miércoles, 23 de octubre de 2013

KIM KEUN [10.704]



Kim Keun 

(1973, COREA DEL SUR). Con su debut literario obtuvo el premio Munhakdongne de Nuevo Escritor. Publicó el libro de poemas Las excursiones del niño serpiente. 

La poesía de Kim surge, en buena medida, del trabajo que el autor hace a partir del dialecto de la provincia de Gochang, de la que es originario. La obra de Kim emerge de un imaginario en ocasiones sórdido e irónico; su plasticidad y ambigüedad en el lenguaje son dos de los rasgos más evidentes en su obra. 

El poeta coreano nos habla sobre el origen de su escritura:

El mes de junio de 1987 fue decisivo para que comenzara a escribir. En medio de la revuelta estudiantil contra la dictadura, Kim decide escribir con el fin de provocar algo a alguien. Así pues, su poética tiene dos ejes fundamentales: el chamánico-místico y el de la vida cotidiana. Por ello son perceptibles dos registros en su lenguaje poético: aunados a la plasticidad y ambigüedad del lenguaje, algunos versos parecen agresivos y contundentes, mientras que otros discurren dulcemente.



Poema / Kim Keun
Versión del inglés de Eduardo Padilla


Una fiesta, una fiesta

Arriba en el techo los caballos se han soltado las bridas. Relinchan de risa. Los ancianos han hecho una fiesta, una fiesta, sus rostros carmesíes, o pálidos, todos aquellos que se ahogaron, murieron de hambre, o fueron baleados, como hijos, hijas, nueras, nietos y nietas, se reúnen. De la nada, clip-clop, clip-clop, el sonido de los cascos de los caballos arriba en el techo. Las ancianas se acuestan sobre la mesa. Sus arrugas se van planeando lejos de sus cuerpos. La mesa de la fiesta está colmada de arrugas descartadas y las ancianas son engullidas por completo. Piel, entrañas, tendones, incluso sesos, todo es sorbido y devorado, luego los huesos son chupados hasta quedar blancos mientras que el techo está en silencio y los caballos sin bridas se dispersan por el cielo, carmesíes, carmesíes, relinchando de risa. Los ancianos sin dientes muestran sus encías negras, los caminos vivaces y saltarines dan un vistazo a la mesa de la fiesta. Hijos, hijas, nietas, todos se han ido, sin haber podido llegar o partir mientras que las hierbas junto al camino afuera en el crepúsculo se mueven de un lado a otro, pues están en una fiesta, una fiesta.





Poemas de Kim Keun

Por Luis A. Frailes y León Plascencia-Ñol

Conocí a Kim Keun en mi primer viaje a Corea en el año 2007 y me sorprendió de inmediato la fuerza de su poesía y su sentido del humor. Cuando le comenté que su nombre casi sonaba igual que el mítico monstruo hollywoodense, sonrío con ganas y bebimos soju esa noche y muchas otras más, mientras departíamos largamente comiendo samgioksa, un plato típico de carne a la plancha. En 2013 Kim, junto a la poeta Anh Heon Me, estuvo en nuestro país para dar una serie de lecturas. Recuerdo también un viaje que hicimos a su pueblo, en Gochang, de playas que parecían pertenecer a un paisaje lunar.




Ciénaga

La mujer está sudorosa y supura
su canción roja, azul o amarilla
asciende incesante, y como el moho

en el interior del cuenco los niños lloran sin parar; con estrépito
la mujer se traga a los niños del cuenco a puñados;
los niños, a medio cocer, son masticados ruidosamente como pedazos frescos de carne,
pero, por mucho que la mujer tragaba y tragaba, no disminuía ni un ápice la cantidad de niños
                  devorados;
ni desaparecía el llanto de los niños que fueron ya devorados;
el plato se rebosa y llena de los llantos, aunque carecen por completo de densidad

...y la mujer se tambalea con la delicadeza de una ramita de perejil,
como el perejil muchas mujeres zozobran a la orilla de la ciénaga.

Su cabello está enmarañado y la blancura de su ojo aletea en el aire,
por eso la mujer no puede interrumpir su canto
y, como el incesante llanto de los niños, pasó el día, pasó la noche

y, abruptamente, la ciénaga engulló a la mujer,
con un gesto brusco se sacudió de encima las lentejas de agua; ya no aguantaba más
y los niños, durante un rato largo, tuvieron retortijones.

Todos esos niños vomitaron la ciénaga. 



