lunes, 20 de junio de 2011

3950.- JULIO LEITE



JULIO J. LEITE (Ushuaia, Tierra del Fuego/ Argentina, 1957): Ha publicado: Cruda poesía fueguina (1986); Primeros fuegos (1988); Edad Sol (1990); Bichitos de luz (1994); De límites y militancias (1996); Aceite humano (1996) y Piedrapalabra (2003). A este último libro pertenecen estos poemas. Actualmente Julio Leite vive en la ciudad de Punta Arenas, en Chile.




CÓMO HACER UN PAN

Muela los huesos
hasta lograr
la buena harina,
use la levadura
de su rabia,
amase
sobre madera de amigos,
con abrazo amase
hasta el cansancio,
después haga fuego
con ramitas de "ganamos"
y en el horno del corazón
que presten sus hermanos
cocine esa esperanza
a repartir.





A Mari Romero

Cuando el viento
sacude las chapas
acá
en este sur,
el mismito de siempre,
siento
que las hendijas lloran
gotitas de luz
para la gente.
Mari
lava ropas de amigos,
cocina guisos…
sonríe…
Yo la miro
y la ternura
me sabe a romero.








Nosotros no somos de aquí

“Este universo es el que se cavó o pedazos
cuando mataron a los que habían creado”
PAVEL OYARZUN


Nosotros no somos de aquí, nada nos pertenece. Todos hemos llegado de algún lado. Hasta los nacidos en esta persistencia que se llama isla somos extraños. Seguro que si nos ponemos a revolver con la ramita de la memoria las cenizas de los tiempos, reaparecerá la figura de algún abuelo recolector de orejas, de algún pariente célebre por sus dentelladas de alanibrado. Nosotros no somos de aquí. Tanu, Hoshtan, Olum, Havilan y tantos otros espíritus de la tierra, nos observan, ella nos observa. Entonces, tengamos cuidado la casa de los que ya no están, la casa de los que fueron cazados con pestes, plomos y plegarias, los despojados para siempre de su haruwen.
Nosotros hemos varado aquí como cualquier cetáceo y no fuimos regocijo para ellos, no llenaron conchillas y otros recipientes con nuestra grasa derretida, no se repartieron nuestra carne blanca, no fuimos alimento para ellos; fuimos terror, enfermedad, la noche para siempre.





19 de agosto
en memoria

Me levanté temprano; preparé un buen café negro y ordené en mi cabeza las actividades para ese día...

Avanzaba despacio pero con tranco firme, pensaba que una buena pieza de caza sería bien recibida por su familia; pues el alimento estaba escaso...

Luego de darme una ducha, me abrigué bastante, la mañana era una doncella muerta, hermosa pero fría, muy fría.

Las últimas nieves de ese invierno –pensaba el cazador- muy pronto comenzarían a cantar las poroteras, indicando la nueva estación...

Prendí un cigarrillo a sabiendas de que no es bueno fumar tan temprano, pero el vicio es más fuerte que la cargosa tos matutina, hay que pasar agosto, decían los viejos, y ya faltaba muy poco.

A lo lejos divisó al macho encima de una lomada, oteando los alrededores en salvaguarda de la tropilla que seguro se encontraba en el bajo ramoneando tranquilamente...

Saludé con un beso a mi compañera y calzándome un gorro de lana hasta las orejas salí a la calle, aún tenía un poco de sueño, no había dormido bien la noche anterior...

El cazador y sus compañeros se acercaron tomando la precaución de ir en contra del viento y agazapados para no alertar al centinela. Sus perros también sabían qué hacer...

La venta de mis libros estaba escasa y yo, insistiendo en querer trabajar en lo que me gusta, había hablado un tiempo atrás con Alberto, que me propuso una serie de notas culturales para su diario; ya estaba todo arreglado, sólo tendría que pasar por la redacción con el fin de retirar un grabador para luego comenzar con la tarea. Tenía en mi cabeza un interminable y jugoso cuestionario para mi primer entrevistado...

Luego de rodear sigilosamente el otero divisaron la manada de guanacos, estaban casi a cincuenta metros. Nuestro cazador, desprendiéndose de su capa y pensando en la algarabía de su gente, comenzó a armar su blancuzco arco, a extenderlo con toda la potencia de su brazo...

Llegué al asilo de ancianos como a las diez de la mañana. Don Vicente, con rostro adusto, pero en forma muy atenta, me preguntó qué andaba buscando. Le expliqué que quería entrevistarme con Don Segundo Arteaga...

La flecha partió rauda y potente atravesando al animal que cayó fulminado...

