INGRID VALENCIA (Ciudad de México, 1983). Poeta y gestora cultural. En 2005 funda y dirige la publicación cultural La Manzana, arte & psique. Obra suya ha sido compilada en: Del silencio hacia la luz, mapa poético de México (Yucatán, 2008), La mujer rota (Literalia Editores, 2008) Anuario de poesía mexicana 2006 (Fondo de Cultura Económica, 2006; coord. Pura López Colomé), Agenda, Diario, Antología, Poetas de Jalisco 2006, Verbo del Cirio V y Memoria del relevo (Literaria Editores/SCJ, 2005); y en las revistas: Crítica, Acequias y Tierra Adentro, entre otras. Es autora del poemario La inacabable sombra (Literalia Editores, 2009).
DÍAS
Dejaba de pertenecerme
La inabarcable sombra en la ciudad
El permanente exilio de los pájaros azules
La ventana rota de una garganta
a punto de encajarse
en un mar que se ennegrece
El infinito
descansando en el borde
de una pregunta
El sabor de un paréntesis
Dejaban de pertenecerme
las cosas muertas
Los días
Las cosas muertas.
Preanestesia en el piso 11
La mujer de blanco
me observa zurcir el precipicio
de aguja y vena
Los segundos gotean
hacia la sangre
Bajo sábanas
escucho el rumor del tiempo
casi ajeno
La luz levanta un muro
de siluetas húmedas
Hay un anciano
que aferra a su piel
la delgada línea del sol
como una espada
que lacera al cuerpo inerte
Sólo intento
tocar un ojo
antes de
Desaparecer.
INTACTO
Certeza es la piel reflejada en el agua
Son las manos que navegan en lo profundo
hasta que alguno niegue el horizonte
sentado en la piedra blanca de la vejez
Aún hay tiempo para nombrar
bajo la montaña
la luz que se escurre en el polvo
Los árboles fugaces
comienzan a teñir el paisaje
de afiladas grietas como venas en la noche
La ciudad se repite
con su constelación hostil de ojos
negando el pulso del sol en las sienes
También
el amanecer
se conserva intacto
contra el mar.
LA CÁRCEL
1.
De un pasillo largo e interminable, la última casa. La infancia entre macetas en fila y puertas cerradas. Nadie habló. No conmigo. Mi madre conversaba con una pareja de ancianos de espalda encorvada, de ojos ausentes. Entre jaulas y voces yo miraba a los pájaros detenidamente, con la boca llena de sal y tortilla.
El vecino sordo, esquizofrénico, me miraba también detenidamente.
2.
Entre las nubes cerradas del pecho, una niña transita libremente por la cuidad. Las noches no terminan porque ella apaga todo lo que toca. Las paredes de tiempo y polvo extravían la blancura. Ella tendría que partir siempre a otros sitios, inventar nombres, coincidir con ellos o renunciar, como una piedra pequeña que repliega sus alas con inofensiva gravedad.
3.
Dentro del vagón podía sentir la velocidad, junto a una luz de neón, que lentamente se fragmentaba hasta llegar a casa. El amor era como esa delgada línea de luz, casi innombrable. Mi madre parió de frente al sol. Pero la luz fue más letal que el invierno.
4.
Las angostas camas que se contagian de caricias. Las luces que rodean esta cárcel habitada por la sed. La humedad de la oración que se esparce en el muro de las mañanas. La niñez hinchada de preguntas.
Bastaba con recordar al origen, ser nombrado sin titubeo.
Mañana habrá un hogar en el vértigo.
5.
Avanza el polvo
Mejor sería confundir la piedra con un llanto
creer que esa casa conservará las palabras, los silencios, cada golpe y herida
Sólo las sombras se dispersan
Una casa es una casa cuando susurra cada objeto, cuando canta una luz
cuando alguien muere al salir de ella o en ella
Una casa es un vacío que ha de llenarse de pretextos
6.
Regresar la mirada al techo, a las cicatrices, a los ojos de un gato muerto, suicida. A la guerra en lo callado. A la hormiga, al pan, a la mesa. Al padre, a su perro también muerto, a sus hijos suicidas. Al muelle. A nunca más.
7.
El asco carcome
lento
a pasos intermitentes
El suero gotea
los peces respiran
mi madre respira
La vida recorre angostos túneles de transparencia artificial
La piel es más veloz que la calle
Avanza el polvo. Avanza
LOS MUROS
1.
La llama en el rostro
tiembla como el árbol
que se resiste a caer.
Le debo a la luz
la nausea y los espasmos.
A la sangre
y sus demonios
debo las raíces epilépticas
que niegan el invierno.
Hablo del instante en paz
Al que no volveré.
2.
Supongamos que es cierto. Uno sale
de casa, mira rostros
en el puente
o la avenida. Alguien duerme en el vagón.
Uno escucha. Y todos vamos hablándonos en secreto.
signos queloides
acertijos
que atraviesan con prisa la mirada
Muy pronto ardemos
entre atardeceres de alquitrán y polilla.
Los monólogos sobre los rieles del cuerpo
dejan a su paso un sonido que recae
en las ausencias que se acumulan
en alguna parte
Un lugar al que llegaremos
con el bolsillo hinchado
con la mano vacía.
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