martes, 2 de noviembre de 2010

1703.- MARIO LOURTAU



Mario Lourtau López (Cáceres, 1976). Licenciado en Filología Inglesa por la Universidad de Extremadura. En su faceta literaria cuenta con varios premios literarios y publicaciones en diversas revistas y antologías. Tiene publicados los libros “Donde Gravita el Hombre” (Ed. Alhulia. Salobreña 2008, Granada), “Catálogo de Deudores”, (Editora Regional de Extremadura. Merida, 2009) y “Quince Días de Fuego” (Ediciones Rialp, Madrid 2010), accésit del premio Adonáis. Próximamente algunos de sus poemas aparecerán en la antología: La postmodernidad desde la periferia. Algunos de sus poemas han sido traducidos al inglés y al árabe. Participa con regularidad en encuentros y actos literarios de diversa índole. Después de cinco años por diversos institutos españoles en Marruecos, actualmente ejerce como profesor de inglés en el Colegio Español de Rabat.

POEMAS SELECCIONADOS POR EL AUTOR, MARIO LOURTAU,

PARA ESTA ANTOLOGÍA





INVIERNO EN LOS CEREZOS

Posa la nieve sus copos de cristal sobre las ramas
desnudas del cerezo. Apenas un instante de equilibrio
mantienen su armonía, lo justo para armar de nuevo el vuelo
y deslizarse, emprender otro viaje necesario
hasta las áridas entrañas de la tierra. Hoy, por siempre,
es invierno entre los hombres que aman el silencio
de esta estación varada en la templanza. Las aves
ya no cruzan como flechas la claridad del alba,
los bosques, inmersos en su opaca singladura,
desconocen la ofrenda de la luz sobre el tapiz del alma.
Nada invita a salir del rincón donde pernocta
la savia del recuerdo. Todo se vuelve invierno,
frío, nostalgia,
y hay un eco de sombras que pigmenta
la floración donde descansan las palabras.
Sólo el calor, la llama suculenta de unos labios
redime tanta espera, saber que la distancia
entre un hombre y su sino
se mide bajo el fuego de los atardeceres.




LEÑADOR

Las manos de este hombre han cortado la luz y la madera.
Cortaron la madera cuando el frío se volvió áspero y violento.
Cortaron la luz cuando todo se hizo oscuro e impenetrable.
Luego sus manos se fueron desgastando lentamente.
Tomaron la conciencia de la carne rugosa,
se llenaron de musgo, de cortes, de hinchazones,
pero también amaron y sintieron el temblor de los cuerpos.
Donde el árbol ve su edad por los círculos contiguos de su anillo
por las manos de este hombre fluye, abierta, generosa,
la sangre que da fuelle y empuje a cada sacrificio.

Ahora regresa al bosque con esas mismas manos
adiestradas para el corte diagonal y preciso.
Él conoce que el árbol le teme por verdugo,
y que el gélido invierno precisa de madera.
Él conoce su oficio como al frío de la noche,
y sabe que en su casa, cuando la helada arrecia,
necesita el cobijo del fuego y la esperanza.





LABIOS IGNÍFUGOS

No me beses si no es para quemarme - me decías-
si no es para colmarme del más dulce veneno
y ofrecer a mi boca la hoguera y la esperanza.
No hace falta que me abrases las entrañas,
que descosas mi cuerpo, igual que un cirujano,
para volver a remendar tanta tristeza.
Sólo quiero que recojas de mis labios
las pavesas heladas que otros labios dejaron,
que llenes con el gesto de tu lengua melada
mi oscuro paladar, mis vulnerables dientes,
y cada comisura que mi boca esconde.
Acércate a besarme, no lo dudes,
ahora que hay rocío sobre la leña
de esta bóveda abierta a las hogueras.
Y si algún día te alejas, volátil como el humo,
dejando mi corazón en plena umbría,
remíteme las señas del mar en el que habitas
para saber donde arrojar tanta ceniza.