Los cantantes

En lugar de cuerdas vocales, los cantantes, oh, muestran unos genitales de color azul y su canción siempre se pasea pero sólo por el exterior de los cantantes y, con una cara azul y paralizada por una vibración como la de las hojas que tiemblan justo antes de adquirir los colores del otoño, los cantantes, en realidad han estado en todo momento en la parte exterior de la canción. Cuanto más cantan, más desnudan, violentamente, y cantan “ay, ay” sobre el amor y cosas así, y sobre tiempos ya muy remotos... oh, del pene de los cantantes brotó un éxito musical pasado de moda y rezumó también en los tercos gestos de los cantantes, que en todo momento se esforzaron por no dejar que brotara la canción y nosotros, al entrar en contacto con ella, también nos vimos, sin duda, la parte exterior de algo, ay, ay, y el amor y cosas así, y un tiempo muy remoto... y tal como una canción pasada de moda nosotros nos desnudamos violentamente y en lugar de cuerdas vocales tenemos un simple pene de color azul, que cuelga y oscila.




Rojo, rojo

Después de drenar toda su sangre, el corazón, solo y amarillento, desaparece metiéndose por un callejón: va agitando unos vasos sanguíneos desecados y sedientos. El dolor lo sigue rápidamente. En una parada de autobús, negra como carbón, el hombre, como un sapo verde, se pone panza arriba; su panza es roja, y el hombre, rojamente, permanece inmóvil; en el camino que recorrió hasta aquí había demasiados baches; rojamente se va secando; se descompone, se desmenuza; pronto ya no quedará nada de él, será invisible; aunque regresara, el descolorido corazón ya no podría encontrarlo; únicamente, y sin siquiera dolor, habrá rojuras y rojedades que, en torno a la parada
negra como carbón, corretearán, o darán saltitos, o irán gateando, o se pondrán a dar vueltas, o quién sabe qué harán...




Pasillos / 1

voy hacia el estómago comienzo con las fauces fieras y acabo en el sagrado ojo del culo me arrastra hacia su estómago y hasta aquí llego a este pasadizo largo y circular no hay escamas ásperas y centellantes sólo carne suave suelo y paredes en flácida fluctuación con puertas que cuelgan de una negra humedad tantas puertas y cada una con su viscoso picaporte cuyas direcciones desconozco y desconozco si esa puerta se abre hacia dentro o hacia fuera por eso no sé tampoco si este lugar es el interior de su estómago o del mío, si yo soy su alimento o él es su propio alimento, quién sabe si yo o él o tanto él como yo no seremos los trozos de un hueso pegados aquí y allá a un pedazo de carne de otro, un trozo de mi carne que no ha sido digerida y de la que mana un olor a podrido y allá, en las fauces fieras él se traga todo un cuenco de saliva que escurre como un caballo tan empapado como la lengua de un perro en la canícula y hemos llegado a este lugar desde aquellas afiladas fauces y no podemos avanzar ni hacia atrás ni hacia delante con lo cual sólo podemos limitarnos a estar aquí mientras pasa siseando una ráfaga de aire en dirección al sagrado ojo del culo y ese hombre me traga profundo y yo me adentro más en su estómago mientras el viento huele a viudo que se ha mantenido fiel a su difunta esposa toda la vida y agarra mi delicada mano y la retuerce como el picaporte de una puerta y al momento su rostro adquiere un aspecto que sin ser completamente suyo tampoco le es ajeno y entonces se desdibuja y pienso que hay bastantes malditas puertas y demasiados picaportes, pero quizá ahora ya no queda ninguno finalmente, retorciéndome sin parar, sin estar dentro ni tampoco fuera, en este lánguido estómago, sin saber ya ni mi propio paradero,
yo…



Pasillos / 3

acabó por abrir la puerta y entrar

la 601 parió a la 602; la 602, parió a la 603; la 603, con la 604, parió a
la 605; la 605 parió a la 606; la 606, con la 607, tuvo a la 608; la 608 a
la 609, la 609 a la 610, la 610 a la 611... y así, sucesivamente, paren y
paren...

afuera, y como disparada, la luz del sol
la oscuridad llegó desde la otra orilla del tiempo, donde las puertas 
 [se contonean
y, secretamente, alcanzan un peso difícil de controlar
a mí me agarró de un tobillo y tiró de mí y yo me opuse con todas mis
 [fuerzas
sin poder ni entrar ni salir, aguantando las ganas de orinar, aguantando
 [y resistiendo.

sucede puertas adentro.
cuántos esqueletos tendrá: ¿decenas? ¿centenares?
¿miles, miríadas?
sea como fuere, él ya está desgajado en numerosos él,
ya no se sabe ni remotamente quién es, hasta es posible, en este lugar,
que ni uno solo de los esqueletos sea suyo; aquí...

