jueves, 28 de agosto de 2014

MANUEL NEILA [13.085]


Manuel Neila

Manuel Neila Lumeras (Hervás, Cáceres, 1950) es poeta, crítico literario y traductor.

Pasó sus años de infancia y juventud en Asturias y cursó estudios de Filosofía y Letras en la Universidad de Oviedo, donde se licenció en Filología Románica. Ejerció como profesor de Lengua Castellana y Literatura antes de dedicarse al oficio de escritor. En la actualidad colabora en diversos diarios y revistas de ámbito nacional.

Ha participado como ponente en algunos cursos organizados por las universidades de Madrid, Extremadura, Oviedo y Zaragoza.

Poeta cauteloso y semisecreto, Manuel Neila se decantó enseguida por la poesía esencial y el silencio del que emerge. Tras la publicación de Clamor de lo incesante (1978), con el que se dio a conocer como poeta, fue incluido por José Luis García Martín en su antología Las voces y los ecos (1980).

Entre sus publicaciones más recientes destacan: el conjunto aforístico El silencio roto (1998), el volumen de ensayos Las palabras y los días (2000) y la edición bilingüe de Cantos de frontera (2003), cuya versión francesa corrió a cargo de Michelle Serre. Ha reunido sus libros de poesía en el volumen Huésped de la vida (2005).

Su interés por la escritura fragmentaria se viene materializando en libros como El silencio roto, Palabras en vilo, La voz desnuda, Juicios en alarde, agrupados bajo el título general de El pensamiento errante.

En la actualidad, dirige la colección de aforismos "A la mínima" para la editorial Renacimiento de Sevilla.

Ha traducido a Gérard de Nerval, Charles Baudelaire, Philippe Jaccottet, Haroldo de Campos y Àlex Susanna, entre otros. También ha editado Páginas escogidas de Montaigne, Papeles póstumos de Ángel Sánchez Rivero, Sentencias y donaires de Antonio Machado, y Hogares humildes. Obra poética de José García-Vela.

Sobre su poesía

"A pesar de aparecer en Las voces y los ecos, Manuel Neila no se ajusta demasiado a la poética mayoritaria en esa antología, la que representan Miguel d'Ors, Eloy Sánchez Rosillo, Fernando Ortiz o Víctor Botas. Nada más ajeno a él que el coloquialismo o la ironía. Manuel Neila es un poeta de estirpe neorromántica. En su título inicial, el magisterio más destacado es el de Vicente Aleixandre, un nombre al que por entonces comenzaban a volverle la espalda los poetas jóvenes. Luego se le añadiría Claudio Rodríguez, con su lírica exclamativa. Y más tarde, el Eugénio de Andrade de los poemas en prosa y el Cristóbal Serra de las parábolas orientalizantes. Sin olvidar, claro, la poesía francesa, de Bonnefoy a Jaccottet. Ni a Hölderlin o Novalis.
"[…] Siempre correcto, con frecuencia un tanto evanescente, Manuel Neila es, no importa los reparos que puedan hacérsele, un poeta verdadero, ambicioso y hondo. Sabe cultivar el poema extenso, de aliento neorromántico, en la línea unamuniana y cernudiana de la poesía de la meditación, tan bien estudiada por Valente (es el caso de Una mirada); pero también se muestra como un maestro de la miniatura en los numerosos haikus y tankas: «Otoño antiguo: / el rumor de las hojas / sigue sonando. / He cerrado los ojos / y he podido ver claro.»"
José Luis García Martín, La poesía completa de Manuel Neila, incluido en Gabinete de lectura (La Veleta, 2007)

Obra

Poesía

Clamor de lo incesante, Avilés, Jugar con fuego, 1978.
Las líneas de la vida, Gijón, Ateneo Obrero, 1996.
Cantos de frontera / Chants de Frontière, traducción de Michelle Serre, Toulouse, Le Bien-Vivre, 2003.
Huésped de la vida. Poesía 1980-2005, Gijón, Llibros del Pexe, 2005, que incluye:
Pasos perdidos (1980)
Estancias (1986)
El transeúnte (1990)
Una mirada (1996)
Cantos de frontera (2000)
El sol que sigue (2005)

Aforismos

El silencio roto, Gijón, Llibros del Pexe, 1998.
Pensamientos de intemperie, Renacimiento, col. "A la mínima", 2012.

