sábado, 17 de septiembre de 2011

4737.- JUAN CARLOS GARCÍA-OJEDA LOMBARDO


JUAN CARLOS GARCÍA-OJEDA LOMBARDO, nacido en Jaén el día 7 de septiembre de 1958, casado con Mercedes Morago y con dos hijos. Cursó estudios de Bachillerato en su tierra natal. Licenciado en Derecho por la Universidad de Granada en 1982 y Licenciado en Geografía e Historia por la UNED en 2005.

Es abogado en ejercicio desde 1983. Medalla de plata del Ilustre Colegio de Jaén. Profesor de la Escuela de Práctica Jurídica. Ha publicado libros de poemas, cuentos y novela. Su primera publicación data de 1992. Está en posesión de premios nacionales e internacionales literarios. Colabora en 26 revistas humanísticas editadas en castellano. Miembro de la Asociación Cultural la Marcilla de León. Miembro de la Asociación Mundial de Escritores (AME). Miembro de la Asociación Cultural Bilakabide (Vizcaya). Miembro de la Asociación para la Difusión de la Cultura de Castrocalbón. Director de la Revista Claustro Poético.
Es el Presidente de la Asociación Cultural Nacional Claustro Poético.
Está incluido en varias antologías universales de poetas. Su obra está difundida por los países de habla hispana y ha sido traducida a varios idiomas.
Ha sido Hermano Mayor de la Cofradía de Santa Catalina, Patrona de Jaén, y en la actualidad es Secretario General de la Real Sociedad Económica de Amigos del País de Jaén.






¿POEMA INMORTAL?

Hace ya diez años que me perdí
en el jardín de las soledades eternas,
cuando apenas el candor atrapaba
la esencia fugaz de la vida
en una esquina umbrosa, en silencio,
casi sin hacer ruido, de la forma discreta
que siempre anduve por este sendero.

Apenas si soy un vago recuerdo;
hay quien entorna los ojos
y con dificultad puede dibujar aún mi rostro,
nadie me recuerda en plenitud,
ni jugando al fútbol, ni declamando un verso,
ni dando un beso, tomando cerveza o echado con alegría
en el alfeizar de la ventana.

Hace ya cien años que dejé de ser un recuerdo,
me han intuido en un errático libro
mal conservado y predecible en su forma
y han suspirado entre extrañados
y jocosos al ver tanto derroche inacabado,
tantos Javier, Ramón, Felipe, Miguel, Juan Carlos…
luchando en la batalla perdida de la inmortalidad
en una noche en que las mariposas azules
ya no revoleaban junto a las melancólicas farolas,
en una noche en que los pensamientos
vagaban entre miedos inconfesables
como aquel perro que ladraba a la luna.

Hace ya mil años que inmolasteis mi voz
en la pira de una ciudad que ya no existe
porque los recuerdos de cuanto amé
se han disipado en el limbo del tiempo,
en la época que me tocó emocionarme,
tener curiosidad, correr, pensar, querer…
como aquel cuento en el que todos
sabían su final y, sin embargo,
al no saber declamarlo, nadie lo quiso leer.
Ya no tengo temor, solo la dulce murria
de haber sido todo muy breve,
de no quedar nada en el recuerdo.









AQUELLA NOCHE, EN JAEN, JUNTO A UN CLAUSTRO

La voz solemne de las gargantas idílicas
reflejaba un eco distante y misterioso
en las cenizas de papel que hablaban de la vida,
y un canto de lirismo dulcíneo
aquietaba el alma en los pozos de las mentes fatigadas.

El indómito viaje de extraño decurso
acantonaba el sentido natural de las cosas
y las musas se refugiaban en el limbo
de un poema declamado sin rimas ni ritmo.

El candil que iluminaba el sinuoso sendero
pareció traer un hálito de esperanza
en el corazón lírico de antaño,
y la semilla germinaba a cada dulce amanecer
a cada golpe de voz del poemario.

Sonaban versos en los rincones y esquinas
y el trino armonioso del jilguero juanramoniano
Expandió su poesía por las tierras del olivar
Cantar expelido desde un viejo roble de un Claustro Claretiano.

El atrio, preñado de piedras lunares
fue impregnándose de la sabiduría del verso
y en el entorno sonaba la música de una paz ascética.
Una voz dijo: "esto es el mundo,
porque el amor circunda los bellos sentimientos"

Después, en los momentos de espiritual silencio
la piedra reverberaba cada poema, cada declamación
y el claustro acariciaba el numen poético
archivando en sus muros toda la belleza
de un legado de lirismo que se ofreció
generoso para toda esta generación.









