viernes, 29 de octubre de 2010

1656.- JULIO ALFREDO EGEA


Julio Alfredo Egea nace en Chirivel (Almería), el 4 de agosto de 1926. Licenciado en Derecho por la Universidad de Granada, no ejerció en nada relacionado con esta carrera, llevando en su pueblo natal negocios ganaderos para ayudarse a vivir y poder dedicar la mayoría de su tiempo a escribir, leer y viajar por el mundo. A lo largo de la vida visita numerosos países, asiste a congresos y da lecturas de sus poemas por numerosas ciudades de España, Argentina y norte de Portugal.
En los años cuarenta su familia se traslada a Granada, y desde esa década toma parte en los movimientos literarios de esta ciudad, siendo fundador y redactor jefe de la revista Sendas, que en 1946 publicó un número monográfico dedicado a Federico García Lorca, siendo el primer homenaje escrito que se hizo en España al poeta granadino, publicándose un inédito de este autor. En la siguiente década pertenece al grupo "Versos al aire libre", quedando incluido entre los poetas de Granada que forman parte de la generación llamada "de los 50", (Elena Martín Vivaldi, José Carlos Gallardo, Rafael Guillén...), publicando sus primeros libros en la colección "Veleta al Sur", que surgió de aquel movimiento. Siempre ha vivido, y vive, en feliz nomadismo entre Chirivel, Granada, y Almería capital, en donde realiza gran parte de su labor literaria.
Parte de su obra literaria, no incluida en libros o comprendida en estos, está repartida por periódicos o revistas especializadas de España y América. Poemas suyos han sido traducidos al búlgaro, polaco, árabe, francés, inglés, alemán, italiano y portugués. En 1954 se casa con Patricia López Lorente, teniendo cuatro hijos y numerosos nietos.
En abril de 2006 fue nombrado miembro de la Academia de Buenas Letras de Granada.

- POESÍA:
Ancla enamorada (1956).
La calle (1960).
Museo (1962).
Valle de todos (1963).
Piel de toro (1965).
Nana para dormir muñecas (1965).
Repítenos la aurora sin cansarte (1971).
Desventurada vida y muerte de María Sánchez (1973).
Antología Poética 1953-1973 (1975).
Cartas y Noticias (1973).
Bloque Quinto (1976).
Sala de espera (1983).
Los regresos (1985).
Segunda Antología Poética 1973-1988 (1990).
Voz en clausura. Antología de sonetos (1991).
Los asombros (1996).
Desde Alborán navego (2003).
El vuelo y las estancias (2003).
Fábulas de un tiempo nuevo (2003).
Asombros traducidos.Libro antología y CD con la voz del poeta (2003).
Tríptico del humano transitar (2004).
Legados esneciales (Antología de herencias) (2005).
Arqueología del trino ( 2006).
Cartas de América. Antología poética (1956-2006). (2009).

- NARRATIVA:
Plazas para el recuerdo. Sobre el barrio granadino del Albayzín (1984).
La Rambla (1996). Antología biográfica.
El sueño y los caminos (1990). Antología de cuentos.
Puesto de alba y quince historias de caza (1996).
Alrededores de la sabina (1997).
Sastre de fantasmas (y otros relatos) (2006).





DE Bloque Quinto


EL LOCO (1977)

Recitaba palabras
en la parada del autobús:
Sarmientos, oropéndola, almiares, cantarera.
La gente sonreía
desconcertada.
Él iba instalando
sus praderas abstractas, lentamente.
Con timidez llenaba la hora punta
de sonidos audaces:
Calandria, encina, recental, barbecho,
que alicortaban ritmos a la prisa.
Gritaba a veces:
Ángelus, besana,
manijero, jornal...
Y la garganta
del bloque iba engullendo letanías
perdidas en un tiempo de rayuela.
El portero reía como un niño.
Se manifestó a veces
hombro con hombro, el grito enarbolado,
diciendo erial, aurora, hoz, sequía...,
poniendo un sudor viejo en los jardines.
Un guardia le detuvo
Por pronunciar palabras subversivas.
Yo lo he espiado en la noche
-relente, temporales, sol, artesa-
cuando fruncen su ceño las farolas
-almirez, serenata, mies madura-
como un borracho triste y formidable
-plantel, vereda, crines y vellones-
que cuenta su cordura a las estrellas.
Recitaba palabras
como si respirara por un cráter,
por la herida de un ángel guerrillero,
por un labio de azahar, por una llaga.
Un cortejo sonoro
le seguía a todas partes, con rumores
de rama desvelada,
de brazos segadores y de pájaros.
Cuando murió, como un viento invitado,
de puntillas quizá, como un aroma,
tuvo tierra llovida.





