LOUISE ELISABETH GLÜCK
Louise Elisabeth Glück (Nueva York, 1943) es una poeta estadounidense en lengua inglesa. Fue la duodécima poeta laureada (2003-2004) por la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos.
Gluck nació en la ciudad de Nueva York y creció en Long Island. Se licenció en 1961 por la George W. Hewlett High School en la ciudad de Hewlett, Nueva York. Posteriormente asistió al Sarah Lawrence College en Yonkers (Estado de Nueva York), y a la Universidad de Columbia. Ganó el Premio Pulitzer de poesía en 1993 por su poemario The Wild Iris (El Iris Salvaje). Ha recibido también el National Book Critics Circle Award por Triumph of Achilles, el Premio de la Academia Americana de Poetas por Firstborn, así como numerosas becas Guggenheim. En este momento vive en Cambridge, Massachusetts, y desarrolla actividades de docencia en el departamento de lengua inglesa del Williams College en Williamstown, Massachusetts. De forma paralela, imparte clases en la Universidad de Yale.
Obra poética, premios y becas
Louise Glück es autora de once libros de poesía, entre los que se incluye Averno, The seven ages, Vita Nova, por el que fue galardonada con el Premio de Poesía de The New Yorker, Meadowlands, The Wild Iris (El iris salvaje), que recibió el Premio Pulitzer de poesía y el Premio William Carlos Williams de la Poetry Society of America, Ararat que recibió el Premio Nacional de poesía Rebekah Johnson Bobbit; y The triumph of Achiles que recibió, entre otros, el National Book Critics Circle Award. 'The First Four Books es una compilación de su poesía temprana.
También ha publicado una colección de ensayos, Proofs and Theories: Essays on Poetry(1994) que ganó el PEN Martha Albrand Award for Nonfiction. La editorial Sarabande Books publicó en formato de bolsillo un nuevo poemario constituido por seis partes, titulado October. En 2001 la Universidad de Yale concedió a Louise Glück su Bollingen Prize premio de poesía que concede de forma bienal a un poeta destacado por su obra. Entre otros galardones y honores se incluyen el Lannan Literary Award, el Sara Teasdale Memorial Prize, la Medalla al mérito del MIT y diferentes ayudas y becas a la creación de instituciones como la Guggenheim y la Rockefeller.
Bibliografía
Obra en inglés
Poesía
Firstborn (New American Library, 1968)
The House on Marshland (Ecco Press, 1975)
The Garden (Antaeus, 1976)
Descending Figure (Ecco Press, 1980)
The Triumph of Achilles (Ecco Press, 1985)
Ararat (Ecco Press, 1990)
The Wild Iris (Ecco Press, 1992)
The First Four Books of Poems (Ecco Press, 1995)
Meadowlands (Ecco Press, 1997)
Vita Nova (Ecco Press, 1999)
The Seven Ages (Ecco Press, 2001)
Averno (Farrar, Straus and Giroux, 2006)
Prosa
Proofs and Theories: Essays on Poetry (Ecco Press, 1994)
Obra traducida al español
El iris salvaje. Editorial Pre-Textos. 2006.
La diferencia entre Pepsi y Coca-Cola: antología de poesía norteamericana contemporánea. Traductor: Julio Mas Alcaraz. Editorial Vitruvio, 2007.
Ararat. Editorial Pre-Textos. 2008.
Poesía selecta. Traductor: Beverly Pérez Rego. Caracas: Universidad Metropolitana, Colección Luna Nueva, 2008. ISBN 978-980-247-146-1
Las siete edades. Editorial Pre-Textos. 2011.
Averno. Editorial Pre-Textos. 2011.
Gluck nació en la ciudad de Nueva York y creció en Long Island. Se licenció en 1961 por la George W. Hewlett High School en la ciudad de Hewlett, Nueva York. Posteriormente asistió al Sarah Lawrence College en Yonkers (Estado de Nueva York), y a la Universidad de Columbia. Ganó el Premio Pulitzer de poesía en 1993 por su poemario The Wild Iris (El Iris Salvaje). Ha recibido también el National Book Critics Circle Award por Triumph of Achilles, el Premio de la Academia Americana de Poetas por Firstborn, así como numerosas becas Guggenheim. En este momento vive en Cambridge, Massachusetts, y desarrolla actividades de docencia en el departamento de lengua inglesa del Williams College en Williamstown, Massachusetts. De forma paralela, imparte clases en la Universidad de Yale.
Obra poética, premios y becas
Louise Glück es autora de once libros de poesía, entre los que se incluye Averno, The seven ages, Vita Nova, por el que fue galardonada con el Premio de Poesía de The New Yorker, Meadowlands, The Wild Iris (El iris salvaje), que recibió el Premio Pulitzer de poesía y el Premio William Carlos Williams de la Poetry Society of America, Ararat que recibió el Premio Nacional de poesía Rebekah Johnson Bobbit; y The triumph of Achiles que recibió, entre otros, el National Book Critics Circle Award. 'The First Four Books es una compilación de su poesía temprana.
También ha publicado una colección de ensayos, Proofs and Theories: Essays on Poetry(1994) que ganó el PEN Martha Albrand Award for Nonfiction. La editorial Sarabande Books publicó en formato de bolsillo un nuevo poemario constituido por seis partes, titulado October. En 2001 la Universidad de Yale concedió a Louise Glück su Bollingen Prize premio de poesía que concede de forma bienal a un poeta destacado por su obra. Entre otros galardones y honores se incluyen el Lannan Literary Award, el Sara Teasdale Memorial Prize, la Medalla al mérito del MIT y diferentes ayudas y becas a la creación de instituciones como la Guggenheim y la Rockefeller.
