jueves, 12 de enero de 2012

CHELY LIMA [5.632]



Chely Lima 

(La Habana, CUBA  1957) es el nombre literario de la escritora cubana Graciella Margarita Lima Alvarez. Narradora, poeta y dramaturga; así como editora, guionista de cine, libretista de radio y televisión.

Realizó sus estudios en su ciudad natal. En 1978 comenzó a trabajar en las oficinas del Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC). Al año siguiente comenzó a trabajar en la radio, escribiendo para un programa musical e informativo. Ese año conoció al escritor Alberto Serret, quien más tarde sería su esposo y colaborador en muchos proyectos literarios y artísticos.
En 1980 los esposos se trasladan a Isla de Pinos (Isla de la Juventud), donde ella trabajó como asesora dramática de un grupo de teatro infantil primero, y más tarde como asesora literaria. Allí comenzó también su labor como editora de un boletín literario.
En 1981 apareció su primer poemario, Tiempo nuestro ("Premio 13 de Marzo", otorgado por la Universidad de La Habana). Al año siguiente publicó el libro de cuentos, Monólogo con lluvia (Premio David de Literatura 1980). En 1983 aparecieron sus primeros cuentos de ciencia ficción, como parte del libro Espacio abierto, escrito en colaboración con Alberto Serret, con el cual también escribió su primera pieza teatral, Retratos, estrenada en 1984. En 1985, varios cuentos y poemas de esta escritora aparecieron en antologías traducidas al checo, ruso e italiano.
En 1986 comenzó a escribir libretos de televisión para el serial Del lado del corazón, en coautoría con Alberto Serret. Al año siguiente se estrenó Violente, primera ópera rock cubana, escrita también con Serret.
En 1987 recibió el "Premio 13 de Marzo" por su libro de cuentos para niños El barrio de los elefantes. A lo largo de ese mismo año escribió la serie televisiva Hoy es siempre todavía, en coautoría con los escritores Alberto Serret, Daína Chaviano y Antonio Orlando Rodríguez. La serie recibió el Premio Especial Pájaro de Fuego en el Concurso Nacional Caracol de Cine y Televisión.
En 1990 incursionó por primera vez en el género policíaco con el libro de cuentos Los asesinos las prefieren rubias, en coautoría con Alberto Serret. Ese mismo año se estrenó la cantata Señor de la alborada, escrita por la pareja. Al año siguiente se publicó Brujas, su primera novela.
En febrero de ese año, la escritora viajó a Ecuador en compañía de su esposo. Allí desarrolló una laboriosa trayectoria cultural que incluyó proyectos para televisión y radio. Fue editora y colaboró con los diarios ecuatorianos Hoy, El Comercio y La Hora. Además, impartió cursos y talleres para la Universidad Católica de Quito, la Universidad Andina Simón Bolívar, la CIESPAL y la Universidad Central de Quito, la Universidad Católica de Guayaquil, la Universidad Andina Simón Bolívar, y otras instituciones educacionales.
En 1994, se publicaron en México sus novelas Confesiones nocturnas y Triángulos mágicos. Ese año comenzó a trabajar para el canal nacional ecuatoriano Ecuavisa, donde escribió ―en colaboración con Alberto Serret― los seriados El Chulla Romero y Flores (1994), Siete lunas, siete serpientes (1995) y Solo de guitarra (1997). Desde 1997 hasta 2003 formó parte del equipo de libretistas de la serie Pasado y confeso.
En 1998 obtuvo el Premio Juan Rulfo para Literatura Infantil por su cuento El cerdito que amaba el ballet .
En marzo de 2000, el escritor Alberto Serret, su compañero de vida y profesión, murió en Quito. La escritora permaneció en Ecuador tres años más, inmersa en varios proyectos, entre ellos el guion de la obra Tres historias de hotel, estrenada en 2001.
En 2003, la autora abandonó Ecuador país rumbo a Buenos Aires (Argentina), donde permaneció hasta 2006. Allí se integró al equipo de guionistas de la telenovela Yo vendo unos ojos negros (Ecuavisa). A lo largo de ese año impartió clases de guion y dramaturgia. Y en 2006 escribió, junto a José Zambrano Brito, el guion para el largometraje Filo de amor, adaptación de la novela homónima de la autora, filmado en Quito bajo la dirección de Zambrano Brito.
A finales de ese año, Chely Lima viajó a San Francisco, California (Estados Unidos), donde realizó una pasantía en el Museo de Bellas Artes De Young de esa ciudad, cerca de la Universidad de Berkeley. En 2007 inició su carrera como fotógrafa. Sus fotos pueden verse en el blog Detrás de la pared de niebla.
En 2008 se trasladó a Miami (Florida), donde actualmente reside e imparte talleres de literatura creativa y de guion para el Florida Center for the Literary Arts del Miami-Dade Collage.
En 2010 se publicó su novela Isla después del diluvio.

