martes, 5 de octubre de 2010

JOSÉ ANTONIO LABORDETA [1.382]



José Antonio Labordeta Subías 



(Nació en Zaragoza el 10 de marzo de 1935 y murió el 19 de septiembre de 2010) fue un cantautor, escritor y político español, diputado en el Congreso por la Chunta Aragonesista (VII y VIII legislaturas).
Hijo de Miguel Labordeta y Sara Subías, era hermano del poeta Miguel Labordeta y se casó el 29 de septiembre de 1963 con Juana de Grandes (sobrina del general Agustín Muñoz Grandes). Tenía tres hijas (Ana, Ángela y Paula) y dos nietas.
Cursó sus estudios primarios en el Colegio Alemán de Zaragoza y en la escuela familiar, donde concluyó el Bachillerato; se matriculó en Derecho y, finalmente, se licenció en Filosofía y Letras por la Universidad de Zaragoza, que le nombró en 2010 Doctor Honoris Causa. En 1964 aprobó las oposiciones de Enseñanzas Medias, como profesor de Geografía, Historia y Arte y fue destinado al Instituto Nacional de Bachillerato Ibáñez Martín de Teruel, ciudad en la que residió seis años. Tanto en este como en el Colegio Menor San Pablo impartió clase a Joaquín Carbonell, Federico Jiménez Losantos, Federico Trillo2 y Manuel Pizarro.
Regresó a Zaragoza en 1970, donde siguió impartiendo docencia en los institutos El Buen Pastor (como director y profesor de historia) Pignatelli y Alto de Carabinas. En 1972 fundó, junto con Eloy Fernández Clemente (a quien había conocido en su estancia en Teruel), la revista cultural Andalán.
En 1976 participó en la creación del Partido Socialista de Aragón y más tarde se presentó al Senado por Izquierda Unida. Ya como miembro de Chunta Aragonesista (CHA), fue elegido diputado por Zaragoza en 2000, y fue el representante de este partido aragonesista en el Congreso de los Diputados desde el año 2000 hasta el 2008.
Acérrimo defensor del No a la guerra y contrario al Trasvase del Ebro siempre marcó una nota diferente en el Hemiciclo. En un par de ocasiones llegó a un enfrentamiento verbal con algunos diputados del Partido Popular. En uno de ellos espetó su famosa frase «A la mierda». Él mismo decía que esta sería la frase que le pondrían como epitafio en su lápida, y explicaba que surgió debido a que había sido un día muy duro discutiendo sobre la Guerra de Irak y le increpaban con las frases «vete con la mochila a Teruel», y cuando alguien le dijo «qué me dices cantautor de las narices» no aguantó más y dijo la frase porque no le dejaban hablar.
Falleció en la madrugada del 19 de septiembre de 2010, en el Hospital Miguel Servet de Zaragoza, a la edad de 75 años, a causa de un cáncer de próstata que le fue diagnosticado en el año 2006, y que le obligó a permanecer postrado en casa los últimos meses de su vida.
El último acto público que protagonizó se produjo el día 6 de septiembre de 2010, cuando los ministros de Defensa, Carme Chacón, y Educación, Ángel Gabilondo, le entregaron en su casa la Gran Cruz de la Orden de Alfonso X el Sabio; un reconocimiento que el Gobierno le concedió por su sabiduría, su pasión, sus convicciones y su defensa de la libertad y el pueblo, motivos por los que también le otorgó la medalla al Trabajo.

Poesía

Su faceta como escritor siempre se vio en un segundo plano debido a que era más conocido como cantautor y diputado. Sin embargo, siguiendo el ejemplo familiar de su padre (un catedrático de latín muy aficionado a la poesía clásica antigua) y de su hermano Miguel Labordeta, una de las figuras más señeras de la poesía española de posguerra, su actividad poética fue primordial en su vida. En este sentido declaró que su auténtica profesión era la de escritor y sus canciones no eran sino poemas musicados. De todos modos, en su poesía se muestra una voz más íntima, meditativa y existencial que en sus canciones, más combativas y sociales. Publicó su primer poemario en 1959 —mucho antes de iniciar su carrera musical— y fue autor de los siguientes libros de poemas:

