martes, 7 de febrero de 2012

5785.- EUGENIO MARTÍNEZ ORANTES


EUGENIO MARTÍNEZ ORANTES
El poeta Martínez Orantes nació en la ciudad de Santa Ana en 1932 y falleció en San salvador en julio del año 2005. Sus poemas llenos de versos libres cantan ardiente al amor como exaltan los tractores y pregonan la paz. La influencia nerudiana sigue sus versos cuando exalta a la amada y a la emoción del momento sin límite que engrosa su poesía. También incursionó en la narración y el periodismo, y escenificó los cuentos de Salarrué “La Petaca” y “La Botija” para el Teatro Estudio Amerindia, en un homenaje realizado en el Teatro Nacional de San Salvador en 1963.

Entre sus obras se hallan: Llamas de Insomnio (Poemas), Ballet (Poemas), El Arcángel de la Luz (Poemas); Fragua de Amor (Poemas)







SEÑORITA, USTED ES LA PRIMAVERA


Señorita:
Usted es una primavera
total,
definitiva.


Si en la vida todo el mundo se pareciera a usted,
No existiría la miseria
Ni el dolor, ni el hambre.
Los arados cantarían una canción de frutos y la tierra
-al sentir los pasos de la aurora
sobre su piel morena­-
se despertaría llena de optimismo
y más deseosa de ser madre
de sonoros vegetales.


Si los ríos se parecieran a sus cabellos,
en cada una de sus translúcidas escamas
viajaría complacida
una semilla de ternura.
Las armas no tendrían necesidad de existir
si la brisa que sopla
sobre los dolientes cuerpos de muchos países
fuera igual a su aliento.
Si la vida en todo el mundo
se pareciera a usted,
habría paz, trabajo y progresso.


Señorita:
Háganos un favor a los seres humanos
que vivimos pisoteados,
a los que jamás hemos tenido
un castillo de espumas frente al día
a los que nunca hemos sabido
lo que es sentir un sol
revoloteando dentro del pecho,
a los que masticamos sombras
por masticar violines
a nosotros
que somos cadenas de sufrimiento
aparentando hombres.


Háganos el favor, señorita.
Enséñele a la vida a ser como usted. Usted puede.
yo estoy seguro de ello.


Háganos el favor.
No se niegue.
Oiga: Todo lo que debe hacer es esto:
Sonreír con esa sonrisa
que tiene más luceros
que átomos el mundo.
Sin dejar de sonreír párese frente a la vida.
Dígale que la mire fijamente...
Y si no la comprende, háblele claro.
Insúltela por sucia,
por mugrosa,
por antihigiénica.
Dígale que se bañe.
Que se peine
Que se cure esas pústulas
que le cubren el cuerpo y que parece
manchas de tinta señalando
poblados en un mapa.


Después,
enséñele a sonreír como usted:
con ciclones de amor.
Porque eso es lo que necesitamos: Amor.


Háganos el favor, señorita.
Enséñele a la vida a ser como usted.
Usted puede.
yo estoy seguro de ello.










YO VIVÍ EN UN PAIS*, SEÑORITA


Señorita:
Yo viví en un país que cantaba.
Cantaba con los fuertes brazos
y los desnudos pies de sus indígenas.
con el sudor de los obreros
y con las manos
de las madres que veían en cada hijo
-floridas de caricias­-
una espiga
creciendo de la tierra a las estrellas.


Yo viví en un país que amanecía
en los labios de todas las muchachas.
Un país que levantaba
su pequeña estatura contra el llanto.
En cada arado había, progresando,
un plano de cosechas futuristas
y en cada surco
un deseo vegetal tomando forma


Yo viví en un país que despertaba
-de una antigua y tremenda pesadilla-
así como su nombre, señorita,
despierta en mi garganta a cada instante:
Fresco: sencillo,
jovial y transparente.


Un país que era la realización de un sueño
soñado por millones y millones de hombres
durante más de cuatro siglos.
...Un país donde se había desterrado a la tristeza
y se empezaba a destrozar a la miseria.


Sus ojos, señorita,
son dos mares de petróleo
encandilando al tiempo.
Su cabellera
as la selva donde extravían
-conscientes de lo que hacen-
las huellas de mi sed y mi locura.
Y su boca es un imán que me arrastra hacia una constelación 
de nísperos maduros.
Por eso,
cada vez que la veo,
la emoción rebasa mis sentidos
y me hace recordar a ese país
que era un potente amanecer rompiendo
la estructura del llanto.


Yo viví en un país que era...
Sí; era.
Hoy es dolor.
Grito arrodillado en el espacio.


Hoy
las manos de sus obreros
son contenidas lágrimas de piedra.
Las frentes mancilladas, escupidas.
Y sus duras carretas
-cargadas de bananas-
son tristes luceros de ceniza.
Yo viví en un país que un día
romperá las cadenas de sombra que lo niegan
para volver a ser como antes era:
Igual a su mirada deslumbrante.
(*Guatemala)








LOS SOLDADOS, SEÑORITA


Los soldados,
señorita,
son tan humanos como usted.
Ellos también tienen sueños,
anhelos
y esperanzas.


