martes, 1 de marzo de 2011

ÁNGEL CRESPO [3.219]


Ángel Crespo

Ángel Crespo Pérez de Madrid, (Ciudad Real, 18 de julio de 1926 - Barcelona, 12 de diciembre de 1995) fue un poeta, ensayista, traductor y crítico de arte español.

Nace en Ciudad Real, el 18 de julio de 1926, dentro de una familia de medianos terratenientes. Hasta el estallido de la Guerra Civil vive entre la capital y Alcolea de Calatrava donde la madre –María de los Ángeles Pérez de Madrid y Céspedes– poseía fincas. Su padre, Ángel Crespo Crespo, era funcionario de Telégrafos.

La conexión con la naturaleza marcará su vida y se notará en su obra. Los tres años de la guerra los pasa en Ciudad Real, sin asistir a la escuela y recibiendo lecciones en casa. Un amigo de sus padres que era profesor de francés y estaba refugiado en su casa, le enseñó este idioma.

Lee a Jean Henri Fabre Sobre la vida de los animales y comulga con la naturaleza y la lectura en el pasaje propiedad de sus padres conocido como Cuesta del Jaral; le produce una gran impresión un libro sobre Mitología griega, en especial la iconografía y las leyendas de Hermes. Al terminar la guerra emprende los estudios del Bachillerato, entre lecturas de Salgari, Verne y Rice Burroughs. Lee a los clásicos castellanos y latinos, y entre sus autores favoritos se encuentran Rubén Darío, Berceo, Espronceda y el Duque de Rivas.
Comienza a escribir poesía y la publica en medios de la provincia. Traduce en tercetos encadenados fragmentos de las Geórgicas de Virgilio. Su tío Pascual Crespo le regala la antología Poesía española 1915-1931 y se siente atraído por el surrealismo y el creacionismo. Tras terminar el Bachillerato, en 1943, se traslada a Madrid a estudiar Derecho, siguiendo el deseo de su padre, en lugar de Filosofía y Letras, como le hubiera gustado.

En Madrid, descubre el Postismo en cuanto se publica su primer Manifiesto en 1945, y entra en relación con sus fundadores Eduardo Chicharro, Carlos Edmundo de Ory y Silvano Sernesi. En el Postismo encuentra una renovación con relación a la poesía que se estaba escribiendo en España en el momento, polarizada por los grupos garcilasista y tremendista, y se adhiere a él. Estudia los ismos de la Vanguardia histórica, lee a Dante y a poetas modernos franceses e italianos, se interesa por el esoterismo. Comienza a escribir crítica de arte. En 1948, en colaboración con Ory, organiza la exposición 16 Artistas de Hoy en la Galería Bucholz de Madrid.

Tras terminar la carrera de Derecho, en 1949, permanece seis meses en Tetuán para terminar el servicio militar. Es su primera estancia fuera de España, que considerará fundamental para su formación. Al volver a España, se refugia en Alcolea para preparar oposiciones a Notarías y se dedica a escribir poesía. Escribe entonces el libro que considerará el primero de su voz propia, Una lengua emerge, y lo publica en 1950. Es el primer libro de lo que se ha llamado su realismo mágico.

En 1950, ya de vuelta en Madrid, empieza a trabajar como abogado y se implica cada vez más intensamente en la vida cultural madrileña. En el mismo año, con Gabino Alejandro Carriedo y Federico Muelas funda y codirige la revista de poesía El pájaro de paja (1950-1954) y él solo, en 1951, funda y dirige la revista Deucalión (1951-1953), patrocinada por la Diputación de Ciudad Real. A lo largo de la década de los 50 continúa con la crítica de arte y publica siete libros de poesía que constituyen la etapa de su realismo mágico.

Es invitado al Congreso de Poesía de Salamanca (julio de 1953) y se convierte en una figura destacada en la renovación de la cultura española de la posguerra. En 1956 se casa con María Luisa Madrilley, de quien se separará años más tarde. Realiza su primer viaje a Portugal. En 1957 nace su hijo Ángel. Ese mismo año comienza a publicar sus traducciones de Fernando Pessoa con una selección de los Poemas de Alberto Caeiro.