Sucede el pensamiento (1959)
Las Sonatas (1965)
Cantar y callar (1971)
Treinta y cinco veces uno (1972)
Tribulatorio (1973)
Método de lectura (1980)
Jardín de la memoria (1985)
Diario de un náufrago (1988)
Monegros (1994)

En 1976 publicó la antología Poemas y canciones (editorial Lumen, colección El Bardo) y en 2004, ya solo de la obra poética completa, sale a la luz la selección Dulce sabor de días agrestes.
Su primer libro poético, Sucede el pensamiento, es un intento de conciliación del estilo intelectual de Juan Ramón Jiménez con el neopopular de la Generación del 27, pero en él aún se aprecia el lastre de la necesidad de adquirir una voz propia, sobre todo teniendo en cuenta el peso e influencia ejercida por la poesía tremendista y epilírica de su hermano Miguel Labordeta, de la que José Antonio no se puede evadir. Sin embargo, el tedio y el vacío existencial, y el influjo de César Vallejo o Paul Verlaine, son rasgos auténticamente personales. Según Eloy Fernández Clemente, esta obra podría definirse como «una poesía del yo inmerso en un mundo cerrado y sin grandes esperanzas».
La obra más decisiva de su trayectoria poética es Cantar y callar, que estaba preparado para su publicación en 1967 pero no apareció hasta cuatro años más tarde. En él, según Antonio Pérez Lasheras,9
[...] alcanza una voz personal y auténtica, abandonando o depurando los ecos que asomaban en la poesía anterior. El encuentro del autor con la realidad social que le había preocupado de manera "intelectual" hasta ese momento (el Bajo Aragón, con sus gentes, sus problemas, sus silencios) se funde con lo autobiográfico. De este enfrentamiento, surge la conclusión que, a manera de reflexión, sobrepasa lo personal para universalizarse.
Diario de un náufrago supone una de las cumbres de su poesía. Se trata de un libro unificado por las fechas que dan título a los poemas a modo de diario personal, pero sus temas van más allá de la mera poesía de la experiencia, pues combina todos los intereses sociales y existenciales que estaban presentes en sus anteriores obras poéticas, siempre melancólicas, incluida la preocupación por el destino. La vida del hombre es un naufragio en angustiada soledad, presidida por el hastío y el vacío. Se muestra, asimismo, la importancia del olvido y la memoria, recuperada mediante una técnica frecuente en su poesía, la del monólogo e incluso el diálogo con personas desaparecidas. La voz del poeta se consolida en este libro, «uno de los más bellos de su autor y singulares de los últimos años de poesía española», en palabras de Pérez Lasheras.
Su último poemario, Monegros, tiene un tono distinto, irónico y socarrón, que incide en el aragonesismo, una de las constantes de su poesía. José Antonio Labordeta reflexiona, en el marco del desierto monegrino, sobre los hombres que lo habitan viéndolos detenidos en el tiempo en estampas poéticas breves y de versos cortos.
Sus últimos poemas fueron publicados en su blog http://zaragozame.com/labordeta/






(Leer el resto de poemas, canciones y datos en esta página WEB)




ESTO FUE...

Apenas un recuerdo, un vago sueño
de pasados domingos sin iluminarias
donde los camareros se aburrían
en establecimientos de segunda categoría.

Todo lo demás es un recuerdo nostálgico
de prensados días escolares
en el juvenil guardapolvo de los lunes.

Un sueño escaso de lluvias impares,
de noches inconclusas en mi pijama a rayas,
de furtivas huidas sin permiso
y, quizás, de algún funeral sin esperanza.

Años cautivos que huyeron de nosotros
a través de uno textos donde puede leerse:

Hoy no llueve... Domingo...
Quizás mañana muertos...
Mi padre me ha pegado...
Ya no hay amor... La una menos diez...
Huimos...
Y huimos para siempre.

(Sucede el pensamiento)




SUCEDE EL PENSAMIENTO

Este tiempo. La lluvia.

Nadie venía a verme por la tarde
y el corazón
opuesto a las palabras,
rendía su homenaje silencioso.

Lejos hablaba el mar, la noche.

Siempre los pasajeros
sienten terror del cielo
y nadie representa la comedia
con el tono de voz apetecido.

Seguía el agua golpeando
y nostálgicos paraguas
redimían la aurora.

