martes, 7 de febrero de 2012

REINALDO GARCÍA RAMOS [5.784]


REINALDO GARCÍA RAMOS

Nació en Cienfuegos, Cuba en 1944 y emigró a los Estados Unidos en 1980, con el éxodo del Mariel. Perteneció al grupo literario El Puente (1962-1964). En 1978 se graduó de Licenciado en Letras en la Universidad de La Habana. Miembro del Consejo de Dirección de la revista Mariel (Nueva York, 1983-85). En la actualidad es el Editor de la revista digital de poesía Decir del Agua, fundada en 2002 (www.decirdelagua.com). Ha publicado los libros de poesía: Caverna fiel (1993) y En la llanura (2001).

Exiliado en Estados Unidos desde 1980, donde trabajó para la agencia The Associated Press; en 2001 se jubiló de su cargo de traductor de Naciones Unidas. Sus libros de poesía son: Acta (1962), El buen peligro (1987), Caverna fiel  (1993), En la llanura (2001), Únicas ofrendas, cinco poemas (2004), Obra del fugitivo (2006, XI Premio Internacional de Poesía ‘Luys Santamarina-Ciudad de Cieza, otorgado en la Universidad de Murcia) y El ánimo animal (2008).  Sus poemas han sido traducidos a varios idiomas, entre ellos el inglés, el francés y el húngaro, y se han incluido en numerosas antologías, entre ellas Poesía cubana de la revolución, selección de Ernesto Cardenal (México, 1976); La isla en su tinta, selección de Francisco Morán (Madrid, 2000); Las palabras son islas, panorama de la poesía cubana, siglo XX, selección de Jorge Luis Arcos (La Habana, 1999); Poesía cubana del siglo XX, selección de Jesús J. Barquet y Norberto Codina (México, 2002) y Antología de la poesía cubana, selección de Ángel Esteban y Álvaro Salvador (Madrid, 2002).


NO BAJO EL HIELO

a la memoria de Don Miguel de Unamuno

¿Tendré en el destierro entierro?
M. de U.

Aterrizando en La Guardia a las dos de la tarde
un lejano febrero,
contemplé desde lo alto la tierra congelada,
su aspecto rígido cubierto por la nieve y el hielo
y las ramas sin hojas de los árboles,
como huesos negros de manos casi muertas
que clamaban sin voz.

Y pensé en él.

Cuánta razón tenías, Maestro,
en pedirnos cualquier paraje cálido con sol,
un sol eterno y verdadero,
para que tus cenizas no sintieran
esta crispación, este afilado aire
que nos paraliza
y nos expulsa de la fe,
esta otra bofetada encima de la muerte.

Nueva York, 2003




CUARTO DE HOTEL, MIAMI BEACH

Nada de lo que tú has sabido está ya aquí.

En estas paredes no se aclara
el otro destino de los impacientes.

Una a una descienden sobre estas alfombras y papeles
las etapas iguales
de la pavorosa luz eléctrica, en silencio.

Se alejan los ruidos de los autos, allá abajo;
los recibes
como si alguien que no existe estuviese espantando
una colonia de crustáceos en la arena.

Mordiscos, patas, carapachos
triturados al sol;
ojos que saltan y que miran.

Nada de lo que abarcan estas lámparas
conocerá por fin esa acogida,
se marcará en el suelo sin las ensoñaciones;
aquí todos sabrán que no se dicen todavía
las palabras de la deflagración,
que hoy no se disponen
los festejos ni el asombro.



EL SILENCIO

Luego tendrás, aunque no quieras, que callar;
te quedarás en tu silencio.

No será fácil al principio:
durante un largo trecho seguirás hablando
y ordenando palabras, pero nadie
vendrá a buscar tu voz, a comprenderla;
tus reclamos serán un ilusorio aviso.

Tu conversación la sostendrás
con un cuerpo radiante, pero imaginario,
y a ese inventado espectro darás ahora tus envíos,
le hablarás de rostros que asaltaron tus sueños,
le mostrarás tu exaltación, tu espanto.