No, no están hechos de odio.
Están hechos de amor
como de amor está hecho el bello cuerpo
que usted usa con gracia cotidiana.
Ellos nunca han sido enemigos del pueblo
ni jamás han deseado
verse la manos empapadas
con la sangre de otros hombres.


Son gente sencilla, frescamente sencillas.
Casi todos son hijos de obreros
o campesinos,
de tristes mujeres que lavan o aplanchan
ropa ajena
para ganarse el pan.


Un día les ordenarán: "Defiendan la patria".
Y ellos marcharan, obedientes,
en contra de otros soldados
a quines también habrán dicho:
"Defiendan la patria".
Antes de que los maten, matarán.
Cruzarán fangales y desiertos.
Muchos caerán podridos de hambre y sed,
lejos,
muy lejos de las lágrimas de sus hijos.


Cuando termine la guerra,
a los que sobrevivan triunfantes
la "Patria" los premiará con una medalla
para que, al correr de los años,
hinchando el pecho
se la muestren con orgullo a sus nietos.
¿Y los que con su muerte contribuyeron al triunfo?


¡Serán mártires de la "Libertad"!
El gobierno erigirá en honor de ellos
un monumento conmemorativo,
en el cual, en una fecha determinada,
un Ministro colocará, con mucha pompa,
una corona.
¿Y los otros?
Los otros serán prisioneros de guerra
o muertos
sencillamente.


Sí, señorita, esa es la triste historia
de los soldados.
No los desprecie.
No los mire con asco.
Ellos no son culpables de sus actuaciones.
Los culpables, son los que siembran el odio
en los caminos y los pueblos.


Los que a costa de sangre hacen riquezas.
Los que fabrican armamentos
en vez de arados y martillos.
Los que ansian conquistar
a los países
pequeños, para tener esclavos.


No odie a los soldados, señorita,
ni los mire con lástima.
Vealos como cuando usted se mira en un espejo.


...Un día
ellos, usted y los demás hombres del mundo,
nos reuniremos en torno a la esperanza
y cantaremos.


Cantando construiremos un mundo
que, con la frente levantada
caminará hacia el progreso...


Un día, señorita,
los soldados irán sobre tractores
conquistando la paz,
la paz que ansiamos desesperadamente.














SÍ SEÑORITA, LOS TRACTORES...


Sí, señorita,
los tractores son las arma
que nosotros necesitamos urgentemente.


Hasta ahora, los hombres
Hemos querido conquistar el mundo
a fuerza de golpes,
de puñales y ametralladoras.
Consulte usted la historia.
Está llena de sangre,
de cadáveres,
de gargantas que gritan contra el odio.
Todas las hojas de los calendarios
están de luto, señorita,
como si el único
motivo que nos tiene en la tierra
fuera el de asesinar a nuestros semejantes.
Es terrible, señorita, terrible totalmente.


Cuando usted, frente a un espejo,
se pinta las mejillas y los labios,
cuando espera el autobús para ir a la oficina
o cuando está
frente a una máquira de escribir,
cuando escucha a Beethoven
o lee a Neruda,
cuando ríe, bosteza o suspira;
en cualquier parte del mundo
está muriendo un hombre y otro y otro y otro.
Los está matando el odio,
la guerra, la miseria.
...Los días corren por las calles
mostrando el esaueleto
bajo la carne rota.
Los mendigos
penetran a las cafeterías y los bares
como hormigas hambrientas.
Da lástima, dolor, rabia,
el contemplar los rostros dolorosos
de los niños
que antes de aprender a leer y escribir,
aprendieron
-porque la vida les enseñó con golpes-­
a pedir una limosna en nombre de sus dientes


Es terrible, señorita, demasiado terrible.
Por eso
Yo
afirmo corvencido:
Los tractores son las armas
que nosotros necesitamos urgentemente.












AÍDA


La primera brasa que tuve
se llamaba Aída.
Tenía el pelo alegre
como un trigal sembrado en una perla,
y unos ojos de fiesta donde el cielo
nacía diariamente.


(Ella fué la culpable de que yo empezara
a escribir garabatos sobre las espaldas
de lejanas estrellas)
...los dos éramos hijos de mecánicos,
los dos éramos hijos
de esa clase de hombres sudorosos
que aman la paz y aman el trabajo
y que al acariciar manchan de grasa.


La primera brasa que tuve
se llamaba Aída.
Los dos creíamos
que la vida era
un juego azul carente de final,
...Yo recuerdo que nunca nos pusimos
a pensar en la guerra y en sus muertos
ni en los países grandes que conservan
sus deudos con cañones y con tanques.
Nunca hablamos de eso. Ni del hambre
que roe y que taladra los estómagos
y aúlla en las esquinas de los barrios.
Los dos éramos niños todavía.
Ella fué un liriosol entre mis manos,
un venado de fuego saltando por mi frente
un canarioazucena
bañando mi costado de músicaperfume.


Han pasado los años.
Aída es una flecha cruzando mi recuerdo.
Yo estoy como los árboles:
enraizado a la tierra,
frente a los huracanes,
con los brazos cubiertos de frutos
y de trinos;
esperando el fulgor de un nuevo día.









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