Durante los años 60, Ángel Crespo, que está implicado en la lucha clandestina contra la dictadura, se preocupa por el realismo y escribe una poesía de intención comprometida, aunque rechaza la estética marxista. Para promover sus puntos de vista funda y dirige, con Gabino Alejandro Carriedo, la revista Poesía de España (1960-1963), donde publica a los poetas con cuya concepción del realismo está más de acuerdo.

En 1962 funda y dirige la Revista de Cultura Brasileña, patrocinada por la Embajada del Brasil en Madrid, que continuará dirigiendo hasta 1970 y en ella dará a conocer a los lectores españoles la floreciente cultura brasileña y difundirá las posiciones de su vanguardia, entre ellas la poesía concreta. En 1961 conoce a Pilar Gómez Bedate, con quien se casará años después.

En 1963 viaja a Italia por primera vez, con ella, y la experiencia de este viaje –que influirá de una manera determinante en su poesía– le anima a dejar su profesión de abogado y a emprender una nueva vida, lejos del acoso de la policía franquista y de las desavenencias con sus compañeros de partido. En 1964 publica en la revista Artes, de 23 de diciembre, "El caso Eugenio Hermoso", crítica muy comentada en la época acerca del pintor extremeño Eugenio Hermoso. En 1966 publica Docena florentina, libro en el que persiste el punto de vista comprometido pero que utiliza un lenguaje decididamente moderno y lleno de referencias culturales (culturalismo). En 1967 acepta la invitación de la Universidad de Puerto Rico para enseñar en su Departamento de Humanidades y se trasladará a este país junto con su nueva compañera, también invitada por la Universidad para enseñar en el programa de Literatura Comparada.

La nueva etapa de la vida de Ángel Crespo, que no regresará a España hasta que se haya implantado una Constitución democrática, es cosmopolita: teniendo siempre como base a Puerto Rico –donde se implicó a fondo en sus tareas docentes e investigadoras– y su domicilio fijo en Mayagüez, se doctoró en la Universidad de Upsala (Suecia) –con una tesis sobre El moro expósito del Duque de Rivas– y enseñó como Profesor Invitado en las Universidades de Leiden, Venecia y Washington; asimismo dio conferencias en diversos lugares y países, fue invitado como poeta a Congresos Internacionales en su calidad de humanista moderno. Traduce en verso la Divina Comedia de Dante Alighieri y el Cancionero de Francesco Petrarca, trabajos por los que recibe dos veces el Premio Nacional de traducción; se interesa por la poesía portuguesa de Fernando Pessoa, sobre el que compone algunos ensayos y traduce algunos textos. Su poesía se vuelve cada vez más aforismática.

En 1988 regresa definitivamente a España y se instala en Barcelona, donde trabaja de Profesor Invitado en la Universidad Central y la Autónoma, y finalmente es nombrado Profesor Emérito en la Universidad Pompeu Fabra. Muere en esta ciudad en 1995.

Durante los años de Barcelona alternará la vida en esta ciudad con largas temporadas en Calaceite, pueblo turolense en el que revivirá los contactos con la naturaleza de sus orígenes y donde volverá a escribir una poesía en que se refleja esta relación. Está enterrado en el cementerio de Calaceite.

En 2011 se publica su primera biografía, Humanidad y humanismo de Ángel Crespo (1926-1995), cuyo autor es Amador Palacios, especialista en las corrientes de poesía española en las que Crespo participó.

Obra

Figura clave del panorama cultural español de los años cincuenta y sesenta, el poeta Ángel Crespo fue relegado al olvido a raíz de su voluntario retiro a Puerto Rico en 1968 a causa de los críticos del Partido Comunista en el que militaba, agobiado por la situación política de aquellos años y por la lucha estética, ya que se defendía a ultranza el realismo de corte marxista y él no admitía un realismo panfletario. En 1971 publica En medio del camino, obra que recogía su poesía hasta ese momento. En 1983 publica El bosque transparente, que reúne su poesía de los años 70; en 1985, El ave en su aire. En 1996, la Fundación Jorge Guillén publicó tres volúmenes en los que está reunida su poesía publicada hasta entonces y la mayoría de la inédita hasta aquel momento. Escribió un texto autobiográficos titulado Mis caminos convergentes y, durante varios años unos diarios de los cuales se han publicado Los trabajos del espíritu (1971-1972 y 1978-1979), escritos en Suecia, Puerto Rico, Italia y España, y ricos en reflexiones personales sobre, por ejemplo, la poesía de Dante, la literatura en lenguas minoritarias o la experiencia cotidiana del autor y sus amistades.