Vengo del aire o nunca
decías con tus labios
y más allá, muy lejos,
respiraban los hombres su deseo.

Cada encuentro sucede
apetecido. Todos tienen temor,
es algo repentino.

Y encuentro el horizonte,
el sol guillotinado.

Nostálgico recuerdo.

Ahora y llueve digo
como amor sin palabras:
Sucede le pensamiento.

(Sucede el pensamiento)




TODOS LOS SANTOS EN ALBARRACÍN

Silenciosa la anciana
reza en tu cementerio. Corre la niña.
El cielo está pendiente de la roca.
Aire sobre la muralla,
detenido,
como un lamento,
como una larga frase derrumbada.

Guadalaviar torcido, ausente,
lames, ceremonioso, la roca
que desciende.

Albarracín,
quilla de piedra,
rojo penacho de cuestas y de arcadas,
sobre ti duerme el tiempo,
sólo pervive el agua.

(Las sonatas)




TERUEL

Javalambre con nieve. Sobre el pecho,
como una inmensa herida,
los Mansuetos se abren: Carne joven
en la vieja tierra. Gira el cielo.

Pasan, camino de la mar,
los enormes camiones de transporte:
¡Adiós!
¡Adiós!

Hoy, San Martín mudéjar, me nostalgia
los amigos que tuve, allá, en mi infancia.
Miro hacia el fondo: Villaespesa.

Todo lleva consigo
la tierra que surge desde dentro:
Teruel:
Áridas voces de mineros, ascienden
del violento carmín de tu paisaje.

(Las sonatas)




PRIMER RECUERDO

de mi padre

Hoy marzo y siete. ¿Recuerdas? Yo recuerdo.
Soy vivo y te recuerdo: Íntegramente puro,
siempre igual. Diste la mano a quien te dio la mano
y arrancaste el odio a quien te odió de espaldas.

¿Recuerdas? Ya casi primavera, olor a campo,
en las viejas ventanas del colegio -alguien dijo
que tu labor no fue importante.

¡Hay cosas, padre, que son mejor
guardarlas en silencio! -Alumnos con charangas
saludaban tu paso. También tu muerte -fuimos todos

contigo al cementerio- y veían tu pureza total
y sentían tu voz contra sus frentes.

Hoy ya marzo, otra vez, tanto tiempo te has ido
que recuerdo el dolor que te produjo
amar la libertad como la amaste.

(Las sonatas)




TERCER RECUERDO

de Emilio Gastón

Hoy me he dado de bruces
con tu ángel,
borracho en una tasca:

Olivitas rellenas, chorizo riojano,
tinto de Cariñena.

Burocráticamente hablando,
tu ángel se ha hecho ficha
de señor que revienta en los tranvías,
mientras tú, soldado de hace años,
marivioleas por el campo con tus hijos.

Duélete todo, lo sé.
Duélete el mar, la torpe hipocresía,
los mansos ciudadanos, la agonía
de tanto pobre hombre. Yo lo sé
y por eso te tengo entre mis labios.

Tu ángel juvenil se ha puesto gordo
de hacer con tu bondad su melodía.

(Las sonatas)




SEXTO RECUERDO

de Vicente Cazcarra

Hoy he visto a tus padres, cuando volvía a casa.
Ël me miró en silencio,
con los ojos perdidos del hombre que trabaja,
día y noche, en los trenes. Ella, tu madre,
me anunció tus treinta años -igual que yo- cumplidos,
y tu hermana tenía ardor y rabia en las palabras.

Repetimos la historia, tu silencio;
la voz que conocimos ya no existe
y sin embargo, sabemos que envejeces, igual que yo
-soy calvo y apunto para padre-, día a día.
Me hablaron de tus manos, de tus pies...

Los días pasan lentos, uno a uno,
pero dañan y llagan y hacen hueco
y sombra sobre el alma.
Recuérdote
sentado en el pupitre, allá en la vieja aula,
hablando sobre Dios y la justicia,
viendo llegar el cierzo. Cada día que pasa
se te marca -también a mí- la llaga
del hombre acorralado.
Es doloroso, ya ves,
saberte casi muerto en medio de la vida.

Tu padre dijo adiós. Tu madre
repitió tus treinta años, y tu hermana
me aviolentó de golpe con tu hombría.