Ensayo

Las palabras y los días, Gijón, Llibros del Pexe, 2000.
Encuentros y extravíos (en prensa).

Traducciones

Las Quimeras y otros poemas, de Gérard de Nerval, Madrid, Júcar, 1982.
Oda (explícita) en defensa de la poesía en el día de San Lukács, de Haroldo de Campos, Vardar. Revista mensual de cultura, nº 22, octubre de1984.
Las flores del mal, de Charles Baudelaire, Madrid, Júcar, 1988; 2ª edición, Sevilla, Renacimiento, 2010.
Philippe Jaccottet al servicio de lo visible, El Ciervo, nº 502, Barcelona, enero de 1993.
El spleen de París, de Charles Baudelaire, Sevilla, Renacimiento, 2009.
Bosques y ciudades, de Àlex Susanna (con Ángel Guinda); incluido en Casas y cuerpos, Valladolid, Fundación Jorge Guillén, 2001.







A ORILLAS DEL NECKAR

(Una voz)

La tarde está cayendo, y tú caminas

bajo un cielo colmado de viejos resplandores,
bajo un cielo en penumbra
que se cierne y derrama sobre ti, vida mía,
las sombras fugitivas del tiempo y su molicie.
Escucha, corazón, escucha ahora
cómo piden al aire de este otoño clemencia
el cuerpo perseguido del amor,
tu voz al fin curada de espantos y alegrías.

Llevas a flor de piel, como ese río
que pasa indiferente con su estela de sombras,
olor a primaveras y anhelos ¿de qué vida?:
voces, gestos, rumores
que enerva la corriente sin fin de la memoria.
Y el agua fluye lenta, indiferente.
La brisa sopla mansa, sin violencia.
Mas, ¿qué milagro es éste
de la vida que pasa, del tiempo que nos burla?
La tarde está cayendo, y en ti fluye,
de camino a la voz,
un río de tristeza con visos de agua única:
el eco de tus pasos ¿en qué calles lejanas?,
las brasas del amor y sus cenizas
candentes… todo aquello
que las aguas no hurtan. Y el río va pasando,
como tú, sin azoro, sin premura.
¿A dónde huir? Celadas de las horas en vilo.




Cabos sueltos



I

Palabras en vilo


Pensar por cuenta propia es pensar a la intemperie, al margen de la comunidad académica y lejos de la comunidad civil.


En el paraíso perdido de la infancia, el único del que tenemos constancia, vivimos en armonía con la incertidumbre.


Por más que nos empeñemos en ordenar el caos, y mira que lo intentamos, la incertidumbre sigue su curso.


De las innumerables maneras de ser, la de cada hijo de vecino es única, insignificante, azarosa y cruel por perecedera.


No está mal eso de conocerse a uno mismo; pero si te resignas a ser tú mismo, ¿cómo llegarás a ser el que eres?


A diferencia de lo que pasa con el pecado original (perdonen los filósofos), contra la estupidez original no hay bautismo que valga.


Las opiniones ortodoxas y heterodoxas están limitadas por el lenguaje sectario; en este sentido, equidistan de la verdad.


Una cosa es la teoría y otra bien distinta la práctica…, que no pasa de ser una devaluación transitoria de la primera.


El Zeitgeist o “espíritu del tiempo” vuelve a hablar alemán; pero ahora lo hace en clave económica, como dictan los tiempos.


Por más vueltas que le demos al asunto, la conquista del espacio ha sido, a fin de cuentas, cuestión de tiempo.


En los lugares comunes, tan frecuentados por unos y por otros, los pensamientos se hallan de cuerpo presente.


La muerte es, más que cruel, insidiosa y devastadora; pues mata, en cada uno de nosotros, al resto del mundo.





II

Llamas en la lengua


Las cuestiones morales son demasiado necesarias para dejarlas al cuidado de las autoridades políticas, jurídicas o religiosas.


Todos tenemos parte de verdad, afirman algunos. Con lo que el mundo puede seguir dando tumbos como si tal cosa.


