domingo, 4 de septiembre de 2011

4573.- FRANKLIN MIESES BURGOS


Franklin Mieses Burgos
(República Dominicana). Aunque poco divulgada su obra, es uno de los poetas más importantes de América en el siglo XX.
Nació en Santo Domingo el 4 de diciembre de 1907. Cursó su educación elemental y secundaria en Santo Domingo. Sin embargo, no siguió una carrera universitaria. Gran parte de su formación intelectual provino de su lectura de los clásicos y de los principales escritores latinoamericanos y europeos decimonónicos. Ello le permitió adquirir una cultura autodidacta respetable que compartió con sus compañeros de generación. Fue uno de los miembros más destacados de la agrupación Poesía Sorprendida, cuya revista del mismo hombre dirigió junto a otros integrantes del grupo. Dirigió el Instituto Dominicano de Cultura Hispánica, la revista Hispaniola y la colección La isla necesaria. Aunque su poesía ha sido poco difundida, tanto nacional como internacionalmente, su constante preocupación por el buen uso del lenguaje, por la pureza y perfección del poema, lo convirtió en uno de los más metódicos y rigurosos de la lírica dominicana contemporánea. Trabajó con habilidad de maestro la poe-sía política y filosófica y social.
Murió en Santo Domingo el 11 de diciembre de 1976.

Bibliografía
POESIA. Sin rumbo ya y herido por el cielo. Santo Domingo: Colección Poesía Sorprendida,1944; Clima de eternidad. Santo Domingo: Colección Poesía Sorprendida, 1944; Presencia de los días. Mendoza, Argentina: Ediciones Brigadas Líricas, 1948; Antología poética. Santo Domingo: Colección Pensamiento Dominicano, 1948. El héroe. Santo Domingo: Colección La isla nece-saria, 1954; Clima de eternidad-obras poéticas. Santo Domingo: Editora Universidad Católica Madre y Maestra, 1986.


ESTA CANCIÓN ESTABA TIRADA POR EL SUELO

Esta canción estaba tirada por el suelo,
como una hoja muerta, sin palabras;
la hallaron unos hombres que luego me la dieron
porque tuvieron miedo de aprender a cantarla.

Yo entonces ignoraba que también las canciones
como las hojas muertas caían de los árboles;
no sabía que la luna se enredaba en las ramas
náufragas que sueñan bajo el cristal del agua,
ni que comían los peces pedacitos de estrellas
en el silencio de las noches claras.

Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales
que eran todas posibles en la tierra del viento,
en donde la leyenda no es una hierba mala
crecida en sus riberas, sino un árbol de voces
con las cuales dialogan las sombras y las piedras.

Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales
cuando aún no era mía esta canción que estaba
tirada por el suelo
como una hoja muerta, sin palabras.

Pero ahora ya sé de las formas distintas
que preceden alojo de la carne que mira,
y hasta puedo decir por qué cruzan furtivas
por las hondas ojeras que circundan la noche,
las fugitivas sombras de los últimos pájaros.




ELEGÍA POR LA MUERTE DE TOMÁS SANDOVAL

¿Quién ahora, llorando,
te alzará desde el fondo solitario del mar,
para sólo pensar desesperadamente
en el vidrio desnudo de tu limpia sonrisa,
o en aquella tu carne color de azúcar parda,

¡Arena y sólo arena
para hundirte en tu inmenso silencio terminado
entre besos impuros de hermafroditas peces!

¡Ay! ¡Que ya no habrá más música marina
de acordeones
en tu lecho de limos y pleamares eternos!

Sin un puerto posible para tu despedida,
en la noche se fueron llorando las estrellas.

Querida entre tus brazos, habrás tenido sólo
una coquetería de manatíes hembras,
porque ya las abejas que anidaban tus labios
se habrán llevado toda la cera de tus besos.

¡Oh amante ineludible para quien la marisma
tendía el más oculto fluir de sus mareas!
¿Qué has hecho con el rostro pálido de las lunas
caídas en el fondo solitario del mar?
¿Qué has hecho con el rostro de amor de aquellas lunas?
¿Traslúcida y radiante como un cristal muy fino
deambulará tu sombra en torno de estas islas
caribes que te dieron
ese estupor de cielo mojado de aguardiente?
¿Quién ahora dolido escuchará tu voz herida de violetas
y le dará a tu gesto de varón suicida
todos los crisantemos crecidos en la tarde?
En litoral amargo de llanto sin pañuelos
las verdes hojas anchas sacudidas
por tropicales ráfagas de horno,
te están diciendo adiós,
y tú no miras...