Bibliografía
Obra en inglés
Poesía
Firstborn (New American Library, 1968)
The House on Marshland (Ecco Press, 1975)
The Garden (Antaeus, 1976)
Descending Figure (Ecco Press, 1980)
The Triumph of Achilles (Ecco Press, 1985)
Ararat (Ecco Press, 1990)
The Wild Iris (Ecco Press, 1992)
The First Four Books of Poems (Ecco Press, 1995)
Meadowlands (Ecco Press, 1997)
Vita Nova (Ecco Press, 1999)
The Seven Ages (Ecco Press, 2001)
Averno (Farrar, Straus and Giroux, 2006)
Prosa
Proofs and Theories: Essays on Poetry (Ecco Press, 1994)
Obra traducida al español
El iris salvaje. Editorial Pre-Textos. 2006.
La diferencia entre Pepsi y Coca-Cola: antología de poesía norteamericana contemporánea. Traductor: Julio Mas Alcaraz. Editorial Vitruvio, 2007.
Ararat. Editorial Pre-Textos. 2008.
Poesía selecta. Traductor: Beverly Pérez Rego. Caracas: Universidad Metropolitana, Colección Luna Nueva, 2008. ISBN 978-980-247-146-1
Las siete edades. Editorial Pre-Textos. 2011.
Averno. Editorial Pre-Textos. 2011.
Amor bajo la luz de la luna
A veces un hombre o una mujer imponen su desesperación
a otra persona, a eso lo llaman
alternativamente desnudar el corazón, o desnudar el alma.
(Lo que significa que para entonces adquirieron una.)
Afuera, la tarde de verano, todo un mundo
arrojado a la luna: grupos de formas plateadas
que podrían ser árboles o edificios, el angosto jardín
donde el gato se esconde para revolcarse en el polvo,
la rosa, la coreopsis y, en la oscuridad, la cúpula dorada del capitolio
transformada en aleación de luz de luna,
forma sin detalle, el mito, el arquetipo, el alma
llena de ese fuego que en realidad es luz de luna,
tomada de otra fuente, y brilla
unos instantes, como brilla la luna: piedra o no,
la luna sigue estando más que viva.
El espino
Al lado tuyo, pero no
de tu mano: así te miro
andar por el jardín
de verano: las cosas
que no pueden moverse
aprenden a mirar. No necesito
perseguirte a través
del jardín; en cualquier parte
los humanos dejan
señal de lo que sienten, flores
esparcidas en el polvo del camino, todas
blancas y doradas, algunas
levemente alzadas
por el viento de la tarde. No necesito
seguirte adonde estás ahora,
hundido en la ponzoña de este campo, para
saber la causa de tu huida, de tu humana
pasión, de tu rabia: ¿por qué otra cosa
dejarías caer todo aquello
que has acumulado?
El iris salvaje
Al final del sufrimiento
me esperaba una puerta.
Escúchame bien: lo que llamas muerte
lo recuerdo.
Allá arriba, ruidos, ramas de un pino vacilante.
Y luego nada. El débil sol
temblando sobre la seca superficie.
Terrible sobrevivir
como conciencia,
sepultada en tierra oscura.
Luego todo se acaba: aquello que temías,
ser un alma y no poder hablar,
termina abruptamente. La tierra rígida
se inclina un poco, y lo que tomé por aves
se hunde como flechas en bajos arbustos.
Tú que no recuerdas
el paso de otro mundo, te digo
podría volver a hablar: lo que vuelve
del olvido vuelve
para encontrar una voz:
del centro de mi vida brotó
un fresco manantial, sombras azules
y profundas en celeste aguamarina.
Escila
No yo, tonta, no yo sino nosotras, nosotras: olas
azules y celestes como
una crítica al cielo: ¿por qué
atesoras tu voz
si ser algo es lo que sigue
a no ser nada?
¿por qué alzas los ojos?, ¿para oír
algo así como un eco de la voz
de dios? Sois todos iguales:
solitarios, de pie sobre nosotras, planificando
vuestras vidas absurdas; vais
donde se os manda, como todas las cosas,
donde el viento os plante, unos y otros
mirando siempre
hacia abajo, viendo alguna imagen
del agua y escuchando qué: olas,
y sobre las olas, pájaros cantando.
Lamium
Así se vive cuando tienes un corazón helado.
Como yo: entre sombras, arrastrándose sobre la roca fría,
bajo las copas inmensas de los arces.
El sol apenas me alcanza.
A veces, al comenzar la primavera, lo veo elevarse a lo lejos.
Luego crecen las hojas sobre él, hasta cubrirlo todo.
Siento su brillo entre las hojas, vacilante,
como quien golpea un vaso con una cuchara de metal.
No todos necesitan de la luz
en igual medida. Algunos
creamos nuestra propia luz: una hoja plateada
como un sendero que nadie puede recorrer, un lago de plata
poco profundo bajo la oscuridad de los arces.
Pero esto ya lo sabes.
Tú y aquellos que piensan
que viven por la verdad, y en consecuencia,
aman todo lo que es frío.
Maitines
Perdóname si digo que te amo: a los poderosos
se les engaña siempre, los débiles
son siempre manejados por el miedo. No puedo amar
lo que no puedo concebir, y tú no revelas
virtualmente nada: ¿acaso te asemejas al espino,
siempre la misma cosa en el mismo lugar,
o a la dedalera inconsistente, que brota primero
como espiga rosada en la ladera, junto a las margaritas,
y al año siguiente es púrpura en el rosedal? Ya ves
lo inútil que es este silencio que promueve en nosotros la creencia
en que tú puedes ser todas las cosas, la dedalera y el espino, la vulnerable
rosa, la terca margarita; nada nos queda sino pensar
que no podrías existir. ¿Es eso lo que quieres
que pensemos? , ¿lo que explica el silencio esta mañana,
los grillos cuyas alas no se frotan, los gatos
que en el patio no pelean?
