José Abreu Felippe
(La Habana, Cuba 19 de marzo de 1947) es un poeta, narrador y dramaturgo de Cuba. Se exilió en 1983, y desde entonces ha vivido en Madrid y en Miami.
Obra
Ha publicado cuatro volúmenes de poesía, Orestes de noche (Playor, Madrid, 1985), Cantos y elegías (Verbum, Madrid, 1992), El tiempo afuera (Premio Internacional de Poesía Gastón Baquero, 2000) y De vuelta (Linkgua, Barcelona, 2012). Como dramaturgo, ha dado a conocer Amar así (Ediciones Universal, Miami, 1988), Teatro (Verbum, Madrid, 1998), que reúne cinco piezas, Rehenes (Ollantay, Nueva York, 2003) y Tres piezas (Editorial Silueta, Miami, 2010).
Ha publicado dos volúmenes de relatos, Cuentos mortales (Ediciones Universal,Miami, 2003) y Yo no soy vegetariano (Editrorial El Almendro, Miami, 2006). Además, ha publicado las novelas Siempre la lluvia (finalista en el concurso Letras de Oro, 1993), Sabanalamar (Ediciones Universal, Miami, 2002), Dile adiós a la Virgen (Poliedro, Barcelona, 2003),Barrio Azul (Editorial Silueta, Miami, 2008) y El instante (Editorial Silueta, Miami, 2011), que conforman la pentalogía El olvido y la calma.
En unión de sus hermanos, los también escritores Nicolás Abreu Felippe y Juan Abreu, escribió ese homenaje a su madre, fallecida en accidente de tráfico, titulado Habanera que fue (1999)
No tengo la ciudad
Hay una ciudad en mi memoria,
allí está el barrio donde nací
y una esquina con mi casa de tejas
y el almendro todavía dando sombra.
Por las rendijas siguen entrando
aguaceros monumentales
y escobas de mimbre barren el agua,
el polvo y los rayos que horadan el vacío.
Allí está la calle, rota por una zanja
desnuda como un cuerpo que amé.
Yo jugué en sus rincones,
me escondí en el hueco de las diamelas
y escribí mi nombre en el cemento fresco
del trillo que bordea el portal
La ciudad en mi cabeza se ha ido vaciando.
Casi no queda nadie. Casi no queda nada.
Camino a casa
Como en sueño, las blancas olas de la muerte llegan
a lamer los ojos de mi padre.
Como de sueño emergen y toman posesión de nuestra casa.
El brillo se apacigua y desgaja el miedo que antes resguardaba.
Los deseos se fueron diluyendo -esto se acaba- y el cuerpo,
cada vez menos cuerpo, va penetrando un ritmo
que en todo me es ajeno.
La lengua aún se esfuerza por mantener un diálogo imposible
y yo pienso que las cosas dejaron de funcionar como se suponía.
Como sueño, el cuerpo deja de luchar y se entrega
al otro sueño, que ocupa nuestras horas, no ya las suyas,
mientras órganos y costumbres se resienten.
No obstante, la muerte siempre tiene la manía de sorprenderme,
como esas flores, que no estaban la noche anterior en mi escalera.
Invierno en Miami
Ningún sonido entra en este cuarto,
salvo, quizás,
algún avión rajando la apariencia.
Cuando eso ocurre, la noche herida se abre y se derrama.
El viento que entra por las ventanas
recorre presuroso toda la casa, la sacude
y casi la aligera.
Mi piel recibe extrañada la caricia.
Luego, en retirada, vibra en las persianas de plástico.
Yo estoy desnudo y me miro las manos;
después, un rostro extraño en el cristal.
El puente de la 22 está levantado y la chatarra se impacienta.
Desde la oscuridad es bonito el contraste:
hacia delante hay una procesión en desbandada
que luego se aglutina y retorna
transfigurada por mi izquierda.
El rojo se vuelve blanco y yo estoy ardiendo.
Son apenas las 10
pero es el único signo de vida en esta ciudad.
