domingo, 4 de septiembre de 2011

4582.- TOMÁS HERNÁNDEZ FRANCO


Tomás Hernández Franco
Nació en Peña (Tamboril, República Dominicana), entonces puesto cantonal de Santiago de los Caballeros, el 29 de abril de 1904. Sus maestros fueron el venezolano
Adán Aguilar, quien vivía en Tamboril, y Rosaura Hernández. En esta época de estudiante escribe su primer libro, Rezos bohemios, y se
traslada a La Vega como redactor del diario El Progreso. Es entonces cuando se produce su viaje a París, en 1921. Partiendo de Rezos
bohemios hasta los fragmentos publicados póstumamente en los Cuadernos Dominicanos de Cultura, la evolución poética de Tomás
Hernández Franco se nos presenta titubeante, como moldeada por los azares de su propia vida aventurera. Recorre todas las tendencias desde
la netamente romántica, influido por poetas tan disímiles como Geraldy y Baudelaire, haciendo suyas, después, sin transición, con el exabrupto
de una realidad que le sale a la vuelta de la esquina, las técnicas dadaístas y surrealistas que ya se habían adueñado del París de sus años
de estudiante. Fruto de tales inquietudes son los libros perdidos, «El boxeador idílico», y «l0 x 10», de los que superviven «Poema del feto»
y «Poema de chewing—gum».
Fue en El Salvador, mientras desempeñaba un cargo diplomático, donde el 18 de diciembre de 1942 publicó Yelidá en Ediciones Sargazo, en una edición privada de 100 ejemplares numerados realizada en los Talleres Gráficos Cisneros. Allí publicó también la conferencia Apuntes sobre poesía popular y poesía negra en las Antillas.
Hernández Franco escribió algunos de nuestros mejores cuentos, los que recogió en su famoso libro Cibao, muy elogiado por la crítica. Fue diplomático de carrera, legislador y funcionario público. Fue uno de los directores de los Cuadernos Dominicanos de Cultura. Murió en Santo Domingo el 1 de septiembre de 1952.
OBRAS PUBLICADAS:
Rezos bohemios (1920), Capitulario (cuentos y crónicas, 1921),
De amor, inquietud y cansancio (1923), El hombre que había perdido
su eje (1926), La más bella revolución de América (1930), Canciones del litoral alegre (1936), Apuntes sobre poesía popular y poesía negra en
las Antillas (1942), Yelidá (1943), Cibao (cuentos, 1951).







POEMA DEL FETO

Hamlet arruinado,
príncipe cuerdo de papel secante,
feto:
en la isla desierta de tu arribo
guardaste el cristal dandy de tu frasco,
monóculo,
y en la tranquilidad de tu borrachera
te quedaste sin opinar al margen de la vida.
Feto,
Hamlet sin dilema.
Pescadores salvavidas
te arrojaron el cable umbilical
de una esperanza,
pero no despertó tu dormida intención
y te quedaste
—Budha sin éxtasis
en la impasibilidad de tu elegancia desnuda
soñando desde lo alto de tu frente rota.
Príncipe cuerdo de papel secante
diluido en la saturación de tu embriaguez,
-causa sin causa,
efecto sin efecto-
Feto:
ridículo fracaso de un millón de esperanzas,
triunfas en la eternidad
de tu infancia inocente
sin canciones de cuna
—quedaron puros los pañales que te aguardaban
ante el gesto de asco que hizo el hospital—
clown,
abecedario de muecas.
Niegas el tiempo
desde el fondo de tus pupilas
abiertas hacia adentro,
Lázaro negativo,
y era falso tu pasaporte
en la frontera de la vida
borracho precoz,
todavía añoras tu circo de entrañas
y desnudo
todavía luces tu traje de payaso desterrado
sin repertorio y sin contrata.
Hoy, pontifica tu nirvana
desde tu garita de cristal:
centinela al acecho de los alertas
de la paradoja.
Ancianito sin canas,
con la experiencia de no tener ninguna.
Mañana,
pontificará tu nirvana
desde tu garita de cristal.