ROSA EN VIGILIA

Rosa en vigilia que delira en vano
desde el alto silencio de su orilla.
Aurora vegetal que maravilla,
más cerca de lo azul que de lo humano.
Rojo fanal en la delgada mano
del tallo que sostiene la sencilla
luz que prende su sol, en la semilla
oscura de su hondo meridiano.
Para ti la palabra iluminada
por donde alza plástica la vida
su soledad más viva y perfumada.
Ninguna forma igual a tu desgaire
para ser como tú, sólo una herida
abierta y desangrándose en el aire.



A LA SANGRE

Agua de soledad, agua sin ruido,
desatado cristal de pura fuente.
Agua que va cayendo interiormente
en mi cielo más hondo y escondido.
¿Qué misterioso viento sumergido
tu natural hechura de torrente
transfigura ideal y simplemente
en un rojo clavel enardecido?

Hay un íntimo dios que te construye.
El mismo dios que lento de ti fluye
por los labios abiertos de la herida...
Vivo clavel humano que perdura
sujeta por la leve arquitectura
de la fugaz estatua de la vida.



LAS DOS ROSAS

Pero nunca sabremos
lo que la rosa es fuera de nosotros.
LEOPOLDO MARECHAL


1

La rosa del jardín.
La simple rosa fácil para todos,
al tallo del rosal, crucificada.
La que asomada pública y desnuda,
al borde de la brisa vocifera
como el mejor pregón de su perfume.
La rosa muerta
en su nacer más pronto...
Rosa mortal
de vida transitoria.
Pequeño sol botánico encendido.
¡Cerrado nudo de color y aroma!
La que varada a orillas de sí misma,
a orillas de sí misma se abandona
hacia la fina levedad del aire.
La rosa mariposa encadenada
a su única forma llevadera.
Aquella vegetal rosa que sueña
con un viajero corazón de alas.
La distraída rosa sin memoria.
La rosa que se olvida de la oscura
proletaria raíz que la levanta.
La que empieza a morir todos los días,
en su ataúd de pétalos atados,
con el sólo contacto jubiloso
del ojo enamorado que la mira.
La rosa estatua de sí misma erguida
sobre su verde pedestal de hojas:
intacta forma, material, sin fuga.
La rosa soledad desgarradora,
entre sus propios límites:
cautiva.
La rosa eso: ¡Nada más que rosa!
Sola y externa, estricta y objetiva,
en su hueca presencia realizada.
La otra rosa también,
la simulada:
fantasma corporal de otro fantasma,
rostro espectral donde el color tan solo
suscita otra mentira,
otra historia banal que se deshoja
en torno a la ilusión de los sentidos.


II

Ninguna de estas rosas
de afuera, es la rosa.
La íntima. La rosa recatada
en su existir más hondo y verdadero.
¡La que el ángel defiende con su espada!
La obscura rosa abstracta, la ambiciosa
sugestiva palabra que edifica
múltiples formas de su propio origen.
La rosa del poeta,
fidedigna.
La que nace de sí para quebrarse
en diferentes orbes y cometas.
Cuando la rosa del rosal perece,
esta rosa de sangre resucita.
Torna a buscar su eternidad de siempre
al labio conmovido que muriendo
la nombra por su nombre.
Que dice rosa sólo y aparece
un bello rostro inmaterial, herido;
una forma tan leve, que en el viento
su cuerpo no fatiga.
Inespacial presencia de un objeto
de pura irrealidad que construimos
para goce y deleite de ese amoroso dios de
soledades
que clamando, por dentro nos habita.



CUANDO LA ROSA MUERE

Cuando la rosa muere
deja un hueco en el aire
que no lo llena nada:
ni el eco que sepulta
su desolado rostro
herido en otra arena,
ni la luz que va sola
en río transparente
hecho por serafines,
ni la sombra que es ala
de un pájaro de nieblas
nacido sobre el viento.

Cuando la rosa muere
deja un hueco en el aire
que no lo llena nadie.

Sólo el llanto lo anega
con sus blancas estatuas
de sal petrificada,
con sus astros caídos
y sus nubes viajeras;
sólo el llanto lo anega
en estrellas pequeñitas.

