domingo, 20 de marzo de 2011

PAULA MEEHAN [3.572]


Paula Meehan 

Poeta irlandesa. Nació en Dublin, en 1955 y vivió su juventud en dos famosos barrios obreros de Dublín, antes de graduarse en el Trinity College y en la Universidad Eastern Washington. Fue coordinadora de talleres talleres Literarios en diversas comunidades, en cárceles y en universidades. Ha recibido becas y distinciones. Es traductora. Publicó: "The man who was marked by winter" (1991).


Dejar los bares

Dejarlo es difícil pero estar sobrio lo es más.
El día a día; el trabajo de perros y el aburrimiento;
no estar seguro de si uno mismo es celador o celda.

Dejas los bares; dejas tu sórdida pasión;
...abandonas al fantasma que mama de tu teta.
Dejarlo es difícil pero estar sobrio lo es más.

A veces piensas que te libraste de ese asesinato.
Las almas grises te contemplan al sentarte-
te preguntas si son celadores o son celdas

en este café triste. La última frontera de la mente
se disuelve. La culpa se ha largado a medianoche.
Dejarlo es difícil pero estar sobrio lo es más.

Así que sorbe agua muy fría; la luz es una maravilla
fluyendo en partículas y ondas. Has encendido
tu celda en la prisión. El cuerpo celador

de tus sueños - será el abogado de los sueños,
aunque envuelto esté hoy en una piel que no se ajusta.
Dejarlo es difícil pero estar sobrio lo es más;
extraño es para ti ser a la vez celador y ser celda.


DE VUELTA Y SIN CULPA

Padre mío,
tu sonrisa de sol
es un diente de león
cuando vuelvo a entrar por la puerta.

Nuestro torpe abrazo
aparta el viento de mi hombro
y tus ojos contienen una pregunta
que no harás
cuando corte el pan en tu mesa
tras largas temporadas lejos de ella.

Padre, mi cabeza está estallando
con las cosas que he visto
en este mundo extraño, inmenso

pero no tengo las palabras para contártelo
ni el coraje para alterar tus tranquilos hábitos cotidianos,
así que me quedo en silencio mientras se fríe el tocino,
asintiendo y sonriendo ante cada recuerdo.

"Ah, el barco era magnífico,
me dijeron engañándome en Larne."
"Y no te tuvieron lástima.
Debió haber sido un gitano que te hizo entrar
y yo totalmente dormida."

¿No te robé los ojos, padre,
y a ella la sonrisa? No la sangre oscura
sino la simple necesidad de deshacerme de un amor difícil
me llevó por caminos desconocidos
donde hablan lenguas diferentes,
me llevó alrededor del planeta
hasta que saqué de eso
y eso sacó de mí
lo que necesitábamos uno del otro.

Sí, padre, tomaré más té
y me sentaré aquí en silencio en este cuarto de mi infancia
y miraré mientras las llamas hacen flamear
la historia de nuestra distancia en la pared.

(Traducción de Charo Núñez Muñoz)




Presentamos cinco poemas de Paula Meehan (Dublín, 1955). 
Estos cinco poemas pertenecen a su más reciente libro, Painting Rain. La traducción es de Roberto Amézquita.
http://circulodepoesia.com/2017/01/poesia-irlandesa-5-poemas-de-paula-meehan/


Muerte de un campo

El campo mismo está perdido la mañana
se convierte en un lugar cuando el anuncio llega:
Fingal County Concil, 44 casas.

El recuerdo del campo está
extraviado con la pérdida de sus hierbas.

Aunque las palomas en el sauce
y los pinzones en lo que del seto de espino queda,
y claro, la pajarilla del alba en el sauco,
canten su canción de verano hambriento.

Las urracas suenen como castañuelas en vuelo…

Y el recuerdo del campo desaparezca con su flora:
¿Quién puede saber la añoranza de la añosa milenrama
o la dificultad el apuro la angustia, de la pimpinella
Escarlata cuyo verdadero color es el naranja?

Y el fin del campo es el fin de los escudriñados escondrijos
donde las primeras caladas, los primeros pasones, el primer acariciar a tientas
tuvieron el aroma de la manzanilla despojada de perfume.

El fin del campo como lo conocemos es el inicio del Estado
el sitio para ser plantado con casas cada dos
o tres camas nido de peso y química, carga de alegría.

El fin del diente de león es el inicio del Maestro Limpio
el fin del muelle es el inicio del Pledge
el fin de las cardenchas es el inicio del Ariel
el fin de la flor de primavera es el inicio del Salvo
el fin del cardo es el inicio del Suavitel
el fin del endrino es el inicio del Vanish
el fin del geranio de San Roberto es el inicio del Brasso arranca grasa
el fin de la Ojo brillante es el inicio del Axión.

¿Quién de entre nosotros es capaz de enumerar el fin de los pastos
de enumerar las pérdidas de cada inflorescencia?

Yo caminaré una vez
a pie descalza sobre la luna para conocer el campo
a través de las plantas de mis pies para escuchar
las innumerables hojas viviendo verdes y cantando
el millón de millones de ciclos de estar en vuelo.