HERÁCLITO DE ÉFESO

Muchas piedras después de haber nacido, allá
por el año 535 AC, después de soportar desaires
de sus contemporáneos y de la ciencia moderna,
de ser recordado vagamente en algunos tratados filosóficos
más por sus locuras ordinarias y salidas de tono
que por sus postulados carentes de sentido,
Heráclito de Éfeso, sabio entre los sabios de la antigua Grecia,
al que algunos apodaron el Oscuro,
regresa a nosotros fluyendo con más fuerza,
desde la materia de la vida y la grandeza del viento,
desde el origen de las cosas y el fin de lo creado.
Conocedor de todo lo que al cabo existe,
Heráclito de Éfeso no mentía cuando hablaba
de nubes oxidadas como bolas de fuego,
de ríos silenciosos como lenguas de fuego,
de cuerpos que caminan bajo un signo de fuego.
Hay un movimiento de otoño y hojarasca
que todo lo transforma, una dinámica sencilla
y al tiempo complicada, como de antiguo mecanismo
que se engrasa y sigue funcionando eternamente.
Así, el fuego, su retornar constante,
el brillo frío y templado de sus crestas,
el vigor con que se trenza su melena,
inciden en las cosas, en la luz, en los paisajes,
y hasta en el propio devenir de nuestras muertes.

Así afirmaba Heráclito de Éfeso,
y así acabó sus días:
frío, mustio, confuso, incomprendido,
solitario como un anacoreta
que no encuentra su sitio en este mundo,
enterrado - por propia voluntad-
en una bola enorme de excrementos,
consumido por la vida y la miseria,
feliz y devorado por los perros.

De Quince Días de Fuego. (Rialp, Madrid, 2010)






CANCIÓN DEFINITIVA

Porque el amor se ha hecho costumbre en tus caderas
y cualquier insinuación de luz sobre tus labios
parece acelerar el ciclo de la vida hacia el abismo,
quisiera que la sombra
que habita los rincones de la desesperanza
no dicte su sentencia de adioses para siempre.

Porque son ya tantos los años compartidos
que casi no me atrevo a desterrar tu nombre,
a cerrar los postigos del cuerpo que te habita
y empezar a vivir las noches de tu ausencia
como el que vive a solas sin miedo al precipicio.

Por eso, ahora,
en este tiempo anclado en tempestades
donde todo parece una campal batalla,
te miro a los ojos con el ardor de siempre,
te tiendo una mano para que tú la amarres
y decidas si es posible soñar con completarnos
un año más, quizás hasta lo eterno.





HORSES IN THE NIGHT

A veces mi verdad se hace de noche,
y escucho el quejido grave de los caballos,
y un relincho seco, gris y obtuso,
como de hierba que se asusta de la escarcha,
me llama despacio. Llegan a mí lamentos
al galope, con sus crines mojadas de recuerdos.
Se apilan luego las cigarras como un muro
que canta su dolor de primavera. Mirar alrededor
es no encontrarme, es mirarse a un espejo sin reverso.
Pero a veces ni siquiera veo la luz en los espejos,
y dudo si soy yo o es tu cuerpo espectral
el que aparece entre las sombras como un sueño.
Y vuelven los caballos, los caballos,
con sus crines negras y apagadas, y siento
un trote lento de silencio, un humo frío
igual que un rictus, correr por mi espalda.
Y alguien olvidó sembrar estrellas, y vuelven
los gemidos de caballos, y dime ¿dónde están
ahora las flores? ¿En qué jardín tu cuerpo?
¿Por qué esta hierba ya no crece sobre el mármol?

A veces mi verdad se hace de noche
y entonces – no es sencillo-
domino las estrellas, el mármol,
la oquedad del espejo, las cigarras,
los seres de las sombras alargadas…
Pero en tanto, los caballos, los caballos…
¡Oh, los negros caballos de la noche!
¿Cuándo cesarán en su lamento
los oscuros y tristísimos caballos?






DÁRSENA

Esa mujer que amé
y que caducó sus labios en los míos
ya no será mañana. Tendrá la madrugada
ese deje de tristeza y añoranza
con que cubren las ortigas los páramos baldíos,
ese tibio sonido con que estallan
las estrellas en medio de la noche.

Las hordas del recuerdo – nuestras manos-
no llamarán para una nueva cita. Cerrará
-igual que cierran los postigos en penumbra-
el último jardín donde besé tus labios,
el último café de las palabras dulces,
los últimos encuentros, las caricias.