Su obra poética no se adscribe fácilmente a ninguna tendencia, de forma que los críticos han tenido dificultades para encuadrar a Crespo en algunas de las corrientes de la poesía de posguerra. Si empezó con el Postismo en el que se encuadran sus primeros poemas, pasó a otras etapas denominadas con los marbetes de "realismo mágico", de "humanismo culturalista" y de "humanismo trascendente" o "poesía esotérica". Su verso cuenta con una rica sonoridad propia de quien poseía un oído musical excepcional, y resulta imaginativo y onírico. Emplea un rico simbolismo y se alimenta, ya desde sus mismos orígenes, de materiales de muy distinta procedencia: lo biográfico, lo cotidiano, la tradición cultural y lo mítico. La poesía es para él un modo de conocimiento, una búsqueda de lo sagrado, siempre mistérico, desde el interior del lenguaje, y contiene en su formulación artística una filosofía implícita. Crespo enfrenta las limitaciones del lenguaje para expresar una realidad intuida más allá del mismo y mediante procesos de simbolización trasciende la dimensión arbitraria y convencional del signo literario para albergar una concepción de la realidad (mundo y yo) progresivamente más amplia y unitaria. Los símbolos crespianos poseen una virtualidad religiosa pagana e iniciática como parte irrenunciable de la psique en la búsqueda del Sentido como objetivo de toda manifestación humana. Asimismo, la lírica crespiana se inscribe con facilidad en el contexto internacional de la lírica de su tiempo por asumir tradiciones culturales muy variadas. Su obra poética ha sido traducida, entre otras lenguas, al italiano, portugués, francés, griego, sueco y alemán. También fue un destacado traductor, especialmente de Dante Alighieri, de quien vertió en tercetos encadenados la Divina Comedia, pero también del Cancionero de Francesco Petrarca y del gran poeta portugués Fernando Pessoa. Se cuentan asimismo en su haber excelentes versiones de la Chanson de Roland, de las Memorias de Giacomo Casanova, Eugénio de Andrade, João Cabral de Melo Neto, Guimarães Rosa, Cesare Pavese y Maragall.

Obtuvo, entre otros reconocimientos, el premio de los Lectores y Libreros italianos por su traducción de la Comedia de Dante (que le valió también la Medalla de Oro della Nascita di Dante de la ciudad de Florencia); la Medalla de Plata de la Universidad de Venecia; el Premio Nacional de Traducción por su versión del Cancionero de Petrarca, en 1984; el premio Ciudad de Barcelona de poesía en castellano por su libro poético El bosque transparente; y el Premio Nacional a la obra de un traductor, en 1993.

Bibliografía del autor

Lírica

Meseta, 1943.
Loco de atar, (1945-1946).
Primera antología de mis versos (1942-48). Ciudad Real: Ediciones Jabalón, 1949.
Una lengua emerge, Ciudad Real, Instituto de estudios manchegos, 1950.
Quedan señales, Madrid, Nebli, 1952.
La pintura, Madrid, Ágora, 1955.
Todo está vivo, Madrid., Ágora, 1956.
La cesta y el río, Madrid, Lazarillo, 1957.
Junio feliz, Madrid., Col. Adonais, 1959.
Oda a Nanda Papiri, Cuenca, La piedra que habla, 1959.
Antología poética, Valencia: Verbo, 1960.
Puerta clavada, Montevideo, Caballo de mar, 1961.
Suma y sigue (1958-1960), Barcelona, Colliure, 1962.
Cartas desde un pozo (1957-1963), Santander, La isla de los ratones, 1964.
No sé como decirlo, Carboneras de Guadazaón, El toro de barro, 1965.
Docena florentina, Madrid, Poesía para todos, 1966.
En medio del camino (Poesía 1949-1970), Barcelona, Seix Barral, 1971 (Poesía completa con poemas inéditos).
Claro: oscuro, Zaragoza, Porvivir Independiente, 1978.
Colección de climas, Sevilla, Aldebarán, 1978.
Con el tiempo, contra el tiempo, Carboneras de Guadazaón: El Toro de Barro, 1978.
La invisible luz, Carboneras de Guadazaón: El Toro de Barro, 1981.
Donde no crece el aire, Sevilla, Vasija, 1981.
El aire es de los dioses, Zaragoza, Olifante, 1982.
El bosque transparente (Poesía 1971-1981), Barcelona, Seix Barral, 1983.
Parnaso confidencial, Jerez, Arenal, 1984.
Antología poética, Venecia, Librería Editrice Cafoscarina, 1984.
El ave en su aire (1975-1984), Barcelona: Plaza y Janés, 1985.
Primeras poesías (1942-1949), Ciudad Real, Biblioteca de Autores y Temas Manchegos, 1993.
Iniciación a la sombra, Madrid, Hiperión, 1996.
Poesía, Valladolid, Fundación Jorge Guillén, 1996 (3 vols.).
Aforismos, Madrid, Huerga y Fierro editores, 1997.
Poemas en prosa (1965-1994), Tarragona, Igitur, 1998 (Edic. de Pilar Gómez Bedate. Prólogo de Carlos Edmundo de Ory).
Oculta transparencia (Antología poética 1950-1959), Ediciones el Toro de Barro 2000, prólogo de Toni Montesinos.
La realidad entera. Antología poética (1949-1995). Barcelona: Círculo de lectores, 2005.
Antología poética (1949-1995). Barcelona, Cátedra, Letras hispánicas, 2009.