...una puerta lo engulló repentinamente.
es imposible encontrar la puerta que se lo tragó, no se podría encontrar
ni en toda la eternidad
y yo, en solitario, me sujeto fuerte el pantalón, para que no se me caiga,
y cuento frenéticamente el número de las puertas, que va aumentando de
manera constante gracias a su repulsiva multiplicación.



Cine de nubes

Ya es la hora de reunirnos en un cine de nubes aunque no sea como una bandada de nubarrones, un lugar donde se cuelen personas de a una en una o de a dos en dos que quieran borrar su rostro, y donde no nos importe olvidar la luz del sol y todo lo demás. Marginemos todas esas cosas tan afiladas y salientes que se clavan en los ojos y no tendremos más que sentarnos en sillas hechas de nimbos y poco a poco, furtivamente, intercambiaremos nuestras nubes, la de cada uno, y no tendremos por qué oír aquel ruido de disparos de viejas películas, como Combate en la fábrica de nubes o Nubes de lo inhóspito...

En este cine de nubes no hay nada escrito ni anticipado, por eso que empiece ya la pantalla a convertirse en vapor de agua y transmute de inmediato a otra forma totalmente distinta y qué les parece sí, en ese momento, nos dejamos embriagar por el aroma nuboso de las personas y que vayan poco a poco naufragando un instante en el fluir de los pensamientos

Nosotros, que somos solamente tú y yo, en este lugar, 
que estamos en el momento anterior a dispersarnos por completo en la oscuridad, 
que somos meras partículas de nubes que se alejan unas de otras, simple picadura entre los poros de la piel o entre las arrugas de la nube, nosotros, 
probemos a brincar y corretear, dando tumbos sobre las nubes, sobre esos cúmulos que somos nosotros mismos y que derraman lluvia de gente, que vierten a muchos como nosotros, que no somos ya nada, sobre ellas

Aunque no podamos, livianos, convertirnos en ángeles, podemos devenir nubes, que son como ángeles rollizos, blancos y ligeros
Pues aunque exista gente que juega con sus sillas y se incline a cada rato hacia atrás hasta
que, como nubes, terminen por evaporarse;
aunque las haya, en realidad no es muy significativo su número

Pues, aunque no sea exactamente para el cine de nubes, el hecho es que todo el mundo,
nosotros incluidos, estamos destinados a evaporarnos así, ligeros, etéreos, y no importa que
olvidemos la luz del sol y todas esas cosas 

No son tan largas las películas de programa doble que tratan sobre nubes

Aunque no sea para ver películas, incluso así reunámonos en un cine de nubes
En un cine de nubes, que cuando cae la tarde, se pone a flotar sobre el mundo, de ese mundo
que parecen estar tan ausentes



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León Plascencia Ñol. (Jalisco, México, 1968). Poeta, narrador, editor y artista visual. Hizo estudios de teatro y cine en la Universidad de Guadalajara. Dirige filodecaballos, editores. Fue director de la revista literaria Parque Nandino, de la revista de arquitectura y diseño México design y de la revista La Zona. Becario del FONCA en dos periodos; disfrutó de residencias artísticas otorgadas por el Ministerio de Cultura colombiano (2004) y el Instituto de Traducción de Literatura Coreana (2007 y 2012). Entre sus premios se encuentran el Nacional de Cuento Agustín Yáñez 2008, el Nacional de Literatura Gilberto Owen 2005 y el Álvaro Mutis (México-Colombia) 1996. Algunos de sus libros son Enjambres (FCE, 1998); El árbol la orilla, (Écrit des forges, Canadá/México, 2003); Apuntes de un anatomista de ciudades (Consejo Estatal para la Cultura y las Artes de Jalisco, 2006); Zoom (Aldus, 2006; Ángeles de Hierro, República Dominicana, 2010; IVEC, 2013); Satori (Conaculta, 2009; Era, 2012); Seúl es una esquina blanca (El equilibrista, 2009); Tratado sobre la infidelidad (Conaculta, 2010); Revólver rojo (Bonobos, 2011); Polaroids de grullas volando bajo un cielo naranja (filodecaballlos, 2013) y El lenguaje privado (filodecaballlos, 2014). Realizó con Rocío Cerón y Julián Herbert la antología El decir y el vértigo. Panorama de poesía Hispanoamérica 1965-1979 (filodecaballos, editores, 2005). Ha sido guionista de televisión, articulista, editor de cultura de periódicos. Obtuvo el Premio Iberoamericano de Poesía Jaime Sabines para obra publicada 2010 por Satori. Está traducido parcialmente al francés, inglés, coreano y portugués. Es miembro del Sistema de Creadores de Arte de México.

Luis A. Frailes. Traductor.





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