Maitines 2
Ocurre contigo que eres como los abedules:
no debo hablarte
de modo personal. Muchas
cosas han pasado entre nosotros. ¿O
sólo me ocurrieron a mí? Me
siento culpable, culpable, te pedí
humanidad; no soy más menesterosa
que los otros. Pero la ausencia
de todo sentimiento, de la menor
preocupación por mí... También podría
dirigirme a los abedules
como en mi vida anterior: dejemos
que lo hagan del peor modo, déjales
que me entierren con los románticos,
que sus hojas amarillas y afiladas
caigan sobre mí
y me cubran.
Maitines 4
¿Qué es mi corazón para ti
si debes romperlo una y otra vez
como el sembrador que pone a prueba
sus nuevas especies? Experimenta
algo más: cómo puedo vivir
en las colonias, como a ti te gusta, si me impones
una cuarentena de dolor, apartándome
de los miembros saludables de
mi propia tribu: eso no se hace
en un jardín, apartar
la rosa enferma; permítele ondear sus sociables
e infectadas hojas
de cara a las demás, que los minúsculos áfidos
brinquen de planta en planta, probando de nuevo
que soy la más inane de tus criaturas, la que sigue
al floreciente áfido y al rosal trepador. Padre,
como agente de mi soledad, alivia
al menos mi culpa, levanta
el estigma del aislamiento; a menos
que sea tu designio fortalecerme
otra vez, como fui
fuerte y plena en mi infancia equivocada,
bajo la leve luz
del corazón de mi madre,
o en el sueño,
el primer ser que nunca moriría.
Malahierba
Algo
llega al mundo sin ser bienvenido
y llama al desorden, al desorden.
Si tanto me odias
no te molestes en buscar
un nombre para mí: ¿necesitas
acaso un desdoro más
en tu lenguaje, otra
manera de culpar
a la tribu por todo?
Ambos lo sabemos,
si adoras a un dios, necesitas
sólo un enemigo.
Yo no soy el enemigo.
Sólo soy una treta para ignorar
lo que ves que sucede
aquí mismo en esta cama,
un pequeño paradigma
del fracaso. Una de tus preciosas flores
muere aquí casi a diario
y no podrás descansar
hasta enfrentarte a la causa, es decir,
a todo lo que queda,
a todo aquello que es más fuerte
que tu pasión personal.
No estaba escrito
permanecer para siempre en este mundo.
Pero por qué admitirlo, si puedes seguir
haciendo lo de siempre,
lamentándote y culpando,
las dos cosas a la vez.
No necesito que me alabes
para sobrevivir. Llegué aquí primero,
antes que tú, antes
de que sembraras un jardín.
y estaré aquí cuando el sol y la luna
se hayan ido, y el mar, y el campo extenso.
Y yo conformaré el campo.
Nieve de primavera
Mira el cielo nocturno:
en mí poseo dos personas, dos clases de poder.
Estoy aquí contigo, en la ventana,
observando tu reacción. Ayer
la luna se alzó sobre la tierra mojada del jardín.
Hoy la tierra brilla igual que la luna,
como materia muerta, encostrada de luz.
Ahora puedes ya cerrar los ojos.
He escuchado tus llantos, también
los llantos anteriores a los tuyos,
y he sido sensible a sus demandas.
Te mostré lo que querías:
no la convicción sino el sometimiento
a la autoridad, que descansa en la violencia.
Las siete edades (Trad. Mirta Rosenberg). Valencia; Ed. Pre-textos, 2011.
DE UN DIARIO
Tuve un amante una vez,
dos veces tuve un amante,
fácilmente tres veces amé.
Y entre medio
mi corazón se reconstruyó perfectamente
como una lombriz.
Y también mis sueños se reconstruyeron.
Al cabo de un tiempo, advertí que mi vida
era completamente idiota.
Idiota, malgastada…
Y un poco más tarde, tú y yo
empezamos a escribirnos, inventando
una forma completamente nueva.
¡Profunda intimidad a larga distancia!
Keats a Fanny Brawne, Dante a Beatriz…
No se puede inventar
una nueva forma para
un viejo personaje. Las cartas que envié siguieron siendo
inmaculadamente irónicas, distantes
aunque directas. Mientras tanto, escribía
cartas diferentes en mi cabeza,
algunas de las cuales se convirtieron en poemas.
¡Tanto sentimiento auténtico!
¡Tantas intensas declaraciones
de añoranza apasionada!
Amé una vez, amé dos veces
y de repente
la forma se derrumbó: fui
incapaz de sostener la ignorancia.
Qué triste haberte perdido, haber perdido
toda oportunidad de conocerte de verdad
o de recordarte en el tiempo
como una persona real, como alguien a quien
hubiera podido llegar a unirme estrechamente, tal vez
el hermano que nunca tuve.
Y qué triste pensar
en morir antes de descubrir
nada. Y advertir
qué ignorantes somos casi todo el tiempo,
viendo las cosas
solamente desde la propia ventaja, como un francotirador.
Y hubo tantas cosas
que nunca llegué a decirte sobre mí,
cosas que te podrían haber hecho cambiar de opinión.
Y la foto que nunca te envié, tomada
la noche en que me veía casi espléndida.
Quería que te enamoraras. Pero la flecha
seguía chocando contra el espejo y volviendo a mí.