Ensayos y Estudios

Eugenio Hermoso El caso Eugenio Hermoso. Madrid, Revista ARTES Nº 62, 23 de diciembre/1964
Aspectos estructurales de El moro expósito, del Duque de Rivas. Upsala: Upsaliensis Academiae, 1973.
Juan Ramón Jiménez y la pintura, San Juan de Puerto Rico: Editorial Universitaria, 1974.
Dante y su obra, Barcelona: Dopesa, 1979; Acantilado, 1999.
Estudios sobre Pessoa, Barcelona: Bruguera, 1984.
Dante, Barcelona: Barcanova, 1985.
El Duque de Rivas, Gijón: Júcar, 1986.
Lisboa, Barcelona: Destino, 1987.
Las cenizas de la flor Gijón: Júcar, 1987.
La vida plural de Fernando Pessoa, Barcelona: Seix-Barral, 1988. Biografía del poeta portugués traducida al alemán, neerlandés, portugués e italiano.
Con Fernando Pessoa, Madrid: Huerga y Fierro editores. Primera edición, 1995; Segunda edición, 2000.

Traducciones

Fernando Pessoa, Poemas de Alberto Caeiro, Madrid: Adonais, 1957.
João Guimarães Rosa, Gran Sertón: veredas. Barcelona: Seix-Barral, 1963.
Antología de la nueva poesía portuguesa, Madrid, Rialp, 1961.
Ocho poetas brasileños, Carboneras de Guadazón: El toro de barro.
Junichiro Tanizaki, Cuentos crueles, Barcelona: Seix-Barral, 1968, retraducción desde el inglés.
Dante Alighieri, Inferno, Barcelona: Seix-Barral, 1973.
Antología de poesía brasileña, Barcelona: Seix-Barral, 1973.
Dante Alighieri, Purgatorio, Barcelona: Seix-Barral, 1976.
La poesía latina clásica (estudio y versiones anotadas de Lucilio, Lucrecio, Catulo, Virgilio, Horacio, Ovidio etc.), Barcelona: Ediciones B, 1988.
Dinis Machado, Lo que dice Molero, Madrid: Alfaguara, 1981.
Dante Alighieri, Divina comedia, Barcelona: Círculo de lectores, 1981.
Fernando Pessoa, El poeta es un fingidor (antología poética), Madrid: Espasa Calpe, 1982.
Antología de la poesía portuguesa contemporánea, Madrid: Júcar, 1982.
Francesco Petrarca, Cancionero, Barcelona: Burguera, 1988.
Turoldo, Cantar de Roldán, Barcelona: Seix-Barral, 1983.
Fernando Pessoa, Libro del desasosiego, Barcelona: Seix-Barral, 1984.
Giacomo Casanova, Memorias de España, Barcelona: Planeta, 1986.
Fernando Pessoa, El regreso de los dioses, Barcelona: Seix-barral, 1986.
Antonio Osorio, Antología poética, Zaragoza, Olifante, 1986.
Fernando Pessoa, Cartas de amor a Ofelia, Barcelona: Ediciones B, 1988.
Fernando Pessoa, Fausto, Madrid: Tecnos, 1989.
Didier Coste, XII Elegías, Calaceite/Barcelona: Noésis, 1992.


