domingo, 7 de noviembre de 2010

CARLOS VAQUERIZO TORRES [1.750]


Carlos Vaquerizo Torres

Nace en Sevilla en 1978. Se licencia en Filología Hispánica por la Universidad de Sevilla. Colabora en diversas revistas de difusión restringida en centros universitarios y culturales pero de escasa repercusión editorial.

En febrero de 2006 consiguen ver sus versos la luz editorial al conseguir el prestigioso premio de poesía “Adonáis”, en diciembre de 2005, con su poemario Fiera venganza del tiempo.

Estuvo vinculado a la tertulia poética del legendario bar “La Carbonería”, auspiciada por personalidades del prestigio de Miguel Florián, consagrado poeta español. Entre sus miembros, los poetas José Antonio Gómez-Coronado (2001) y Javier Vela (2003),consiguieron también el prestigioso “Adonáis”.

-LIBROS POESÍA:

Fiera venganza del tiempo, ”Rialp”, 2006.
Tributo de Caronte, “Valparaíso Ediciones”, 2014.
Preludio de una mirada, “Editorial Celya”, 2014.
Consumación de lo eterno, “Ediciones en huida”, 2015.
Quienes me habitan, “Isla de Siltolá”, 2015.

-PREMIOS:

2005: Premio “Adonáis” de poesía, por Fiera venganza del tiempo.
2014: Premio de Poesía Ciudad de Almuñécar por 'Tributo de Caronte'.
2014: Ganador del VIII Premio de Poesía 'Ciudad de Pamplona' con la obra titulada 'Preludio de una mirada'.


Poemas sobre Cine (Ingmar Bergman), de Carlos Vaquerizo Torres

EL SÉPTIMO SELLO

La victoria no puede detener
el tiempo ni volverlo más prolijo.
Arroja el caballero en la rocosa playa
sus armas, su atavío. La guerra ha terminado.
Pero Cronos con Tánatos se cubre
de ajedrezada máscara su rostro.
Ha venido a rendirle las exequias
en vida, frente a frente, en un tablero
que hacia un mar sin salida le conduce.
En peón, torre, alfil...su pieza torna
siempre abocado al signo irremediable,
sereno como vela que se apaga
y que erguida en lo oscuro permanece.
Un largo adiós le toma de la mano
y en su humilde morada se deleita.
Se derrama el licor de lo vivido.
En procelosa danza va. Tal vez,
lo ignoto le designe otro tablero.


LOS COMULGANTES

Toda duda es un ángel de espada tenebrosa.
Aferrados a un Dios de abismos silenciosos,
a su pan, a sus salmos, a su vino se entregan.
Toda duda es un ángel
que proclama la muerte de la rosa,
la esperanza marchita en el umbral.
Anochece sin Dios y llueven versos
oscuros de antiquísimos profetas.
Y los hombres comulgan, a ciegas, con la muerte.




(De Fiera venganza del tiempo, Rialp, Madrid 2006)


FIERA VENGANZA DEL TIEMPO

A modo de final
Todo se deteriora y todo nace,
todo confluye, al fin, en un principio.
Hijos de todo cuanto ha sido somos
y musicales vientos nos conducen
a escribir en los libros y en la vida
la percusión del tiempo y el espanto
de sentirse llevar y la esperanza
de llegar a buen puerto, cualquier día.



HERMANO MÍO

Atravesé la brisa cuidadosa
que funámbulamente nos unía.

La atravesamos. Desde entonces nunca
hemos vuelto a pisar la misma senda.

Sólo la sangre, el hálito caliente
del primigenio soplo nos enlaza.

Mira mi mano limpia por las lluvias
que fueron habitando nuestro olvido.

Tómala, hermano, acércala a tu pecho.



DE Tributo de Caronte, “Valparaíso Ediciones”, 2014.


La espera

Qué hay más que el vino, amor, que el vino y tú,
qué hay más que importe
sino acercarse, amor, hacia la nada
porque nada que importe es alcanzable.
Qué hay más, amor, que amar mientras se espera.



Playa

Devuelve el mar aromas de la infancia,
perdidos laberintos donde encontraba asilo
la nostalgia. Devuelve el mar el pulso
a las cosas vencidas por el tiempo:
las islas inventadas, los naufragios
donde arribaron tantas ilusiones.
En ti reside, amor, todo azul y preciso,
lo que devuelve el mar y lo que el mar se queda.
Ojalá nunca espere en esta playa
que con el mar regreses.
Que el mar sólo devuelve lo perdido.