Obra

Poesía

2013: Discurso de la amante (Imagine Clouds Editions, E.E.U.U.).
2011: Todo aquello que no se dice (Letras Cubanas, La Habana).
2004: Zona de silencio (Sur Editores, Quito).
1992: Rock sucio (UNION, La Habana).
1989: Terriblemente iluminados (UNION, Colección Contemporáneos, La Habana).
1981: Tiempo Nuestro (Universidad de La Habana).

Ficción para adultos

2010: Lucrecia quiere decir perfidia (novela, Ediciones Malecón, Linkgua USA).
2010: Isla después del diluvio (novela, Ediciones Malecón, Linkgua USA).
1994: Confesiones nocturnas (novela, Editorial Planeta, México).
1994: Triángulos mágicos (novela, Editorial Planeta, México).
1993: Los hijos de Adán (cuentos, Letras Cubanas, La Habana).
1991: Brujas (novela, Letras Cubanas, La Habana).
1990: La desnudez y el alba (dos noveletas, en coautoría con Alberto Serret, Editorial Letras Cubanas, La Habana).
1990: Los asesinos las prefieren rubias (cuentos policíacos y de suspense, escritos con Alberto Serret, Editorial Letras Cubanas, La Habana).
1983: Espacio abierto (cuentos de ciencia ficción, escritos con Alberto Serret, UNION, Colección Radar, La Habana).
1982: Monólogo con lluvia (cuentos, UNION).

Ficción para niños y jóvenes

2010: El planeta de los papás-bebés (cuento, en colaboración con Sergio Andricaín, Editorial Panamericana, Bogotá).
2006: Abuela Trina y Marrasquina van a la ciudad (cuento, Editorial Panamericana, Bogotá).
2000: El jardín de los seres fantásticos (viñetas, Editorial Magisterio, Bogotá).
1998: El cerdito que amaba el ballet (cuento, Premio Juan Rulfo de Literatura Infantil, Monte Ávila, Caracas).
1997: La tarde en que encontramos un hada (cuentos, Editorial Libresa, Quito)
1987: El barrio de los elefantes (cuentos, La Habana; segunda edición: Editorial Colina, Bogotá).

Teatro

2001: Tres historias de hotel.
1992: Un plato de col agria (escrita con Alberto Serret).
1990: Señor de la alborada (cantata, escrita con Alberto Serret).
1987: Violente (ópera rock, escrita con Alberto Serret).
1984: Sicotíteres (seis pequeñas piezas teatrales para niños, escritas con Alberto Serret).
1984: Retratos (escritas con Alberto Serret).