Bajo un cielo sin pájaros

Bajo un cielo sin pájaros
¿qué redención podemos
esperar -o qué canto
suspendernos sabría?

Va el sol cayendo, y su cadáver frío
no cruza un ala -y todas las auroras
gritan desde su ayer que no está muerta
la hoja postrera.
¿Pero en qué paisaje
tiñe de verde, en qué país, al viento?



Con la siniestra mano

Concededme, dioses, que escriba
con la siniestra mano, pero no
le concedáis destreza. Que ella sola
se afane en enseñarme, que las líneas

que trace sean,
como las rimas, tortuosas;
que una letra pueda leerse,
indiferentemente,
como una alabanza, un vituperio
a vuestros gestos inmortales
de dioses o de diosas;
que los versos inhábil- se entrecrucen

como vuestras miradas y silencios;
y, así, tan lentamente

como vuestras auroras y ocasos,
vaya sumando mundo
esa torpe escritura:
recobrando azul para el cielo
(que no era luz),
y el temblor de las aguas
(del pozo de los pozos), y
en todo, y lo demás, la sed perdida
(en sus cauces nacientes);
y cuando ya mis líneas quiera
enderezarse -ya adiestrada
mi torpe adrede mano-,
volváis los ojos displicentes
para que yo quiera deciros
no sabré con qué mano.



Cuando te quedas solo, eres espejo

Cuando te quedas solo, eres espejo
de lo que fuiste:
una mañana
contemplada desde el balcón
entornado; unos pasos
armoniosos que no has seguido
para no derramar tu gozo;
unas cuantas palabras
que te cambiaron más que el tiempo;
una mirada que se ahogó
como luz en tus venas;
un viaje que nunca querías
terminar; tu alma ausente
de lo que te esperaba
al quedarte tan solo.




El muro

El peregrino llega junto al muro,
ya sin aliento, apoya el él las manos
y la frente, buscando refrigerio:

mas pronto las aparta, que unas manos
y una encendida frente
lo sostienen del otro lado.



El viento se ha quedado quieto

El viento se ha quedado quieto
cabe las ramas, y me acecha
con ojos encendidos.
¿Qué me recuerda -o me recuerdas-? No
sabría adivinarlo.
Y caen las hojas
que consume la hoguera.



El pedregal

¿Son alas deshojadas, huesos, tristes
restos de algún naufragio,
trances sin nombre,
tiempo derrumbado
-o no son más que piedras?
Detrás de ellas habrá un paisaje abierto
o soledad tan sólo;
habrá un vuelo, un tumulto acre de plumas,
un fragor de olas contra el casco vivo,
o una muralla, por la que pasean
centinelas y brumas
y el mediodía se alzará lo mismo
que una rama que crece.

O tal vez no.

Me paro junto a este
pedregal: no me atrevo
a dar un paso más
hacia lo que me engaña revelándose.



El tedio

El tedio a veces es como el amor;
mana de las cavernas
del pecho, se dilata,
atraviesa la estancia y los cristales
y se difunde hasta perderse
de vista.
Y, barnizado
con su color distinto,
es más íntimo el mundo.



El tiempo se ha posado como un pájaro

El tiempo se ha posado como un pájaro
peregrino y cansado
a la sombra que doy. Ave de alas
abiertas y caídas
ahora, la cabeza inclina, y abre
el curvo pico, ya ciega a la luz
que ahora no mueve rayos.
Igual que un agua que se remansara
cuando, al formar cascada, está cayendo,
o como llama que de arder dejase
al unirse a otra llama, o como aire
que cesa de moverse a medio viento,
así el tiempo, a mitad
de sí mismo, pretende que yo aprenda
a eternizarme -y que me pare un punto
a la sombra que da bajo mi sombra.


En esta lluvia

Os palpé en esta lluvia,
no en el aire,
sino en la tierra, tras haber caído
-entre la hierba fría
y caliente, como una boca
grande y verde que no devora tiempos:
mis manos ahora huelen
a aceite de podrido
y lujuriante azahar (mis dedos,
ya planetas del árbol)
y también a una axila rosa
y al escozor de un vientre
no virgen, tras la lluvia.