Cuando la rosa muere
deja un hueco en el aire
-redondo como un nido para
acunar tu pena.


PAISAJE CON UN MERENGUE AL FONDO

Por dentro de tu noche
solitaria de un llanto de cuatrocientos años;
por dentro de tu noche caída entre estas islas
como un cielo terrible sembrado de huracanes;
entre la caña amarga y el negro que no siembra
porque no son tan largos los cabellos del agua;
inmediato a la sombra caoba de tu carne:
tamarindo crecido entre limones agrios;
casi junto a tu risa de corazón de coco;
frente a la vieja herida violeta de tus labios
por donde gota a gota como un oscuro río
desangran tus palabras,
lo mismo que dos tensos bejucos enroscados
bailemos un merengue:
un furioso merengue que nunca más se acabe.
-¿Que somos indolentes? ¿Que no apreciamos nada?
¿Que únicamente amamos la botella de ron,
la hamaca en que holgazanes quemamos el andullo
del ocio en los cachimbos de barro mal cocidos
que nos dio la miseria para nuestro solaz?
Puede ser; no lo niego; pero ahora, entre tanto,
bailemos un merengue hasta la madrugada,
entre ajíes caribes de caricias robadas,
cabe cielos ardidos de fuego de aguardiente,
bajo una blanca luna, redonda, de cazabe.
Que ya me están urgiendo de caminos reales
los nísperos canelas de tus propios racimos,
y no sé de qué soles tropicales me vienen
todas estas violentas viscerales urgencias
de querer cimarronas morbideces de sombras.
-¿Que hay muchos que aseguran
que aquí, entre nosotros,
la vida tiene el mismo tamaño de un cuchillo?
¿Que nuestra gran tragedia como país empieza
desde cuando aprendimos a tocar el bongó?
¿Que el acordeón y el güiro han sido los peores
consejeros agrarios de nuestros campesinos?
Puede ser; no lo niego; pero ahora, entre tanto,
bailemos un merengue que nunca más se acabe,
bailemos un merengue hasta la madrugada:
que un hondo río de llanto tendrá que correr
siempre
para que no se extinga la sonrisa del mundo.
-¿Que el machete no es sólo en nuestras
duras manos
un hierro de labranza para cavar la tierra
pequeña del conuco, sino que muchas veces
se ha convertido en pluma para escribir la
historia?
Puede ser; no lo niego; pero ahora, entre tanto,
bailemos un merengue que nunca más se acabe,
bailemos un merengue hasta la madrugada:
que ya no serán sólo tus manos olvidadas
dos sonámbulas rutas de futuras vendimias
sobre una tierra brava;
ahora te daremos otras maternidades
fecundas de distintas raíces verticales.
-¿Que fuimos y que somos los mismos
marrulleros,
los mismos reticentes del pasado y de siempre?
¿Que dentro de la escala de los seres humanos
hay muchos que suponen que nosotros no vamos
más allá del alcance de un plato de sancocho?
Puede ser; no lo niego; pero ahora, entre tanto,
bailemos un merengue de espaldas a la sombra
de tus viejos dolores,
más allá de tu noche eterna que no acaba,
frente a frente a la herida violeta de tus labios
por donde gota a gota como un oscuro río
desangran tus palabras.
Bailemos un merengue que nunca más se acabe,
bailemos un merengue hasta la madrugada:
el furioso merengue que ha sido nuestra historia.



PRESAGIO
DE «Sin rumbo ya y herido por el cielo»

Yo estoy muerto con ella,
sin rumoroso llanto de azucenas,
desde un pecho que extingue sus ardientes
cenizas,
desde la misma rosa de hielo que ella habita,
desde la misma niebla donde sus ojos miran
la soledad del mundo,
desde todas las cosas -inevitablemente- yo
estoy muerto con ella.
No valen los clarines que golpean desde el
fondo terrible de los sueños
no valen los clarines con el eterno y duro gemir
de sus cristales
de amor resquebrajados¡
no valen nada ahora desde que ella se ha ido:
ni el musgo que nos brinda su refugio tranquilo,
ni la amarilla voz de los otoños,
ni la piedra, ni el nardo, ni la arcilla madura
donde moldea el silencio su recóndita estatua¡
no vale nada ahora desde que ella se ha ido...
A la orilla del llanto sereno de la noche;
a la orilla del llanto donde caen las estrellas,
no sé desde qué sombra yo escucho sus campanas
(palabras que se han ido de amor entre las gentes).