Cine, Televisión y Radio

2006: Filo de amor (guion y adaptación para cine de su novela homónima, en colaboración con José Zambrano Brito).
2003: Yo vendo unos ojos negros (diálogos para libretos de TV, bajo la dirección autoral de Ana Montes; Ecuavisa, Quito y Buenos Aires).
2001: Programa de Literatura (libretos para radio y conducción, en colaboración con Mercedes Falconí; Radio La Luna, Quito).
1997: Solo de guitarra (libretos para TV, basado en una idea de Historia de Shunkin, del escritor Junichiro Tanizaki, en colaboración con Alberto Serret; Ecuavisa).
1997-2002: Pasado y confeso (varios libretos de TV, la mayoría en colaboración con Alberto Serret; Ecuavisa).
1995: Siete lunas, siete serpientes (libretos para TV, adaptación de la novela homónima de Demetrio Aguilera Malta, en colaboración con Alberto Serret; Ecuavisa, Quito).
1994: Sección New Age del Programa Familia (libretos para radio y conducción; Radio Quito).
1994: El chulla Romero y Flores (libretos para TV, adaptación de la novela homónima de Jorge Icaza, en colaboración con Alberto Serret; Ecuavisa, Quito).
1993: Tu nombre es Mujer (libretos para radio, en colaboración con Alberto Serret; Radio CIESPAL, Quito).
1991-92: No hacen falta alas (libretos para radio, en colaboración con Alberto Serret; Radio Progreso, La Habana).
1990: Shiralad o el regreso de los dioses (libretos para TV, en colaboración con Alberto Serret; Canal Cubavisión, La Habana).
1990: Castillo de cristal (libretos para TV, en colaboración con Alberto Serret; Canal Cubavisión, La Habana).
1989: Solteronas en el atardecer (guion para cine, en colaboración con Alberto Serret y Guillermo Torres).
1987: Hoy es siempre todavía (libretos para TV, en colaboración con Alberto Serret, Daína Chaviano y Antonio Orlando Rodríguez; Canal Cubavisión, La Habana).
1987: Que viva el disparate (libretos para TV, en colaboración con Alberto Serret, Daína Chaviano y Antonio Orlando Rodríguez; Canal Cubavisión, La Habana).
1986: Del lado del corazón (libretos para TV, en colaboración con Alberto Serret; Cubavisión, La Habana).
1982-83: Cuentos de Pepe Toronja (libretos para radio; Radio Caribe, Isla de la Juventud, Cuba).
1979: Programa Musical de la EGREM (libretos para radio; Radio Metropolitana, La Habana).

Premios y distinciones

1998: Premio Juan Rulfo de Literatura Infantil, por El cerdito que amaba el ballet.
1992: Premio Nacional de Teatro de la UNEAC, por Un plato de col agria (escrita con Alberto Serret).
1980: Premio David de la UNEAC, por su libro de cuentos Monólogo con lluvia.
1980: Premio 13 de Marzo, que otorga la Universidad de La Habana, por el poemario Tiempo nuestro.









ala y ala

imagínate que estamos apretados
y está a punto de ser nuestra gran noche.
por la ventana empiezan a invadirnos
antiguos clavicordios, dinosaurios,
planetas sin vegetación, güijes tardíos
y toda esa muchedumbre que nos mira
comenzar el ritual
de redondear tu frente, besarte la espalda
y grabarte los dientes en un muslo febril;
toda esa muchedumbre se agita,
brama encendida y cruje en gigantescas
floraciones.





Esto no es un poema

Esto no es más que un gran pretexto para
poder decir
no me acostumbro a no tener tus manos temblando
entre las mías,
no me acostumbro a mirarte a los ojos a distancia.
Una mirada tuya vale más que una ciudad abierta.
Yo he conocido cómo todos los vientos ardorosos
te cantan.
No me acostumbro a reprimirme la ternura,
a confundir las palabras cuando asientes,
Hoy quiero comprometer todas mis cartas;
es corta la vida: no quiero lamentar tanto silencio.
No me acostumbro nunca a no llamarte,
a no sentir tu voz,
a ser un rostro más contra la lluvia.
Pero acaso deba acostumbrarme.
Acaso arrastre el próximo verano.
Quizás amor sea una palabra excesiva entre
nosotros
quizá
sea todo sombra callada
para poder a veces
cuando estalle.






Todo aquello que no se dice

Poesía Chely Lima



I

Zona de Silencio


Ángel de los desahuciados, ángel de los marginados,
ángel que conduces a los locos
por el camino que lleva hasta la mar brillante.

Ángel que conoce los secretos inefables de Urano.
El que guarda silencio desde la oscuridad,
el que entiende que yo nací sabiendo que no tendría paz en esta vida.

Ángel que me ha visto crecer dentro del cuerpo correcto,
el cuerpo que acabó siendo incorrecto y cuestionable,
poderoso, ignorado, temido y deseado.
Ángel que me vio moverme por las esquinas más prohibidas,
aquéllas donde no me quieren ni los que habrán de ser lapidados.