(Las sonatas)





Hablo, por hablar,
hoy que está desierto el mar
y una paz agreste invade
estas turolenses llamaradas
                                                  de fuego y de dolor.

Hablo del día a día que sucede,
de las tardes que adiós nos despedimos,
de los hijos que llegan,
de las tierra que acogen nuestros cuerpos
y de todo aquello
que va formando, al fin, nuestra figura.

                                            Del paso indefinido
hablo también

y hablo, para quedar en paz con mi conciencia,
del tiempo jamás recuperado,
huido entre sonrisas, adioses y lágrimas,
que nadie reservó para el otoño.

Hablo del campesino y de su hondura,
del herrero que fragua su tristeza,
del minero que invade las entrañas,
del poeta que, a solas, agoniza.
Hablo de mi mujer y su esperanza.

Y hablo de este pequeño dios
que ha entrado encasa,
después de tantos días esperado.

                                           Hablo y hablo
y nunca sé por qué guardar silencio.

(Cantar y callar)



CANFRANC

Es la piedra y el reino de la piedra
lo que sobre los hombres permanece -de niño
escondí en esta tierra mi inocencia- después
de que la lluvia haya cesado. Aquí,
el águila no importa,
no importa la víbora ni el sarrio.
Sólo la roca aupada contra un cielo azulado
es lo que importa.

                                             Preguntad por el río,
la nieve, por el hielo. Preguntad
por la vida -yo la cogí por estos precipicios-
y nadie sabrá que responderos.

Es tan sólo la roca, lo repito,
lo que señala el valle y la vaguada.

                                            El pueblo, monótono, se aburre,
se emborracha. No existe el horizonte. La roca,
esa mano de Dios petrificada, es la única señal
que al hombre aguarda.

(Cantar y callar)




CESARAUGUSTA DOS

Cuando el cierzo desciende y se alza la niebla,
toda la ciudad -mi Zaragoza amada- se cubre de palabras
que surgen del silencio hacia la nada.

                                              Es entonces -el enorme Paseo
se hace suave y hermoso- cuando veo las cosa
como fueron: El niño, la explanada,
la vieja que vendía cacahuetes y almendras.
Pero cuando otra vez
el aire del Moncayo violentamente baja,
surgen los comerciantes
en paños y en alhajas
aupando a un tonto sabio
que viene a hablar del alma.
                                               ¡Ay mi ciudad
con tantos pedestales
cubiertos de anónimas palabras!:
¿A dónde te diriges?

                                              Sólo tu espesa niebla
permite ver las cosas
igual que se veían en la infancia.

(Cantar y callar)




TE HE VISTO ENVEJECER

Te he visto envejecer entre mis manos,
mis caricias -tus manos me abrazaban
un día y otro día- sin poder detenerte,
detenernos.
                                    

                                           Tus ojos querían para mí
las cosas dulces, suaves,
aunque tú ya sabías lo violenta,
dura y desolada,
que está la vida. Y una vez,
y otra vez, me hablabas del camino.

                                         Y ya hoy
-Ana y Ángela, mis hijas,
te recuerdan- te veo como nunca lo hice:

Agobiada por años y más años,
por palabras y ausencias,
por dolores.
                                       

                                        Quisiera para ti
toda la paz del mundo. Toda la paz
que no pudimos darte.

(Cantar y callar)




BELCHITE

El árbol se levanta sobre la tapia hundida.
El viejo campanario -la paloma que había
huyó bajo la guerra- está desierto:
Todo es la sombra.

El monte desolado invade el patio,
el pozo seco,
el niño destrozado por la yedra.
Alguien recuerda -Antes estuve aquí,
hoy ya no vuelvo- por los muros de adoba calcinados:

¿Quién ha puesto el olivo
enfrente del olivo?

¿Quién ha dejado sangre
enfrente de la sangre?

¿Quién ha traído muerte
en contra de la muerte?

¿Quién, en fin, ha destruido al hombre
contra el hombre?

Sobre la casa yerta ya nadie se levanta.

(Cantar y callar)



NOS HACES UNA FALTA SIN FONDO

¡Hermano, hoy estoy en el poyo de casa,
donde nos haces una falta sin fondo!