Eso —antes que el campo se convierta
en mero mapa del recuerdo en algún archivo en la pantalla
de algún arquitecto.
Yo podría poseerlo o él poseerme a mí
a través de su rocío nocturno, su camisola de blanca luna
su pulida y brillante y prolífica,
en cada aleteo en cada pulso
del tiempo.


Corazón nómada

Algunas veces mirando las frías estrellas invernales
puedes sentir el planeta moverse mientras gira
en el flujo de la galaxia el completo sendero
de la Vía Láctea resonando como una colmena.

Dicen que es mejor la travesía que el arribo
a tientas haciendo la faramalla habitual
de moverse-a-lo-largo-del-cambio.  Algunas veces el alma
tan sólo implora un lugar para el descanso
a salvo de las guerras de lo terrestre.

Las luces de la ciudad vienen en pares y ternas y las hojas se están
petrificando congeladas en charcos de inmundicia los coches
están atrapados en atascos o pitando a casa.

Si es que no somos orillados a arrodillarnos
caeremos de rodillas en esperanza,
en gratitud, en fe, en alabanza —al imperio de la ley en clara
cartografía sobre la extensa cúpula del cielo.



CENIZAS

La marea sube la marea baja otra vez
limpiando la playa de lo que la tormenta
arrojó. Ahí donde había rocas hoy hay sólo arena;
donde ayer hubo arena hoy rocas descubiertas.

Así que pienso dónde es que sus restos mortales
podrían alcanzar tierra en su transmutada forma,
hace ahora un año desde que la solté de mi
queriendo detener el reloj inexorable.

Ella que murió por su propia mano no puede saber
el simple amor que tengo por las cosas que dejó  detrás.
Yo no podría salvarla yo no podría
incluso tratando. Miro la dirección
en que el viento sopla la vida hacia una vela
floja, la tensión de trama contra urdimbre
que levanta la nave y estancada la empuja
hacia afuera.




KIPPE

Como un tejido guante holandés
encontrado en un pedazo de nieve

tiro de la palabra para hacer una casita
por encima de mis dedos congelados

gateando hacia la luz del sol
(por encima de mi propia sombra)

arrastrando mi costal de huesos
mi costal de pellejos hacia la puerta y dentro
del hedor del sueño,
mi mano se escabulle por fin
de su caparazón de hielo



En recuerdo de Joanne Breen

Estoy urdiendo una extensa madeja
del molino de Stornoway.
Es verde como el prado del verano
aunque cuando la desenredo a contracorriente del astro
miro torcer dentro del ovillo fibras de azul,
y amarillo y púrpura ocasionalmente anaranjado.
Estoy deshaciendo la magia del carrete,
desentrañando.

Ella cree que estando juntos
somos tan poderosos como una amarra
que podría atar la nave del espíritu
en un anclaje seguro o lazar al salvaje
caballo de la imaginación,
o unir las bisagras de cada uno en una fuerza de la naturaleza.

Este era su trabajo. Esta era su camino.
Este fue el destino que ella nació para soportar.

El día que la sepultamos las arbúlagas eran llamas de oro.

Nosotros enterramos el verano con ella, nosotros enterramos
las altas nubes de mayo, las golondrinas, nosotros enterramos
aquellos hilvanes de tierra y mar, aquellas farsas de cielo
para la oscura tierra que se abrió para su belleza.

Nosotros enterramos la canción de su cuerpo,  las promesas
de fidelidad y de hijos y de empleo el modo
en que ella entrelazaba al delfín y al salmón y al cisne
fuera de la tempestad de la tierra misma
su propia trama y su propia urdimbre sus cosas, su tinte sus fijaciones
la tierra que ella pisó
tan suavemente.

Estoy urdiendo una extensa madeja
del molino de Stornoway. Invierno profundo ahora
y el viento llora en la chimenea.
La vela se derrama en las fisuras
la sombra oscila en las paredes
y el aliento,
el aliento se engancha en la memoria.

Érase una primavera en que ella
era una chica en las ramas de la playa vieja más allá del erial.
Ella se aferra a la cuerda y salta hacia afuera—

el perro las nubes los arbustos la azotea el pajar las vacas
el arroyo la colina la villa todo de vuelta y junto,
mareada y aturdida ella ríe balanceándose hacia los brazos
de nuestro amor.

Enero 16 de 2006.


A STRAY DREAM

It’s a happy dream though in it you were
Humping some dancer in a run down gaff

A seafront hotel out of season where
I’m in a kitchen on the single bed

I’ve pulled from a drawer like the silk scarf 
Of the seafront carny man who’s filling in for

ManDuck The Magician star of stage and screen
I saw earlier that day at the end of the pier

I had sheets of Belfast linen but you 
Had the dancer. And had her again

While the dawn struggled to break on the sea
And break on the quick and the slow and the dead

When I woke the next morning under the bed
Dustdevils, feathers and some child’s brown shoes


ASHES

The tide comes in; the tide goes out again
washing the beach clear of what the storm
dumped. Where there were rocks, today there is sand;
where sand yesterday, now uncovered rocks.