Sobre esta dársena sombría e indiferente
te lloro eterna y escribo este mensaje hacia la nada.
Ya no te tengo más que si te sueño blanca,
helada como la nieve ardiente de tus pechos,
entre los ángeles caídos al abismo.

También yo he quedado aquí, aguardando, contigo,
en la estación perpetua que me habita,
entre la ofuscación, el dolor y el desvarío,
entre los altos filamentos de los cirios,
oculto entre la densa niebla que transportan
los trenes que no van a ningún sitio.

De Donde Gravita el Hombre (Alhulia, Salobreña, 2008)






ALVARO VALVERDE DESCRIBE LA LUZ

La luz
es una sucesión de agujas que se clavan
sobre el aljibe azul de la memoria.
Yo a veces contemplo su tímido reflejo
dorando los recuerdos y los nombres,
alzando y curtiendo la piel de los años
en esta ecuación precisa hacia el ocaso.

A veces, (si es posible reposar en la nostalgia)
cuando camino ensimismado en los recuerdos
veo que se rinde confusa al tímido hormigón de las aceras,
que acompaña mi suerte y me persigue, fiel y evocadora,
ensayando reflejos imposibles, algún círculo disperso,
como el que busca un rostro para el verso
en la imperfecta cirugía de las palabras.

Otras veces, sin embargo,
es la luz sobre el estanque una guillotina
que divide las sombras y el silencio,
que marca sobre el árbol el ocre macilento del otoño,
y ajusta su reloj, acompasado y triste,
al ritmo incandescente de la vida.



II

Pero la luz, - si a veces se crece a ritmos insondables-,
también alcanza la edad de hacerse sombra:
conoce el precipicio, su alta esfera de paloma negra,
conoce las estrellas y el beso acelerado de la noche.

Y algún día, cuando no sirvan mi cuerpo y mis palabras
para absorber la luz como una encina, cuando mi carne
huela más a ceniza que a perfume y se abran mis ojos
a un mármol que clame su epitafio, entonces, solo entonces,
haré valer en vosotros el peso de la luz, su estatura de arena,
la colmena de marzo temblando sobre el zócalo del alma.

Pero en tanto, ¡La luz! ¡La luz!
¡La luz al cabo!

Despertadme de nuevo en su latir temprano.
Reservadme su cuerpo, su tacto, su belleza,
su cristal interior, su flujo de emociones,
y guiadme en la eterna sustancia de su alquimia.

Porque ya hace años que vengo cantando a favor del viento:
¡Hacedle un sitio a la luz y a su desnudo!






A LOS JÓVENES POETAS

Acaso resulte cierto que está llamado a ser poeta.
R.M.Rilke

Vosotros, alquimia que se crece hacia lo cierto,
vivís soñando la luz y sus destellos.
Habéis andado un camino oscuro y sinuoso
y ajenos al Olimpo de los dioses
ensalzáis la palabra sobre un pódium aún tierno.

¿Qué palomas de hielo se posan en la noche de los cirios?
¿Qué margen de verdad es el que evoca
el canto de las musas?
Humildad y constancia, -compañeros-,
disfrute y larga espera.

Si sembráis en la tarde la semilla temprana del almendro
recogeréis el fruto en la paciencia justa de los versos.

Por eso yo os aliento, muchachos del alba,
en la búsqueda que imploran las palabras:
ejercitad la luz -os digo- cubrid de lluvia el fuego,
y haced de la experiencia
un diamante que transpire su brillo en cada estrofa.

Y si algún día llegáis a lo más alto
no dejéis que el desdén se aferre a vuestros cuerpos
como musgo supremo. Gozáis al fin y al cabo
del tiempo y del vigor con que la vida apremia
el entusiasmo y la frescura de los nuevos bardos.





PARTIR YA PARA SIEMPRE

Algún día me iré de aquí y no seré más vuestro.
No seré del olivo ni de los limoneros, no seré
de la hoguera ni de la blanda lluvia. Partiré.
Dejaré atrás las calles y el rumor de las fuentes,
dejaré los almendros y el jardín del naranjo.
De poco servirá detenerme en la tarde a
contemplar los rostros, hacerme vulnerable
como el humo que dobla las esquinas del mundo.
Seré sólo recuerdo, viento espeso,
un fantasma que arrastra sus grilletes de niebla.