Ante esa imagen apresada te detendrás a toda hora;
la cuidarás con devoción, le entregarás
tus confesiones con cualquier pretexto.
Describirás serenos viajes,
ofrecimientos presentidos,
y todo estará ocurriendo en tu silencio.

Como el visitante entusiasmado
que contempla en un país desierto
la confusa prueba del tesoro que esperaba salvar,
pero que ya no existe,
deambularás por tus caminos armoniosos,
y mandarás mensajes mudos al vacío.



EL EMIGRANTE

Cuando llegue el momento,
aunque sea tarde y te apresuren y te griten,
pon en el armario oscuro los recuerdos,
ciérralo despacio, como puedas,
y trata de dejarlo para siempre
en el rincón más limpio de la casa.

Deja dentro esos rostros que se agitan y lanzan
sus entrañables advertencias;
no te lleves a ninguna parte esos claros mensajes,
esos cielos absolutamente desquiciantes.

Clausura ese paisaje pavoroso,
y déjate llevar sin sobresaltos
hacia las tibias grutas sumergidas,
hacia el gran remolino en que se acercan
las señales abiertas, el lenguaje de sombras.

En tus bolsillos llevarás, de todos modos,
ambiguos talismanes, objetos proverbiales que vendrán
a iluminar el inmenso exorcismo:
barajas incompletas,
pañuelos, abalorios,
secretos códigos, insignias,
emblemas de cartón,
la imagen única del ave
serena y disecada,
dibujos coloreados de los trajes
que se esfumaron en el extraño sueño…

alguna cosa más, pero ligera;
témele al exceso de equipaje.



EL MENSAJE

La respuesta no estaba dibujada
sobre la cal de la pared, sino encerrada en ella,
a salvo de la luz,
de la erosión, del frío.

No se podía leer;
nadie había visto nunca sus palabras o signos.

Pero en la piedra había quedado una señal.

En la callada superficie se abría paso una grieta,
como un antiguo río,
y esa sinuosa línea conducía
al sitio exacto en que el mensaje descansaba.

Para saber lo que el secreto nos decía
era preciso derribar la casa.



LEGADO

Para Amando Fernández

Un día, esperanzado, se encontró por azar
el extraño cofre de la historia de su escasa familia,
en el que se guardaban piedras refulgentes,
artefactos serenos del pasado,
brazaletes de asombrosos tamaños,
marcos de plata antigua,
papeles y cenizas,
y sin poder salir de su perplejidad o su cansancio
lo fue dejando todo lentamente en su viejo lugar,
con la premonición de que no volvería
a abrir aquel espacio nunca más.

Muchos años más tarde, en la impuesta vigilia,
quiso observar de cerca el tesoro tranquilo de su leve nación,
que era mostrado a los viajeros bajo enorme custodia
en un salón de mármoles oscuros y brillantes.

En el tesoro había reliquias portentosas,
restos de una batalla inverosímil,
espadas milenarias,
nobles declaraciones de principios.

Estuvo horas contemplando los laberintos polvorientos;
pero no pudo ver el grave sello
que salvaba a los fantasmas suficientes;
no le fue dado descubrir el aire establecido
que envolvía a tantas desapariciones necesarias;
no pudo contemplar el ávido contorno
que iniciaban esas cerradas eminencias.

Así, sin nada más entre las manos, despojado de sombras,
salió a aspirar despacio el aire de la noche.



OTRO DISCURSO AL ODIADOR

A la memoria de R. A.

Estos, mi amigo, siguen siendo tus días;
no te molestes en contarlos,
son poquísimos:
esta es la sombra y el resplandor de tu presencia,
aquí se aquietan y enardecen tu salvaje parodia
y tu retiro de las cosas;
esta, no cabe duda, es la precaria
y sucia mano del abismo
apresando tu sangre.

(Si miras con fijeza desde ahora,
podrás ir descubriendo
desordenados filamentos que naufragan sin ruido,
en esa lluvia fría y gris dentro del cuerpo)

Enormes y escasos son tus días.

Y es comprensible, digamos, y hasta justo,
que una imprecisa ira te ennegrezca las horas
(tanta inmundicia y pequeñez
se expanden y te ahogan);

Pero esos aullidos temporales no convierten a nadie
en un demonio, bien lo sabes.