DE ANCLA ENAMORADA.



CITA

Todos estáis citados en mi casa,

en el número 4 de esta calle.
Vamos a hablar de rosas y de sangre.
Os pediré a la entrada
pasaporte de aroma y de latido.
Traeros el corazón, es necesario.
Nos sentaremos junto a la ventana:
una calle de tierra estremecida
y los hombres que pasan.

Pasa un hombre.
Su borrico cargado
con un estiércol íntimo y humeante;
moneda cereal, vigente, al cambio.
El hombre va cantando
sin pensar que es moneda de cipreses.

La tierra es una bolsa de usurero
que la mano de Dios llena de rosas
Cuando atardece pasan las beatas.
Sus labios fracasados
como fruta madura picoteada de pájaros.

También pasan mujeres retorcidas
de dar pan y dar vida al mismo tiempo,
pero retoza un dios en sus pupilas
porque incubaron hijos.

Pasa un hombre enlutado,
sin latido de sangre enamorada;
como una higuera seca
maldiciente de sal, también de lija.

Y también pasa Dios
resudado de juncia y de romero,
sudado por los hombres en Agosto.

Y pasan, pasan, pasan...

Luego vendrán las niñas
y jugarán al corro y la rayuela.
Se llenará la tarde de sus trenzas.
Todos estáis citados en mi casa.
(Yo no le pondré al huerto vidrios rotos
para dejar robarme de los niños).
Encontraréis mi mano jardinera.
Encontraréis a Dios en todas partes.






DE VALLE DE TODOS.


LOS NUESTROS

Sí, los nuestros.
Eran los de cada uno de nosotros,
los que quedamos sin respuesta,
los que tuvimos cita con la Muerte
aunque ésta no acudió.
Los que lloramos en el retorno
de banderas y de himnos
porque un deshabitado viento nos dolía en el lado
y una tormenta de interrogaciones abría su pirotecnia de alarma
y un hueco largo se hacía en el corazón.
Los nuestros, los hermanos;
aquél que se reía de las brujas cuando niño
y llevaba
toda una constelación de pájaros enredados en la risa;
aquél que besaba el pan caído al suelo
y lloraba al mirar las pupilas hondas de la madre
como presintiendo una próxima ausencia de luces;
aquél que llegaba silbando su tango preferido
y bebía cerveza los domingos
mientras jugaba al mus.
Los nuestros, los amigos;
el que llegó del balón al fusil
sin pasar por los besos de una muchacha;
el que acicalaba sus manos artesanas
esperando la hora del amor,
y el que temblaba al coger un pájaro herido
pensando que era el mundo agonizándole en los dedos;
aquel que sólo supo acariciar la tierra
de tanto verla abrirse delante de sus pies...
Los nuestros, nuestros hijos,
el que tosía a escondidas
fumando sus primeros cigarrillos de hombre;
el que en los atardeceres se escondía entre los juncos
para acechar sirenas;
el que viene al recuerdo con traje de primera comunión
y al que a veces, cerrando los ojos, sentimos al lado
con un largo arañazo de vida por la frente,
con su fuerza y sudor de hombre.
Los nuestros, nuestros padres,
sombra, menos que sombra en la memoria,
sólo en fotografías amarillas
con su traje de pana, montados en caballos
o en uniformes de soldados de África,
recién afeitados y sonrientes.
Ellos, los que partían el pan con noble gesto
y mecían la cuna del hermano menor algunas veces.

