domingo, 4 de septiembre de 2011

4598.- JOSÉ ENRIQUE GARCÍA


JOSÉ ENRIQUE GARCÍA
Nació en Santiago de los Caballeros (República Dominicana), el 26 de noviembre de 1948.
Hizo la carrera de Educación en la Pontificia Universidad Católica Madre y Maestra. Formó parte de «Literatura 70», grupo de profesores y estudiantes dedicados a promover la creación literaria. En Santiago publicó su primer libro, Meditaciones alrededor de una sospecha. Después obtiene el Premio Siboney de Poesía con su obra El fabulador. Acerca de este libro, el poeta español Rafael Morales dice: «En El fabulador, la expresión poética de José Enrique García se muestra ya más compleja y depurada, más enriquecida. El fabulador es, en realidad, un único poema, quizás concebido en su unidad como un poliedro de muchas caras, porque lo que el poeta canta o sueña no es ya sólo su propia vida, sino a la vez la de todos los hombres pasados, presentes y futuros, espejo todo de todos, porque un hombre es y será siempre, para el poeta, lo singular y lo plural humano.»
Trabaja asiduamente en su obra. Tiene inéditas varias novelas, un libro de cuentos y una obra crítica ambiciosa sobre las principales corrientes que han enriquecido nuestra poesía. Y debemos agregar que como crítico posee una agudeza fuera de lo común para interpretar nuestros textos y profundizar en ellos. Escribió para la Biblioteca de Clásicos Dominicanos, de la Fundación Corripio, el estudio preliminar y las notas de las poesías y los cuentos completos de Fabio Fiallo.
José Enrique García es doctor en Filología Hispánica por la Universidad Complutense de Madrid. Fue también profesor de la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña.

OBRAS PUBLICADAS:
Meditaciones alrededor de una sospecha (1977), El fabulador (1980), Ritual del tiempo y los espacios (1982), Contando lo que pasa, relatos (1986), Cuando la miraba pasar (1987), El fabulador y otros poemas, edición del Instituto de Cooperación Iberoamericana (1989), Huellas de la memoria (1993), Escribir. Ejercicios ortográficos y prácticos de redacción (1994).







CONJUNCIÓN

Hermosa la noche
cuando te deslizas por entre la sábana
y arrugas la tela con ondulaciones
de tu cuerpo.
Un pájaro aletea cerca de la casa
y el viento, en los ventanales,
despierta dulce en nosotros.
Los árboles de los alrededores
susurran limpias oscuridades.
Amorosa, hasta sagrada,
la conjunción de las carnes
que en fuego arde, mientras afuera
la noche escapa sin escándalos.








INVOCACIÓN AL MAR

El marinero ata en el puerto las distancias,
enciende un cigarro y echa a andar,
con mis ojos ilumino su cuerpo,
busco en él al mar, a los soñado pueblos,
a rostros, a vientos de otras tierras.
El barco permanece sobre las aguas,
levemente mece su maderamen húmedo,
y yo con su ancla clavada en la mitad del pecho
me regreso a lo íntimo de la casa.
Inútil marinero que hizo de mar estas maderas,
estos espacios por barco,
esta mujer por puertos.
Hundo las manos en el rostro
y las sales saltan de las lágrimas.
Oh este estar permanentemente anclado
en la dura tierra, en las paredes del refugio
en la sombra, en el polvo, en los silencios.
Oh condena la que me dio el origen:
ser náufrago en las orillas, en las arenas.









ASCENSO A LA CASA

Transitorio refugio de paredes
donde el abandono perfecciona su imagen
al rechazar todo aquello que está después del límite
de su volumen y forma y estatura.
En los rincones, sombras
que cayeron del fondo de los cuerpos
levantan a pulso las maderas
y abren ventanas, puertas
para construir la imagen
en donde se abandonan los cuerpos, los deseos,
el cansancio y el sueño,
donde el miedo diluye su presencia
al levantarse el beso del centro de los labios.
Una casa es velamen y cordura,
se edifica por voluntad del hombre,
por urgencia del sueño
por miedo y por amor
por origen y costumbres
y por el dolor profundo de los primeros besos,
y de lo que está en el cuerpo sin tocarse.
Una casa se construye palmo a palmo
espacio a espacio
para que dos personas habiten en silencio.
Si la casa envejece, si se llena de musgos, polvo,
si crecen en sus paredes las malas enredaderas.
Si se llena de ruidos, de palabras,
de lágrimas y silencios
no hay que buscar las enterradas piedras,
id en busca del hombre,
habitante intranquilo, perpetuo hacedor
de lo que envejece y transcurriendo se derrumba.











HISTORIA

Acabamos de enterrar al muerto
en una simple tumba.
Una herida en la tierra
y unas cuantas rosas por las que no pagamos
terminaron de cerrarle los ojos
que no despertarán jamás a medianoche.
De él, un pedazo de su muerte
sólo guardamos en la memoria:
aquel enterrado esta mañana.
De sus días y de sus noches
y de los caminos donde dejó sus pasos
no encontramos ni un solo vestigio,
tampoco de sus hambres y de sus amores.
Ignoramos si fue un malvado
a quien lo perseguían por una fechoría
o si fue un hombre honesto,
un doble desgraciado que huía de sí mismo.
Enterramos al hombre esta mañana,
y no sabemos - ni lo sabremos nunca cuántas
muertes tuvo que matar
para llegar a muerto.














HUELLAS DE LA MEMORIA

14

El viento no es la imagen,
es el paso del tiempo,
la noche que oscurece
árboles, yerbas, matojos.
No la imagen, pero
el ritmo, el pulso,
la sangre que fluye a la grafía,
al amoroso rasgo de desdicha,
el ir lento por la estancia.
Rumor de lejanía
sensación del otro.
No las huellas, pero
la presencia,
el dejo de la duda,
el tal vez de unos pasos tal vez.
El viento transfigura
el día que tejemos con los ojos abiertos.
El viento, sí, animal
suelto en el mundo,
no imagen sino mito encarnado,
anuncio, revelación de lo que se aguarda:
la mañana, el camino, el ascenso...
Dejémosle que silbe entre las ramas,
dejémosle que sea encima de nosotros.

17

Torre ya y cada quien a su lengua
a su sonido tan de carne,
tan de adentro.
Tantas lenguas, y caminos,
y fundaciones.
Hombres y pueblos,
signos augurales y también decadentes...
La lengua crece, fosiliza,
enmudece...
Cenizas las palabras,
despojo donde alborozó la vida,
huellas del hombre y de las cosas,
raíces.
Una lengua nos dieron en los comienzos
y ya adultas otras más.
Torre pequeña de Babel, ciudadela,
y las inmigraciones, los asientos,
la lengua de todos, la una,
tal vez de nadie,
sólo el poema.

18

Galope. Casa de bestias.
Colorido de banderas y de lienzos,
ardor en los ojos, firmes las manos...
Hombres al encuentro de la muerte
haciéndola más joven.
Sobre la tierra la sangre,
el humo, los escombros,
las siembras que arden en raíz y fibras,
los charamicos, el cascajo...
En tierra, los despojos,
y en el aire, revoloteando,
cercando vuelos, los pájaros:
festín, insensibles proyectos.
Caían hombres, luego
las patas de los caballos y los muslos
hundiendo aún más la tierra...
Tumbas y cruces por toda geografía.
Éramos la vida, éramos también la caída.



http://www.obsidianapress.com/jose_enrique_garcia.htm


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