martes, 5 de octubre de 2010

VÍCTOR GAVIRIA [1.394]



Víctor Gaviria 



Nació en Medellín (Colombia), en 1955. Poeta y narrador, es un reconocido director de Cine, con largometrajes como Rodrigo D No Futuro, y La Vendedora de Rosas, ésta última con múltiples reconocimientos en diferentes países. Entre sus libros de poemas se encuentran: Con los que viajo sueño (Premio Eduardo Cote Lamus, 1978); La luna y la ducha fría (Premio Nacional de Poesía de la Universidad de Antioquia, 1981); El pulso del cartógrafo; y El rey de los espantos. Entre los cortometrajes de sus primeros años se encuentran, entre otros: Buscando tréboles (1979); Los habitantes de la noche (1983); y Los músicos (1986). En su obra cinematográfica ha retratado crudamente la vida cotidiana de los desamparados y desposeídos de Medellín.



De El rey de los espantos


Historia de mi familia

Mi abuela vivió hasta los ochenta y tres años creyendo
que el ramo de sus hijos permanecía intacto,
cuando cuatro de ellos habían muerto ya,
y mi tía Estela se encargaba de escondérselo
tramando llamadas y cartas con voces
y frases ficticias en los días de fiesta.
Esta es una tradición como cualquiera...
Mi tío Mario a los veintiocho años perdió su pierna
izquierda por un cáncer,
y nadie le hizo aceptar que la esperada
dispersión había comenzado para él
un poco antes.
Mi hermano mayor decidió hace diez años no salir
de casa para nada útil,
excepto pasear indolente bajo una luz cobriza,
y parece despertar de un extraño letargo

cuando comienza a golpearnos, especialmente
a mi madre.
No hemos obrado en consecuencia, como se dice,
porque al fin él es el único que conserva la pasión
entre nosotros.
Es una tradición de la cual cuento retazos,
una tradición que no inventamos...
En el verano, cuando observamos en el cielo signos,
nubecillas de buen humor,
vamos durante cortos días a una casa cercana.
Los sobrinos crecen con furor sobre los prados,
y son animales tan pequeños e irascibles
que amenazan con hacer añicos la continuidad de la familia.
Pero no es más que un temor,
y a distintas horas,
como guardianes cambiantes,
distraídos,
nos turnamos para celebrar con ellos los vínculos
y enseñarles los incurables sentimientos.



A mis amigos adolescentes


Ustedes me hablaban del diciembre como sólo
los adolescentes saben hacerlo.
Ustedes que saben el valor de los meses,
que saben de las alegrías y el sufrimiento
de los meses.
Ustedes que saben de cosas perdidas, de familias rotas
y adultos extraviados por la desgracia.
Ustedes, mi más pura rama
de mi árbol de navidad,
que saben como nadie de regalos y vitrinas,
del minuto y del instante,
de la apariencia de estar bellos,
de la apariencia de estar vivos como una ilusión...
Ustedes que tuvieron por madre una campesina
pobre y coqueta,
que no quiso estar sola en sus brazos,
ustedes fueron su verdadero amor, sus novios
verdaderos,
desprendidos y generosos como ya ningún amante
puede serlo...
Ustedes, que estuvieron afuera, en el mundo
de los aparecidos,
sí saben el sentido de los rostros, las muecas
de los rostros y las máscaras invertidas
que dicen sí cuando es no.
Ustedes sí saben del día de los inocentes,
y del día de los engañados,
y de la noche negra de los adolescentes que se persiguen
a sí mismos como Asesinos.

*


Hay hombres que ven a las mujeres
desde tan lejos,
como si estuvieran sentados al fondo de un salón
con un poco de fiebre.
Tan lejos como si fueran
de un país extraño,
y tienen bajo la camisa un vientecillo
de arbustos y herbajos de colinas solas.
Tienen los dientes blancos, las cejas juntas,
el pelo aceitoso, un poco azul,
tienen algún detalle hermoso y nítido,
pero, como en una borrosa fotografía,
no les sirve de nada...
No tienen el aire del que parte mañana,
ni del que hoy mismo acaba de llegar,
no están nerviosos, inseguros,
sino quietos,
transparentes como una rama bajo el agua.
Son las imágenes de los árboles
reflejadas en la alberca del fondo de la casa,
que reverdecen en la tarde,
y darán frutos desnudos algún día.

