jueves, 23 de junio de 2011

3987.- MARIALUZ ALBUJA



Marialuz Albuja Bayas (Quito, Ecuador 1972). Estudió Artes Liberales. Es maestra en Estudios de la Cultura, con mención en Literatura Hispanoamericana. Realizó estudios de Literatura Europea y Norteamericana en Harrisonburg, VA, y de Literatura Francesa en Montpellier. Ha publicado Las naranjas y el mar (1997), Llevo de la luna un rayo (1999), Paisaje de sal (2004) y La pendiente imposible (2008), premiado por el Ministerio de Cultura del Ecuador. Participó en el libro colectivo La voz habitada. Siete poetas ecuatorianos frente a un nuevo siglo (2008). Su obra ha sido incluida en antologías y revistas ecuatorianas y extranjeras. Forma parte de la colección permanente Prometeo Digital, de la Academia Iberoamericana de Poesía.




Poética

Ser siempre búsqueda.

COLINA AL FINAL DE LA PLAYA
el mar en tus riscos golpea los cuerpos
que ayer olvidaron los pájaros.

Montículo herido
¿Quién bebe en tus manos de lodo?
¿Quién limpia tu sangre?
¿Quién besa los ojos de tus ahogados?

Señal inequívoca del ascenso
edificada sobre los ecos de la pendiente
sostienes ciudades
o restos de ellas
la sal te corroe la cara.

¿Quién llega en la noche a cerrarte los párpados?
¿Quién viene a llevarse tus muertos?

Acuérdate a quién le arrancaste la voz.

De Paisaje de sal, Libresa, 2004










Simultáneas alrededor del mundo

Recibo la llegada de la noche.
Golpeo el teclado
este hermoso piano de vocales y consonantes que lanzan su música inaudible
dejando que la ciudad se me escape lentamente por el oído izquierdo
mientras por el derecho me invade la tierra cruda que está del otro lado
los chaquiñanes detrás de mi casa…
Si los seguía me llevaban a la autopista
que sin saberlo rompe los montes
separa el campo

y mi madre
en su pequeño escarabajo por el camino empedrado
mientras yo, en la Gran Muralla,
bajo la luna llena
me recuesto.

De La pendiente imposible, Abya-Yala, 2008









EL FRÍO ME ARAÑA LOS HUESOS.

Padre, me has desterrado.
Voy en busca de un lugar para quedarme
y sólo me encuentro con las colinas donde se eleva tu casa en el horizonte.

No sabes que ya no soy yo,
que hace tiempo me dejé esperando un tren que jamás llegaría,
que una tarde me abandoné en un mercado repleto de gente
mientras mi boca se perdía en las delicias de la fruta.

Ahora tú me echas.
Pero no sabes que ya no soy yo
que hace tiempo me abalancé bajo las ruedas de un coche
que una mañana desperté en otra tierra
y sólo volvió mi vacío.

A veces me espanta la noción de mi cuerpo
llamándome desde ese lugar al que no tengo acceso.
Sin embargo pueden ser bellos el destierro y el abandono
como lo son las gotas de sangre en el cristal destrozado por un puño.
Como lo es mi dolor brillando en la oscuridad.
Él será la tierra ambulante que habrá de sacarme a flote
cuando todo lo demás comience a hundirse.

Me has desterrado, padre.
Tal vez sea justo.
Pero hace tiempo que ya no me importa saberlo.

De La pendiente imposible









NO ME LLEVES LEJOS.

Aquí puedo creer que soy feliz.

De La pendiente imposible







BASTARÍA CON QUE EL CORREO
—en el que envío cartas y fotografías a mi madre—
se extraviara.
Bastaría con que se cayera el avión que me debe llevar dentro de poco a mi
ciudad
para que junto conmigo desaparezcan los diarios,
los poemas, las fotografías, sus negativos
y toda evidencia de mi existencia terrena.
Permanecería en la memoria de quienes me quieren
mientras no les diera un infarto cerebral, como le ocurrió a mi abuelo,
que olvidó el sabor de la naranjilla, su propio nombre y hasta el rostro de mi
abuela.

Sin embargo aquí estoy,
atesorando las voces de mis hermanos,
jugando con ellos en un parque donde nunca estuvimos de niños,
invocando a mis padres,
dibujando mi sombra en los fragmentos que me quedan de su errancia.

Y no importa que después ya nadie sepa de nosotros,
pues el absoluto es hoy,
y en su fuego de relámpago
brillamos.

De La pendiente imposible





Esta es la casa del padre
donde partimos el pan después de su regreso.
La casa del padre en la cima de una colina que el viento se come poco a poco.
La casa del padre bajo un cielo sin nubes.

El padre que abandonó
y que hoy alarga sus brazos por encima de los montes que nos separan.
El padre que ahora vuelve renovado
como quien regresa de otra tierra
para convertirse en dios.
El padre que no parece padre
porque las aguas de cientos de ríos han acariciado sus manos
y han sido degustadas por su boca.
Aguas doradas
dirigidas por el sol en su travesía hacia la muerte.
Aguas que de tan claras se olvidaron de su condición
para ser cielo o espejismo de la arena.

Esta es la casa que no tuvimos.
La casa de los sueños tardíos
donde los nevados acarician la garganta que despierta
y las estrellas se reflejan en los ojos del que duerme.
La casa donde no hemos cosechado porque no sembramos
y donde
pese a ello
creemos pertenecer.

Esta es la casa del padre.
Aquí habremos de llamarnos hijos suyos.
Aquí habremos de volver cuando podamos mirarla desde la distancia
y sobresalga en el perfil de la montaña
como el único refugio en esta tierra erosionada.

Seremos caminantes de eternas Comalas.
Llamaremos en la madrugada con la clave que nos heredó.
Responderemos al sonido de su lengua.

Esta es la casa del padre
donde partimos el pan después de su regreso.
Donde lo saboreamos por primera vez
y por primera vez
queremos que así sea.





Más allá del páramo
donde los gallinazos entretienen la mirada
antes de anclar su soledad a la ventisca

una no sabe si podrán cerrar los ojos
para verse
si un sonido de campana de repente los lastima
si acaso su sangre en remolino se agolpa
cada vez que la garúa desdibuja la montaña

y si entonces morirán de pena

si aquel eterno picoteo de la ruina
algo de pulcro dejará en sus paladares
algo de triste
de insaciable
de sombrío
cuando la luz se desmorona en el remanso de las nubes
y ellos atrapan, consumada, la belleza.

Ya no quedan sino algunos
recorriendo mi niñez
sobrevolando los momentos
en que vuelvo a atravesar su territorio.

Son un recado de la muerte
que si llega de improviso
me tomará donde ellos cortan el barranco.

Aunque podría adivinarles las señales
y escapar.

Pero no quiero.





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