-Llegaste tarde, Don Segundo ha muerto esta mañana.
Fui a su cuarto y allí, mucho más chico que en mi recuerdo, se hallaba extendido sobre una cama Don Segundo Arteaga. Lo poco que nos quedaba de memoria aquí, por estos lados...

Destazó al animal y con su propio cuero hizo un saco, cargándolo sobre el lomo; el cazador y sus compañeros, con aliento visible emprendieron el regreso...

Hoy, pasado un día, escribo estas líneas mientras nieva copiosamente, quizá sea una de las últimas nevadas. ¿Tendrá esto que ver con el frente frío que anunciaron los meteorólogos para toda la región?, ¿o es que la tierra sabe que regresa su hijo, Don Segundo, el cazador shelknam, aniquilado por nuestros tristes progresos?




A Virginia Choquintel
en memoria

Hoy, tres de junio, lejos de la lágrima primera, comiendo la humedad de ese interminable viaje hacia el corazón de los corazonados, esos habitantes que aún persisten en persistir en esta paria patria llena de olvidos, hoy tres de junio de mil novecientos noventa y nueve, a la mañana, tomé un xulón para seguir con esto...
Ya sentado sobre el cielo de la ansiedad, los amigos dejados, los que seguramente encontraría como siempre intactos, lejos de esa ínsula que me hizo abrazo para siempre, que me formó persistencia con piernas para cambiarlo todo o lo que pueda, hoy, y de ojito, sobre letras de molde, en un avión, me entero de tu muerte, Virginia Choquintel. Ocurrió ayer, mientras seguramente soñabas un mundo tan parecido al que vivía tu gente hace tanto tiempo ya, cuando la solidaridad era un Haim, una iniciación primaria y después, después el miedo, chorreando en las ciudades, en nuestras cabezas conquistadas, siempre el miedo de nosotros, “los civilizados” Virginia...

Aquí estoy,
comé de mi vergüenza,
llorar en un avión
no queda bien.

Patagonia
imponente
e impotente,
piel de desencuentros,
quiero gritar
que fuimos nuevamente
MA SA CRA DOS...
Llueve o nieva,
hace viento,
sobre el único mundo
que conozco,
y caen copos como orejas,
como islas,
testículos y sangres caen
sobre esta amada estepa.
Miro hacia el cielo de la mentira
con ojos de ingenuo,
pero el cielo
para los indios
NO EXISTE...
(más allá de las ventas
preocupadas de los misioneros)
Entonces Virginia,
te veo en el infierno;
vos ya lo conoces,
yo ya lo conozco...

Ah... me olvidaba.
el diario decía:
“MURIÓ LA ULTIMA ONA”
y yo digo
(con las disculpas del caso)
que todos estamos vivos
y resistiendo.




Paisaje por Aurora

Un óleo simple y grande
con lo que el hombre necesita,
un sol,
dos nubes,
pájaros en el cielo
y abajo,
donde nosotros habitamos,
un fuego para todos.
Una casa y cinco manzanos
con sus corazones vegetales,
dispuestos a que ninguna serpiente
nos saque al paraíso que ganamos
por un mordisco.
Eso has pintado Naná,
tan solo eso en un domingo.
Qué ironía ¿no?,
pues Dios el creador
en ese día descansó.
Así lo dicen
las sangradas
escrituras.






Breve elogio a Mónica Alvarado

Mónica ha varado en la bahía de Ushuaia, desde donde zarpó hace algún tiempo y luego de mares de sargazos, de puertos en penumbras, puertos muertos sin tabernas ni marineros ebrios, regresa con la tela de su velamen intacta. Firme de proa a popa para calafatear su quilla con abrazos de piedra. Regresa y nos regresa el color.
El fuego es la memoria, y cuando esa memoria es sinónimo de resistencia, como una canoa es de raíz, entonces puede ser que, rebasado de lágrimas, el recipiente de nuestro corazón derrame todo el pasado, como un grito líquido, sobre la mesa sorda y descreída de lo cotidiano. También puede ocurrir que acongoja-dos estrujemos el trapito del alma y lo tendamos al viento de la isla para que por ese ojo vea el mundo el dolor de razas ultimadas aquí, a la vera del canal Onachaga. Aquí, en el confín de la vergüenza. Esto y mucho más nos cuenta con su magia nuestra artista plástica Mónica Alvarado, Mi Hermana.
Su paleta es una perfeccionada caja de Pandora. De ella salen los demonios y los ángeles, porque todo buen creador conoce los infiernos y no le teme al cielo.





Cómo hacer un barco

Arranque sus costillas
y esternón,
construya las cuadernas,
ponga su alma
de mascarón de proa,
extienda sus ganas
como velas,
gane el viento
que le deben
y llore, luche, ame,
mate, llore, luche,
hasta hacer el mar.









1 comentario: