domingo, 3 de abril de 2011

3664.- JORGE TORRES DAUDET


Jorge Torres Daudet, nació en Julio de 1943, en Guadalajara, aún vivos los rescoldos de la Guerra Civil, y en plena llamarada de la Gran Guerra Europea.
Siendo aún niño, se traslada con sus padres a vivir a Sigüenza, donde sigue sus estudios en el Colegio de la Sagrada Familia de Sigüenza, hasta la carrera de Magisterio, cuya Reválida hizo en la Escuela Normal de Magisterio de Logroño.
El hecho de cambiar la matrícula a este centro riojano tuvo mucha influencia en su vida, ya que se casó allí y vivió durante ocho años en Santo Domingo de la Calzada.
Posteriormente fue a vivir a Madrid, donde aún reside.
Empieza a escribir en el año 2006. Hasta ahora ha escrito los siguientes poemarios: “Atardecer del alma”, “El otoño en tus ojos”, “Rescatado de ti”, “Al cabo de los años”, “Frente quebrada”, “Mieses y flores”, “Me traía un sonrisa”, “Luna llena” y “Sin hacer ruido”.
De una compilació de algunos de ellos edita, en 2009, “Belleza cruel”, por Ediciones Sinmar, del Grupo Vitruvio.
Ahora tiene otro libro a publicar, posiblemente este mismo año, aún sin titular.
También está preparando un escrito en prosa.




Veneno

Te arrojé veneno a tus ojos
y me ha salpicado a los míos
Lo primero ya hace años, cuando nos conocimos,
lo segundo ahora mismo está pasando.
Y así nos escuece la vida, los dos sangrando.
Tropiezan nuestros párpados cansados
por todas las esquinas,
y seguimos naufragando,
sin que exista antídoto que nos salve.





Nuestro lecho.

Mi lecho, nuestro lecho, sin ti, mi amor,
es un erial de incontables hectáreas.
Mi manos, ávidas de tu piel,
se pierden, buscándote entre las sábanas
y ya, aun estando tu ahí, no te encuentran.






El tiempo ha frenado su prisa

He derrotado tus tímidos noes,
tus defensas, entre suspiros, quejas
y alguna lágrima furtiva.
He desoído tus lánguidas súplicas
-apenas musitadas-
he desgarrado tu inocencia,
tu delicado y sedoso velo de doncella.
Nuestros cuerpos, como si corceles desbocados
fueran,
se han liberado con el retozar de la pasión
irrefrenable.
Te he hecho mía, sin yo creérmelo aún.
La luna, reflejada en tus pupilas,
alumbra nuestra dicha.
El tiempo ha frenado su prisa.







Mis labios en los tuyos

Se entretienen mis labios en los tuyos
que, sin querer huir, van descendiendo
por tu garganta y frágil cuello.
Recorren los torrentes de sangre de tus venas,
-caudal desmedido de pasión-
ebrios y sedientos descienden
y escalan los erizados montículos
de tus pechos; se recrean en ellos,
juguetones, formando algarabía en tu cuerpo.
Tu vientre, en vaivén descontrolado, es una súplica
que mis sentidos, hipnotizados, aún comprenden.
Se deslizan al vello enredado de tu sexo
y, por caminos sinuosos, hambrientos se pierden
en lucha salvaje con tu frenesí
y loco desenfreno.







Sin hacer ruido

Quisiera irme sin hacer ruido
que sólo se oiga el aire en suave brisa,
sin ulular el viento,
y el llanto de mis hijos
-que no sea por largo tiempo-


Que haya sol o esté nublado... no importa,
los ojos tendré cerrados -una mano amiga
los cerrará, estoy seguro-

Durante algún tiempo, quizá un par de años,
se me echará en falta, más tarde, de vez en cuando,
se pronunciará mi nombre, en voz baja,
como para no despertarme,
y, buscándome, se mirará al cielo.

La nieve de un invierno borrará, para siempre,
mi nombre, borrará mi imagen; será como si
nunca, hubiera existido...nunca, nunca.







Me hacías un guiño

Te he tenido en mi cama,
has entrado en mis sueños;
me llevabas del brazo,
me hacías un guiño y no me soltabas
-zalamera- mi cabeza en tu seno.
Pero me he despertado
y no estabas conmigo, Parca.







No sé qué dolencia...

Hoy mi alma tiene el color de los días
otoñales, en los que el sol no nace.
Mi mirada se pierde en la fría luz
que anida mi memoria, entre el exiguo
murmullo del silencio de la tarde.
No hay nada que pueda salvarme, no sé, ni encuentro
qué dolencia me aqueja, ni si remedio alberga.








Cementerio Sacramental de San Justo,

Domingo, 12 de Diciembre de 2010.

Hoy los muertos estaban menos solos.
Un ramillete de bellas y enlutadas damas,
graciosas ellas en su vestir de negro, y arte en
su decir poético, con maestro de sobrio
porte, con capa, bastón y chistera,
han roto el silencio entre tumbas, nichos, panteones
y cipreses, apuntando al cielo –sus raíces
al misterio, a las tinieblas, dominios
cerrados de la muerte-

Han dejado sus versos, sus rosas y respeto
al frío de las losas, adornadas
con nombres notables: Bécquer, Campoamor
Espronceda, Hartzenbush, Larra...

Los versos emanan frescos, como si hoy fuera ayer,
en su actualidad eterna.
Los aplausos han hecho eco, como batir de alas,
frente a los muros que cobijan nichos...

Nuestro agradecimiento a Jorge Torres Daudet
por reflejar en su poema el espíritu que nos
llevó a homenajear a los autores románticos
(Fernando Sabido)







Resucitando el silencio

Han quedado atrás el rumor de rezos,
quedos cuchicheos y los indómitos llantos.
Por fin solo y para siempre solo…

Mi cuerpo frío,
abierto en canal y mal cosido, con hilvanes
de largos trazos –sujetando carnes… pellejos-
por la inmediatez de lo innecesario.

Yazco rígido, lívido, las cuencas
de mis ojos vacías,
ocultas por el velo de los párpados
-nunca lo hubiera imaginado;
¡que algo de mi sirviera
para dar luz a otro humano!-

Me queda el corazón inútil, destartalado,
y algún órgano, igualmente, vano.

Las llamas, ávidas, rompen el silencio, lamen
mis restos.
Indecorosas, se adentran en mis entrañas.
Buitres de alas de fuego, devoran mi cuerpo
y, luego, levantan el vuelo, se desvanecen
resucitando el silencio.


1 comentario:

  1. Jorge es un excelente poeta y una excelente persona.
    Me encanta que esté aquí.
    Un abrazo para los dos.

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