Ángel de los desesperados,
ángel de los que ya no temen ser señalados
por el pudor de los que temen.
Ángel que paso por paso me trajiste hasta la frontera
en la que no me reconozco,
en la que no soy ni yo ni el otro, ni puedo refugiarme en ninguna casilla.

Ángel de los que se ahogan en el charco de su propia sangre.
Ángel de los que no tienen una palabra conocida para autodefinirse.

Ángel de los solitarios.
Ángel de las bestias único ejemplar de una especie en extinción.
Ángel que sabe que hay un límite en que el dolor no tiene fondo
y pese a todo
se llega a golpear la piedra que se encuentra al final del pozo.

Ángel de los que no van más y siguen yendo pase lo que pase.

Ángel de mi sombra y mi estallido de luz.
Ángel de lo que me callo
aunque lo siga murmurando mi boca por su cuenta.

Ángel de los innominados: Úngeme con tu saliva
y escribe sobre mi frente la seña de los que no tienen adónde dirigirse,
y a pesar de todo se reconocen como viajeros eternos.

No me dejes caer. Y si me caigo, recógeme.
Y si me recoges, vuelve a ponerme en el camino.
Y guíame y empújame si es necesario.
Y grita mi verdadero nombre delante del Árbol
y escríbelo en el colmillo de la Serpiente que se muerde la cola.

Aún quemada por su propio fuego, mi lengua no dejará de cantar.






Zona de silencio

No queda nadie.
El viento mete las manos en las habitaciones vacías,
rompe papeles, desordena mis sábanas.
No queda nadie a quien decirle te amo, qué día es hoy,
cuándo llegaste.

Me están cercando los lobos.

Veo el ojo febril de la fiera y la luna que arde en su centro.
Una luna de agua, delgada, como una tajada de acero.
Lobos grises, lobos negros, lobos blancos de pelaje erizado.
Lobos en acecho.

Nada que decir, nada que recordar, nadie por quien llorar,
ni siquiera por mí. Nada. Nadie.

Lobos en círculo y el dolor que va subiendo por la garganta
desde el pecho. El dolor como un cordel de fuego,
como un hambre sin curación posible.
Como un latigazo que estalla al azar en un círculo de lobos.

Nada sino el viento en las habitaciones vacías, los muros abatidos,
ladrillos a punto de desmigajarse como pan seco.
Muros blancos
y lobos negros que se recortan en la luz cegadora del día.
Muros negros y un lobo solitario, blanco,
que se recorta a contraluz, a contrasombra.

El teléfono ha dejado de sonar. Internet no existe.
Las cartas se fueron despedazando,
húmedas y carcomidas por la ausencia de mi mano.
Un televisor muerto frente a la cama. Lobos que aúllan.

Y esa figura de bruces: yo mismo, yo misma.
Esa figura que se levanta sin aire, sin tiempo, y, lentamente,
va a unirse a los lobos.







Dionisos

Él anuncia que vendrá y que ya nada volverá a ser como antes.

Él promete que lo veré a danzar a mi alrededor,
con su cuerpo machihembrado, con sus ojos de pájaro y su lengua escindida.

El Hombre Serpiente.

Aquel que se adentra en mi boca para morderme y pasarme su veneno.

El que plantó en mi cabeza las imágenes del mapa
de esa comarca que no existe más que del Otro Lado.

El que es agua y aire y fuego y tierra.
El que se curva para chupar su propio falo.
El insaciable.

El que mueve las caderas como una hembra.
El que avanza con la fuerza de una flecha
para clavarse en el centro mismo de la diana.
El que es Hijo y Amante y Maestro al mismo tiempo.

El Hombre Mariposa.

Aquel que cantaba en las madrugadas de mi infancia
para poner humedad en el dedo con que bajé por mi vientre
a la hora en que dormían los adultos.

El que te aplasta el corazón con una mano
y con la otra lo empapa de su propia sangre para curarlo.

El que te viste con todos los colores del arcoiris.
El que conoce los secretos del camino subterráneo.
El que desciende y el que vuela.

El favorito del Padre: Aquel que vive a su diestra y es acariciado.
El favorito de la Madre: Aquel que se alimenta de sus pechos y de su boca.