*


Debería escribir mis poemas para los que vienen
después, para que ellos vean mis huellas
inscritas en el humo de la neblina, si así
puede decirse del pensamiento que toca
la cabeza de una persona.
Pero mis poemas me dan sustos en el día, me
sobresaltan como dudas olvidadas que prometí pagar.
Me abordan en cualquier cruce como una manada
de fantasmas chiquillos,
con las caras sin hacer todavía.
Son una masa confusa de niños muertos,
sus ojos, sus matas de pelo,
sus bellas manos delicadas que tienden hacia mí
para llevarme y mostrarme algún lugar.
Sólo que ellos han crecido solos
y el aire ha descompuesto sus cuerpos.
Soy un padre indeciso,
un padre con hijos tenues como el humo,
como fantasmas de una sola mano pequeña
que quiere saludarme.
Levanto mi sombrero para responderles,
y mi cabeza se deslíe como una frase de tinta...



_____________________________________


A VECES CAMBIÁBAMOS
de suéter y ella se pasaba
el día con el mío

sin camisa sin sostén
sobre el cuerpo desnudo mi suéter

y así se presentaba por la noche
cuando podíamos dar vueltas por la floresta
ocultos bajo la sombra de los árboles y las escasísimas
lámparas

De pronto sobre la acera un trozo de oro
viniendo de una puerta entreabierta
los alambres de la luz a veces plateados
sobrevolando
sentados en el discreto muro de una esquina
deslizo la mano bajo el suéter y toco los senos
que tiemblan

Aunque supiera que los fines de semana los pasaba
con mi amigo
seguía deseando el cierre apretado y metálico en el
flanco
que cedía a la presión de mi mano

la tela ondulaba pero el cuerpo permanecía duro

A veces nos encontrábamos los tres en una cafetería
del centro
olor de empanadas en el aire
él y yo hablábamos de tantas cosas sin mirarla
como si no existiera

A través de una misma mujer dos hombres están juntos
desnudos
aunque nunca hayan pasado la noche en la misma habitación

y se acarician los brazos y se toman los mentones barbados
como si lo que hacen diariamente con aire
de palabras
lo hicieran con las manos

Educados en familias en donde
una mujer pertenece a un hombre
(nadie más podrá acariciarla)
para nosotros en cambio los celos eran
prohibidos

y nada nos pertenece, excepto
el cuerpo estrecho que tenemos
y lo que él pide o rechaza no es bueno
ni malo
ni se juzga por sus consecuencias

Pero esto siempre ha sido así
los días o los dos o tres meses que dos personas
se aman
lo saben así

y cuando se repite y se dice
ya no es verdad
y la simulación es parlanchina
inteligente

la infidelidad de una mujer hace virtuoso a un hombre
virtuoso
es decir
liviano
pero a quien le toca casi nunca
lo aprovecha así

En Santa Lucía hay todavía escuelas con patios
cercados de tapias

y en la calle de un pavimento reciente
los niños arrojan gupis pescados en charcos
cercanos
a las ruedas de los buses

Allí le dije que no quería verla más
y así lo hicimos







PASÓ AÑO Y
medio antes de que volviéramos a vernos
Por entonces sabíamos que nada
ajeno a cada uno lograría
ayudarnos a amar
ni ideas generales ni formas de vida

Cada cual sometido a sus pasiones
negras y blancas
En un bus público hacia una pequeña finca
(autos bajos pasando veloces con las lámparas
reflejadas en la capota
brazos de mujer asomados a las ventanillas
la autopista sola entre arbustos silvestres)
uno al otro contándonos los amores de días o de
meses
para mí, como si ella jugara a quitarse la liviana camisa
y le viera sus senos erguidos en la penumbra
del bus
la espalda desnuda hiriendo el asiento

así era su franqueza al hablar

En la finca perdidos de amigos
buscamos
un sitio en la manga
ocultos bajo el declive
alrededor de la oscura ronda de los árboles

