jueves, 21 de abril de 2011

3732.- PERE ROVIRA


Pere Rovira (1947) es profesor de literatura española en la Universidad de Lleida. Autor de numerosos poemarios, como La segona persona (Tarragona, 1979), Distàncies (Valencia, 1981), Cartes marcades (Barcelona 1988, edición bilingüe), Sàtires (Palma de Mallorca, 1994), Cuestión de palabras: Antología 1978-1993 (Granada, 1995, edición bilingüe), La vida en plural (Barcelona, 1996), Para qué sirve la sed. Antología 1981-2001 (Córdoba, 2001, edición bilingüe) y La mar de dins (Premio Carles Riba 2002, Barcelona 2003).




... Il faut avoir le courage de l'avaler

Un día, años
después de perderte, te encontraré,
cuando ya sólo sirva
para recordar. Me mirarás entonces
con tus ojos de cueros
y, como buen cobarde, encajaré el azote
con la cabeza baja y en silencio.
La mano cálida de tu amor,
aún generosa, rozará mi pelo
y acaso tu cuerpo me excite
una vez más. Disimulando
te invitaré a un almuerzo de lujo
y te preguntaré por tus poemas
y por tus amantes. Tú, como siempre,
demasiado lista para entender la vileza,
sonreirás y dirás
unas palabras justas en francés
sobre las ostras o sobre la poesía.
A la hora de las copas, yo
lo desearía pero tú no
me preguntarás nada, y creeré,
ya ves, que tu desprecio
protege los residuos del amor.
Fingiré un poco más, diré frases brillantes
más ridículas que nunca
y a media tarde nos separaremos;
hacia la vida tú, yo hacia mi casa.








Going home

Los años, y la luz
en el poso de la copa olvidada,
matan las ganas de ver.
Cuando es tarde, lo urgente
igual que cuando acaba la noche y te sonríen,
es ser feliz.
La poesía, los recuerdos sucios,
los limpios, el aburrimiento,
el champán rosa de la madrugada
metiéndonos con Wagner o lanzando sarcasmos
pueden crear momentos
conflictivos aún -y literarios.

Pero no quieres más: es tarde.
Ya nace el día y te sonríe
y le brillan los ojos y la piel
blanca, desde el bar la ves,
que siempre te enamora como el día
primero que te sorprendió.

El sol rojo
y el coche a ciento ochenta
te hacen reír de un verso
final que le escribiste:
"Hacia la vida tú, yo hacia mi casa".






ELL

Dient que no,
busca la vida.
No vol els besos
fàcils de l’odi,
ni cap plural
que insulti el cor.
Sap el final:
tremolarà
per un petó
que ara rebutja,
i vendrà lànima
per una mà
dins els cabells.
Però no vol
cap subornada
felicitat.

Disfressar nits
i no durar:
amb brutes llàgrimes,
paga content
la soledat.





ÉL

Diciendo no, busca la vida.
No quiere el beso
fácil del odio,
ningún plural
que insulte al corazón.
Sabe el final:
ha de temblar
por ese beso
que ahora rechaza,
venderá el alma
por una mano
en sus cabellos.
Pero no quiere
la sobornada
felicidad.

Disfrazar noches
y no durar:
con sucias lágrimas,
paga contento
la soledad.

(versión en castellano
del propio autor)







LA VAGA

No cal res més: un gran carrer
ple de gent que somriu al migdia,
diu qui té la raó.
No els trobes mai
quan surts a airejar el vici de dormir malament
i el sol des jubilats és com una aspirina.
Avui està apagada la llum d’asma
dels tallers i les fàbriques; l’agulla
de les hores no cus a l’inrevés
el temps d’aquesta noia de la brusa vermella,
el d’aquell home gran que se la mira
amb la tendra sorpresa de recordar el desig:
la brusa passa onejant pels seus ulls
com les banderes rojes del matí
pels vidres esquirols d’una botiga.
“Que el límit de l’esquerra només el marqui el cor”,
s’ha escrit. El cor, de qui? respons:
El cor armat, el cor blindat dels bancs,
el pàl.lid cor politic que els serveix,
o els cors que avui defensen l’alegria?
De nit, en els balcons brillen les brases
d’homes que odien el matí. La vaga
s’ha acabat, però ells l’allarguen
amb el fum de l’imsonni. Fa calor,
y demà en farà m’es vora les màquines,
que tornaran a ser sagrades, com la llei
dels diners, com l’esfera del temps i de l’amor.
Ja no és vespra de res aquesta hora llagada,
ja ve l’alè de l’alba, fort, espès
com una bafarada d’hospital,
y torna, biliosa, a les finestres
la llum d’un altre dia de treball