Creo que hay un perro del otro lado de la cerca.
Creo que el pájaro que cantaba de noche emigró.
Creo que la mata de maravilla que tengo en la escalera
es la misma que había en el placer de enfrente de mi casa.
Yo prendo otro cigarro mientras escucho
cómo juega el viento
en los cables de alta tensión recién restaurados.
¿No escucharé otra voz?
La noche semeja la otra herida.
Yo, como siempre, estoy esperando
a que llegues pero no tengo frío.
El invierno en Miami sólo cala por dentro.
Ella lo sabe
Ella va calando,
va abriendo su surco, lo humedece
como ritmo de olas o de ráfaga.
Ella se hincha y el sudor
araña las paredes.
Se desliza, respira sobre la nuca
erizándola,
luego retrocede.
Piel que descorre terrores tibios
como lengua,
como fuego a veces.
Así se rinde, es cuerpo,
pero ella se adentra,
gana espacio, se posesiona.
Las manos parecen semanas
u hojas crispadas al calor de la tarde.
Algo cruje, algo se expande como un niño.
Las otras ruedan, tropiezan, se contraen, huelen.
¿Qué diría ella
de unos labios abiertos en un grito
que no se escucha?
El dolor le provoca espasmos con olor a tela almidonada.
El pecho se dilata,
está vivo, respira.
La hierba es oscura y trae presagios.
Ella lo sabe y se aproxima, toca fondo.
Llora profundo,
después se duerme,
late.
Miedo
El miedo viene a mi cama
y se acuclilla sobre mi almohada.
Veo sus agujeros
goteando sobre mi cara,
su colgajo blando sobre mi boca.
Es pez que agoniza,
que boquea.
Con entusiasmo
reproduzco la mueca con mis labios
Cuento de Navidad
El vecino descubrió, al fin,
dónde se escondían esas ranas
que cada noche,
trabajosamente,
subían mi escalera,
a disputarle la comida a mis gatos.
A estacazos, triunfal,
las mató a todas.
Homenaje a Rilke
Este es el siglo de las multitudes.
La soledad está enferma.
Ahora el hombre se encierra en las masas.
Extraña manera de aislarse.
El hombre se integra al seno de la colectividad,
y la masa lo absorbe y reelabora.
La soledad se extingue como ciertas especies.
No es más posible dar a las cosas.
categorías personales,
convertir en tragedia un árbol infantil,
la decadencia de una casa
o el envejecimiento de una madre.
Sobreponer un olor,
el recuerdo del roce de una piel,
el romper de las olas, o la lluvia,
a las tareas de construcción priorizadas.
La temporalidad de las cosas es alarmante.
y nada significan a la hora de elegir.
Nosotros estamos marcados por la prisa.
y no sabemos nada de detenernos a mirar.
Somos ajenos a la caída de la tarde,
a los jardines tras las tapias,
a las rosas, a los castillos
y las ruinas romanas.
Nada tenemos que ver con las doncellas.
Nos ejercitamos en los cuerpos que pasan,
apenas nombres, sonidos a olvidar, confusiones.
Hombres de calles, hemos crecido
bajo el humo de las fábricas
y el estertor de los motores.
Sabemos del asfalto, cómo se ablanda y reverbera
al mediodía.
Nada del árbol en la colina nos queda.
Es imposible recordar que aún amanece
cuando se piensa en llegar al trabajo.
Nos sucede demasiado.
Debemos realizar demasiadas cosas inaplazables,
para ocuparnos de mirar las estrellas.
Además, la luz de la ciudad no lo permite.
Y estamos tan cansados por la tarde.
Tenemos la cabeza tan perdida,
que entonces no están los ánimos para eso.
No hay otra música que la del radio.
y donde quiera hay un radio a toda voz.
Las casas son círculos inhabitables.
Ni pensar en salir.
y es increíble, pero el café,
en los nuevos sobres de celofán,
ha perdido su sabor y aroma.