Era un adiós oscuro, al borde de la lluvia
Era un adiós oscuro, al borde de la lluvia.
Se encendieron de pronto las luces y los cantos
antiguos trepidaron por henchidas raíces
hasta tibiar el pulso del alma y de la carne.

Que fue un adiós oscuro, lo sé, reptando sigue
el peso de la noche en mi sangre embriagada
por esa oscuridad de tu adiós cuando el tiempo
no era consciente aún del frío de las hojas.
La noche lo repite: “era un adiós oscuro”.
Me ahueco en la sonora solemnidad del musgo
que crepitando busca la densidad corpórea
del mar y la memoria, donde siempre te pierdo.

Era un adiós oscuro. Aún su luz me sostiene.



De “Preludio de una mirada”: “Editorial Celya”, 2014.


Poética
                               

I

Intentar escribir es un bosquejo
del sueño de ser Dios. A la deriva
el hombre pende entre Dios y el mundo.
Escribir es crear. El hombre asume
la borgiana tarea de ser otro
intentando ser Dios.

Y se hizo la luz y el hombre y el poema.

  

IV

Todo se vuelve himno, anécdota o escombro
para que el alma vibre, se purifique y cante.
Todo fragmento busca el vínculo que logre
encontrar la unidad que dé sentido al mundo.
Aquí mi voz, el eco del brillo de mi canto
gestado en mi conciencia, largamente, en el limbo
de lo que luego fue palabra, llama, rezo,
sublimidad del ser, litigio en busca
de alcanzar lo inefable con palabras.



Momia hallada en Karnak

Profanaron mi cuerpo y el recuerdo
de quienes me brindaron las exequias.
Todo lo usurpa la labor del tiempo.
Sin orillas quedaron
profecías y salmos y batallas.
Cada día fue solo la fragua de un adiós.
Hoy admiran los despojos, que lloro
y aborrezco. Pasaron
como un sueño o el silencio del mar
y su naufragio.


                 
Adiós

Y fue tu desamor tan hondo y claro,
tu amargura tan pura, tan doliente,
que no pude dudar cuando marchabas.
Que no pude esperar nada del viento.
Todo rodó sin ti sobre mis manos
preguntándome siempre, preguntándome.



De “Consumación de lo eterno”: “Ediciones en huida”, 2015.

Canto inicial

Porque el amor se ramifica y canta
y se despliega como una bandera
y siembra por los puntos cardinales
su proteica sustancia inmarcesible,
no sé bien a quién amo ni a quiénes doy mis dones:
cuerpo de mujer tendido sobre el cuerpo del mundo
que recoge los frutos que escancia la memoria;
cáliz que acecha una victoria incierta
de un dios amortajado…
Y en los rigores y en las hendiduras,
volcado sobre el fuego de los días
que se expande y se extingue sin remedio
porque el hombre nació para la muerte,
te he dado, Amor, amor en las alturas,
en los oscuros, turbios barrizales
para morir amando y ser tan libre
como para seguir amando tras la muerte.



II

Me otorgaron la noche con sus prolijos días,
con sus soles limpísimos…
Me otorgaron la duda.
Indagué por los círculos, los caminos abiertos;
conviví con lo inhóspito, coroné lo difícil
y me mantuve firme, doliente y esperándote.



V

Aborrezco la carne, me lacera
el bullicio del mundo.
¡Cómo serpea el brillo
y la música íntima del oro
la tierra. Mercaderes
llueven sobre las fauces de la vida.
Quiero ya tu ablución,
pronto debo saciar esta asfixia, esta ausencia
que desata tu amor tan lejos de mi vientre.



VIII

No aflorará en las urbes ni en los páramos
ninguna luminaria mientras lleve
prendido este rosario de cadenas
con todos mis errores, con la inquieta
pulsión de los placeres materiales
atusando mi piel.
Todo es ceniza,
pues ardí, impenitente, en lo terreno.
No atisbo el horizonte, solo el revuelo ávido
de un río vertical y vibrante que amaga
con descargar su ira.




De “Quienes me habitan”: “Isla de Siltolá”, 2015.