Aún siguen muchas novias esperando en la reja,
y borran iniciales y recaman estrellas,
sin sentir el dolor de la caída
de la flor de los labios,
esperando a través de veinte generaciones de golondrinas.
Aún nos dice una voz: "Ese es tu padre, mira. Era un gran cazador,
le gustaba dormir entre las jaras y lloraba mirándote a los ojos".
Y besamos la cartulina
con el temor de que se borre la cara del padre
y quede aún más vacío
este hueco junto a la mesa familiar.
Aún hay muchos caballos de cartón guardados
en la intimidad de las buhardillas
y madres que buscan la ocasión
de pasar sus manos ajadas por los desconchados,
sintiendo el latido de la traviesa fuerza del hijo,
o por la depresión que en la montura
formara con su peso, que recuerdan
- con un recuerdo amargo de estocada-
cuando el hijo lloraba porque ya no quería llevar pantalón corto
y jugaba a la guerra.

Son nuestros, nuestros muertos,
nuestra prolongación de humo glorioso,
los que están aquí, allá, remontando la estrella,
los que quisieron darnos su herencia de palomas
y dejaron la sangre en la aventura;
los que a veces sublevan nuestro hierro dormido,
nuestra vergüenza de hombres gastados por las horas,
gastados por un vértigo de barro.

Diariamente encendidos mantengamos los cirios,
que no pueda apagarlos ni el soplo de la muerte.








DE SALA DE ESPERA.



LA PARTIDA


Estás sentado, Cristo, con sosiego de pastor en descanso,
el cayado colgado, la túnica de fiesta,
el café, el cigarrillo,
el transistor trayendo su necesaria música
desde alguna remota emisora instalada
en auroras estables.
Sentado enfrente, Cristo, al otro lado de la mesa,
con mi jersey de niño del año treinta y cinco,
mis trenes de juguete,
los nidos alcanzados de la rama más alta,
mi caricia secreta a unas trenzas de niña,
el beso de la madre alándome la frente...
Barajo, doy, la muestra pone tristes tus ojos.
Tiemblan entre mis manos espadas, copas, oros
y bastos. Yo no acierto
con las reglas del juego.
Ha cruzado la estancia un tiburón de sangre.
He bebido en la copa de otros reyes, quedando
reflejado en un loco carrusel de monedas.
He visto multitudes con la espalda llagada.
Con un guiño o acaso con un tirón de lana
me arrebatas los ases,
soy feliz con la sota por un momento, pronto
tu caballo de fiebre me la rapta. He robado
el rey de espadas, tiemblo
sosteniendo en las manos mi abanico de dudas.

Quiero hacer trampas, señalar los ases
con la frágil materia de las uñas.
Estoy sin triunfo y esta es la tristeza.

Me cercan pleitas cuando tu entrecejo
corta el paisaje enfurecido y salgo
a la puerta buscando mi equipaje
de borrascas, y encuentro
tan sólo el resplandor de tus sandalias
de llegada. Retorno
hasta la mesa, cojo la baraja,
vuelvo al juego, sonríes.

Me ganas el penúltimo latido,
quiero perder el último, lo dejas
para otra partida. Gano un vidrio
azul para perdones y entrevistas,
pijamas de colores para el sueño,
calandrias que me enjaulo en el costado,
redes, escalas, cintas, gallardetes,
botiquines de urgencia, siemprevivas,
mi vocación de girasol perdido...
Recupero un columpio de la infancia,
gano una pluma de ángel, la cometa
que perdí en las traiciones del verano,
aquel sueño de mar donde Tú estabas,
un programa de metas, la alegría
del seguro retorno de los pájaros
en el rodar del tiempo repetidos.
Ganas túneles densos,
túneles que cavé cuando la aurora
pensé encontrar raptada tras los montes.
Me ganas la sonrisa encristalada,
el concilio tenaz de las rapaces,
un retazo de mar que hice sudario,
el disfraz de la voz, una paloma
que hizo crespón su vuelo en mi palabra
y ahora regresa libre de ventiscas,
buscando pistas, hombros desvalidos
en donde amorizar, llagas presentes
para el plumón candeal dejar inmóvil
Vuelve a echar, Camarada, pon las cartas
boca arriba si quieres, ya no tengo
un miedo de pagodas y de eclipses,
tampoco se abre un círculo de asombros
en mi interior mirada. Sigue el juego.