Qué vamos a buscar, qué podemos encontrar ahora.
Dónde quedarnos,
que no nos aplaste el peso de las multitudes.
Qué inspiración nos legará una guagua repleta.
Ya no hay sitios a donde huir,
y el mar se corrompe en nuestras narices.
Hemos visto en los muelles un enorme madero
que traía el mar, se bamboleaba, oscuro,
rezumando grasa, acercándose.
Se hundía y reaparecía,
yero muy triste el espectáculo.
Está enfermo este siglo.
Ya no sabemos siquiera mantener la furia,
y la obstinación no nos parece confiable.
Es incurable.
Tuvimos miedo pero aquí estamos aún.
Esperamos la vuelta de los ángeles.
El camino de Mitilene
Al alcanzar tu cuerpo llego a tu tierra
y gozo el campo abierto.
En enero veremos aguinaldos,
todavía blancas enredaderas de aguinaldos y es dulce '
la miel entre tus labios,
tu cuerpo ondas y hay abrigo.
Recojo ramas y hago un fuego familiar sobre tu pecho.
No tendremos invitados, solo
nosotros dos y vemos
los objetos queridos adormilados sobre la hierba.
Como es de noche conversamos haciéndonos caricias
y añoramos el verano.
La piel de tu espalda es tan blanca que la hierba,
aún húmeda, levanta ronchas, enormes claros
sobre los que hago cruces con las uñas.
Paso suavemente mi mano por tu vientre,
recuesto mi cabeza, y siento como es que,
entre mis manos, late el río.
En junio cumpliremos.6 años, me dices,
y yo te beso, apresuradamente, para no hablar del
tiempo.
Mi miembro crece y yo contemplo la fragilidad
de mi palabra, el desvanecimiento del sonido
en mis labios, cómo revientan,
como el tren de niño que nunca tuve y giran.
Desenredo y enredo el vello que aparece
en una línea con el olor que tanto me gusta.
Como en un juego, como el curso de los d(as,
y veo que ya no me lamento ni me apeno ni tengo miedo.
Ha pasado el tiempo y casi en tu oreja veo duendes y
casi avergonzado de que me oigas y para compensar
te digo que me falta el aire, que me estoy poniendo viejo,
después rozo la boca y tú tiemblas.
As( que por allá se llega a la nostalgia.
Debajo del cuello, junto al almendro, entre las hojas,
está abuela, con una mano apoyada en el muro y
la otra
haciendo visera sobre su único ojo, creo que
observándonos.
Tú no me atiendes y a cada paso
hay algo que distrae tu atención, como en los niños.
Por cualquier camino se llega a la nostalgia,
me asegura mi abuela,
pero yo finjo no escuchar y con la lengua
sigo el camino cada vez más estrecho de tu ombligo,
y allí nos desnudamos.
Nademos contra la corriente, te digo, y nos lanzamos.
Yo voy detrás y me salpican enormes flores de aguinaldo.
Braceo y Dionisos escancia para nosotros la miel
del aguinaldo, la hierba se adentra en las orillas
y tomamos el sol sobre las piedras rodeados de lomas,
entre lomas azules, siguiendo el hilo de las lomas azules
Es por la tarde, vemos las sombras de las hojas sobre
nuestros cuerpos, y empezamos un canto
que sólo a nosotros nos exalta, un canto personal,
y viene la lluvia a nuestros cuerpos.
Somos muy jóvenes y nada sabemos de la muerte.
Yo me cobijo, y seguimos la marcha mas nunca
arribaremos
Mi miembro es como un mástil, vigoroso y enhiesto,
y la vela se inflama y nos impulsa.
En cuclillas miramos a lo lejos, tengo frío, me dices,
y las nubes van haciendo figuras en la tarde.
Tu rostro resplandece de sol y de amarillo y decidimos
ir arrojando por la borda todo lo eterno,
y desnudos, con fa oscura esperanza de seguir,
perdernos en la noche.
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