EL ANGEL DESTRUIDO
BARRO INAUGURAL

Sólo una gran piedad
pudo crear los mundos eternos sin hastiarse
sólo una gran ternura
pudo sembrar la vida, como se siembra un árbol,
la jubilosa voz de una semilla.

No pudo ningún otro posible sentimiento
alzar nuestro destino,
nuestra meta mayor ante la eternidad
absorta que nos mira desde sus hondos ojos
de solitaria estatua preferida.

Una gran campanada resquebrajó los altos
cristales de la noche, y chirriaron los goznes,
los metales mohosos de la casa vacía,
donde cavaba Él solo para enterrar el agua
sin rostro de su llanto, de su íntima noche
caída hasta la angustia.

Aún no transitaba por el cielo el relámpago
de pluma de los pájaros, ni el viento, todavía,
era un sepulcro abierto para enterrar palabras,
voces precipitadas desde los rojos labios
donde el amor fabrica muriendo sus campanas.

Ignorado de sí -lo mismo que la nada clamaba
por un nombre, por una voz tan llena
de sangre que lo hiciera a sus pies, el silencio
del orbe era un gran río de soledad cayendo,
un mudo serafín de bronce arrodillado:

Quiero un labio que esculpa mi nombre sobre el aire
(dijo al fin, sollozando),
un eco que responda preciso a mis palabras.

No es posible que exista sin que me piense nadie.
Mi realidad se hastía de ser para mí sólo.
Sin otro que me sienta temblar, yo no sería...

Entonces fue la infancia desnuda de la luz,
su limpio nacimiento,
entonces, su niñez: anécdota de espejos,
memoria de la lámpara de bruñida sonrisa
de vidrio adolescente, de ángel verdadero
que delata el relieve más fino de las cosas.

Entonces fue su aliento un sólo resplandor
de fuego bajo el agua, en medio de la noche
sin alba de los peces,
ninguna fuerza pudo quebrar su pensamiento,
su soplo forjador
crecido como un brazo de luz en las tinieblas,
en el ojo vacío
donde moldeaba el tiempo su estatura de sombra,
la forma de su rostro perdido hasta la ausencia.



ADÁN DE ANGUSTIA

Ahora tengo el anillo cerrado de su nombre
como una gran cadena sobre mi corazón.

Todo él me circunda y sin embargo lloro
vencido por la angustia de su cielo de siempre,
el dolor de su pecho cubierto de raíces,
la inmóvil permanencia de su mundo inmutable
donde todas las formas lograron su presencia,
su realidad concreta de cosa terminada.

Queda mi incertidumbre destruida a la orilla
terrible de su orbe, donde ya nada empieza,
donde nada comienza después de sus palabras.
Ahora soy el objeto final de sus bondades.
El más noble fantasma que colma su deleite.
Sin embargo yo tiemblo de horror, yo me devoro
sepulto en este clima salido de sus manos,
en medio de esta arena caliente donde Él puso
toda su enorme fuerza para inventar el aire,
la noche de esa fruta donde madura el alba.

Aquí fueron los peces, las palomas, los nardos;
aquí, los caracoles primeros, los corales
de enrojecida voz despierta entre las aguas.
Aquí fueron las rosas lo mismo que los pájaros.
Ningún ángel valiente traspone mis umbrales.
El mismo fuego aún es propiedad del cielo:
fundo de los demonios que pueblan la intemperie.

Sólo el gran abandono del tiempo está conmigo.
¡Oh Señor de la voz donde nacen los soles!
¿Qué quieres Tú de mí que me dejas tan solo
clavado ante el silencio de esta atmósfera tuya,
donde ningún esfuerzo derrumba las murallas,
la gran pared eterna que limita tu rostro?

¿Eres sólo una máscara cubriendo su misterio;
una piedra cerrada donde sueña mi infancia;
aquella oscura infancia que en tus manos no tuve?

Algo me está por dentro creciendo como un río;
algo me está quemando como una llama viva:
siento como una espada caliente entre mis ingles.
Una espada de fuego que incendia mis entrañas.