Y las cartas siguieron dividiéndose
y ninguna de sus mitades era totalmente verdadera.
Y tristemente, nunca te imaginaste
nada de esto, aunque siempre respondías
con tanta prontitud, siempre la misma carta elusiva.
Amé una vez, amé dos veces,
y aunque en nuestro caso
las cosas nunca pasaron a mayores
fue bueno haberlo intentado.
Y, por supuesto, aún tengo las cartas.
Alguna vez me tomaré unos años
para releerlas en el jardín,
con un vaso de té helado.
Y a veces me siento parte de algo
muy grande, profundísimo y ubicuo.
Amé una vez, amé dos veces,
fácilmente tres veces amé.
EL BALCÓN
Era una noche como ésta, al final del verano.
Habíamos alquilado, lo recuerdo, un cuarto con balcón.
¿Cuántos días y noches? Cinco, tal vez… no más.
Hasta cuando no nos tocábamos estábamos haciendo el amor.
Salíamos a nuestro pequeño balcón en la noche de verano.
Y lejos, en algún lugar, los sonidos de la vida humana.
Éramos monarcas que pronto serían coronados,
con la mejor disposición hacia nuestros súbditos. Debajo,
el sonido de una radio, un aria que entonces no conocíamos.
Alguien muriendo de amor. Alguien a quien el tiempo le había quitado
la única felicidad, que había quedado sola,
empobrecida, sin belleza.
Las arrobadoras notas de un dolor insoportable, de aislamiento y terror,
las lentas frases de la melodía ascendente, figuras casi imposibles de sostener,
flotaban sobre el agua negra
como un éxtasis.
Un error tan pequeño. Y muchos años más tarde,
lo único que quedó de esa noche, de las horas en esa habitación.
EROS
Había acercado la silla a la ventana del hotel, para mirar la lluvia.
Estaba en una suerte de sueño o trance…
enamorada, y sin embargo
nada quería.
Tocarte parecía innecesario, volver a verte.
Sólo quería esto:
la habitación, la silla, el sonido de la lluvia al caer,
hora tras hora, en la tibieza de la noche de primavera.
No necesitaba nada más; estaba completamente saciada.
Mi corazón se había vuelto pequeño, se colmaba con muy poco.
Miré la lluvia que caía en una densa cortina sobre la ciudad oscurecida…
Nada de esto te concernía: podía dejarte vivir
tal como necesitaras vivir.
Al amanecer cesó la lluvia. Hice las cosas
que se hacen de día, me puse en movimiento,
pero como una sonámbula.
Había bastado y ya no era cosa tuya.
Unos pocos días en una ciudad desconocida.
Una conversación, el roce de una mano.
Y después, me quité mi alianza de matrimonio.
Eso era lo que quería: estar desnuda.
EL ARDID
Se sentaban muy separados
deliberadamente, para experimentar, a diario,
el placer de verse mutuamente
a gran distancia. Entendían
instintivamente que la pasión erótica
crece con la distancia, ya sea
real (uno es casado, uno
ya no ama al otro) o
espuria, engañosa, un ardid
que remeda la subordinación
de la pasión a las convenciones sociales,
pero un ardid, que no demostraba
el poder de las convenciones sino más bien
el poder de eros para aniquilar
la realidad objetiva. El mundo, el tiempo, la distancia
agostándose como un campo seco ante
el fuego de la mirada…
Nunca antes. Nunca con nadie más.
Y después los ojos, las manos.
Experimentados como una gloria, como consagración…
Dulce. Y después de tantos años,
absolutamente imposible de imaginar.
Nunca antes. Nunca con nadie más.
Y después todo el asunto
repetido exactamente con otra persona.
Hasta que finalmente resultó obvio
que la única constante
era la distancia, sierva de la necesidad.
Que era usada para alimentar
el fuego, cualquiera haya sido, que ardía en cada uno de nosotros.
Los ojos, las manos… eran menos importantes
que lo que creíamos. Finalmente,
bastaba la distancia, por sí misma.
NOCHE DE VERANO
Metódicamente, por el hábito de muchos años, mi corazón sigue latiendo.
De noche, cuando me despierto, lo escucho por encima del leve zumbido del aire acondicionado.
Como solía escucharlo por encima del corazón del amado, o
de sus diversos corazones, ya que fueron varios.
Y mientras late, sigue estimulando una emoción ridícula.
¡Tantas cartas apasionadas que nunca se enviaron!
Tantos viajes urgentes concebidos en noches de verano,
visitas sorpresivas a hombres que eran casi perfectos desconocidos.
Los billetes que nunca se compraron, las cartas nunca despachadas.
Y el orgullo a salvo. Y la vida, en cierto sentido, jamás vivida por completo.
Y el arte siempre en riesgo de volverse repetitivo.
¿Por qué no? ¿Por qué no? ¿Por qué mis poemas no deberían imitar mi vida?
Cuya enseñanza no es la apoteosis sino la serie, cuyo significado
no radica en el gesto sino en la inercia, la ensoñación.
El deseo, la soledad, el viento sobre el almendro en flor…
con seguridad esos son los grandes temas, inagotables,
a los que mis predecesores sirvieron como aprendices.
Los escucho como un eco en mi propio corazón, disfrazados de convencionalismo.
Bálsamo de la noche de verano, bálsamo de lo normal,
majestuosa dicha y pena de la existencia humana,
lo soñado y también lo vivido…
¿qué podría ser más caro que esto, dada la cercanía de la muerte?
RAYO DE LUNA
Se alzó la niebla con un sonido ahogado. Como un golpe seco.
Que era el latido del corazón. Y se alzó el sol, diluido por un rato.