Un as de amor decide la partida.
Siento la eternidad de haber perdido.








DE VOZ EN CLAUSURA.


CORTE POÉTICA

Homenaje a Almutasin

En universidades del jilguero
el pan y el verso siempre compartía.
Sólo batallas del amor había
con el seguro triunfo del lucero.

Estaba destapado el pebetero,
contagiando su aroma.
Florecía
la palabra feliz y amanecía
en cada corazón un jazminero.

Se inició un parvulario del suspiro
y esta tierra inició su largo giro
hacia anales profundos de poesía.

El verso sobre el mar ganó verdades,
la belleza fue flor de eternidades
y más que nunca espejo fue Almería.








DE FÁBULAS DE UN TIEMPO NUEVO.


PROFECÍA DE LA MÁQUINA

“El verdadero peligro es que los ordenadores
se apoderen del mundo”.
Stephen Hawking

Quizá ya los robots irán teniendo

sus reuniones secretas
cuando se aleje el ángel
de sus clases de música
-con el rostro cambiado
de muchacha violada-
abandonando el arpa
y el dardo en la presencia
del dragón permanente.

Quizá estará próxima
la zarabanda anárquica del astro
y pueda quedar roto en su materia
ese cordón umbilical que unía
al hombre con la máquina,
y la máquina sea capaz de intercambiar
el duelo de los gestos
entre sus engranajes...

Cuándo el momento exacto en que se fragüe
el colosal suicidio?
Quizá cuando el amor quede tan sólo
maltrecho entre las páginas
de un poema violeta
escrito en amarillo en la arena cambiante
de una playa infinita,
desde un remoto siglo sin retorno.

No encontrarán los seres
camino de regreso,
ni ya nunca será posible el pájaro,
ni la mano desnuda sobre la mano herida,
ni agarrarse a una rama de paraíso,
cuando el Ordenador tenga voz propia,
salga de la oficina y del laboratorio
a decretar la Muerte.

Y Dios... ¿ se hará el distraído?




DE LEGADOS ESENCIALES.


PALABRA HEREDADA

" Echado está por tierra el fundamento

que mi vivir cansado sostenía."
Gracilaso de la Vega

Muertas las ninfas, rotas las espadas,
quedó tu voz venciendo todo olvido,
ritmo y calor de aquel sentir herido,
tu elegancia de nardo en alboradas.

Una coral de voces heredadas
traspasa siglos, pulso en el latido
que si cesó fue respirar dormido
para iniciar futuras galopadas.

Acepto tu dorada disciplina.
Mi torpe voz en tu decir se afina,
el alma crece en capitel sonoro.

En el siglo 2000 gozar prefiero
calzarte las espuelas, caballero,
al verso en oleadas, incoloro.




HUERTA DE SAN VICENTE

Homenaje a F.G.L

Disponed el piano.

Borrad puñales a la Dolorosa
al limpiarle la alcoba.
No dejéis
el alcanfor metido entre las sábanas.
Bullid el almohadón y que retorne
su perfil ya perdido.
Nuevamente
poned membrillos en el arca.
Pronto,
abrid ventanas hasta la parcela
en donde queda un hombre sudoroso.
Han sitiado los trigos...
No, no importa.
Se interrumpirá el tráfico si canta
en el retorno, con las cicatrices
a flor de piel. No importa...
Qué esté todo dispuesto, preparadas
las sillas de amistad, y los claveles
en el jarrón, y todos los retratos
limpios para el recuerdo, en la amarilla
luz de la ausencia.
No dudéis, podría
volver envuelto en sol, dándole el brazo
a un arcángel amigo.
Avenidas
grises, en la sorpresa,
tendrían intimidad de calle antigua
con baladilla de geranios.
Pronto,
puede estar cerca su regreso, puede
liberar de raíces su alegría.
Dejad la puerta abierta, que no tenga
que esperar.
Se le ovilla
todo el llanto al ciprés, y los maíces
han sonreído.
Resistió el chamariz en la palmera
y fue vencido un cerco de hormigones.
En el Parque abrirán todas las rosas
atentas al suspiro de las fuentes.

Vestido de sonrisas, Federico
vendrá de aquel paisaje de disparos.



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