martes, 6 de septiembre de 2011

4634.- ANA RODRÍGUEZ DE LA ROBLA


Ana Rodríguez de la Robla (Santander, 1971), es historiadora y filóloga. Poeta. Autora de una cuarentena de libros y trabajos académicos relativos a los ámbitos de la Historia y la Literatura. Ha impartido conferencias y lecturas en diversas universidades e instituciones extranjeras (Londres, Roma, Munich, Eichtätt, Caracas…). Como gestora cultural, ha sido asesora en la Universidad de Cádiz y diseña regularmente programaciones institucionales. Colabora en varios medios de comunicación (prensa, radio) realizando crítica literaria y musical. Dirige en Santander la Revista de Cultura QVORVM y el Aula de Letras de la Universidad de Cantabria.

Como poeta, ha publicado los libros La última palabra (2009), Acción de gracias (2006), Naturaleza muerta (2000), La sombra sostenida (1997) y Reloj de agua (1995).






CENTRO DE LA TIERRA

Para el amigo que viajó al corazón mismo de la Tierra

Bajo un sol de esparto se ovilla el silencio.
Entre mis labios se deshila
la perfección rasgada del encaje
de la blusa de arena de los días.
He asistido a los trinos de la luz,
a la sombra de las simas. He visto
todo cuanto un hombre debe ver:
mi miserable arcilla,
y su origen,
que fue el miedo.
Los huesos de los primeros hombres
comparten con los de hoy el terror en su adn.
No hay otra herencia más allá del terror y los deseos.
Todo es leve aquí, todo es leve pero grave.
Los pasos no resuenan cuando la tierra tiembla,
cuando gime con la suave carnosidad de una cereza.
Cereza sangre lengua roja lava.
Cereza rosetón de fuego orfebre:
un ojo insomne en el rostro de la sumergida catedral.
No es nadie Claude en este páramo donde un reloj es una línea que no acaba.
Lo pienso ante el fulgor del polvo y su liturgia,
lo pienso como quien palpa un rosario para acallar la sed, el desconcierto,
los mensajes de la cal, sus caballos perfilados por la mano de albayalde:
la perfidia de ese dios que no existe pero escribe
impasible palabras de desdén hacia su pueblo.






UNA ROSA

Es el otoño.
Las nubes, escribas, desgranan
su caligrafía de algodón y de ceniza.
Las hojas secas murmuran
su atávica consigna de savia derrotada;
la música cautiva de la devastación.
Y de repente
una rosa.






Verás la primavera regalarte con sus flores.
El verano te rondará con dulce complacencia.
Restituirá el otoño en ti las dádivas de Baco.
Al invierno encomendé que la tierra te sea leve.







terrible luz
que arroja odio
donde fértil se alojaba la muerte más oscura





Mudar la piel
como un reptil,
quedar en carne viva
al sol.

Desear el salitre y su caricia
de agujas amarillas.

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