jueves, 28 de julio de 2011

4344.- CORIOLANO GONZÁLEZ MONTAÑEZ


Coriolano González Montañez
Nació en Santa Cruz de Tenerife en 1965. Es licenciado en Filología Hispánica.
Ha publicado los siguientes libros de poesía: Dublín, entre el mar y la sangre, premio de poesía «Félix Francisco Casanova» (1984); Aquí en mi puño (1984); Este último milenio de sombras tras tu recuerdo, premio de poesía «Ciudad de La Laguna» (1987); Las llanuras del desierto (1991); Conjura del silencio, «I Pre-mio de poesía El Escribidor» (1993); Cuaderno irlandés (2000); El viaje (poemas 1984-2000) (2002); Las montañas del frío (2005); El tiempo detenido (2006) y Otra orilla (Cuadernos de Guillermo Fontes) (2008).

Figura en las siguientes antologías: La nueva poesía canaria, realizada por Antonio García Ysábal (Madrid, 2001); Los transeúntes de los ecos. Antología de poesía contemporánea en Canarias (La Habana, 2001); Poetas de corazón japonés. Antología de autores de «El rincón del haiku» (Salamanca 2005); Perro sin dueño. II Concurso Internacional de Haiku (Albacete, 2008) y Atlantopía. Breve antoloxía de poesía canaria contemporánea (Pontevedra, 2009).

Como crítico, ha publicado sobre Eugenio Millet Rodríguez el libro Pasto lascivo y otros poemas. Obra poética incompleta 1979-1990 (2002).
Ha sido traducido al rumano, al gallego y al amasik.




Sólo la muerte custodia los caminos
que llevan a la ciudad tras las murallas.

Las sombras de los vivos
penetran los hilos del destino tras los silencios
y una procesión de vírgenes desfiguradas
levanta el polvo de las últimas noches.

Sólo una lágrima cae tras otra lágrima
y el homenaje de las tormentas
queda olvidado en el dolor de tantas sangres
en el amor de tantos cuerpos mutilados.
Y cuando se engendra la hora de las hechiceras
las cuchillas del aire del recuerdo
desgarran los ojos y las lenguas
de los moribundos del final
de todos los siglos.








La muerte llega a las llanuras en forma de nube
sin guadaña ni túnica negra
que impida el sacrificio de la última virgen
de la ciudad tras las murallas.
Pero el destino se muestra implacable
y la muerte ahoga las arenas
bajo la maldición de mil días y mil noches
de lluvia sin piedad.
Nada ha de quedar después del manto
traidor de los horizontes.
Nadie habrá de vagar por los senderos
húmedos de la soledad

No hay resurrección en el desierto














del libro RETORNO (The dream is over)


DECADENCIA
Here comes the flood. Peter Gabriel

Sabía que eras tú, fueron tus únicas palabras.
La habitación, entonces, se tornó difusa
mientras el sol asomaba tras las cortinas
y alargaba la sombra de los jarrones
de polvorientas rosas de plástico.
Me he acostumbrado a vivir entre silencios.
Supongo que es debido a mi naturaleza ochomesina:
la carencia del tiempo de soledad suficiente
en el útero lo he suplido con la contemplación
del vacío y con la espera por los cambios estacionales.
(Pero esto no es asunto para este poema).
Tus palabras quedaron suspendidas
en el haz tenue de luz
mientras muy lejos la música pincelaba memorias:
viejos árboles sagrados,
cementerios luminosos sobre la colina,
niebla y viento en la tarde de verano.
Aún sentía tu respiración cálida
cuando con suavidad colgué el teléfono:
había llegado la hora del reconocimiento,
de sabernos solos y únicos en un mundo que agonizaba.
Abrí la puerta y me encaminé hacia el acantilado.
Las gaviotas ascendían por sus paredes
aprovechando el viento cálido de las piedras
y luego se lanzaban en picado
luchando contra las turbulencias de la marea.
Me asomé al abismo. Contemplé las rocas teñidas
del blanco del guano. Aspiré el salitre intenso
de un océano siempre violento y busqué mi hogar
otra vez y otra vez como he hecho
desde que mis huellas abandonaron la arena primigenia.
Desamparo y cenizas
es todo cuanto ha dado forma a mi sombra.
Ellas, las cenizas, han teñido de negro
mis manos y mis palabras
mientras me asomaba en todas las rendijas,
en todas las ventanas,
incluso cuando ya había entendido
que tú eras mi hogar,
el mástil al que asirme
antes de que llegara la tormenta
y me hundiera o te hundieras
definitivamente en sus entrañas.
Y entonces llegó el diluvio.
Cayeron los muros y las máscaras
(aunque esto ya lo escribí en otro poema)
y la desnudez nos hizo comprender.
Siempre supiste que era yo,
incluso cuando me sentaba a contemplar
el teléfono y no marcaba
y mis susurros inundaban la habitación.
Como una bestia henchida,
incapaz de contener el ímpetu del deseo,
de la rabia, inflamado de sangre,
moribundo, buscador de una sola palabra
que llenara mis labios resecos y salados,
me inmolé pleno de hambre y de sed.
El diluvio, este diluvio de dolor y lodo
que arrasó todo vestigio de vida,
sanará mis pecados, pero ni a ti ni a mí
nos llegará la redención. Mi cuerpo tendido,
destrozado sobre las rocas
buscó una última imagen que me acompañara
en el tránsito. Pero la he olvidado.
Acaso esté en tu mirada.