Oye, hermano, no tardes
en salir. ¿Bueno? Puede inquietarse mamá.
César Vallejo

Miguel: Y caminamos.
                                            Aunque se hizo el silencio
y no viniste, seguimos caminando.
                                            Atruena la ciudad.
Los verduleros -sus voces tan hirientes
ya no hieren- bajo tu ventanal
suavizan a desgarros la mañana.
                                           Atruena la ciudad
y en su silencio, tu nombre lo ha evocado
un joven escritor
                                          de menos de mil años
al preguntar por dónde te has marchado.
El resto,
los señores de alegres corbatines,
se agobian de queridas y de acciones
                                          y tu te quedas
solo.
                                          Mamá
quiere besarte sobre el rostro
-se lo hemos permitido-
y con su beso de lágrimas,

de atroces tiempos y recuerdos,
te has marchado de casa
apenas comenzaba a atardecer.
                                               Ella
te llora en los rincones
y la ciudad,
que apesta a soledades y decoros,
no puede olvidar
tus voces acusando,
                                             amando,
señalando injustas manos rotas
de jóvenes airados
con potencia de águila paloma en las palabras.
                                             Miguel:
mamá te vuelve a descubrir
cada mañana
y mira tus camisas,
                                           tus viejos pantalones,
tu boina de domingo,
tus zapatos de campo y de paseo
y te gesta de nuevo,
esta vez a lágrimas y llanto.
                                            Mi hija
-Ana pequeña ahijada tuya-
me pregunta cuándo vas a nacer
de nuevo,
para volver aquí, a nuestro lado.
                                           Y todo el gesto duro
de la vida,
se vuelca en mi costado
dañándome la ausencia
conque nos has dejado

(Treinta y cinco veces uno)



SE HAN MARCHADO

Se han marchado todos
y nadie ha vuelto
para cerrar la puerta.
                                           Esta, vieja y desguazada,
golpea contra le viento
en las noches de asombro
como si nadie la quisiera oír,
como si todos los páramos del tiempo
se encerrasen aquí,
sobre estas galerías de casas agrietadas.
                                          Y lejos,
más allá de las últimas carrascas,
alguien recuerda la cama
donde fue concebido con tristeza.

(Treinta y cinco veces uno)




NADIE EN LAS PUERTAS

Nadie en las puertas.
Nadie en los largos corredores
que conducen directos
hacia las antiguas plazas y viejos campanarios:
                                                Sólo el viento,
testigo del naufragio.
Nadie en los altozanos.
Nadie en las parideras
batidas por el sol
que llevan hasta el fondo de la sombra:
                                               Sólo el grajo
testigo del silencio de la tarde.
Nadie en los vestíbulos.
Nadie en los mercados
repletos de amapolas
para sustituir a los difuntos:
                                              Sólo el río
testigo de la sangre de la tierra.
Nadie nunca ya.
Nadie en ningún lado.
                                             Sólo el viento,
                                             el grajo,
                                             el río,
y el camino con piedras
erizado.

(Treinta y cinco veces uno)



ÚLTIMO PASO ENTRE LAS TUMBAS

a Pepe Sanchis y Magüi, que conmigo
conocieron Belchite.


Hemos ido otra vez, entre las piedras,
a través del partido panorama de la adoba
y el cierzo venteando en los rincones,
a aquel lugar -abandonado hoy-
donde papá mamó de nuestra abuela.
                                                Hemos ido de yerbajo hasta la tumba,
de bóveda caída hasta la fuente
y nadie presenció nuestra presencia.
                                                Está todo batido por la yedra.
Todo se hace cielo abierto hasta la entraña.
Todo se hace paisaje,
todo se hace monte,
solitario matojo, viento y horizonte.
Los recuerdos anidan entre el polvo,
la tapia derrumbada y el ocaso del cielo.
Un día y otro día los abaten,
los rompen, los trituran,
y al final ni tumbas, ni páramos ni yedra:
                                               Sólo olvido.

