martes, 5 de octubre de 2010

1383.- DAVID HUERTA


David Huerta (Ciudad de México, 1949). Poeta, editor, ensayista y traductor mexicano.
Hijo del reconocido poeta mexicano Efraín Huerta, David se vio envuelto desde pequeño en el ambiente literario del país. Estudió Filosofía y Letras Inglesas y Españolas en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). Allí conoció a Rubén Bonifaz Nuño y a Jesús Arellano quienes le publicaron su primer libro de poemas El jardín de la luz.
Huerta lleva muchos años traduciendo y editando para el Fondo de Cultura Económica, institución en la que dirigió la revista La Gaceta del FCE. Además de su obra poética y ensayística, escribió durante años una columna de opinión en el semanario de política Proceso y actualmente sostiene una columna sobre temas relacionados con el Siglo de Oro en la Revista de la Universidad. David Huerta se ha opuesto a los recortes presupuestales para la cultura por parte del gobierno mexicano, principalmente pugnando para preservar la Casa del Poeta (cuya biblioteca lleva el nombre de su padre y el de Salvador Novo), muchas veces amenazada por la escasez de sus recursos.
Entre los premios que ha recibido destacan el de Poesía Carlos Pellicer en 1990, y el Premio Xavier Villaurrutia en 2006.1 Fue también becario del Centro Mexicano de Escritores (1970-1971) y de la Fundación Guggenheim (1978-1979), y del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (FONCA). Desde 1993 forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte (de México).
Su labor de difusión de la literatura y de la poesía ha sido amplia, como coordinador de talleres literarios en la Casa del Lago de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), del Instituto Nacional de Bellas Artes (INBA) y del ISSSTE, así como maestro de literatura en cursos de la Fundación Octavio Paz y de la Fundación para las Letras Mexicanas.
De sí mismo como poeta, Huerta explica:
"Soy un escritor de poesía más bien tradicional. Yo diría que lo que hago es una poesía de imágenes, de metáforas, de símiles, de metonimias, de todo tipo de tropos, de figuras del lenguaje. Más que el culto o la devoción de la imagen, tengo la certeza de que todavía a través de las imágenes podemos decir cosas que nos ayuden a vivir, un poco al margen del mercado, si eso es posible".
Obra:
El jardín de la luz (UNAM, 1972)
Cuaderno de noviembre (Era, 1976; Conaculta 1992)
Huellas del civilizado (La Máquina de Escribir, 1977)
Versión (Fondo de Cultura Económica, 1978;Era, 2005))
El espejo del cuerpo (UNAM, 1980)
Incurable (Era, 1987)
Historia (Ediciones Toledo, 1990; Conaculta, 2010)
Los objetos están más cerca de lo que aparentan (1990)
La sombra de los perros (Aldus, 1996)
La música de lo que pasa (Conaculta, 1997)
Hacia la superficie (Filodecaballos, 2002)
El azul en la flama (Era, 2002)
La calle blanca (Era, 2006)



Olvidar

Aquí están los nervios
que envuelven, como un papel fragante,
las melodías obtusas
del rencor.
Y aquí la risa
como un pájaro ebrio…

Escuchar. Olvidar. Dos neblinas.
La espuma del sufrimiento
cala en el encaje náufrago
de mi silbido matinal.

Aquí están los sonidos
olvidadizos, las crepitaciones
que amarillean.
Una vez más,
todo será escuchar
u olvidar.

Olvidaré estos doblados
enigmas, estos relojes
rectilíneos de esperas, este cuerpo
ajeno
en la llama de sándalo.





La orden

(para Los cuadernos de la mierda, de Francisco Toledo)

En este plato te sirvieron
lo que no querías comer
y te ordenaron
comerlo.

No quiero saber
si lo comiste.

Hay demasiadas cosas
en el mundo
para ocuparse de aquel plato, de aquella
orden, del alimento atroz
que te mandaron comer.

Aun así quiero saber
si en el fondo de tu boca
han seguido encendidas
algunas palabras
-tú sabes cuáles son
y lo que significan:
soles raudos
para la noche del devenir-

o si aquel alimento
y aquella orden
las apagaron para siempre.

Aquí fuera
también
te persigue.







La noche del cuerpo

(para Los cuadernos de la mierda, de Francisco Toledo)

En la noche del cuerpo se preparan
los alimentos de Dios,
la cena carmesí de los esclavos, el místico bocado
de los turbios amantes-

sudor, lágrimas, mierda-

el humus lento, el óvalo marchito,
el resto náufrago del visionario,
el regalo sedente
que se posa en la tierra-

un vapor de Demonios
rodea los Testimonios.

En la noche del cuerpo
se preparan de nuevo
para sus explosiones
diurnas, para el momento
en que habrán de salir
entre el humo feroz de su estallido.




Algunos deseos

Que vuelvas a ver la enorme catedral
y la erizada Capilla
y sientas el paso distante, los rumores
de los Cruzados y de San Luis. Que vuelvasa la calle Monsieru le Prince
para asomarte a los escaparates
y, luego, en la calle Vavin,
a los inventos de los herboristas
y su lento prodigio -la invisibilidad de los olores. Que vuelvas a recoer el brillo
de una escritura anhelada
en las tardes coyoacanenses. Que abraces los arboles
y bebas el agua dulce
junto al amargo mar resplandeciente. Que te inclines una vez mas y siempre
sobe mi rostro
y que yo abra los ojos para verte.




El peso de una chispa

Entro en una gasa letargica
hecha de fantasma y Purgatorio.
Esta detras de una velocidad de parpado
la fractura de una Afirmacion.
Pero yo nada puedo ya afirmar
en esta ensordecedora negociacion
de bien, mal, politica, moralidad.
Entro y salgo de vestiduras tensas,
la Afirmacion me enardece:
debo escoger, tomar partido,
pronunciar una sentencia
y mantener los ojos abiertos.
Entro luego en ambito
de arenas evangelicas,
veo sombras de manos y huelo
el vibrante viatico de mi Hermano.
Salgo a los dedalos del mundo.
No renunciare a este entrar y salir.
No escuchare las Ordenes. Tendre,
entre los fantasmas y los purgatorios,
sobre el calor de las manos que proyectan
esta sombra de un collar blanco,
la davida necesaria. Sostendre,
al entrar y salir, el peso de una chispa
que sale de una gota o un rio de sangre
-todo lo que me une a esto
y a lo otro, diminutivamente
a mi hermano, al mundo.




Plegaria

Senor, salva este momento.
Nada tiene de prodigo o milagro
como no sea una sospecha
de inmortalidad, un aliento
de salvacion. Se parece
a tantos otros momentos...
Pero esta aqui entre nosotros
y crece como una luz amarilla
de sol y de encendidos limones
- y sabe a mar, a manos amadas,
huele a una calle de Paris
donde fuimos felices. Salvalo
en la memoria o rescatalo
para la luz que declina
sobre esta pagina,
aunque apenas la toque.




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