Y después de lo que parecieron años, volvió a hundirse
y la penumbra bañó la orilla y se hizo más profunda.
Y de la nada salieron los amantes,
gente que aún tenía cuerpo y corazón. Que aún tenía
brazos, piernas, boca, aunque de día fueran
amas de casa y empresarios.
La misma noche produjo también gente como nosotros.
Eres como yo, te guste o no.
Insatisfecho, meticuloso. Y tu hambre no es hambre de experiencia
sino de comprensión, como si se pudiera comprender en abstracto.
Entonces otra vez amanece y el mundo vuelve a ser normal.
Los amantes se arreglan el cabello, la luna reanuda su fútil existencia.
Y la playa es otra vez de misteriosos pájaros
que pronto aparecerán en los sellos postales.
Pero, ¿qué hay de nuestra memoria, la memoria de los que dependen de imágenes?
¿No sirve de nada?
Se alzó la niebla, borrando toda prueba de amor.
Sin la cual sólo tenemos el espejo, tú y yo.
JUVENTUD
Mi hermana y yo en los dos extremos del sofá,
leyendo (supongo) novelas inglesas.
La televisión encendida; diversos libros escolares abiertos,
o marcados en ciertos sitios con hojas de cuaderno.
Euclides, Pitágoras. Como si hubiéramos explorado
los orígenes del pensamiento y preferido las novelas.
Tristes sonidos de nosotras, creciendo…
una penumbra de violonchelos. Ni rastro
de una flauta, de un piccolo. Y entonces parecía
casi imposible concebir que algo de eso
fuera a cambiar o fuera maleable.
Tristes sonidos. Anécdotas
que eran en realidad naturalezas muertas.
Las páginas de las novelas que van pasando;
los dos perros que roncan suavemente.
Y desde la cocina,
los sonidos de nuestra madre,
olor a romero, a cordero que se asa.
Un mundo en proceso
de cambio, de construcción o desaparición,
y sin embargo no era así como vivíamos;
todos vivíamos nuestras vidas
como la simultánea promulgación ritualizada
de un gran principio, algo
sentido sin entender.
Y los comentarios que hacíamos
eran como parlamentos de teatro,
dichos con convicción pero no por decisión propia.
Un principio, un aterrador mandato familiar
que implicaba oponerse al cambio, a la variación,
un rechazo incluso a hacer preguntas…
Ahora ese mundo empieza
a cambiar y a girar a nuestro alrededor, sólo ahora
que ya no existe más.
Se ha convertido en el presente: interminable y sin forma.
REUNIÓN
Descubren, después de veinte años, que se agradan mutuamente,
a pesar de las enormes diferencias (uno psiquiatra, uno funcionario municipal),
diferencias que podrían haber sido, que fueron, predecibles:
diferencias de gustos, inclinaciones y, ahora, de riqueza
(uno literario, uno absolutamente práctico y sin embargo
deliciosamente irónico; las dos esposas cordiales y con mutua curiosidad).
Y este descubrimiento es, también, descubrimiento del yo, de nuevas capacidades:
son, en esta conversación, como los grandes sabios,
los filósofos que solían leer (nunca juntos), hombres
de logros en el mundo y de sabiduría, hablando
con todo el encanto y la efervescencia y la franqueza entusiasta
que hacen tan injustamente famosa a la juventud. Y a eso se ha añadido
una vasta tolerancia y generosidad, un alejamiento de cualquier clase de desdén o de recelo.
Es un placer, ahora, hablar de la manera en que sus vidas
se han desarrollado, semejantes en algunos aspectos, en otros
profundamente diferentes (aunque cada una con su núcleo de dolor,
manifiesto o implícito): hablar de la diferencia ahora,
hablar de todo lo que fue, antes, parte
de una suerte de terror al acecho, es hacer valer su derecho a un tema. En tanto
el tema crece y engendra diálogo, provoca en ellos (dada su grandeza)
una amabilidad y buena voluntad que ninguno hasta entonces
parecía poseer. El tiempo ha sido bueno con ellos, y ahora
pueden reunirse a hablar de eso, por así decirlo, desde adentro,
cosa que, antes, no habrían podido hacer.
CUMPLEAÑOS
Parece mentira, pero puedo mirar atrás
y ver cincuenta años. Y allí, al final de la mirada,
un ser humano ya completamente reconocible,
las manos apretadas en el regazo, los ojos
clavados en el futuro con la mezcla
de terror y desesperanza de alguien que espera su aniquilación.
Completamente familiar aunque todavía, por supuesto, muy joven.
Mirando ciegamente hacia adelante, con la expresión de alguien que clava los ojos en la más completa oscuridad.
Y pensando: algo que significaba, lo recuerdo, los esfuerzos de la mente
por impedir el cambio.
Familiar, reconocible, pero más profundamente sola, más abatida.
En su opinión, no cumple con la definición
de niña, una persona que puede esperarlo todo del futuro.
Eso es lo que aparentan los otros; eso es, por lo tanto, lo que son.
Constantemente amistosos
con la cámara, muchos de ellos sonríen realmente,
con verdadera convicción…
Recuerdo esa edad. Plagada de inseguridades, de disgusto por sí misma,
y al mismo tiempo inundada
de desprecio hacia lo común y corriente; eternamente
relegada a la soledad, al oscuro solaz de la percepción, a un futuro
completamente dominado por lo trágico, en el que la inmensa voluntad de vivir
sólo es algo a rechazar…
Ese es el problema del silencio:
una no puede poner a prueba sus ideas.
Por que no son ideas, son la verdad.