(Treinta y cinco veces uno)



DOMINGO DECEMBRINO

Se apuesta en el café
las últimas partidas de baraja.
                                                 Din, dan. Din, dan:
Las campanas domingo en la ciudad
tarde que avienta el viento
hasta la orilla.
                                                 Y los muchachos
sueñan, en las paredes,
con posters que se clavan
trayéndoles recuerdos de París
y de su audacia:
                                                Melenas,
pantalones, largos jerseys,
tristeza, vacío en las espaldas.
Y un guateque moral
atardece el domingo
en las casas lujosas.
El resto,
la ciudad, los chicos y las chicas
de ordinario, pasean vagamente
por los porches.

(Treinta y cinco veces uno)



ACUÉRDATE

Acuérdate de cuando fuimos niños
los turbios niños
de cuando fuimos vivos
por pura complacencia del destino.
                                             Mudos.
Turbios niños
                                             Callados
cuando fuimos niños
                                             Creciendo
silenciosamente educados.
                                             Nunca
fuimos realmente niños
en mitad del dolor amargo
de las guerras.
                                             ¿Y ahora?
nunca seremos nada
                                             Nunca
es imposible así
con este aire de injusticia
brutal acometida
ante los ojos.
Acuérdate de cuando turbios
niños fuimos despoblados.
                            Nada como entonces
a pesar de todo.

(Treinta y cinco veces uno)





HOY QUISIERA

Hoy quisiera olvidarme del mar,
del mar en las ventanas,
del dígale usted a todos buenos días,
seguimos por aquí,
así como siempre, muy buenos de salud
y de agonía.
                                              Hoy quisiera
no saber las palabras,
olvidarme los ritos, las maneras,
ser tan libre como la mano de una niña,
o el ojo de un pájaro en la niebla.
                                              Hoy quisiera
-queremos siempre y para nada sirve-
decir palabras lentas,
melodías colgadas de la sombra,
sueños que se entrecruzan, heroicas campanas.
                                              Pero somos de aquí,
del billete señor,
la carne va subiendo
y el hígado del viejo se estropea.
                                             Somos
de las tardes de fútbol.

Hoy quisiera
-quieres tantas cosas-
cerrar de una vez esta ventana
y descansar del ruido de allá afuera.
                                              Pero entran el mar,
el ruido y el regusto brutal
de toda esta tierra.
                                              Somos de ahí,
de enfrente, justo al lado
donde se ama y crea.
                                             Somos
-y hoy yo quisiera...-
del urbano paisaje de la tierra
y aquí no hay quien se salve
de la hoguera.

(Treinta y cinco veces uno)




COMO UN ARDIENTE NIÑO (III)

A Ignacio Ciordia

Nevaba ¿lo recuerdas? por el interminable paraíso de las hojas
aquella tarde en que por Ruiseñores
-los pájaros habían perecido en el otoño-
regresábamos a casa con la palabra dura
del mastodonte hermoso

que Miguel insistía en mencionarnos
cada día que a solas
convivíamos con él.
                                             Nevaba. Y la ciudad entera
cubierta de palomas
nos atrajo hasta el fondo de un café aclimatado.
Allí tomamos churros
y café y una copa de algo insustancial
que nos condujo, desbocadamente, al recuerdo
de todos los enigmas surgidos en la historia.
                                           Luego, de vuelta a casa
-la nieve estaba detenida en los aleros-
nos vimos completamente solos en medio de la noche
caída sobre el suelo de repente.

(Poemas y canciones)




COMO UN ARDIENTE NIÑO (XIII)
PORTARRETRATOS

Estaban todos
vestidos de inútiles abuelos
sonrientes muchachas comprendidas
entre primeras comuniones y días de excursiones al monte.
Agolpados en fila
o en solitarias poses inútiles
recuerdos de cuando cuba y guerra aquella de marruecos
felizmente perdidas hace años.
                                                 Venían avanzando
hacia parientes próximos
y cada vez más muertos
cercanamente muertos a mamá
o al abuelo paterno
que vendía chatarra allá en un pueblo
belchite le decían.
                                                 Y luego los hermanos

o los primos o los hijos de los primos
y de hermanos. Todos en la fila india
empujándote hacia la tierra.
                                            Todos vestidos
de amarillentos rostros viejos
mirándote de frente
sin reposo.