QUIZÁS SÓLO FUERAN TRAZOS
Decades. Joy Division

Me sentaba en el sillón
y cerraba los ojos mirando hacia la pared.
Como un arquitecto,
como un demiurgo,
erigía los muros que sostendrían
el devenir.
Nada quedaba sin componer,
ningún detalle se dejaba al azar.

Contemplé a mis hijos.
Amé y fui abandonado.
Deambulé por lejanas tierras.
Vislumbré las muertes
y lloré por ellas.

¿Qué vida puede vivirse
si ya ha sido vivida
cientos de veces?

¿Dónde hemos estado?
Los susurros nunca nos hicieron libres
porque nada podía reemplazar
al temor que nos provocaba lo mutable
de nuestros sueños.

Tantos años vividos en segundos
y sin embargo ni un solo trazo
en el papel.



RELACIÓN DE VECES QUE TE HE VISTO BAJO LA LLUVIA
Purple rain. Prince

Cuando era niño,
en las mañanas de invierno,
mientras esperaba el transporte del colegio
y me ponía de puntillas
para llegar a aquel agujero,
dejado por una ausente bola de adorno
en la pequeña columna,
y comprobar si había agua,
te vi por vez primera.

Luego nos refugiamos del chaparrón repentino
en un portal oscuro que olía a humedad y vejez.
Empapada, me pediste la chaqueta
para cambiarte y entrar un poco en calor.
Mientras te quitabas la blusa,
avergonzado, me di la vuelta
e imaginaba un sujetador blanco como tu piel.

La última vez, corría solo, calado,
sorteando charcos,
deteniéndome durante instantes
bajo los balcones,
con un termo y un biberón a resguardo
dentro de un bolso que me colgaba del hombro.
Mi hija hambrienta
esperaba en el interior de una cafetería,
la lluvia goteaba por los cristales de las gafas
y me impedía ver.



LA MIRADA Y LA LLUVIA.
When the leeve breaks. Led Zeppelin

Mi padre se desayunaba
un tazón de leche y gofio muy espeso.
Picaba con parsimonia
trozos de queso blanco sobre la mezcla.
Luego con ágiles cucharadas colmadas
acababa en pocos minutos.
Con la mirada perdida en algún punto del recuerdo,
no reparaba en el retorno de la lluvia.

(When the leeve breaks I’ll have no place to stay)

¿Cuántas veces pensé que era el momento de partir?
Padre, la puerta no podía detener los horizontes.
Ni siquiera el abrigo de lo que entonces llamaba hogar.

(Los ojos de mi padre sostenían los diques de la tormenta).



LA MUERTE SE ENCUENTRA SIEMPRE AL NORTE.
This time tomorrow. The Kinks

En 1969 ó 1970 observaba de pie la carretera
desde dentro del Autobianchi Primula 65C azul marino,
matrícula TF-48840, que mi padre conducía
por la Autopista del Norte.
Por la conversación intuyo que algún familiar lejano,
que había vivido más de noventa años,
acababa de morir y que íbamos a su duelo.
Realicé mentalmente una operación
y me di cuenta de que me quedaba casi toda una vida
antes del fin, de que no había nada de qué preocuparse.
Hoy tengo 43 años y ya no puedo otear la carretera
desde dentro de aquel coche.



CONFIDENCIAS
Sympathy for the devil. The Rolling Stones

Yo tomaba cerveza y ellas Parfait Amour.

El roce sobre el asfalto de los barrenderos
y el chapoteo de las primeras ruedas sobre los charcos
llenaban de dulzura las horas tempranas del día.

Nos escondíamos tras el humo de los cigarros
mal aplastados contra el cenicero
y me hablaban de bolsos estampados
contra los parabrisas de los coches.
Yo, de Rimbaud o Baudelaire.

Pronto, los basureros terminaban el trabajo
y, al entrar en el bar, nos miraban,
(quizás debiera afirmar que con lujuria).
Nosotros continuábamos con nuestra cadencia.

Apenas despuntaba la mañana
y la barba ya les había crecido al ritmo de palabras,
mientras nos emplazábamos en un futuro irónico:
ellas estarían casadas
y yo habría publicado libros de poemas.



ESTE POEMA NO EXISTE
Shake dog shake. The Cure

Todo cuanto se relaciona a continuación jamás sucedió.

Mi amigo agarraba con fuerza la ventana del coche
y lo sacudía violentamente al ritmo de la música.

Shake shake shake shake
shake shake shake shake
shake dog shake

Quienes se dirigían a la plaza miraban con desagrado.
El volumen -altísimo- competía con la orquesta de salsa.

Mi amigo degustó los intrincados caminos del ácido.
Abrió las puertas.
Su mirada jugaba con el blanco y negro del recuerdo
de cementerios nocturnos.
Como un siniestro caballero
de la noche repetía los tópicos y los sublimaba.

Aquella noche escupía.
Escupía sobre la comida,
dentro de los vasos, sobre la gente.
Y allí escribía el poema,
los versos que le bullían
y para los que no encontraba palabras.
Halló el poema en los gestos,
en la virgen que ansiaba
para saciar su propia virginidad,
en el sueño de la muerte.

Y, aunque hubo otras noches, sé que sólo allí,
en aquel lugar, justo en ese instante,
las puertas se le abrieron.

Después -pero todo esto jamás sucedió-
sólo hubo silencio y el rostro que no quiso
volver a mirarse en los espejos.

Mi amigo murió aquella noche.

Shake dog shake

El tiempo que transcurrió hasta que un cáncer
lo devolviera a la muerte no cuenta.



CODA
(Richard Wright ha muerto)

La lava de Pompeya se ha detenido
en esta noche sin luna.
Un perro aúlla y el eco se clava
en las sombras.



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