Todas las defensas, la rigidez espiritual, la insistencia
en desenmascarar lo cotidiano para revelar lo trágico,
eran en realidad inocencia del mundo.
Es decir de lo parcial, lo cambiante, lo mudable…
todo eso que el absoluto excluye. Me senté a oscuras, en la sala.
El cumpleaños había terminado. Pensaba, naturalmente, en el tiempo.
Recuerdo cómo, casi en el mismo instante,
mi corazón daba un brinco, exultante, y caía
en la desolación y la angustia. El brinco exultante ‒la mitad sin importancia‒
era la felicidad; eso era lo que significaba la palabra.
DURAZNO MADURO
1
En una época,
sólo la certeza me daba
alegría. Imagínense…
la certeza, una cosa muerta…
2
Y después el mundo,
la experimentación.
La boca obscena
famélica de amor…
es como el amor:
la abrupta, dura
certeza del final.
3
En el centro de la mente,
el duro carozo,
la conclusión. Como si
la fruta misma
nunca existiera, sólo
el fin, el punto
a mitad de camino entre
la expectativa y la nostalgia…
4
Tanto miedo.
Tanto terror del mundo físico.
La mente frenética
protegiendo el cuerpo de
lo pasajero, lo provisorio,
el cuerpo dándole batalla…
5
Un durazno sobre la mesa de la cocina.
Una réplica. Es la tierra,
la misma
dulzura que se pierde
alrededor del contorno de la piedra,
y como la tierra
a nuestro alcance…
6
Una ocasión
para la felicidad: no podemos
poseer la tierra
sólo experimentarla. Y ahora
la sensación: la mente
silenciada por la fruta…
7
No están
reconciliados. El cuerpo
aquí, la mente
aparte, no
un guardián tan sólo:
tiene sus propias alegrías.
Es el cielo nocturno,
las estrellas más intensas son sus
inmaculadas distinciones…
8
¿Puede sobrevivir? Acaso hay luz
que sobreviva al final
en el que el impulso de la mente
sigue viviendo: el pensamiento
volando por el cuarto,
sobre el cuenco de fruta…
9
Cincuenta años. El cielo nocturno
colmado de estrellas fugaces.
Luz, música
a lo lejos… Debo de estar
casi muerta. Debo de ser
piedra, dado que la tierra
me circunda…
10
Había
un durazno en una canasta de mimbre.
Había un cuenco de fruta.
Cincuenta años. Tan larga caminata
desde la puerta hasta la mesa.
MEMORIA
Nací prudente, bajo el signo de Tauro.
Crecí en una isla, próspera,
en la segunda mitad del siglo veinte;
la sombra del Holocausto
apenas nos rozó.
Tuve una filosofía del amor, una filosofía
de la religión, ambas basadas
en mis primeras experiencias de familia.
Y si cuando escribí sólo usé unas pocas palabras
fue porque el tiempo siempre me pareció corto,
como si pudieran arrancármelo
en cualquier momento.
Y mi historia, de todos modos, no era única
aunque, como todo el mundo, tenía una historia,
un punto de vista.
Unas pocas palabras fueron todo lo que necesité:
nutrir, sostener, atacar.
The Red Poppy
The great thing
is not having
a mind. Feelings:
oh, I have those; they
govern me. I have
a lord in heaven
called the sun, and open
for him, showing him
the fire of my own heart, fire
like his presence.
What could such glory be
if not a heart? Oh my brothers and sisters,
were you like me once, long ago,
before you were human? Did you
permit yourselves
to open once, who would never
open again? Because in truth
I am speaking now
the way you do. I speak
because I am shattered.
From The Wild Iris, published by The Ecco Press, 1992.
The Myth of Innocence
One summer she goes into the field as usual
stopping for a bit at the pool where she often
looks at herself, to see
if she detects any changes. She sees
the same person, the horrible mantle
of daughterliness still clinging to her.
The sun seems, in the water, very close.
That’s my uncle spying again, she thinks—
everything in nature is in some way her relative.
I am never alone, she thinks,
turning the thought into a prayer.
Then death appears, like the answer to a prayer.
No one understands anymore
how beautiful he was. But Persephone remembers.
Also that he embraced her, right there,
with her uncle watching. She remembers
sunlight flashing on his bare arms.
This is the last moment she remembers clearly.
Then the dark god bore her away.
She also remembers, less clearly,
the chilling insight that from this moment
she couldn’t live without him again.
The girl who disappears from the pool
will never return. A woman will return,
looking for the girl she was.
She stands by the pool saying, from time to time,
I was abducted, but it sounds
wrong to her, nothing like what she felt.
Then she says, I was not abducted.
Then she says, I offered myself, I wanted
to escape my body. Even, sometimes,
I willed this. But ignorance
cannot will knowledge. Ignorance
wills something imagined, which it believes exists.
All the different nouns—
she says them in rotation.
Death, husband, god, stranger.
Everything sounds so simple, so conventional.
I must have been, she thinks, a simple girl.
She can’t remember herself as that person
but she keeps thinking the pool will remember
and explain to her the meaning of her prayer
so she can understand
whether it was answered or not.
“The Myth of Innocence” from Averno
El espejo
Mirándote ante el espejo me pregunto
qué se sentirá ser tan hermoso
y por qué en vez de amarte a ti mismo
te cortas, rasurándote
como un ciego. Creo que me permites observar
de manera que puedas volverte contra ti mismo
con mayor violencia,
necesitado de mostrarme cómo rasgas la carne
desdeñosamente y sin titubeos,
hasta que te veo correctamente,
como un hombre herido, no
el reflejo que deseo
* (Traduc.: R. Vargas)
THE MIRROR
Watching you in the mirror I wonder
what it is like to be so beautiful
and why you do not love
but cut yourself, shaving
like a blind man. I think you let me stare
so you can turn against yourself
with greater violence,
needing to show me how you scrape the flesh away
scornfully and without hesitation
until I see you correctly,
as a man bleeding, not
the reflection I desire.