(Poemas y canciones)




COMO UN ARDIENTE NIÑO (XVI)

Los muros de la casa se derrumban.
Se caen a golpes, a pedazos,
y desde su interior las grietas del recuerdo
se deshacen. Surgen muros insólitos,
pedazos de baldosa, chimeneas perdidas
en las noches de viento.
Salen a flor colores inéditos
ocultos por el tiempo y el crepúsculo
crece dentro de uno
a cada nuevo golpe de piqueta
sobre el pequeño rincón.
                           Cuando ya todo
se ha quedado en silencio
y sobre las paredes crece el polvo,
la yerba decrépita de agosto,
uno vuelve los ojos
al rincón más íntimo del tiempo

para hallarse otra vez,
sabiéndose perdido entre las piedras,
inútilmente huido para siempre.

(Poemas y canciones)




ITINERARIO

                        Cuando José Manuel Blecua
                        iba al colegio

La plaza del Carbón y la del Carmen,
la calle del Azoque
en donde le Iris Park
anunciaba con luces los filmes de Charlot.
Y luego el Coso
con el enorme recinto de Escolapios,
allí donde el buen Goya
sufrió los avatares escolares.
Después Cerdán, con tiendicas menudas
de objetos artesanos, fajas la Bayonesa
y el sabor a pan tierno
que desde el horno invadía la calle.
Y el Mercado Central
repleto de palabras, tomates y lechugas,
anuncios de pescados
y ternascos menudos recién nacidos.
Al final Buen Pastor con Don Miguel mirando
los inocentes rostros de los niños
que iban ascendiendo, lentísimos, aquellas escaleras
tan pinas, tan cansadas,
tan viejas ya de alumnos que se fueron.
Y las campanas luego, desde San Cayetano,
anunciando el Rosario de las seis de la tarde.
Todo, como en un cliché
perpetuamente detenido.

(Tierra sin mar)




POEMA (AMARILLEA TODO)

Y en las hermosas luces
del otoño
oigo tu voz de nuevo
compañera
agrietando los riscos
y los valles
para seguir andando
hacia delante
con la esperanza tenue
de las lluvias.

Amarillea todo
hasta ese cobrizo azul que nos cobija
cuando octubre
y noviembre
se desgranan despacio por la tierra.

Amarillea todo
hasta esos pájaros que huyen
de las primeras voces
de la niebla.

Amarillea todo
hasta ese buen cansancio
que el camino produce
en la vereda.

Y a orillas de las huertas
como mensajes póstumos del hombre
se alzan piras de humo
y de silencio.

Sobre la tarde quieta
con los cierzos parados
al oeste
sube desde la tierra
un vaho tranquilo
que lo emborrona todo.

Y es precisamente
en esos días
cuando más te enternezco
tierra mía,
tierra de mil colores
a la que un día
dejaré que me abraces
y me duermas
sobre tu seno hondo
bajo el otoño dulce
que te anida.

(recitado en Las cuatro estaciones)



POEMA

Te escribo, Juan,
hermano,
ahora que la lluvia
recorta suavemente
los ruidos en la calle
para hablarte de que ayer,
allá arriba,
en el pueblo vacío
del lento somontano,
enterramos a la abuela
en aquel cementerio
cubierto de hierbajos,
arbustos,
y lápidas deshechas
por el tiempo,
las nieves
y el olvido.

Mientras ella yacía
en la alcoba tan grande
donde tú y yo
jugábamos de niños,
estuvimos la noche
recordando los tiempos,
los paisajes pasados,
las gentes que se fueron,
las tardes de domingo en la fuente,
que ahora
ya no mana aquella agua
que venía del frío.

Tantos trozos de vida recordamos
que el alba nos asaltó de golpe,
y el abuelo,
que apenas dijo nada de nadie
entre la noche,
murmuró suavemente:

Habrá que descenderla
y dejarla en la tierra
con los suyos.
Y la dejamos quieta
allí, bajo la yerba,
las nubes pasajeras,
los cierzos agoreros
y los riscos.

Luego, cuando salimos
ya no quedaba nadie
en el contorno.

Y aquí
en la ciudad de nuevo,
el abuelo,
viendo caer el agua
tras los vidrios
ha murmurado lento,
con sonrojo:

Hoy seguro que llueve
también
sobre la abuela
allá arriba
en el pueblo.

(recitado en Cantata para un país)



1 comentario:

  1. Una triste pérdida de la que ahora nos queda su poesía y su recuerdo.
    Un abrazo.

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