Es posible que el moralista sea un aguafiestas; sobre todo, cuando se generaliza el olor a cuerno quemado.


Llegó el momento en que, en su pequeño mundo provinciano, sólo cabían él, sus cábalas y sus cuatro ideas de baratillo.


Lo raro no es que cunda la corrupción; lo raro es mantener la dignidad en un mundo movido por la codicia, el odio y el delirio.


En los tiempos que corren, la presunción de inocencia es un abuso de confianza. Con el beneficio de la duda tenemos bastante.


Nos empeñamos en que el amor y la pasión duerman juntos, pero ellos prefieren hacerlo en habitaciones separadas.


En la juventud, la soledad resulta trágica; en la madurez, dramática; y en la vejez, un sí es no es metafísica.


Hicieron del futuro el basurero cenagoso del pasado, y ahora quieren robarnos el presente, los depredadores.


La sumisión acepta la figura del poder; el hecho de que sea la manera más vil de sentirse poderoso no le resta eficacia.


A buen seguro, todos queremos la paz; pero unos pocos, la paz compartida, y otros muchos, la paz de los cementerios.


Locuciones que valen por toda una ideología: “seamos tolerantes”, “poner en valor”, “como no podía ser de otra manera”.






III

Juicios en alarde


También los paganos se han quedado sin dioses, que han muerto como del rayo; quiero decir, la verdad, la bondad y la poesía.


El elogio de la mediocridad está al alcance de cualquier hijo de vecino; aunque, bien mirado, es prerrogativa de los mediocres.


Quienes opinan que “el poeta es un fingidor…” olvidan que “una opinión es una grosería, incluso cuando no es sincera”. Todo según Pessoa.


Los escritores que anteponen el conocimiento y los que anteponen el pedestal utilizan la misma lengua, pero distinta palabra.


Tras la hojarasca de los escritores prolíficos, incontinentes, desbordantes, a veces bullen pensamientos originales e inexpresados.


El renombre de un autor no garantiza la calidad de una obra. Y a la inversa, lo que resulta mucho más lamentable.


La escritura poética puede dar lugar a una obra memorable o a una confesión no pedida. En el segundo caso, sólo compete al autor.


A los estilos clásicos —el alto, el medio y el bajo— hay que agregar el estilo tertuliano, basado en la ignorancia satisfecha.


Todos tenemos derecho a hablar, pero no a que nos escuchen. La escucha, a fin de cuentas, es prerrogativa de los oyentes.


¡Qué banalidad decirle al lector lo que éste podría expresar con más ingenio si se lo propusiera! Valga lo dicho como ejemplo.


Quienes practican el método de la lectura rápida se privan, como quiera que sea, de algo esencial: el placer del texto.


Llega un momento en que el tiempo se remansa, y la lectura se vuelve una forma de amar. ¡Quien lo probó lo sabe!



El viento en los ojos

Los escritos que componen este volumen no son restos de un discurso perdido, tampoco se trata de anotaciones destinadas a la composición de una obra futura; son, eso sí conviene decirlo, textos expresamente ideados, urdidos y presentados como entidades literarias autónomas. En este sentido, y en otros que no hacen al caso, prolongan la labor iniciada hace poco más de tres lustros con El silencio roto (1998) y seguida posteriormente con Pensamientos de intemperie (2012).

    La escritura aforística, en particular, y la escritura fragmentaria, en general, no requieren elogio ni precisan justificación. De ellas se ha dicho que son una «manera de mirar», y los lectores del romántico Friedrich Schlegel conocen de sobra los motivos. También se ha asegurado que responden a un «estilo de decadencia», y quienes no ignoran al naturalista Paul Bourget saben que sobran razones para ello. Incluso hay quien las refuta por ser juegos de ingenio y lenguaje lapidario.

    No descarto que, en este enjambre de pensamientos de intemperie, se refleje la fractura, crisis o quiebra social de nuestros días: esa fractura que separa a cada individuo del resto de una sociedad en la que han desaparecido la mayor parte de los valores comunes; sí puedo afirmar que ninguno de los fragmentos compilados aquí (entredichos, dudas y quebrantos) rehúye la infracción de los discursos ordinarios que, de una manera u otra, pretenden ocultarla o enmascararla.