Poema
En el anochecer, ahora mismo, un hombre
se inclina sobre su mesa de trabajo.
Alza lentamente la cabeza: aparece
una mujer con rosas. Su rostro,
cubierto por los verdes tallos entrecruzados,
flota hacia la superficie del espejo.
Es una forma del sufrimiento: luego, la página transparente
se alza siempre hacia la ventana hasta que emergen sus venas
como palabras por fin trazadas con tinta.
Trato de comprender qué los liga uno al otro,
y los dos a la casa gris que el crepúsculo
arraiga firmemente en su sitio,
porque debo entrar en sus vidas:
es primavera y el peral se cubre
de blancas flores frágiles.
* (Traduc.: U. González de León)
POEM
In the early evening, as now, a man is bending
over his writing fable.
Slowly he lifts his head; a woman
appears, carrying roses.
Her face floats to the surface of the mirror,
marked with the green spokes of rose stems.
It is a form
of suffering: then always the transparent page
raised to the window until its veins emerge
as words finally filled with ink.
And I am meant to understand
what binds them together
or to the gray house held firmly in place by dusk
because I must enter their lives:
it is spring, the pear tree
filming with weak, white blossoms.
El límite
Una y otra vez, una y otra vez, ato
mi corazón a la cabecera de la cama
mientras mis acolchonados lamentos
se endurecen contra su mano. Está aburrido,
me doy cuenta. ¿Acaso no me trago sus engaños,
no pongo sus flores en agua? Lo miro cortar los trozos de carne
sobre el encaje de mamá,
distribuir magras porciones piadosamente...Puedo sentir sus muslos
contra mí por amor a los niños.
¿La recompensa? Por las mañanas, destrozada
por esta casa, lo miro tostar su pan
y probar su café, evadiéndose.
Las sobras son mi desayuno.
* (Traduc.: R. Vargas)
THE EDGE
Time and again, time and again I tie
My heart to that headboard
While my quilted cries
Harden against his hand. He's bored—
I see it. Don't I lick his bribes, set his bouquets
In water? Over Mother's lace I watch him drive into the gored
Roasts, deal slivers in his mercy...I can feel his thighs
Against me for the children's sakes. Reward?
Mornings, crippled with this house,
I see him toast his toast and test
His coffee, hedgingly. The waste's my breakfast.
El umbral
Yo quería quedarme como estaba
quieta, a diferencia del mundo,
no en medio del verano sino en la fase previa
al brote de la primera flor, el momento
en que nada es pasado aún —
no en medio del verano, intoxicante,
sino a fines de la primavera, cuando el césped no es alto todavía
al borde del jardín, cuando los tulipanes precoces
empiezan a brotar —
como un niño que ronda un umbral, observando a los demás,
los que entran primero,
tensa fusión de brazos, atento a los
fracasos ajenos, las vacilaciones ajenas
con la brutal confianza infantil de un inminente poder
preparándose para vencer
esas flaquezas, para sucumbir
a la nada, el tiempo directamente
previo a la floración, la época de la maestría
antes de la aparición del don,
antes de la posesión.
* (Traduc. María Negroni)
THE DOORWAY
I wanted to stay as I was
still as the world is never still,
not in midsummer bur tlie moment before
the first flower forms, the moment
nothing is as yet past —
not midsummer, the intoxicant,
but late spring, the grass not yet
high at the edge of the garden, the early tulips
beginning to open —
like a child hovering in a doorway, watching the others,
the ones who go first,
a tense cluster of limbs, alert to
the failures of others, the public falterings
with a child's fierce confidence of imminent power
preparing to defeat
these weaknesses, to succumb
to nothing, the time directly
prior to flowering, the epoch of mastery
before the appearance of the gift,
before possession.
Memoria
Nací prudente, bajo el signo de Tauro.
Crecí en una isla, próspera,
en la segunda mitad del siglo veinte;
la sombra del Holocausto
apenas nos rozó.
Tuve una filosofía del amor, una filosofía
de la religión, ambas basadas
en mis primeras experiencias de familia.
Y si cuando escribí sólo usé unas pocas palabras
fue porque el tiempo siempre me pareció corto,
como si pudieran arrancármelo
en cualquier momento.
Y mi historia, de todos modos, no era única
aunque, como todo el mundo, tenía una historia,
un punto de vista.
Unas pocas palabras fueron todo lo que necesité:
nutrir, sostener, atacar.
* (Traduc. Mirta Rosenberg)
El jardín
No puedo hacerlo nuevamente
difícilmente soportaría verlo;
bajo la tenue lluvia del jardín
la joven pareja siembra
un surco de guisantes, como si
nadie lo hubiese hecho nunca:
los grandes problemas todavía
no han sido enfrentados ni resueltos.
Ellos no pueden verse
en el polvo fresco aún, empezar
sin ninguna perspectiva,
con las colinas al fondo,
verdes y pálidas, nubladas de flores.
Ella desea detenerse;
él desea llegar hasta el fin,
permanecer en las cosas.
Mírala a ella tocar su mejilla,
pedirle una tregua, los dedos
ateridos por la lluvia primaveral;
en el pasto tierno estrellan rojos azafranes.
Aun aquí, aun en los comienzos del amor,
su mano al abandonar la cara
da una impresión de despedida,
y ellos se creen
capaces de ignorar
esta tristeza.
