lunes, 15 de noviembre de 2010

1914.- SERGIO MANSILLA TORRES



Sergio Mansilla Torres: Isla de Quinchao, Chile, 1956. Es profesor de Castellano y Filosofía, Dr. en Literatura, por la Universidad de Washington, Seattle. Actualmente se desempeña como profesor de Literatura y Estudios Culturales en la Universidad de Los Lagos, Osorno, Chile. En su doble condición de académico y poeta, ha publicado decenas de poemas y artículos especializados en revistas chilenas y extranjeras.
Bibliografía
La enseñanza de la literatura como práctica de liberación (Hacia una epistemología crítica de la literatura). Santiago: Editorial Cuarto Propio, 2003.
Culturas en crisis: versiones y perversiones sobre nosotros y los otros. Valdivia: El Kultrún, 2002.
El paraíso vedado. Ensayos sobre poesía chilena del contragolpe 1975-1995. Fucecchio: European Press Academic Publishing, 2002.
¿Cómo puntuar correctamente en español? (Manual de puntuación). Valdivia: Barba de Palo, 2000.
Respirar en el desfiladero. Valdivia: Ediciones Pudú, 2000.
De la huella sin pie. 2ª edic. aumentada, Santiago: Editorial Cuarto Propio, 2000.
Abrazo austral. Poesía del sur de Argentina y Chile. (En colaboración con María Eugenia Correas). Buenos Aires: Desde La Gente. Ediciones del Instituto Movilizador de Fondos Cooperativos, 2000.
La poesía como experiencia de lenguaje y libertad creadora. Módulo de Poesía. Santiago: Ministerio de Educación de Chile, Programa MECE Media, 1998.
De la huella sin pie. Valdivia: Ediciones Barba de Palo, 1995.
En libre plática. Propuestas de lectura sobre una cierta zona de la poesía chilena. Aproximaciones a la poesía de Jorge Torres. Valdivia: Ediciones Barba de Palo, 1994.
El sol y los acorralados danzantes. Valdivia: Paginadura Ediciones, 1991.
Noche de agua. Santiago: Rumbos, 1986.



No se si tenemos talento

Escribir es lo más apartado del éxito mundano
(Tu Fu)
No sé si tenemos talento. Ningún crítico
nos consideraría, en vida, los poetas principales
de nuestra época. Menos ahora, cuando la poesía
ha sido tasada a precio ridículo
por los ingenieros del mercado.
Nuestro hogar es humilde y nuestra fama, si la tenemos,
es trivial. ¿A quién le importamos?
A nadie que no sea también de los nuestros.
Somos nuestro propio público. Y los árboles del bosque
y los guijarros del camino nos miran indiferentes
mientras envejecemos a pasos agigantados
delante de los espejos rotos.
No sé si tenemos méritos literarios
y no sé si nuestros poemas pervivirán
junto con los de los grandes poetas muertos.
Sólo sé que sangran las estrellas cuando nadie las mira,
y el rocío reclama en silencio contra la escarcha
porque él también quiere ser nube de primavera.
Al menos tenemos motivos para ser fieles
a la luz y a la oscuridad
que hemos amado desde antes de nacer,
porque nos gusta soñar con los caminos de barro
que no conducen a parte alguna.
Somos, pues, como gaviotas que sólo atinan
a volar en círculos entre el cielo y la tierra.




Anda al pueblo, hermano

Anda al pueblo, hermano,
anda;
y tráete plata y azúcar.
Anda, hermano, al pueblo
a vender estas cuantas gallinitas,
y tráete también esa luna grande
que siempre vemos reflejada
en nuestros ojos.
Seguro que allí debe estar
porque en el pueblo hay muchas cosas lindas
y allí debe de estar la luna.
Y tráete plata, hermano,
mira que el camino es difícil
y está oscuro debajo de la lluvia.
Anda al pueblo.
Yo aquí esperaré hasta que vuelvas
y te tendré tortillas en el fogón.
Apúrate, y tráete plata y azúcar y luna
porque estamos quedando atrás
y tenemos que alcanzar como sea
la orilla donde los otros llegan.
Anda, hermano.
Yo aquí, mientras tanto,
prepararé el fuego y la tierra
para que la hagamos florecer
cuando tú traigas plata y luna.





Jinete muerto bajo la lluvia

Un caballo corre, pero no lleva jinete;
un caballo blanco en la noche negra.
Un trueno y un relámpago en la noche negra
y un galope muerto sobre las olas blancas.
¡Llueve llueve! La noche negra y la lluvia blanca.
La luna negra y la noche blanca.
¡Llueve... llueve... !
Corre un caballo sin jinete
por el aire lleno de agua.
Un caballo blanco entre pececillos negros
en el viento pálido.
Corre... y llueve...
y la noche con poncho pardo
cabalga sobre un caballo sin cabeza.
¡Oh la noche negra y la lluvia blanca!
¡Oh la blanca cabeza del jinete
que cayó sobre el barro negro!
¿Dónde encontraremos la perdida alma
del jinete muerto en el agua pálida?
¡Ay, ay, ay, qué lluvia más blanca
en la noche negra!