    La mayor parte de los mismos son posibles respuestas a una serie de preguntas que, de una manera u otra, no consigo dejar de hacerme: ¿qué somos capaces de ver y de decir? ¿Qué tipo de relaciones mantenemos con la vida y con el lenguaje? ¿Qué enfrentamientos con el poder? O, para decirlo de manera más precisa, reglas cognitivas, éticas y estéticas que constituyen estilos de vida y que producen la existencia como obra de arte. Los demás son fruto del capricho o de la casualidad.

    He rehusado castigarme con limitaciones de género, como diría Alejandro Rossi, e integro en el libro dos medios de expresión: el aforismo y el poema. Mediante el aforismo, intento indagar el sentido de las palabras y las cosas, ajeno a la racionalidad política; mediante los poemas, esbozo la instancia valorativa que permitiría preferir unas u otras. Tanto el aforismo como el poema abren el presente al pasado y al futuro, procurando un particular modo de existencia o estilo de vida.

    El título del libro me lo ha sugerido Antonio Machado, uno de los pocos autores españoles cuya escritura heurística aún sigue hablándonos sin dogmatismo y con provecho. En el fragmento de Juan de Mairena que glosa un espléndido pasaje de Macbeth, concluye diciendo: «Es el viento en los ojos de Homero, la mar multisonora en sus oídos, lo que nosotros llamamos actualidad». E interpretar los susurros de la actualidad ha sido el fin último de estos pensamientos desmandados.

Prólogo al libro inédito El viento en los ojos



El camino original discurre entre el cielo de la maravilla y el abismo de la mediocridad, uno cara al otro.


Los filósofos se distinguen por el apego a la verdad; los aforistas, ¡velahí!, por desvelar la mentira de lo que nos cuentan.


De las cosas que pasan, las que más le preocupan son las que se quedan.


El pensamiento es bisexual, mal que les pese a los de siempre. Tal vez sea cosa de que cada uno lo consulte con su corazoncito.


El buen moralista no moraliza, para eso están los creyentes, los sectarios y los predicadores; el buen moralista desvela, describe y se avergüenza.


En las sociedades democráticas, la actividad de los ciudadanos queda reducida a lo que Paul Valéry llamó «antipolítica lenta».


Se acabó la época de los grandes relatos; ha llegado el tiempo de los contratos basura. Y, ¡hale!, a seguir votando.


Con la democracia parlamentaria, ahora lo sabemos, no conviene hacerse demasiadas ilusiones; basta pensar que sólo aparece cuando los poderosos están seguros de controlar a la masa indistinta y boba.


Hay escritores que suelen abusar de las cabriolas, mientras que otros suelen escribir a galope tendido.


Los novelistas sueñan con llegar a ser Dios, mientras que los aforistas recogen los pecios del divino naufragio.


En los trenes antiguos, había vagones de primera, vagones de segunda… y vagones de ilusiones perdidas.


El que no asciende, cae. Obsérvese que el valor de este enunciado en la física poética es antitético al que adquiere en la física moral.


Resulta cada día más complicado hacer del caos un mundo, mientras hay tantos empeñados en hacer del mundo un auténtico caos.


A medida que aumenta el conocimiento, disminuye la inocencia necesaria para seguir viviendo.


También la eternidad tiene su agujero negro: la actualidad.


«Una imagen vale más que mil palabras», siempre y cuando hayas renunciado a pensar por ti mismo.


Meter el cuezo donde nadie te llama es la mejor manera de saber por qué diablos no has de meter el cuezo donde nadie te llama.


Los encendidos reproches de una pareja en presencia de un tercero acaban por convertirse en reproches al cubo.


Media su fortaleza por la cantidad de fracasos que era capaza de soportar.


La presunción de inocencia sería innecesaria a todas luces sin su contrapartida: la presunción de indecencia.


El pensamiento afirma, sin saberlo; mas la poesía aprueba, sin quererlo.


La belleza que salta a la vista no siempre se corresponde con la que se asoma a los ojos del alma.


Tras Una temporada en el infierno, el nombre del poeta es legión.


Solamente a fuerza de arte, es decir, de inteligencia y trabajo, se consigue la naturalidad alada y cantora.










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