Tendida levantaba las piernas ceñidas de bluyín
y el cielo giraba a los golpes
de sus pies
como su muchacho compañero de tantos años

Indecisos como si temiéramos ofendernos
torpes como si tuviéramos en nosotros para siempre
algo muy débil dentro
una pobreza que hiela los huesos

pero también una alegría
un desprendimiento que vuela

la cabeza sin cuerpo resbalando en su vientre
la cabeza resbalando desde sus senos

desnudos
(ahora
o más tarde
ahora o
luego
ahora
ahora)




MITAD DE LA VIDA

Como un hombre que ha hecho tantas cosas olvidadas,
y en el futuro otras tantas que no recordará,
inculto, sin lecturas,
que sólo tuvo en casa viejos libros en desorden
nunca leídos,
y su cabeza da vueltas en un oscuro remolino
bajo la tierra,
y nunca tuvo voces, cielo abierto,
ramas sobre ramas.
Como un hombre de rosados oídos de caracol.
Lejos del mar
que a mitad de su vida oye la orden,
la obsesión.

Soñamos escribir algunos libros
pero nunca lo hicimos.
En nada se rebajan.
Hemos cantado, silbado por lo bajo
canciones ordinarias
que significaban otra cosa desconocida.
La verdad, hemos callado hace tiempo,
no sé las razones.
Busco entre mis cosas un libro que no he tenido,
busco fotos que no he guardado,
colecciono hermosos papeles que se deshacen.



SOLO

No espantas
las moscas en la mesa
Pasas con cuidado las páginas
para no inquietarlas.




MEMORIA DE LOS MUERTOS

Me enteré de que los muertos olvidan muy rápido a los vivos.
Una vez muertos, piensan muy poco en ellos, no gritan,
no se tiran al suelo desmayados por el dolor de la separación,
ni los enceguece la pena de no volverse a ver.
¡Qué poca falta les hacen los vivos! Se olvidan de ellos,
como si estuvieran enfermos de ingratitud
o no recordaran nada, o no les importara haber estado vivos,
como nos importa a nosotros,
que somos los novios de los días fugaces.
Sólo algunos de ellos, muy pocos,
se demoran en darse cuenta de que están muertos, y vuelven
a la casa, a la cama, a la ropa
inolvidable del cuerpo,
y siguen conversando con las mujeres vivas más hermosas:
qué espigadas están de pie, qué fuerza las impulsa hacia arriba,
ninguna belleza del agua o del aire
se parece a sus gestos de estar sentadas
con la barbilla en la mano abandonada.
Sin darse cuenta
espantan a los vivos, los rodean de fantasmas
que entran hasta el fondo del pensamiento.
Entretanto los demás muertos no tienen nostalgias
ni embellecen sus años de vivos,
no sienten haber perdido nada valioso hasta las lágrimas,
viaje que alguien hace dormido
en un bus durante la noche.
Cuando un vivo piensa en ellos sin cesar,
por remordimiento o por amor,
ellos lo miran simplemente,
sin sentimiento ni intención,
y le hablan en sueños: pero cuando dicen “sí”
en el sueño se traduce como “no”, y cuando dicen “bailar”
se nos aparece como quietud, y todo es tan al revés
que nadie entiende nada, y entre los vivos y los muertos
hay una pared gruesa de tierra olorosa
que distorsiona todo: gritos de ayuda por gemidos de amor,
susurros por golpes de piedra.
Sólo el dolor de los vivos les llama la atención,
dolor incierto que no enseña nada, dolor
que no abre ningún camino. ¡Qué oscuro es para ellos
el mundo de los vivos, qué negros los paisajes!
Padre mío, no gastes más días en mí,
déjame yo pienso en ti, déjame ser tu padre
y tú mi hijo por el que me desvelo,
hasta que estalle mi cabeza de vivo.
Oh, novias olvidadas de los vivos,
déjenme, que yo velaré por sus imágenes.