Mi hermana Alicia Margot
fallecida a los nueve meses

En la cama yace tu pequeña
inmovilidad, el sollozo contra un mueble de horas,
al lado una ventana estilo inglés para que el dormitorio
sea aún más feroz. En el centro (o lo que parece el centro)
la mano dulce tuya que se fue.
Su vacío viene en un arco iris que me habla; pero estoy
sordo a la ausencia, ciego al agua que corre
sobre el pelo y los hombros desnudos del ángel.
Me quedó el humo dentro de la nuca en esta
habitación en la que el pasado es lento
como el interior oscuro de la madera.






La lluvia borrara el pueblo

La lluvia borrará el pueblo igual como las nubes
borran las estrellas.
Pero detrás del agua todo seguirá igual
como siguen iguales las estrellas
detrás de las oscuras nubes que las cubren:
el carnicero don Ulises, gordo y cojo, en su carnicería,
don Lucho en el correo, siempre con un lápiz en la oreja;
la Sra. Albina, la costurera, con su risa estridente
continuará espantando los fantasmas del mal;
Nancho, el loco, camina en redondo
a grandes zancadas por la plaza.
Continúa la algarabía de los borrachos
en la cantina de don Baldomero
y los ladridos furiosos de los perros de Bauche “Pata”
y el rechinar de una carreta lejana en la madrugada.
Y yo sigo en la misma escuela primaria
llena de goteras, con los vidrios rotos, los baños inmundos,
y el auxiliar don Isaías, manco de un brazo, me regala galletas
y dulce de membrillo que envía el gobierno.
Queda en mi boca el sabor apestoso
de la leche de la Alianza para el Progreso.
Seguiré enamorado en silencio de la Doris,
mi compañera de curso.
Cuando sea grande jamás escribiré poemas;
seré un marinero apátrida, sin memoria.
Cuando la lluvia escampe, el arco iris
abrirá sus alas como un inmóvil pájaro de ausencia.





A mis niños

Tres caminos tengo para llegar
al balbuceo senil que nadie oye.
Inocencia y culpa hay en las nubes,
risa y llanto en los ojos:
juego de respiros en la sangre
que busca el corazón deshabitado.

Saltan de una estrella a otra,
olvidan luego sus pañuelos sobre
la tierra. La carne tiembla
al dormir el sueño donde la edad de la risa
se enreda con su lengua de trapo.

El polvo de los caminos
toca su flauta anunciando el mar.




Fila india hacia el exilio

Si ya no queda un lugar para ti en el mundo,
yo te llevaré en mis ojos.






Caetano Veloso

Llegó con las rosas de un planeta
al que no le hace falta nada;
se instaló entre las fieras.
Días nuevos vienen
volando de ventana en ventana.

Como en el canto del chucao,
presagios de difícil lectura
hay en los sones.

Me gustaría, siquiera por un rato,
estar en la habitación de las acústicas.

Porque brillará el viento
sobre los pinos nevados
y, ciertamente, veré el rostro
de mis hijos por el camino.

Caetano alisa las fieras
llameantes de amaranto.





Homeless Jazz

Sentados para siempre en el suelo, iguales a sí mismos;
frente a ellos desfila el rostro vasto del mundo y el murmullo
no es de amor sino de imperceptible vejez de borrachos;
éstos aherrojados por la ola, éstos a quienes la muerte
envía una que otra moneda, mendigos
de temblorosa vida, como niños que al hablar
lo hacen en una media lengua de borrachos;
hasta el fondo, sucios en un cielo ocioso abandonado
por lo pájaros: éstos de la University Way
atravesados por el bullicio monótono y ajeno
del dinero gastado en el peor vino
y en comidas espantosas de demonios inmóviles.
Iguales a sí mismos, mascando el hueso de plástico;
perros de silencio empeñados en oír el agua
que corre bajo los lechos de un día interminable
vacío más allá del tiempo.





Lengua Extranjera

Lengua extranjera, lengua de un enraizamiento desconocido del alba.
Las muchachas se bajan los calzones en las alcobas llenas de ceniza.
Las muchachas hablan bajo el águila equívoca de la noche.
Pero nadie sabe descifrar el fermento de las carretas antiguas que se fueron al cielo.
Y tú te volverás extranjero en tu propia casa y no entenderás a tus hijos
cuando digan que el exilio ya no es exilio sino su sal y su agua.
Lengua errante por los siete mares, aparejada con la sombra de los caballeros antiguos.
Lengua de tierras que limitan con la muerte donde a diario los jardines
son borrados de la memoria: la memoria que provoca la pérdida de la memoria.
¡Cuántas migraciones forzadas hay en la risa del aguacero!
¡Cuánto de la cosecha se ha sublevado en los senos de las vírgenes disolutas!
Extranjero, errante hasta el fondo del alma apócrifa, afirmado
allá lejos en el umbral de las estaciones: no hay nadie, no hay nada,
excepto los grandes anuncios de liquidaciones irreales.
El rostro de las disidencias que no pueden hablar; nada que decir
o mucho que decir pero no hay significado en el murmullo.
Sólo seres lapidados en las alas, esporas, semillas, la brisa en flor
sobre una extensión de arena que tiene sabor a quemadura de espíritu.


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