II

Igual que a veces siento
un profundo deseo de abrazar a los árboles,
de quitarme el sombrero para que aniden pájaros,
de esparcir por los aires mis versos más queridos…
a veces también quiero ungirme en el oscuro
sueño que me atraviesa
de parte a parte.
Y soy yo, el otro, el mismo, el que está ausente
cuando aparece el rostro imprescindible
para permanecer.



Cable Hogue

Yo, que soy pecador y estuve cerca
de un largo adiós de crótalos,
conduje hacia mis manos
toda el agua que nunca estuvo allí.
Y bendije la arena del desierto
y sostuve mi sueño de estilita
y amé sobre las heces de los hombres
a la mujer más bella.
Santifiqué mi tierra, la huella de mis pasos,
fui numen de mí mismo, edifiqué
palabra por palabra sobre el texto
sagrado mi evangelio.

Mi canto multiplica la arena del desierto
mientras el viento silba Butterfly Mornings.



IV

Cercenada la noche por hogueras,
la noche informe,
sin puntos cardinales.
Noche transfigurada en otras noches
donde el hombre se adentra sin brújulas ni sueños.
Las luces de neón no la iluminan.
Noche de Schönberg,
de Rilke, de Virgilio.
Noche sacrificial que me hace noche.
Sacramental, oficia la impostura
de existir entre dudas y naufragios.
Presagio del final, noche imposible
que se rompe en mi pecho y que prolonga
su origen infinito y sin orillas.



V

Y vuelvo a vislumbrar mi propio rostro
en la borrosa línea de tu infancia.
De nuevo soy azul como tus pasos,
que conforman un mundo ya creado.
Somos un mundo en otros. Emergemos
como los números
de una fracción periódica.
Pitágoras, Pacioli, Borges, Russell…
la ecuación insoluble nos sorprende
preparando la fórmula de alquimia
que aprese al tiempo y nos devuelva
las horas donde fuimos sólo niños.



“Edificó su torre en el desierto,
pero sostuvo el mar en su esperanza…”
CV


El profeta

Apenas comprendemos, pues el Signo
debe dilucidar cuando termine
nuestro continuo
peregrinar.
Sentí una voz, vislumbré un horizonte
desplegarse ante mí.
Su voluntad sostuve con mi báculo,
pero pocos me siguen.
El tiempo se deshoja como el eco
de una plegaria, herido entre los montes.
Ya no puedo esperar, haced lo que está escrito
para no ser perpetuos vestigios de la niebla.




Quienes me habitan, de Carlos Vaquerizo (Isla de siltolá) | por Héctor Tarancón Royo


¿Dónde se encuentra el lugar del poeta? ¿Cuál es, o cuál debería ser, su posición ante el paso del tiempo? ¿Puede la realidad fundirse en ese carácter efímero con la ensoñación? Carlos Vaquerizo publica, después de Consumación de lo eterno en Ediciones en Huida, su segundo poemario este año con Quienes me habitan, en la Isla de Siltolá, obra que profundiza en la índole temporal del hombre desde una poesía sencilla, directa, despojada de los artificios y los rodeos lingüísticos que abundan en la poesía joven española actual: «El tópico sentencia. Por eso se repite. / Pasamos como el tiempo, errantes, fugitivos, / pero tan sólo él vuelve para ser en los otros / y borrar los resquicios que alberga la memoria, / resquicios, recovecos, donde un son nos alumbra / con una luz incierta que se niega / a sucumbir al tiempo y convertirse / en oscuro vestigio del pasado» (p. 13).

Desde la primera parte, “Preludios”, que funciona a modo de predicción, de visión futura, hasta “Travesía de hospital”, el lector asiste a la fusión de dos realidades, a la constatación de un plano absoluto de la existencia. Si, decíamos antes, la poesía aparece despojada de cualquier tipo de artificio o palabra sobrante, que recuerda mucho a la corriente poética mística del Siglo de Oro, los conceptos resurgen en los versos diáfanos, terribles a su manera, inevitables: «En una vida están todas las vidas. / El todo es un fragmento de fragmentos. / Y tú, lector, y yo somos un número / perdido en la excelencia de la nada» (p. 27). Visión que, fundamental en la poesía contemporánea de las últimas décadas, comparte con autores como Chantal Maillard: «Podríamos jugar a hacer metáforas, / al fin y al cabo es por analogía / que aprendemos el mundo y sus causas. / Podríamos disponer en versos las palabras, / como antiguamente, para / poderlas recordar, recordar lo importante. / Pero ha pasado el tiempo, / ya nada es importante, sólo el aire, / tres sílabas apenas, en la página (Hilos, p. 139).