¿Qué puedo hacer ahora de nuevo con tu nombre
después que estas palabras cayeron de mi árbol?
¿Qué puedo hacer de nuevo con ellas, Alfarero?

Ya estoy lejos del barro con que te entretenías;
ahora soy un brazo que siembra una semilla,
un gran surco despierto, una luz en vigilia.

¿De quién entonces, pues, aquella oscura voz
que clamando me nombra desde la oculta rama
de mi propia costilla? ¿De quién aquella voz;
aquel hondo vagido que resopla en mis venas
profundo como un río? ¿Quién por mí está clamando
erguido ante el abismo de su propio delirio?

Su nombre lo presiento tras un cielo de hojas
mordidas por los dientes pequeños de la brisa,
ante la voz terrible de una anciana serpiente,
en la era redonda de todas las manzanas.



EVA RECIÉN HALLADA

Tú que habitas ahora
despierta sobre el agua rota de los diamantes;
tú que habitas ahora, como una llama viva,
lo mismo que una lámpara desvelada en su propio
mundo de claridades,
no eres la luz terrible,
la fulgurante luz que llega de los cielos;
eres la espada fina, la silenciosa espada
que siega las tinieblas, el más agudo grito
salido de las mismas entrañas de las sombras;
eres el río de siempre cubierto de cenizas:
el río inevitable
donde el amor aguarda la primitiva lumbre
que quiebra sus metales,
sus desoladas selvas, sus ópalos del aire;
eres la iluminada,
la solitaria esquiva que defiende los bronces
de la noche y del alba:
radiante forma anclada de los vivientes orbes.
Traspasado por ti derrumbo mis orillas,
hago rosas de hielo de mis propias palabras.
¿En cuál lecho de otras diferentes arenas
creció de soledades la noche que en tus pulsos
moja en agua celeste su roja llamarada?
En la ola de vidrio furiosa que te envuelve
lo mismo que una torre,
como una firme hiedra de sed devoradora,
impelida por ciegos arcángeles, te lanzas
más allá de las nieblas, hacia los nuevos soles
que laten en tu sangre llovida de amapolas.
¿Es al amor que esperas
erguida en el umbral de la rosa más alta,
de la encendida rosa que el verano calcina
con sus labios de fuego?
Debajo de la muerte total otras campanas
desesperadas claman; claman otras campanas
debajo del silencio donde crece el hastío
como una flor helada.




PRIMERA EVASIÓN

Lo redondo es un ángel
caído en el vacío de su propio universo,
donde la justa voz de su verdad resuena
llena de eternidad cerrada y de infinito;
lo redondo es un río; maravilloso río
que sale y que retorna de nuevo hacia sí mismo,
hacia la hueca nada donde su ser gravita;
por su forma la lengua de Dios está explicando
su gracia preferida, la imagen con que muestra
la sombra de su rostro desnuda sobre el mundo:
¿No es su ley la que esculpe la manzana del orbe;
el anillo que cierra el pedestal del árbol,
la cabeza del hombre?
Lo redondo es un ángel cautivo que no sueña,
que no se traslimita de su cerrado cielo:
un ángel prisionero que está sujeto a Dios
como un objeto más, de amor, entre sus dedos.




EXÉGESIS DEL AIRE

Es lo propio que el aire
no muestre su figura.
Hay razones que imponen
su proceder de vidrio
transparente.
Su inmemorial costumbre
de Narciso que fluye
sin espejo,
gozoso de no verse,
de no sentir la propia
caricia repetida
de su cuerpo.
Desde la misma edad
del tiempo en que se inicia,
su juvenil premura le conduce
hacia un rumor de hojas
solamente. Y ya,
casi doncel de luz,
casi todo destello,
de rama en rama
-desnudo se
columpia.
Pero después el aire,
se crece, se amplifica,
porque también en él,
como en el ser del Hombre,
parece se suscita
una ardorosa sed
de amor por lo Absoluto.
Todo entonces el aire
lo besa con sus labios
totales, lo acaricia,
con sus múltiples dedos
sucesivos.
Todo entonces el aire
lo abraza, lo rodea,
lo ciñe con furor
de apasionado amante;
su unánime deseo
por el amor se expande
lo mismo que una piel
ceñida a la intemperie,
a la rosa real
del objeto que ama.
Porque en verdad, el aire
irrumpe siempre
como el amor. Y es río:
Agua de lo inasible
que fluye eternamente.


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