A USTEDES, PENSAMIENTOS
, agradezco
Que no me hayan traicionado,
Y que se hayan escondido tan hondo
Detrás de mi cara,
Que yo haya estado con tanta gente
En fiestas y reuniones de trabajo,
Y ustedes hayan permanecido silenciosos,
Sin hacer huir a nadie de mí,
Y no hayan hecho ruido involuntario como
Lo hacen algunos vasos o sillas que se caen
De extraña inquietud...
A ustedes, pensamientos, agradezco
Haber esperado tanto tiempo en la última pieza honda
De mi vida,
Sobre todo porque han hecho que algunos me amen
Por escucharlos sin decirles nada, por estar ahí como una compañía
Que tanto necesitan las cosas,
Por estar ahí en las largas noches
En que no éramos nadie, por favor, no éramos nadie,
Y el viento nos barría...





PARÁBOLA DE LOS DOS HERMANOS

Había una vez dos hermanos que negociaban
con ganado robado, vaya a saber sus razones.
Descontento de cuentas, el menor se peleó
con su hermano mayor,
y contrató unos hombres para que lo mataran.
Un niño, como siempre, fue testigo del crimen,
y los hombres fueron descubiertos.
El hermano menor huyó de su casa,
los asesinos de su hermano huyeron también, rastreando su pista,
hasta hallarlo en otra vereda cercana, tan mísera
y tan próspera como la anterior.
Pidieron plata por su silencio,
él les envió dinero en un sobre. La lengua
les picaba y les daba vuelta en la boca
por decir el hecho escandaloso,
entonces el hermano menor contrató a otros hombres
para que mataran a los primeros hombres.
Los asesinos fueron a su vez asesinados,
sorprendidos por los segundos hombres cuando menos
lo esperaban.
El hermano menor descansó aliviado,
pero los segundos asesinos eran todavía más pobres
y más despiadados,
y pidieron dinero por su doble silencio.
Entonces el hermano buscó entre la gente
a otros hombres peores,
habló de paso con ellos,
pero los segundos hombres desconfiaron a tiempo
y lo mataron frente a su casa,
la que era apenas su casa transitoria,
y fue hallado su cuerpo entre el rastrojo,
frío y tieso como un palo.
Los segundos hombres se dispersaron en el acto
y se disolvieron entre la gente.
Los terceros hombres son cualquiera, nosotros,
los justos,
todavía más pobres y más despiadados.






HE OIDO LA NOTICIA de que la carretera
hacia el pueblo de mi padre, Liborina, será
asfaltada en el próximo año:
fue para mí como si se me borraran de golpe
todas las letras y todas las palabras
que mi padre me dicta
a través del polvo blanco que levantan los autos
al pasar,
como si nunca más mi padre me volviera a escribir
sus cartas del pasado,
en las páginas que sólo yo entiendo,
en donde dan altas voces de alegría y secreto
las clavellinas y los pastos del verano,
en donde yo duermo y muero muchos días antes
de morir…




RETRATO 1999

Estos son el padre y sus dos
hijos: un retrato de familia que parece
una rama sobre una mesa de noche.
El niño de tres años va todo el día de un piso
a otro, subiendo y bajando las escaleras,
con un libro de cuentos en los brazos,
sin nada que hacer, ignorante de juegos,
pegado como a una tablilla
de salvación… Mi hija de seis años con su
monedera de cachirí, regalo de una fiesta,
en donde guarda sus monedas de cobre
que parecen el cielo que cambia de ánimo
a lo largo del día: luz dorada de la moneda
valiosa de mil pesos, pálida luz de la monedilla
que no suma nada para el Tesoro…
Monedas y libros,
cuentos con láminas donde vivir y dinero
que se busca como si fuera el verdadero amor,
fotos del padre que da vueltas por la casa
sin estar quieto para el retrato:




EL HOMBRE DE HIERRO

Cuando el circo ya ha levantado su carpa y se ha ido lejos,
como a año y medio de distancia,
los niños de pueblo siguen pensando en el Hombre de Hierro.