So I think on where her mortal remains
might reach landfall in their transmuted forms,
a year now since I cast them from my hand
– wanting to stop the inexorable clock.

She who died by her own hand cannot know
the simple love I have for what she left
behind. I could not save her. I could not
even try. I watch the way the wind blows 
life into slack sail: the stress of warp against weft
lifts the stalling craft, pushes it on out.


DEATH OF A FIELD

The field itself is lost the morning it becomes a site
When the Notice goes up: Fingal County Council – 44 houses

The memory of the field is lost with the loss of its herbs

Though the woodpigeons in the willow
And the finches in what’s left of the hawthorn hedge
And the wagtail in the elder 
Sing on their hungry summer song

The magpies sound like flying castanets

And the memory of the field disappears with its flora:
Who can know the yearning of yarrow
Or the plight of the scarlet pimpernel
Whose true colour is orange?

And the end of the field is the end of the hidey holes
Where first smokes, first tokes, first gropes
Were had to the scentless mayweed

The end of the field as we know it is the start of the estate
The site to be planted with houses each two or three bedroom
Nest of sorrow and chemical, cargo of joy

The end of dandelion is the start of Flash
The end of dock is the start of Pledge
The end of teazel is the start of Ariel
The end of primrose is the start of Brillo
The end of thistle is the start of Bounce
The end of sloe is the start of Oxyaction
The end of herb robert is the start of Brasso
The end of eyebright is the start of Fairy

Who amongst us is able to number the end of grasses
To number the losses of each seeding head?

                                         I’ll walk out once
Barefoot under the moon to know the field
Through the soles of my feet to hear
The myriad leaf lives green and singing
The million million cycles of being in wing

That – before the field become solely map memory
In some archive of some architect’s screen
I might possess it or it possess me
Through its night dew, its moon white caul
Its slick and shine and its prolifigacy
In every wingbeat in every beat of time


KIPPE

Like a knitted Dutch mitten
found in a patch of snow

I pull the word for little house
over my frozen fingers –

crawling in sunlight
over my own shadow

dragging my bundle of hides
my bundle of skins

towards the door and in 
to the stink of sleep

my hand thawed at last 
from its carapace of ice.



OLD SKIN

staggering towards me
I’ve cast you off

years ago
shrugged you off

left you, put you down at the side of the road
for ravening

by any passing predator
old skin – when your face splits open 

in recognition –
you know me now

but not what bar you left me in –
what else would you say but

‘how’re ya, me oul skin’




Mysteries of the Home: 3 Poems by Paula Meehan

Well

I know this path by magic not by sight.
Behind me on the hillside the cottage light
is like a star that’s gone astray. The moon
is waning fast, each blade of grass a rune
inscribed by hoarfrost. This path’s well worn.
I lug a bucket by bramble and blossoming blackthorn.
I know this path by magic not by sight.
Next morning when I come home quite unkempt
I cannot tell what happened at the well.
You spurn my explanation of a sex spell
cast by the spirit who guards the source
that boils deep in the belly of the earth,
even when I show you what lies strewn
in my bucket — a golden waning moon,
seven silver stars, our own porch light,
your face at the window staring into the dark.



My Father Perceived as a Vision of St Francis

for Brendan Kennelly

It was the piebald horse in next door’s garden
frightened me out of a dream
with her dawn whinny. I was back
in the boxroom of the house,
my brother’s room now,
full of ties and sweaters and secrets.
Bottles chinked on the doorstep,
the first bus pulled up to the stop.
The rest of the house slept

except for my father. I heard
him rake the ash from the grate,
plug in the kettle, hum a snatch of a tune.
Then he unlocked the back door
and stepped out into the garden.
Autumn was nearly done, the first frost
whitened the slates of the estate.
He was older than I had reckoned,
his hair completely silver,
and for the first time I saw the stoop
of his shoulder, saw that
his leg was stiff. What’s he at?
So early and still stars in the west?

They came then: birds
of every size, shape, colour; they came
from the hedges and shrubs,
from eaves and garden sheds,
from the industrial estate, outlying fields,
from Dubber Cross they came
and the ditches of the North Road.
The garden was a pandemonium
when my father threw up his hands
and tossed the crumbs to the air. The sun
cleared O’Reilly’s chimney
and he was suddenly radiant,
a perfect vision of St Francis,
made whole, made young again,
in a Finglas garden.



Seed

The first warm day of spring
and I step out into the garden from the gloom
of a house where hope had died
to tally the storm damage, to seek what may
have survived. And finding some forgotten
lupins I’d sown from seed last autumn
holding in their fingers a raindrop each
like a peace offering, or a promise,
I am suddenly grateful and would
offer a prayer if I believed in God.
But not believing, I bless the power of seed,
its casual, useful persistence,
and bless the power of sun,
its conspiracy with the underground,
and thank my stars the winter’s ended.




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