Igual que los arroyos recogen de las nieves
sus íntimas semillas, así la luz,
su ballesta de escarcha tensando las estrellas en la noche,
clavando sus saetas de cal y de veneno
sobre el aljibe que da sed a la memoria.

Así llegará el tiempo en que todo sea ausencia,
despojos oxidados de una edad impasible
donde ya solo quepa evocar lo pasado.

Entonces marcharé en la mañana roja de la herida,
con el gris equipaje de los que nunca vuelven,
llevando entre mis manos escombros de dolor y desaliento.
Abrazaré la sombra que persigue mis pasos,
seguiré los caminos donde la encina seca se consume.
Vagaré eternamente, sin prisas, sin desgaste,
resuelto en las cenizas de un crepúsculo incierto.
Partiré. Dejaré las nostalgias que crecen en la casa
cuando todo ya es nada, cuando todo resulta
un espacio tan vacuo como el hueco del aire.
No seré de los recuerdos, ni del frío, ni del otoño,
no seré de la alcazaba que circunde con sus larvas mi esqueleto.
Partiré. Seré solo mudanza, hogar entumecido,
el olor de otros pechos cubrirá las alcobas,

Y cuando carne, hueso y ascuas se hagan piedra,
y el barro que fue molde y se hizo cuerpo
abrace las raíces de la tierra, cuando sólo sea ya
la piel de un sueño, un recodo de luz, un ser de olvido
incapaz de postergar tanto tormento,
sumido en un letargo voraz e indescriptible,
volverán en manada los lobos de la ausencia,
crecerán como un musgo las frondas del silencio,
y cruzará mi nombre, como un rubor sin dueño,
por las calles cubiertas por el fango y la arena.

Entonces partiré ya para siempre,
donde nadie me encuentre si no es en las palabras.





EDAD

Testigo de tanta mudanza
escribo estos versos como un afirmación
de la vida que se escapa en las palabras.

Yo también cambio, y mudo, y me hago escarcha.
La vida es un jardín que no perdona.






PALABRAS

Las palabras son muerte, y en la muerte
desgranan lentamente sus fonemas. Nacen
con ásperos deseos de gobernar el mundo,
de encontrar en el verbo un aliado
que sea coraza y daga al mismo tiempo.
Buscan la precisión gutural del enjambre,
articulan y disponen a su modo
la ceremonia exacta del vocablo,
el anuncio secreto con que crecen
la amistad, el amor, y el rudo desatino
del que odia. No conocen fronteras,
ni en su dicha, manifiestan la virtud
que las hace valedoras del más alto elogio.
Todo regalo se envuelve con palabras.
Mas al cabo son nada, sino niebla,
sonidos que propagan sobre el viento
el frío significante de las cosas, los ecos del olvido.
Sus vidas se ejecutan como el que cruza un campo
de batalla minado. Explotan en el aire
en un instante fugaz que se evapora:
dicen, marcan, expresan la emoción
del sentimiento y luego se dispersan,
se van desintegrando como rojos meteoritos
en medio de la noche. Otras veces
caminan con nosotros prisioneras del tiempo,
esconden sus nostalgias y sus sueños
en el fondo acorazado de las voluntades.
Más ya no son palabras después de ser nombradas,
solo poso del alma y del recuerdo.

A veces las comparo con las olas que provocan
las mareas cuando llegan a la orilla desbocadas
y rompen su lamento, exclaman su espuma,
besan con codicia y música la orilla
queriendo decir algo, clamando la atención
del transeúnte que no entiende su idioma.
Ellas hablan, murmuran su lenguaje
de algas y salitre, de náufrago que aún sigue
estando vivo, y canta en una isla.
Mas nadie al fin y al cabo las escucha
más allá de la batida contra el muro.

También así, ceremoniosamente,
van renovando las palabras
su procesión mortal hacia los días:
bruma, lluvia, nube, circunstancia,
fuego que se crece y peregrina
hacia su propia extinción, hacia la nada.

De Catálogo de Deudores. (E.R.E., Mérida, 2009)




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