El Hombre de Hierro es payaso también,
porque a veces hay dueños de circo que no quieren saber nada
del Hombre de Hierro,
nada de aquel hombre
a quien las piedras no aplastan, ni los vidrios molidos hieren,
ni los golpes en el estómago derriban.
Lo único que quita el sueño al Hombre de Hierro
son las piedras que después del espectáculo quedan
abandonadas en los potreros,
como piedras cualquiera.
Los niños del pueblo las buscan y las cargan como él,
pero las piedras resbalan de sus brazos y les hieren los pies.
A veces el Hombre de Hierro se demora escondiéndolas,
rogando a los niños para que no lo imiten;
pero los niños son sordos como piedras
porque ellos también son acosados y tristes como el Hombre de
Hierro,
porque ellos también, como él,
quisieran vencer el dolor para siempre.



YO QUE SOY UN HOMBRE FRÁGIL

Yo que soy un hombre frágil de niño
tuve años buenos
me sentaba en el quicio de la casa y veía pasar la gente
con una fuerza terrible veía pasar la gente
y me enamoraba de las ventanas encendidas en los
edificios cercanos
Había sitio para todos
Nada era mejor que otra cosa Esa es la infancia
que como un hombre religioso cada uno debe
esforzarse por traer
Como un sastre que es mago y poeta a la vez
cada cual debe pulir ese traje que se llama paraíso




MI HERMANA REGRESA DE CHICAGO

Responde desde el fondo de la pista
los saludos que le hacemos inclinados en la baranda,
y su peinado alto a la antigua,
como un signo de extraña lealtad,
se tuerce a uno y otro lado con un temblor de arbusto.
En el carro pregunta por cada uno de nosotros
mientras ve los últimos caballos en las mangas
reverdecidas
y habla con mi padre y mi made en voz baja
como si se disculpara,
como una inquietud de persiana que el viento hace temblar.
Se pasea por casa riendo de pronto, una risa
de soprano un tanto embriagada,
y busca una chaqueta que ha perdido
hace muy poco en una silla de la sala.
La vimos colocar sobre la cama
las mercancías que pagarán su viaje de regreso.
Mi madre se ha emocionado en el umbral de la puerta,
las camas gemelas cubiertas de regalos ajenos
le han parecido a mi madre una extravagante mariposa
de buena suerte.
“¿De dónde vendrán a medirse la ropa de mi hermana,
que ávidas vecinas
después de diez años vendrán a comprarle sus mercancías?”,
canta con el viento la pequeña pagoda china
desde el balcón oscurecido.
Pero mi hermana cuando duerme
o se calla como un árbol de follaje animoso
a quien el viento no visita,
o se distrae en el carro transparente como una niña
que acaba de llorar,
hace sentir la virtud de no estar,
la virtud de aún no haber llegado.
Mi madre llama a sus amigas para que la paseen,
por turnos vienen a sacarla cada noche
insegura como una jovencita en la escalera,
las manos sonámbulas al cruzar la calle
por el esmalte de las uñas todavía fresco.
Viaja sola y centellea en el asiento de atrás,
el viento de la calle trae un olor de antiguos novios
ya rancios.
Al regreso nadie le saca detalles,”muy queridos”, dice,
como si hubiese permanecido en pie toda la noche
frente a un auto varado.
A la media noche da el visto bueno a sus hijos,
y los deja dormir a sobresaltos
ardidos como un saludable alcohol.
“Tardas mucho en acostarte”, le reprocha mi madre
al verla escribir una carta para su esposo.
Está blanca como la carne de un pez,
abandonada como un libro de láminas.
Se adormece, va de la mano de una amiga
buscando un baile que no encuentran,
tienen 15 años,
“estoy mejor entre la nieve”, dice.







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