Aquel que jamás duerme.
El que te habla desde el silencio
y te hace caminar cuando estás tendido.
El que te puede llevar por un paisaje donde el sol ya no se pone nunca
y al mismo tiempo nunca deja de ser noche estrellada.

Él promete que vendrá y que ya nada volverá a ser como antes.




Chely Lima (Foto cortesía de la autora)



Chely Lima y la cicatriz que la cruza


Hace días estoy por escribir sobre un libro, el último libro de la poeta cubana Chely Lima publicado por Imagine Cloud Editions en noviembre del 2013. “Discurso de la amante” llegó a mis manos como un regalo de navidad pero no fue hasta principios de este año que leí el primero de sus poemas y desde entonces no paro de encontrar, con la asistencia del asombro, razones para que cada día un texto inaugure mi convivencia con los desastres cotidianos. En este libro están las coordenadas para entender el destino de un solitario, el modo exacto de poner a convivir la luz del conocimiento con las sombras que el cuerpo ha ido amañando hasta encontrar su permanencia. Cada poema resume un viaje hacia adentro, la dualidad hombre-mujer que pide para sí “respirar la espuma del agua más densa”, hablar con Wiracocha con la grandeza de recordar los nombres memorables que alguna vez los hombres le dieron a sus ansias de ser lo ambiguo, lo que es suave y temerario a la vez, lo que descubre al lector las letanías de un amor único que en la realidad se convirtió en leyenda y dentro de este libro se hace una mole de letras inundadas en un barril de sangre mágica, sangre de animales inexistentes por tanto animales con rostros humanos. Más que un discurso este libro es un abrevadero y más que amante Chely Lima es una voz que avanza con el don de convertir su cuerpo en muchos cuerpos y a cada uno de ellos le dibuja una boca única, una respiración única, un serpenteo único entre las piedras de la historia. Recomiendo este libro con el mismo asombro que me asiste, y les dejo con un texto que me parece trascendental, un texto que solo él podría ser el libro y que sin dudas nos muestra de esta mujer, el hombre, el caballo, la flor, el elfo, el gran nudo que la posee y la coloca del otro lado de la pared… esperémosla.

Juan Carlos Valls, el 26 de febrero de 2014

CHELY LIMA
Permanencia

Una casa que me ciñera, eso quería.

Una casa protectora, terrestre, bien afincada al suelo de California, en el barrio antiguo de Berkeley, y a pesar del peligro de los incendios, porque todos los veranos es lo mismo: brizna seca contra brizna seca, el sol arriba, chispeante, el viento cálido que frota las briznas, y ya está; el fuego nace, crece y se expande, incontenible. Los animales huyen, despavoridos; los viejos robles agitan sus ramas, multiplican sus hojas muertas sobre la tierra, esas hojas filudas, espinosas, capaces de sofocar las llamas. Y las casas siguen ahí, indefensas. Casas de madera oscura, con balcones llenos de flores. Casas tan silenciosas como sus habitantes. Casas que suben por las colinas bajo el sol inclemente del área de la bahía, o bajo la neblina que convierte el paisaje en una acuarela japonesa, con grises sobre blanco y plata, con puentes muy esbeltos de una a otra orilla.

Yo quería una casa para cerrar los ojos y olvidar. Despedí a todos. Necesitaba estar sola, recobrarme a mí misma, esa porción mía que había muerto con él. Mi corazón duro, momificado, adentro. Y vi esta casa espléndida al borde de la quebrada y la quise. Pero la casa me mintió. Porque una vez abierto el escaso equipaje, una vez que cada cosa estuvo en su lugar, llegaron los recuerdos.

Conocí sus libros antes de conocer su persona. Y me mordió la envidia, escribía demasiado bien, mucho mejor que yo. Y todos lo querían, todos hablaban de él en voz muy baja, conmovida. Es el mejor de nosotros, decían. Todos andaban un poco enamorados de él. Yo me prometí odiarlo.