LA HUELGA


No hace falta otra cosa: una avenida
de gente que sonríe al mediodía,
dice quien tiene la razón.
No los encuentras
cuando oreas el vicio de dormir siempre mal
y el sol del jubilado es como una aspirina.
Hoy estará apagada la luz de asma
de talleres y fábricas, la aguja
de las horas no coserá al revés
el tiempo de esa chica de blusa colorada,
el de aquel hombre viejo que la mira
con la tierna sorpresa de volver al deseo:
la blusa pasa ondeando por sus ojos /
igual que las banderas rojas de la mañana
por el escaparate esquirol de la una tienda.
“Que el límite de la izquierda lo marque
tan sólo el corazón”, ha escrito alguien.
¿El corazón de quién?, respondes: ¿el corazón
armado, el corazón blindado de los bancos,
el pálido corazón del político a sueldo,
o aun los corazones
que hoy defienden la alegría?
De noche, en los balcones, brillan los cigarrillos
de los hombres que odian la mañana.
La huelga terminó, pero ellos la alargan
con humo de insomnio. Hace calor,
y mañana hará más junto a las máquinas,
que volverán a ser sagradas, como la ley
del dinero, como la esfera
del tiempo y el amor.
Ya no es víspera de algo esta hora llagada,
llega el soplo del alba, fuerte, espeso
como una vaharada de hospital,
y vuelve, biliosa, a las ventanas
la luz de un nuevo día de trabajo.


versión en castellano de Francisco José Díaz de Castro,
publicada en la revista Litoral número 199-200, página 152







Los viejos de la playa

Mar de lejía y fiebre,
mar gris de los que esperan el final.
Caminan junto al agua
con unas piernas blancas, temblorosas,
y ven romper las olas como si viesen sangre.
Edad mala del miedo y la vergüenza,
cuando te hablan a voces, con risitas,
y no puedes probar el vino ni la sal.
Se ahoga el día en una nube negra
y la playa se borra. Los viejos ya se van,
pacíficos, pequeños, inseguros, sin voz;
nos parecen chiquillos cansados de jugar.
Les vemos alejarse, muy despacio.
Suponemos un piso embalsamado,
una cena sin hambre,
las palabras que no saben decirse.
Y no sentimos lástima,
tal vez porque esperamos no ser jamás así.
Pienso en ellos cuando entran en mi cuarto
las primeras arañas de la luz.
Los veo insomnes, quietos,
y huelo el tufo enfermo de sus sábanas.
Quizás en los latidos del silencio
los pobres viejos oyen un reloj
que sólo marca horas que han pasado.
Y pienso que mi padre ya no duerme,
que nunca dormirá,
que está solo en la playa más oscura del mar.










CARTA DEL PADRE

La mar besándote los labios,
un temblor de eucaliptos, una hoja de menta
tal vez harán sonreír al tiempo
y escucharán preguntas y canciones,
cristales de voz niña,
y verás unos pies muy pequeños borrándose
sobre la arena de una tarde triste.
Tú no sabrás que vienen del verano
más feliz a buscarte. Nosotros no estaremos.
Hará ya mucho tiempo que no estaremos en tus sueños
ni en tu sufrimiento. Y te daremos lástima,
tan viejos, tan absurdos, siempre aún con los libros,
el tabaco y el vicio de tenernos muy cerca,
solos, en esta casa luminosa,
desafiando al invierno;
vivir te habrá robado nuestras vidas de ahora,
no nos recordarás
fuertes y jóvenes, amándote
con un amor, lo sé, que desearías
distinto y que habrá cambiado poco.
Pero el olvido es natural,
y las cosas sólo vuelven cuando quieren.
Que estos versos te ayuden a volver
a una casa feliz en los días peores.

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