Estabais allí tras el agua
-o sea, allí en la lluvia-
como jugando a ser espejos
más que su fibra ambigua,

pero era vuestro el aire.



Iban mirándome al pasar

En una cueva de un monte lejano
me refugié. Y era de día
y cantaba el agua en el agua
y el aire soñaba en el aire.

Me refugié para no huirme
y no encontrarme. Era de noche
y el monte aquel era de luz.

Nunca supe de procesiones
como aquéllas: vestían clámides
transparentes, sin fibras, iban
mirándome al pasar.

Lo que no tiene fin no se posee
ni nos posee: las miradas,
suyas y mías, eran formas
de otra forma de amor.

No hay dioses muertos si son dioses,
ni aquella cueva, ni aquel monte,
ni aquella luz, ni clámides
sin fimbrias, pues abrí
los ojos, y hasta el pecho
surgió el río del río.



Ignorancia de otoño

Para ignorar, hay que vivir.
Las manos ya se niegan
al testimonio de los días
y las noches paradas.

Maduras
pero todavía no asoman,
amargos, los gajos abiertos
que oculta tu temor.
Aún no ignoras bastante.
Temes el vuelo de ese pájaro
obstinado.
¿Transcurren, pues, las estaciones
o eres tú, tan absorto, el tiempo?

Sabes ya que la lluvia
no importa, que nada vale el plazo
de la espera.
Lo sabes
e ignorar es el alimento
del hombre -el de esta brisa
que no se sabe aire.



Jardín de Turena

La joven se sentó en la hierba,
se desnudó los pies
y amaneció más allá de la aurora.



Las sombras van cayendo como un regalo 
de los dioses

Las sombras van cayendo como un regalo de los dioses,
el más generoso, pues son
de sus incorruptibles cuerpos y de sus almas
inmortales imagen; y no
nos piden nada a cambio de este espejo
en el que todo encuentra su unidad
de nuevo, es otra vez, y cada vez,
como un latido hecho de movimiento y de quietud,
el puro pensamiento que se esconde
de sí mismo, acosado por la luz.



Los árboles crecen deprisa

Mientras iban creciendo
estos árboles, yo
daba vueltas al mapa
diario de mis sueños.-
Y cada rama era
el nombre de un país, y cada hoja
una ciudad con torres o mezquitas
y siempre con un alma
en pena.
Y en otoño
me querían llevar al otro mundo
las hojas amarillas
y una calle sin nombre y sin ventanas.



Los ojos de la corza

Viajo desde los ojos de la corza
a su interior. Un mundo de cristales
ternísimos y velos ligerísimos
acoge al primer paso de mis ojos.
Avanzo sin temor; sobrecogido,
no obstante, por lo fácil del camino
que, de ojos adelante, ya discurre
por pasadizos y pasillos suaves
al tacto de los pies que me imagino,
y porque a su través se transparentan
leves arquitecturas sinuosas,
edificios de flor carnal y ramas
que, aunque no mueve el viento, se cimbrean
al borde de arroyuelos escarlatas,
y suaves y pulidas piedras puestas
en orden de descanso y sobresalto.
Lejos quedan los ojos de la corza
en tan corto trayecto transcendidos
y, cuando vuelvo hacia ellos la mirada
-ya huésped familiar de lo aludido-,
no encuentro su salida luminosa
y me pierdo en un prado de mil prados,
hechos de tiempos idos y presentes,
vigilados por vuelos agresivos
y por olfatos que el marfil afilan.
Sigo los vericuetos de la corza,
que se han hecho mi propio laberinto,
y hallo en su centro de lucientes ojos
los suyos y los míos junto a un pozo
del que desborda el agua suya y mía.


Madrigal a Afrodita

Merced a ti la flor del aire es oro,
oro es la flor del trigo;
y la amapola roja,
rubia flor, pariente del oro.

Enloqueciendo al aire
y a lo escondido de la tierra,
haciendo caer lluvias amarillas
sobre las matrices del agua,
atas al monte con un nudo de oro.

Sube el polen los escalones
arriesgados del aire
con alas músicas, con trinos
más libres que de pájaros,
como el oro le trina al oro.

Y la cabellera te sueltas,
rubia y casta, diosa desnuda,
que acaricia al caer tu sexo:
y un espasmo corre en la espalda
bajo las olas locas de oro.