EL POEMA DE CHEWING-GUM

Y entonces, el gitano mudo,
cantó su canto como pudo:
Siento que mi alma se vuelve como la de una
prostituta
-o que mi alma es una prostituta mientras
espero el poema que tal vez va a llegar.
En mí todo poema es problemático.
Quizás el aborto de hoy hubiera sido
el parto de mañana
-todavía es más duro aprender a esperar y
los fetos
pierrots-buzos-sin escafandra
me hacen reproches incompletos como sus
propias vidas
solemnes, como las torres guillotinadas de Notre
Dame;
pero,
«acabar» es bueno para los que tratan de engañar
al tiempo
o para los que nacieron con un poder de ases
tatuado sobre la frente
para poder reírse de los malos destinos,
mientras que en mí todo se queda trunco
porque nunca tengo tiempo para nada
ocupado en el negocio de mi ocio
gentleman-globe-trotter-sobre-los-mapamundis-
arlequines!
Un día,
los loros amarán de amor
el corazón aceitado de los fonógrafos,
pero yo he roto todos los juguetes que hubiera
podido amar
-navíos-claros de luna-torre-eiffel y
me he quedado solo con un poema
maravillosamente incompleto:
sombría galería de mina abandonada
que mira al sol por los periscopios de los pozos
y donde nunca nadie encontró nada.
Me complico en negaciones:
sonda quisiera ser para el tonel de las nanaidas.
La temperatura de mi pensamiento
está llegando a menos
que dan vértigos
y un día me encontraré en mis propios antípodas
Robinson de una aventura
que sólo algunos locos podrán un día creer.
Los otros querían hacer «sentir» su poesía:
yo quisiera que la mía se pudiera mascar.
Poema inútil, como una pastilla de chewing-gum.
Contarse a sí mismo. Manera
de ir viviendo cada vez más desnudo.
Llegar hasta a arrancarse la piel, alegremente
como lo haría un fakir
ante un grupo de marineros borrachos
que pensaron divertirse
y súbitamente
sintieron todo el dolor que el hombre no sentía
y guardaron toda la vida las pupilas espantadas
de lo que vieron esa noche-
De tanto rehusar todas las anestesias
invito más amigos para la fiesta de mi autopsia.
Disparejo, como un paisaje de ciudad
visto desde una torre,
mapa en relieve de mi Suiza interior
mi poema
-fotografía desde el avión de mi recuerdo escrito
con una indiferencia de vaca que rumía
e inútil como una pastilla de chewing-gum.
Ya no estaremos ahí para regocijarnos,
yo no predigo nada porque estoy en la tierra mía
pero yo sueño un poema erizado de vértices
-ilusión de himalaya de cinematógrafomecanoterapia
para los últimos tziganos
vals-lento-del--ianubio
atragantados de emoción.
Hay también Charlot, profesor de infinito,
-Biblia y Quijote
quien con una sola mueca
marcóme la cifra de mi desesperanza
en el ábaco de las nebulosas.
Corazón de oro -lo hubiera dicho mi abueloque
se complace en hacer comer a la jauría
pedazos de su emoción
y finge creer que no lo sabe
--¿lo ignora la señora Chaplin, la madre de Charlot?
Nuestra emoción de ahora
más terrible que todas las viejas emociones
emoción de performance
de autódromo
de equilibrista japonés
y de la danza de los panes,
emoción que nos hace detener el corazón dentro
del pecho
como
la máquina de un reloj que hubiese contado toda
la era cristiana.
En realidad, la era cristiana terminóse hace
tiempo
estamos, simplemente, en la era del Hombre.
El amigo alegre que vino cargado con su mala
noticia
se fue asombrado de mi lejanía
y comprendió que para mí ya no hay malas
noticias.
Mi corazón tiene dos perfiles
pero al lado que miraba hacia atrás le he sacado
los ojos
ruiseñor ciego que no me intereresa oír cantar.
Payaso de lo absurdo,
cada noche me trago el sable de mi vida
frente al público y con las mangas levantadas.
Como Alejandro el macedonio
me duplico en mis noches
y cada mañana puede creer
que regreso sin cansancio de algún tremendo viaje.
Vocación de suicidio de cada palabra mía
que a cada línea me van pidiendo a gritos
el reposo de algún punto final.
Vocación de suicidio de todo mi poema:
vocación de suicidio mía, que es mi única razón
de ser.
Imán.
Estrella Polar.
Signo de prostituta.
-Galeote febril amarrado al remo de mi propia
mentira
todavía no es tiempo. Todavía.
Poema de chewing-gum.
Poema inútil espejo de la vida mía
donde se puede ver mi corazón por el ojo de la
cerradura
espantosa glosa sobre cada pétalo
de la rosa de mi ocio
que es el negocio en la Wall Street de mi pasión.
Poema rascacielo
con un solo ascensor:
castillo de naipes para mí que no tengo torre de
marfil
poema que se puede mascar
como una pastilla de chewing--gum.