Entonces empezó julio, ese mes que aborrezco. Un mes marcado. Julio me trajo un hombre solar, de ojos muy abiertos, ojos morunos. Ancho de hombros, pronto a abrir los brazos. Hablaba y se reía. Te miraba de reojo, con una malicia involuntaria, y sonreía en silencio.
Parecía fuerte y vulnerable al mismo tiempo. Un hombre hermoso, que se movía como un gran felino cebado. Se me encendió la codicia. Lo quería en mi cama, en mi cuarto con el cerrojo echado y tres vueltas de llave. Lo quería para siempre en mi casa, amarrado a mis pantalones. Y lo tuve.

Pero una vez desnudos, el hombre se me convirtió en un muchacho tímido sentado al borde de la cama, mirándome con ojos diáfanos, diciendo “Eres tan bella, ¿puedo tocarte? Nunca tuve a nadie como a ti. Pareces una estatua”. Me incliné a besarlo en la boca y caí sobre su pecho. Nos revolcamos como enloquecidos. Y no había forma de parar.

Flotábamos, lo recuerdo, en medio de una pompa de luz. Vivíamos confinados el uno en el otro, pendientes de un universo recién descubierto, un universo tiránico, excluyente, hecho de piel y saliva y rumores nocturnos, con el viento dando topetazos en las ventanas abiertas y revolviendo papeles inútiles, adorados no más hasta ayer.

Entonces abrí los ojos, miré alrededor y me di cuenta de que estábamos en una jaula. Él dormía a mi lado, con el cuerpo saciado, calmo. Y yo tuve una visión extraña. Vi dos animales blancos, tal vez ocas –de aquellas ocas sagradas que seguían el rastro de la Guerra Madre, imprimiendo una runa como huella en el polvo. Dos animales de grandes alas confinados en un corral, entre las aves destinadas al caldero. Batían alas, ignorantes del mapa del cielo sobre sus cabezas. Batían las alas en un remolino de plumón y estiércol. Me aplastó la tristeza. Salté de la cama, abrí la puerta de la jaula de un empellón, y miré afuera, al ancho mundo.

Él despertó también y vio la puerta de par en par. Le dije “No estamos hechos para la mansedumbre”. Mi hombre asintió, y así mismo, desnudo como estaba, vino hacia mí, me agarró fuerte y me llevó hasta la puerta de la jaula. Sin dudar, saltamos. Juntos. Hombro contra hombro.

Esta es una casa a la que no llega más ruido que la cantiga del viento entre los eucaliptos, y el de la lluvia muy de cuando en cuando. Las otras casas, vistas desde los ventanales, parecen como perdidas, nebulosas, envueltas en jardines donde pacen los venados salvajes. Nada parece domesticado aquí a primera vista, salvo el alma de sus moradores; son suaves, discretos, apenas hablan, saludan con un murmullo amistoso y siguen caminando detrás de sus perros.

Mi casa es una casa que aposenta a un muerto, y creo que todos los vecinos lo saben. Todos tienen que haber visto su sombra moviéndose detrás de los cristales, junto al fulgor de la estufa en invierno, alargando las manos translúcidas al calor del fuego de ramas de eucalipto.

No fue fácil volar. Normalmente hay un cazador en cada esquina. Pero nosotros éramos tenaces. Cruzábamos las fronteras que habían establecido los hombres, porque sabíamos que se trataba de linderos falsos, hechos de trozos de papel sellado. Hablábamos en el lenguaje antiguo, el que prescinde de los labios. Reverenciábamos a los dioses de cada lugar, pedíamos protección a los volcanes, los bosques y los lagos. Dejamos de ser animales en vuelo, nos convertimos en piratas.

Un día comenzaron a aparecer los amantes. Algunos hoscos, labrados en una piedra elemental, con párpados de cieno. Otros dulces, entregados. Ajenos siempre. Los que querían quedarse solían tener el mal hábito de inclinarse hacia uno de nosotros dos, y entonces la balanza se desequilibraba; a ésos los desembarcábamos en cualquier puerto y la nave retomaba rumbo.

