males de los hombres y las disoluciones de la muerte.
Ella se unta los pómulos con una crema suave para que no los quemen las lágrimas del duelo, se empolva las mejillas para que no las dañen los rayos de las fotografías y el hueco luminoso de los ausentes.
Ella se mira al espejo cuando todo ha terminado y a través del espejo mira al hombre que ama porque sus ojos ven más allá de las copias y se abren en la verdad del tacto y en las insurrecciones de la noche que vuelve.






Té de las cinco

Una taza de té con sus hojas dispersas en el fondo: hay allí un ojo extraviado, hay una boca que no halló la palabra, hay una pierna atravesada en medio del camino, hay una mano que no sabe coser. Hay un mapa secreto de una ciudad ya inhabitable donde viviste. Hay un llamado inaudible, hay una música que podría volverte el alma del revés, si la escucharas.
Pero hay otra mano tuya que vuelve a llenar la taza para tapar el fondo, para que no veas más, para no verte.







Líneas


En una de las líneas de tu mano hay un puente que desemboca en el mar; en otra, una balaustrada trunca que se abre en el jardín hacia ninguna parte. Entre el jardín y el mar, esa ciudad donde estás.
Allí los cielos tienen la costumbre tranquila del sol y de las lluvias y un techo nocturno te protege de las estrellas implacables. Pero alguien mata y alguien muere, los trenes se detienen en la mitad de su camino y visitantes desconocidos escarban en los desechos de las grandes casas blancas, antes de que en la luz se reconozca el mundo.
Cuando vas a acostarte cierras la mano como si astillaras vidrio y la ciudad entera se despeña en el mar y tu sombra se cuelga de la balaustrada oscura, soñando en algún lugar para vivir.






Cualidades del invierno


El invierno es redondo como una nuez y hueco como un planeta de cristal donde soplan vientos furiosos. Pero en su centro cálido hierven los frutos del mar y de la tierra y se reúnen los fugitivos de la intemperie.
El invierno es una casa que guarda en los cajones las memorias del amor más antiguo, y una temperatura de regazo y una voz anterior a la palabra que envuelven al durmiente con su ovillo de seda.
Los cuerpos del invierno se enlazan en profundos parentescos, se tejen como mantas para prestar amparo, se iluminan como candiles para guiar al que tropieza en su silencio buscando abrazo.





Fisterra, a.C.

En la costa más extrema de Occidente se terminaba el mundo. Un hombre solo vivía allí, sobre el borde del infinito. Habituado a la altura y a la distancia inmensa, ya no podía entrar en las casas circulares de piedra, ni sostener en las manos objetos tan vulgares y nimios, como cucharas o platos de madera. Se alimentaba de los frutos marinos, su piel era indiscernible del color de las rocas y sus ojos traslúcidos brillaban en la oscuridad como los ojos de los lobos.
Nadie volvió a dirigirle nunca una palabra humana, ya que era sagrado y tan sordo como los dioses. Murió en las cuevas del risco después de haber contenido durante medio siglo el mar y el cielo para que no vaciasen su amor desaforado sobre el amor pequeño de las casas de piedra.







Museos de palacio

Los palacios acumulan objetos ciegos que resplandecen detrás de las vitrinas, clavicordios y violoncellos destinados a enmudecer mientras los roe una polilla imperceptible. Por la corteza de una luz que amortaja resbalan ojos extranjeros. Miran sin amor las vastas habitaciones inhumanas y las carrozas varadas, y las caras de bellezas desaparecidas. Recogen los fragmentos de un mundo inmóvil y obediente, puesto en orden didáctico.
Los guardias de los restos pasean por los corredores prohibiendo fotografías porque el resplandor carcome las materias antiguas que un días serán polvo como los huesos de sus artesanos. Los pequeños artífices que han perdido sus nombres bajo el sello de los maestros y sus manos en las fosas de los cementerios.


Curioso destino


Tenías que perderte en los laberintos de la tierra por donde pasan los ángeles vestidos de bandoleros y toman de rehenes las almas descuidadas. Era ése tu curioso destino, escrito en una postdata del gran Libro en el que Dios anota las cuentas menudas con sus infieles.
Tu ángel de la guarda te ató de las muñecas con un encantamiento diferido. Por eso estás, en mitad de la vida, practicando espejismos solitarios con los reflejos de la luz, para ver si la cara del Dios en quien no crees aparece algún día entre el ramaje del bosque.



1 comentario:

  1. Se me vuelan las horas leyendo, te haré responsable de mis ojeras. Ella, María Rosa Lojo, me ha atrapado.

    Un beso, Fernando.

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