De esta manera, junto al tono mítico y bíblico, la poesía de Vaquerizo celebra, a la vez que analiza, la misma existencia, los elementos que se han ido superponiendo a lo largo de su vida: «Todo va desplazándose. Las piezas / deben superponerse para ser. / La existencia requiere su lugar» (p. 11). Y es ahí, en todo caso, donde reside uno de los grandes aciertos de Quienes me habitan: moldear con maestría experiencias autobiográficas en poemas distanciados, universales, válidos y sugerentes para cualquier tipo de lector. En numerosas ocasiones lo personal, motor de la poesía, deviene en hermetismo, en egos, pero no es el caso, como venimos diciendo, de esta poesía más bien abstracta, suspendida, paradójicamente, en el tiempo, como sucede en el último poema, “Epílogo”: «Ya todo es un remedo de la muerte. / Siempre lo fue. Y espero su venida. / La vida es una sombra de otra vida. / La muerte niega ser su propia muerte. / El tiempo siembra luz sobre lo inerte. / La rosa es una eterna despedida. / Cada segundo abisma más la herida / que a cada uno repartió la suerte. / Espero repetir el mismo verso. / Volver a mis amores, a la hoguera / que aplaca la iracundia de la duda. / Esperaré tendido bajo el torso / techo de luz de henchida primavera / a que del mundo el tiempo me sacuda» (p. 63).

Y así la suspensión permite, en un último movimiento, un estado de oración dirigido hacia el futuro, una conmemoración de todo aquello que ha sucedido y que, por ende, está por suceder tanto en lo personal («Portas la luz, el nombre de la madre. / Antes de ser, nosotros te nombramos: / “¡Amalia, Amalia, Amalia!”», p. 51), como en lo relacional y el estado del mundo poético actual («Releí a los más grandes: Rilke, Leopardi, Whitman…, / amaneré mi estilo para lograr los suyos, / habité las ciudades que en sus pechos crecieron, / engalané sus tumbas, devoré las lecturas / que con fruición amaron, / adoré a sus amores humanos, fetichistas, / encontré en los espejos sus rostros acechantes, / sufrí persecución por mi ego y sus egos, / no gané ningún premio, me fui yendo de mi / hacia el mar de las sombras de todas mis lecturas», p. 23).

En última instancia, la poesía de Vaquerizo coge del fondo del Vacío los elementos fundamentales de la existencia del ser humano y los moldea hasta dar cuenta, como nuestra propia visión universal, de la mezcla e incoherencia de una alegría desmedida, fruto de una experiencia y un lenguaje esperanzador y, por otro lado, de una sombra muy alargada producida por la intensa luz, de una amargura siempre presente, al fondo de nuestra realidad, que vuelve tras las ensoñaciones con más preguntas, misterios y, como muestra tanto esta obra como el siguiente poema de Daniel Zagajewski, de una vida siempre a medias, en duelo, esperando a renacer: «Y con todo, seguimos viviendo, tranquilamente, / con humildad, con las maletas siempre a punto, / en salas de espera, en aviones, en trenes, // y a ciegas buscamos tenaces la imagen / y forma definitiva de las cosas, / entre inexplicables arrebatos / de muda desesperación, // como si tuviésemos un vago recuerdo / de algo que no podemos recordar, / como si esta ciudad sumergida viajara con nosotros / persistiendo en sus preguntas, // nunca satisfecha con las respuestas, / exigente, perfecta a su manera.» (Antenas, pp. 77-78).

VIII

Lo que no proyectamos, lo que fluye
hacia nuestro interior, lo que sucede
sin ofrecer su rostro,
por los poros del sueño se trasmina.
Sueño execrado gota a gota, lanza
onírica que crece en duermevela,
ignorada verdad que regurgita
incógnitas que ignoran su existir.
Oscura raíz del mundo donde siempre reside
una falta, un pecado que no debe mostrarse.



.

No hay comentarios:

Publicar un comentario