SALUTACIÓN A PANCHO ALEGRÍA,
CAPITÁN DE GOLETA

¡Salud, don Pancho Alegría
buen capitán de goleta,
matador de tiburones,
rico en naufragios y rutas,
conocedor de los vientos
crucigramas de las islas-,
buzo de la noche negra,
buen hablador de dialectos,
rezador de avemarías
por aduaneros y puertos!
¡Salud, don Pancho Alegría,
parrandero de tormentas,
dormilón de calmas chichas,
marrullero de corrientes!
En la noche del Ozama
no se te ve ni la cara
alquitrán de cara limpia-,
luz de bengala, tan sólo,
los nombres que vas cantando:
Aruba, la petrolera;
Turkilán, de sal estéril;
Curazao, de ron bueno;
Paramaribo y San Thomas;
Jamaica, en costa de cocos...
¡y la muchachita aquella,
capitán, dulce de plenas,
de San Juan de Puerto Rico!
¡Salud, don Pancho Alegría!
¡Sin brújula se te va
el alma, recuerdo afuera!
El alma sí se te ve
blanca de espuma en bahía,
gallardete de tu cuerpo,
¡el alma ni se te ve,
capitán Pancho Alegría!
¡Mañana -«pa Venezuela»-;
por los mares del ciclón
tu cargamento de frutas
irá alegre, capitán!
¡Vendrás con lastre de piedras
y con vientos de canción
alguna historia en tu casa;
miles, en el malecón-,
y en la taberna del muelle,
un solo trago de ron!
¡Salud, don Pancho Alegría,
buen capitán de goleta!


YELIDÁ






UN ANTES

Erick el muchacho noruego que tenía
alma de fiord y corazón de niebla
apenas sospechaba en su larga vagancia de horizontes
la boreal estirpe de la sangre que le cantaba caminos en las sienes.
En el más largo mes del año había nacido
en la pesquera choza de brea y redes salpicadas por las olas
parido estaba entre el milagro del mar y el sol de medianoche
de padre ausente naufragado
nadador ya de algas profundas y arenas sorprendidas
de escamas y de agallas y de aletas.
Era el quinto hijo para el mar nacido
y Erick creció en su idioma de anzuelo y de corriente
fuerza de remo y sencillez de espuma
como todos los muchachos de la playa
mitad Tritón y mitad Ángel.
Pero Erick no sabía nada de eso
-pulso de viento y terquedad de proaaprendió
los nombres de los peces de las puntas y cabos
la oración del canal y la bahía
a los quince aflos conocía mil golfos
y sin contar el ya remoto y salobre seno de la madre
ni un solo pensamiento de Noruega
le había caminado entre las cejas rubias.
En un anual calafateo de lanchas
llamas estopas y breas
Erick tenía veinte años y era virgen dentro de sus botas de hule
y creía que los niños nacen así como los peces
en la noche quieta de los reposos del mar
pero el tío piloto contaba entre dientes largas historias de islas
con puertos bruñidos y azules
donde centenares de mujeres desnudas subían carbón al barco
donde había pájaros verdes hirviendo de palabras obscenas
y donde en la noche florecía el burdel con hondo aliento de
tam-tam.
El tío mascullaba una lejana canción
de sol y cocoteros
en lengua que no podía ser noruega y que ponía
en el pulso de viento de Erick pequeños remolinos.
A los veintidós años Erick tenía la mirada gris azul
densa de su alma puesta en dique
y una voluntad de timón y de quilla
por llegar a las islas de las montañas de azúcar
donde -decía el tío- las noches olían a cedro como las barricas
de ron.
Erick sabía que los marinos noruegos siempre desertaban en
las islas
pero cuando estaban bien borrachos los capitanes los metían
a patadas
en las bodegas sucias y entonces volvían a Noruega
flacos y callados y tristes.
Con todo y las patadas el marinero Erick ya estaba en ruta.