Una bandada de palomas,
grajas o ciervos, amarillos,
he visto en sueños: sus pupilas,
que me miraban fijamente,
despedían chispas de oro.



No te asomes a ese jardín

No te asomes a ese jardín
ni quieras descubrir sus rosas.
Mueren tras ese idéntico
perfume, igual color,
y la sed llena el vaso.

No te acerques a ese jardín
si quieres que aún existas
y que tu amor de siglos no se apague,
y si amas la esperanza.

Déjalas bajo el sol: búscate dentro
esa otra cosa que renace y muere,
esa flor que sospechas que hay en ti,
esa rosa que fue, pasó, nunca hubo rosas.



Ofrendas

En cada mano, el mundo deja
aquello que no tiene su medida:
lo que pesa demás, lo que es ardiente
en exceso -pues nadie
que tenga un alma puede
impasible aguardar como la estrella.

No es que no tenga luz, pero sus rayos
deben llegar a donde no ilumina
el fuego general -al subterráneo
de cada vida, al breve paraíso
que brota de su sed como un relámpago.



Paloma de Helsinki

Por miedo de que ardiese una paloma
que eclipsaba al sol con sus plumas
volando hacia las llamas
que apagaba el crepúsculo,
ya no pude escribir aquel poema
que temblando empecé
por miedo de que ardiese una paloma.




Paseata del destronado

¿En qué jardín sembrar una rosa
de Francia? ¿A que follajes
confiar una estatua de Ceres la rubia,
un bronce del Verrocchio, una matita de verbena?

¿Puede ascender sobre estos pastos
un quinteto de oboes,
o bien una gentil perdiz
que podríamos llevar al lienzo?

¡Ah! ¿Dónde crece el laurel oloroso,
dónde canta al oído el agua,
dónde unas columnas caídas
que sonrían sin una mueca?

La distancia se me convierte
en un reino redondo y cristalino,
a través del cual una mano
ofrece a mi cansancio sus sortijas.



Romper quiero tu bulto

Romper quiero tu bulto
para que al menos vengas
enojada, y la injuria
me haga escuchar tu voz
antes de aniquilarme.

Hecho añicos, deshecho
su volumen, que mide
en mí toda la distancia
y todo tiempo, en piedras
que insinúan el giro

delicado de un pie,
de un lóbulo la flor
turbadora, de un seno
la frutilla salvaje,
clamará por ti, odiosa.

Y tú vendrás, si vienes,
no con ramas de olivo,
sí con ojos, que dicen
verdes, en que quizás,
antes de que me ciegues

y enmudezcas, yo mire
la ardiente luz oscura
que me sigues negando
cuando pongo una flor
entre esos pechos duros.



Sin querer

Sin querer,
sin encontrar una niebla de olvido
que me haga extraviarme en mi presente,
que no recuerdo
porque la luz es excesiva;

sin querer,
sin desaprender esa música
lejana -y conseguir,
en el día brumoso,
escuchar al silencio lleno de alas.

Sin querer
-nunca queréis, no quiero-,
vamos impulsados por remos
de una leña que no consume
el fuego que nos arde.

Sin querer,
caminamos hacia un final
que nos aguarda indiferente
-no es cazador- con su sima de olas
sin sal y sin espumas.

Sin querer,
ignoro si es posible
recobrar el aquí que ignoro,
o, ciego y en silencio,
sumergirme en el río
que me niegue a vosotros,
sin querer.


Ula

Aquella noche te llamabas Ula
y huías ululando por la nieve.
Aquella noche escandinava
en que las alas de la nieve
entraban por debajo de la puerta
y, ateridas, se desplumaban
-yo te veía figurarte en Ula,
estremecida por el fuego,
e internarte en el bosque
en connivencia con lo oscuro.

Es verdad que no traspasaste
la puerta de la casa
-pero ésa eras la otra-
mientras, melena al viento,
Ula, con pies alados,
asustaba a la noche.

¿Cómo lograste, cómo hubiste
que aquélla fueras, que la nieve
te cambiase aquel nombre
-y que tus pies dejaran
huellas legibles: y dejases
a tu conmigo amando
de mentidor testigo?

Y entonces me mirabas: cuando ibas
alzándote ululante
-delicada Eloísa de la nieve-
mientras yo el albedrío te entregaba
de mano de mi lengua.





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