Son escasos tus días,
y sin la menor duda suficientes
para dejar en claro que gastando los huesos,
dando en limpio la cara
al brutal incendio de las ruinas,
manoteando serenos en la piedra sin fondo,
respirando en la masa siniestra,
sin consuelo de árboles perdidos ni flores exclusivas
ni almas devoradas ni venganzas,
hemos sabido disfrutar esta visita
con paciencia y coraje.



ÁRBOLES DE SANGRE

Para Enrique Arrué,
el 20 de diciembre de 1999

Estos hermosos árboles bañados por la sangre
también tendrán sentido:
desaparecerán,
quemarán en su perfecto viaje
esas sagradas hojas que el viento hace vibrar;
su líquido esencial regresará a la tierra,
se sumirá en la añorada confusión.

Contémplalos; se queman en sí mismos,
en sus ramas se agita una pasión espléndida.
Sus raíces devoran con la misma impaciencia
el vigor y la espera.

Míralos bien, no temas; acércate despacio:
bajo la corteza reverbera el calcinante elixir.
Tócalos con fuerza, aspira bien su aroma humedecido.

La misma llamarada que los exalta y embellece
regresa luego enrarecida y los disuelve.



LA MIRADA DE ÁMBAR

(Harar, 1891)

Nadie supo hasta mucho después
que aquel hermoso comerciante había sido en su tierra
el hechicero de los verbos azules,
el ebrio regidor que sepultaba
las vocales sordas como el mar;
no sospechamos nunca que llevaba en los labios
el aullido de humo y la codicia
de su fornicación con los fantasmas.

Lo veíamos mezclar monedas y deseos
en las tabernas alejadas, entre viajeros indecisos,
y luego el viento tibio lo llevaba a las calles del puerto,
a que abrazara proyectiles con nombres olvidados
y ofrendara la pólvora a las nubes.

Pero cuando sellaba al aire libre
los cargamentos de explosivos,
en sus manos ardía el silencio del sol;
en su mirada se quedaban inmóviles
los últimos fragmentos de un augurio cerrado
y en sus ojos de ámbar se perdían las cifras armoniosas
con que se estaban preparando los asaltos.



AVES SORPRENDIDAS EN EL SUEÑO

“...to the birds in the white of the air...”
W. B. Yeats
Para Vicente Echerri

Arremolinadas se han alzado de los sitios
en que pensaban perpetuarse

Se levantan de los entornos comprendidos
con esfuerzo y contemplan desde cierta altura
toda la vastedad de su alimento y su descanso,
cubierta por las llamas

Aletean con fuerza en el ocaso transformado,
teñido de repente de un resplandor furioso

Y suben, suben en círculos muy rápidos
sobre la repentina claridad;
y sienten el crujido de los insectos calcinados
y de la hierba que se entrega a la devoración,
al humo que la anula

Pero no parten enseguida,
no se atreven tan pronto
a sepultar las dimensiones de su mundo;
giran y giran durante largas horas
con sus alas perfectas
sobre los laberintos conocidos,
que la noche disuelve

No saben escapar, al nacer no tuvieron
ninguna indicación para alejarse
de esta súbita fuerza;
cuando iniciaron su aventura en la inmensa pradera
nunca sospecharon este despojamiento

No encuentran en sus instintos heredados
ninguna explicación para este incendio
que ya devora con premura
todas sus fantasías.



De Acta (1962)


Por cuanto:

1

Y como yo estoy muerto
entre mis nieblas quietas sobre mis claustros reducidos a mí
devorando mi pupila angular un manjar de silencios
me observa nadie
ni siquiera el espectral reflejo en que me estudio
alcanza a continuar mi irracional concepto entre sus reglas

luego
me introduzco en un océano fétido constante
que me arrulla
y sus cuprosas aguas no logran mi pecho
ni mi espalda

toco los abrigos de la noche
y minucioso arranco sus velos polícromos
—desnuda ante mi hastío—

ningún sentido extraño llega a oírme
cuando me tiendo en un sitial de espumas
a aburrir mi razón
brotando mis crueldades de época hacia lo inhabitable
o más bien mi sinopsis enjuta
porque yo estaré muerto en mi losa de arenas
mientras el viento esté

y sin embargo entonces
una débil andanza entre las líneas recias que persisten.