OTRO ANTES

Esta no es la historia de Erick al fin y al cabo
que a los treinta años no era marinero
y vendía arenques noruegos en su tienda de Fort Liberté
mientras la esposa de Erick madam Suquí
rezaba a Legbá y a Ogún por su hombre blanco
rezaba en la catedral por su hombre rubio.
Madam Suquí había sido antes mamuasel Suquiete
virgen suelta por el muelle del pueblo
hecha de medianoche a toda hora
con hielo y filo de menguante turbio
grumete hembra de burdel anclado
calcinada cerámica con alma de fuente
himen preservado por el amuleto de mamaluá Ciarise
eficaz por años a la sombra del ombligo profundo.
Erick amó a Suquiete entre accesos de fiebre
escalofríos y palideces y tomaba quinina en grandes tragos de tafiá
para sacarse de la carne a la muchacha negra
para ahuyentarle de su cabeza rubia
para que de los brazos y el cuerpo se le fuera
aquel pulido y agrio olor de bronce vivo y de jungla borracha
para poder pensar en su playa noruega con las barcas volteadas
como ballenas muertas.
Pero Suquiete lo amaba demasiado porque era blanco y rubio
y cambió el amuleto de mamaluá Clarise
por el corazón de una gallina negra
que Erick bebió en viernes bajo la luna llena con su tafiá y
su quinina
y muy pronto los casó el obispo francés
mientras en la montaña papaluá Luipié
cantaba el canto de la Guinea y bebía la sangre de un chivato
blanco.
En la noche sudada de fiebres y marismas
Erick sin sueño marinero varado sobre la carne fría y nocturna de
Suquí
fue dejando su estirpe sucia de hematozoarios y nostalgias
en el vientre de humus fértil de su esposa de tierra
y Erick murió un buen día entre Jesucristo y Damballá--Queddó
apagado el pulso de viento del velero perdido en el sargazo
su alma sin brújula voló para Noruega
donde todavía le quedaba el recuerdo
de un pie de mujer blanca que hacía frágiles huellas en la arena
mojada.







UN DESPUÉS

Y así vino al mundo Yelidá en su vagido de gato tierno
mientras se soltaba la leche blanca de los senos negros de Suquí
alegre de todos sus dientes y de su forma rota
por el regalo del marido rubio
y Yelidá estaba inerme entre los trapos
con su torpeza jugosa de raíz y de sueño
pero empezó a crecer con lentitud de espiga
negra un día sí y un día no
blanca los otros
nombre vodú y apellidos de kaes
lengua de zetas
corazón de iceberg
vientre de llama
hoja de alga flotando en el instinto
nórtico viento preso en el subsuelo de la noche
con fogatas y lejana llamada sorda para el rito.
Los otros sólo tuvieron la sospecha de un peligro cercano
mientras Suquí descendía su alma por los caminos de noche de
su entraña
y engordaba en su alegría de matriz de misterio
ternura de polen en su hija de llama
para cuyo destino no tuvieron respuesta el gallo y la lechuza
ni sabía nada el más sabio no el más viejo.
Los peces lo sabían y la noche y la selva y la luna y el tiempo
de calor
y el tiempo de frío
y el alma de garra del pantano
y el dios que enmaraña las raíces y las empuja fuera de la tierra
y el macho y hembra en los cementerios
enciende fuegos verdes sobre el vientre helado de los muertos
y el que está en la garganta de los perros lejanos
y el del miedo con sus mil pies y su cabeza cortada.
Y ésta quiere ser la historia de Yelidá al fin y al cabo.
Tacto de clave
flanco sonoro al simple peso de la mirada
paladar de fiera
cuerpo de eterna juventud de serpiente nuevo para cada
luna nueva
completa para siempre como el mito
hermafrodita en el principio del mundo
cuando descuartizaron a los dioses
enigma subterráneo de la resina y del ámbar
pacto roto de la costilla de oro
traición hembra del tiempo libertada.