* (Traduc. Pablo Fidalgo Lareo)
Meadowland (1996).
Me dejaron de gustar las alcachofas cuando dejé de comer
mantequilla. El hinojo
nunca me gustó.
Una cosa que siempre he odiado
de ti: odio que te niegues
a invitar gente a casa. Flauber
tenía más amigos y Flaubert
era un ermitaño.
Flaubert estaba loco: vivía
con su madre.
Vivir contigo es como vivir
en un internado:
pollo los lunes, pescado los martes.
Tengo muy buenos amigos.
Tengo amigos
ermitaños.
¿Por qué lo llamas rigidez?
¿No puedes llamarlo gusto
por la ceremonia? ¿O es que tu hambre de belleza
se satisface completamente con tu propia persona?
Otra cosa: dime otra persona
que no tenga muebles.
Comemos pescado los martes
porque los martes son frescos. Si supiera conducir
comeríamos pescado también otros días.
Si estás tan desesperado por encontrar
precedentes, prueba con
Stevens. Stevens
nunca viajaba; eso no significa
que no conociera el placer.
El placer, puede, pero no
la alegría. Cuando prepares alcachofas,
hazlas para ti.
Traducción de Berta García Faet
EL DESEO
¿Te acuerdas de cuando pediste un deseo?
Yo pido muchos deseos.
Cuando te mentí
sobre lo de la mariposa. Siempre me pregunté
qué pediste.
¿Qué crees que pedí yo?
No sé. Que volvería,
que al final de alguna manera estaríamos juntos.
Pedí lo que siempre pido.
Pedí otro poema.
Traducción de Berta García Faet
EL DILEMA DE TELÉMACO
Nunca me decido
sobre qué poner
en la tumba de mis padres. Sé
lo que él quiere: él quiere
amado, lo que ciertamente resulta
muy exacto, sobre todo
si contamos a todas esas
mujeres. Pero
eso dejaría a mi madre
en la intemperie. Ella me dice
que en realidad no le importa
lo más mínimo; ella prefiere
ser descrita
por sus logros. No tendría yo mucho
tacto si les recordara
que uno
no honra a sus muertos
perpetuando sus vanidades, sus
auto-proyecciones.
Mi propio criterio me recomienda
exactitud sin
palabrería; son
mis padres y, en consecuencia,
los visualizo juntos,
a veces me inclino por
marido y mujer, a veces por
fuerzas contrarias.
Traducción de Berta García Faet
PARÁBOLA DE LA BESTIA
El gato circula por la cocina
con el pájaro muerto,
su nueva posesión.
Alguien debería debatir sobre
ética con el gato, mientras investiga
el asunto ese del pájaro cojo:
en esta casa
no experimentamos
la voluntad así.
Dile eso al animal,
sus dientes ya hincados
en la carne de otro animal.
Traducción de Berta García Faet
PUERTO DEPORTIVO
Mi corazón era un muro de piedra
que tú de todas formas traspasaste.
Mi corazón era un jardín isleño
a punto de ser pisoteado por ti.
Tú no querías mi corazón;
tú ibas de camino a mi cuerpo.
Nada de eso fue mi culpa.
Lo eras todo para mí,
no sólo belleza y dinero.
Cuando hacíamos el amor
el gato se iba a otro cuarto.
Entonces me olvidaste.
No en vano
las piedras
se estremecían alrededor del jardín enmurallado:
no hay nada allí ahora
excepto ese salvajismo que la gente llama naturaleza,
el caos que se hace con todo.
Me llevaste a un lugar
donde llegué a ver la maldad en mi carácter
y me dejaste ahí.
El gato abandonado
gimotea en el dormitorio vacío.
Traducción de Berta García Faet
PARÁBOLA DE LOS CISNES
En un pequeño lago fuera
de los mapas del mundo, vivían
dos cisnes. Como cisnes que eran,
pasaban el ochenta por cierto de su día estudiándose
a sí mismos en las aguas atentas y
el veinte por cierto cuidando el uno del
otro. Por lo tanto,
su fama como amantes proviene
principalmente de su narcisismo, lo que deja
muy poco tiempo libre
para ir de crucero. Pero
el destino tenía otros planes: después de diez años, se toparon
con agua enfangada; fuera lo que fuera esa inmundicia, se adhirió
al plumaje del macho, que instantáneamente mutó
a gris; a la vez,
el verdadero propósito del flexible diseño
de su cuello quedó al descubierto. ¡Tanta
actividad en el modesto lago, tanto
que se había perdido! Más tarde o más temprano durante
toda una vida juntos, todas las parejas se enfrentan
con alguna emergencia de este estilo, con algún
drama que acaba
haciendo daño a alguien. Esto
pasa por algo: para poner a prueba
el amor y para exigir
que vuelva a definirse con palabras complicadas.
Así que salió a la luz que el macho y la hembra
tenían ideas diferentes: mientras
el macho creía que el amor
era eso que uno siente en el corazón,
la hembra creía
que el amor era eso que uno hace. Pero esta no es
una historieta sobre la corrupción inherente
del macho, usando como prueba la sórdida definición
de pureza que tenía el cisne. Es
una historia de astucia e inocencia. Durante diez años
la hembra estudió al macho; se entretenía mirando
cómo dormía o cómo era absorbido por el agua
convenientemente,
mientras que el espontáneo macho actuaba
de manera más informal, viviendo
el momento. En el fango
discutieron un rato, bajo la luz del atardecer,
hasta que la discusión se hizo
lentamente más y más abstracta, y se convirtió
en parte de su canción
después de un tiempo.
Traducción de Berta García Faet
Todos los poemas pertenecen a Meadowland (1996).
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