2

Mi exhibición como un eterno devenir de engaños
traído por mis escasos días
hacia el agobio antiguo de la estructura misma de mi espanto

me he abandonado al viento en medio de un vacío
—pero no más que un hombre
trazado a pinceladas muy lejos
donde
ni siquiera es posible suponer la imagen
que ardía de mis dotes hastiadas—

nada de extraordinario o de imprevisto

soy cual un intento oscuro entre mil soles
una armazón de perfiles extraños
extraviada
hacia un sitial remoto en que crece insistente
sobre ocasiones plenas mi esperanza.


5

En la altiva penumbra
prometida una sonrisa tensa y mi dialecto

he hablado y he dicho rebuscando mi palabra inaugural
inadvertido
me ha narrado un ritmo de montañas
su repentino vuelo ante mi pérdida

o tal vez en el camino que regresa hacia todos los sitios
acaso en el espacio virgen
—ávido vacío de mi sombra—

había muerto desde el primer momento
dijo

y ahora no más ruido
nada de tormentas cansadas sobre el aliento humoso

traeré pues un desfile de astros
un tropel de miradas a iluminar mis hombros.


8

Creciendo persistente
desde todos los ejes una fuerza obsesiva
viola mi enervante indolencia
—tajante sobre su eco inmóvil—
porque su llanto cunde torrentes sin alcance
araña los desiguales muros
que sueñan sus viajes incosteables a la piedra
por conjugar espacios
la muchedumbre puede aminorar su ronroneo
su abrazo simplemente
y los ávidos vientres del rincón múltiple en el aire

y mi ilusión audaz
se desempolva entre esas ruinas justas.


10

En el confín alucinante de calles indecisas
y filamentos tenues
una vaga presencia de senderos vacíos
brota entre lumínicos contornos hacia el oscuro lecho
en que no se difunden
siquiera se perciben los rumores rígidos

dos alientos se tienden de infatigable sueño
al revés de sus sombras
dejan furtiva huella de sonrisas calladas
tras sus membranas nórdicas una savia de incendios
se consume
y persiste el vacío

en su lamento endeble una secreta urgencia se destruye

algo
como una seca decepción de cabizbajo gesto
ante el sórdido tiempo.


Acta:

Ya dentro de la noche
los ruidos vienen y se duermen en mí
que callo
por vagar como viento entre las ramas verdes de las plantas

esto que sé sucede

no me atrevo
o quizás mi voluntad que discursea no ha crecido

me recuerdo embriagado en mí mismo
perdido
percibiendo y latiendo en mis reacciones
pero lejos
—distancias que mis artes imponen a mis luces
luz tan natural como del sol
tan calurosa como esa de la fogata gimiente en mi horizonte—

porque yo me elimino
una extremidad extraña que me surge del pecho
construye de histrionismo
ciertos
pesados toldos negros que se ruedan
mas no por mi albedrío
sino
—tan enorme es el sitio en que me instalo
cumplidor de lo físico—
en miles de raros prendimientos que ahora necesito

pero encuentro una lágrima en los días
—larga, salobre ausencia—
convicción plena de no saberse
siquiera conocer lo sabido por los demás tan cerca

muerdo entonces mis rebeldías frágiles
agonizantes
porque se me desmayan en los brazos las ansias de sostener
o de guardar en mi diseño
la temerosa construcción de ensueños con cal de convencerse
que duelen en mi lucha
—combate alucinante contra efluvios
de cambiantes contornos—
y me agoto

y quisiera desnudar mis piernas
abonarlas de tierra
o al aire
en fin, naturales tactos
para fortalecerlas
e irme sin pertenencia alguna
o detenciones en el curioso espanto
muy fuera de esta sombra
—realmente, palpable trecho que se mida—
muy aparte de mi misma confusión
—espacio inundado en que lluevan mis tiempos—
para evocar

algo como una declaración de un par de palabras
ante el hermoso hecho de existir.








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