POEMA 58

Ayer oí tu epístola en un programa de televisión
hablando de limitaciones, de materia y de presente
y tu verbo sonó tan solemne y conciso
que mi alma se ahogaba en su pereza.
Sin embargo, en la luz perdida de los sueños envejecidos
tal vez haya sitio para las añoranzas.
Hablo de aquellas que quedaron en poso melancólico
cuando más serio e impersonal despuntaba el alba.
Como es posible perder tanta belleza…
Parece vivida, con tanta intensidad humana
que ni la herida más descarnada y sangrante
causaría emoción en el sendero del olvido.
Como olvidar aquel día que surqué el cielo en un trineo
o cuando acaricié la estela púrpura de las ninfas
o aquel baño sinfín en la laguna de las eternidades
con Carlos y Mercedes, sumergidos en la intemporalidad.
Entonces, ¿Quién se encargará de vestir la noche de tanta belleza
el día que los ángulos oscuros hablen de mi…?
y, ¿a quien donaré mi dádiva posiblemente enferma…?
Como es posible, que toda esta belleza se pierda…
Si supieras cuanto he visto en mi mente dévica,
cuantos ortos de anochecida en el mágico poniente
y cuantas luces milenarias refulgiendo en los horizontes
y cuantos muertos esperando un atisbo de esperanza.
Dirás que todo tiene su encaje en la ciencia,
que cuanto vi se difuminará como una lágrima en la lluvia,
pero, como es posible que todo cuanto soñé se pierda,
si yo solo quería jugar a que ayer nunca fuera mañana,
si solo se trataba de pensar que la vida nunca acaba,
si apenas nunca pedí nada, solo una respiración,
la noche, una estrella fugaz y un papel para contarla.








MI HIJA

El candil oscila de nuevo
y el sendero se hace nítido y claro.
La madre alumbra con candor y paciencia
los cañaverales que lo rodean.

Tus ojos viven en la bondad
y recreas su alma con tu llanto.
Eres como ella, pequeña y delicada
esencia de perfumes lejanos
que sólo se perciben en el crepúsculo
de la mágica aurora del norte.

Eres mi hija, de mi arrullo y mi poema.
La boca se llena con tu nombre.
¡Tantos dulces recuerdos evocas!

Mercedes de mi música silente
apréndete su semblanza
que impregnada llevar el amor
en esa triste garganta
cuando la dulce canción de cuna
musita en el ventanal,
y la lluvia llora en la cristalera
y el silencio y la hamaca os aguardan.










LA LUZ DE ORIENTE

La luz vino de Oriente,
como estela púrpura en el cielo
tras la conjunción astral
y la voz de un amoroso presagio.

Privilegio y bula eterna
para quien con sus ojos vio
tanta luz azul y bella
y ensilló al alma del desierto
en pos de una austera cueva.

-Paréntesis de paz. ¡Ya calla el duelo!-
Sació el poeta la estrofa virginal
y puso la vista en el cielo;
la estrella lloraba oro, incienso y mirra
como el albor en la noche del tiempo.

Nadie imaginó la dicha
de la rodilla sobre el heno
y mientras, el fulgor soñaba en las dunas
de amarillento tono viejo.

En los besos cayó la lágrima
de la figura pobre de barro
y la ilusión bendita
arraigó en el corazón virtuoso
evocando la luz de Oriente,
-sabio silencio apartado
en la eterna quietud invernal-.













Reina y yo*

I

Nunca quise hacerte trascendente
ni objeto de levitación mental,
tampoco paño de una lágrima hurtada
de los mundos infinitos de la desazón.
Y es que, eres primitiva, tierna, perezosa
y, a veces, desconcertante, tanto,
que un día, echada en el alfeizar
de la ventana, mirabas como pasaban
los patos y con tu peluda pata, color canela,
arañabas los pizcos de luz, como llamándolos,
o, tal vez, querías volar con ellos
hacia un atardecer de tonalidades ocres.
Aun recuerdo en la puerta del ascensor,
cuando se te acercó aquella niña medio ciega,
enferma de cáncer y con la cabecita brillando
como si una sauna de vapores pestilentes
hubieran escupido su veneno mortal
en aquella piel dulce e inocente.
Te amodorraste junto a sus piernas
y dejaste que te acariciara con placidez.
Lamías su sudor y no parabas de mover
tu diminuto rabo. - ¡Ah, esa contorsión tan extraña! –




II


Nunca quise hacerte trascendente,
ni tan siquiera aquella noche de verano
que reposamos los pensamientos, sentados
en la vieja loma del paraje de Las Yucas,
como Gary Cooper, en el Sargento York.
Yo enredaba mis dedos en tus rojas lanas,
tu mirabas la sombra de un olivo bajo la luna,
y estabas atenta al quejido de un ruiseñor
que parecía preguntarnos si habíamos visto
a su corazón errante, perdido en la oscuridad
de una noche de desencuentros amorosos.
Tu siempre tan virginal, predecible, elemental.
¿Verdad que te llama la atención el color real del cielo?
¿Verdad que todo tiene un encaje perfecto?
¿Verdad que el alma se remansa y todo pasa
sin necesidad de tenerle miedo al misterio?

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