UN PARÉNTESIS

Los liliputienses dioses infantiles de la nieve
los viejecillos vestidos de rojo
que sacuden la niebla de sus barbas
y los que soplan sobre las letras sin rumbo de las veletas
los habitantes del rescoldo
los del viento ululante
los que dibujan las árticas auroras
los dioses de algodón y de manzana
que tienen largo el sur y corto el norte
los que sobre la tímida y verde vida del musgo verde
resbalan y juegan con las flores del hielo
los hiperbóreos duendes del trino y del reno
supieron la noticia en lengua de disueltos huracanes lejanos.
Sangre varega en la aventura de cosas de hombre
por cosas de mujer se trasplantaba
en islas de coral y de pimienta
perdida iba a quedar para su ártico
en el flotante archipiélago encendido
perdida iba a quedar para su mansa
vegetación de pinos ordenada
perdida iba a quedar para su lucha
de olas aceite y peces
perdida iba a quedar para Noruega
en las islas de fuego condenada
Viajeros por los hondos caminos el subsuelo adornado
de tumbas
donde dialoga el fósil con la raíz podrida
y el hueso suelto espera la trompeta
y se hace oscuro el secreto del agua
que lava las pupilas insomnes del mineral perdido
por la grieta la gruta y el estrato
los dioses de leche y nube con sexo de niño
buscaron al otro dios de los mil nombres
al dios negro del atabal y la azagaya
comedor de hombres constelados de muertes
wangol del cementerio y del trueno
el dueño del ojo vidriado del zombí y la serpiente.
Buscaron a Badagris dictador de la puñalada y el veneno
espíritu suelto de los cañaverales
donde el tafiá es primero flor y luego miel
el padre del rencor y la ira
el que enciende la choza al leve tacto de su mano negra
y viola a todas las niñas en el vientre de las madres dormidas.
Buscaron a Agoué dios ventrudo del agua
mitad evaporado de sol y de brasa
y mitad prisionero del pantano
aburrido de moscas y de olas
en su casa de vientos y de esponjas
Buscaron a Ayidá-Queddó que es el que pone
a arder la lámpara roja del estupro
la que en el hondo vientre de cueva de bongó mantiene
las cien serpientes locas del dolor y la vida
la que en la noche de Legbá suelta los perros del deseo
la que está partida en dos mitades por el sexo infinito
maestra de la danza para llegar hasta ella misma
domadora de grito y de espasmo
Implorante de llantos en sordinas
casi borrachos ya de olor de isla
los dioses de Noruega pedían salvar la última gota de la sangre
de Erick
la escandinava inocencia de una gota de sangre
Hablaron con los ojillos azules entornados
mientras la sangre se les iba haciendo de plata derretida
porque Ayidá-Queddó bailaba en el canto del gallo
con los senos brillantes de sudor y de estrellas
Pero aquella noche Yelidá había tenido su primer amante
estaba tendida y fresca como una hoja amarilla muy llovida
adolorida sin dolor casi despierta en la hamaca de un sueño tibio
le vivía tan sólo un golpe amado de tambor en las sienes
y en el vientre se le dormía la música y la danza.
Por los caminos de la lombriz y de la hormiga
rota toda esperanza regresaron.







OTRO DESPUÉS

Con alma de araña para el macho cómplice del espasmo
Yelidá por el propio camino de su vientre
asesina del viento perdido entre los dientes de la gruta
ahí se estaba vegetal y ardiente
en humedad de hongo y de liquen
caliente como todo lo caliente
cosa de hoja podrida fermentada en penumbra tiempo y luna
hecha de filtro y de palabra rara
en el agua del charco con su verde y su larva
y su ala a medio nacer y su andar de meteoro
Yelidá deshojada a sí y a no
por éxtasis de blanco y frenesí de negro
profunda hacia la tierra y alta hacia el cielo
en secreto de surco y en místico de llamas.


FINAL

Será difícil escribir la historia de Yelidá un día cualquiera.







http://www.obsidianapress.com/tomashernandezfranco.htm


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