Sólo tres grumetes aprendieron a vivir en nuestra barca. Uno murió temprano, lejos. Otro perdió los ojos y la voluntad y cayó por la borda. El tercero se amarró al mástil, como Ulises. Soportó los vendavales, el miedo a los arrecifes traidores, el sol calcinante de los trópicos y las heladas de los mares del norte. Sobrevivió a la calma chicha y los tsunamis. Estaba roto, herido, golpeado y cubierto de sal, pero no podía dejar de amarnos. Todavía, a estas alturas, se mueve en la sombra, donde yo no lo pueda ver, donde no pueda despedirlo para siempre. De algún modo, sigue atado al mástil.

La casa me sienta en su regazo, como una nodriza de madera, y me amamanta con la leche envenenada de los recuerdos. Acoge con blandura mis pies descalzos sobre su madera centenaria. Conspira contra mi corazón endurecido. Se confabula con los árboles que bailan afuera, en la quebrada, en las noches de tempestad, y hasta con las ardillas que lanzan bellotas al techo en su afán de despertarme. A veces la tierra tiembla, y entonces la casa de Berkeley me acuna. Pero nunca me deja dormir.

En las madrugadas el aire frío huele a fogatas y a savia de coníferas. El áspero olor de la hierba de California inunda las colinas. Si miras al oeste puedes ver la maqueta iluminada de San Francisco levantándose más allá del agua de la bahía. Las viejas casas yerguen sus perfiles contra una techumbre de ramas, y alrededor se dejan escuchar los murmullos de la fauna nocturna. Las maderas crujen; las casas acomodan sus tablones alrededor de los que yacen en sus camas. Por las calles arboladas corren, como vagabundos enmascarados, las bandas de mapaches.

En nuestro afán de seguir abriendo puertas, empezamos a buscar las claves para acceder al Umbral de Umbrales. Nos tomó años remontar la cuesta de páginas entintadas, pergaminos resecos por el tiempo, que se desmoronaban al roce de los dedos. Nos tomó siglos aprender a apartar la maraña de pistas falsas, de señales confusas, de los desvíos inútiles. Nos tomó milenios aprender que la Puerta se abre sólo en el momento preciso y para el que tiene la llave adecuada, y que lo más difícil no es abrirla, sino mantenerla abierta.

Él, mi hombre, atravesó el Umbral, impulsivo, y miró la luz de frente. Yo, que nací de Saturno, entré escurriéndome, con las pupilas fijas en otra parte, para que el fulgor no pudiera deslumbrarme. Los que entramos y podemos sobrevivir es porque somos hijos de la noche. Jaguares negros, osos de la sombra. La luna no se ceba en la sangre de plata, pero se alimenta del sol. Yo puede volver, él no. Algo se quebró detrás de su frente. Algo estalló en la caja del cráneo. Su cuerpo fue a dar al suelo, y cuando tocó tierra, ya su espíritu vagaba del otro lado.

Hice todo para alejarme de los recuerdos. Quemé papeles, rompí fotos, me deshice de las ropas, destruí todas las cartas. Cambié mi cara en los espejos. Yo no era yo, porque yo había sido calcinada con su cuerpo. Pero no es posible escapar del silencio. No es posible escapar de las manos del viento ni del susurro persistente del agua en la quebrada.

Quien nunca quiso ser ayudada, un día pidió ayuda.

Humildemente, con la frente posada en el polvo. Con la cabeza rapada cubierta de ceniza. Con la lengua atravesada por una espina de maguey. “Madres, padres”, pedí. “Enséñenme a construir un puente”. Algo había aprendido en el cruce del Umbral y ese conocimiento me sostuvo, me llevó como se lleva a un ciego. Me puso en manos de una mujer muy vieja, puro espíritu, una mujer que no hablaba mi idioma. Ella me aplacó, me enseñó, la abuela-oso.

Con un cuchillo de obsidiana, mi maestra partió mis párpados pegados y por fin pude ver. Lo vi: Él estaba entre dos mundos, esperando, negado a seguir sin mí. La abuela-oso me dio a tomar su propia sangre anciana, y yo establecí el puente. Así fue que él pudo regresar, sin cuerpo, un hálito cálido que sube las escaleras de esta casa y se sienta conmigo y habla de lo que fuimos. Cada día parece más joven. Cada día se parece más a ese muchacho tímido al que besé en la boca…


http://conexos.org/2014/03/01/4197/











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