domingo, 12 de septiembre de 2010

1039.- CARLOS BARBARITO


Carlos Barbarito (Pergamino, Buenos Aires, Argentina, 6 de febrero de 1955) es un escritor argentino, y ha publicado libros de poesía y de crítica de artes plásticas.
Obras:
Sus textos sobre arte y literatura y su obra poética fueron traducidos, en parte, al inglés (por Brian Cole, Jonah Gabry, Héctor Ranea, Stefan Beyst, y Ricardo Nirenberg), al francés (por Chantal Enright, Jean Dif, Frie Flammend y Elina Kohen), al portugués (por Andréa Santos, Andréa Ponte, Ana María Rodríguez González, Rudolph Link y Alberto Augusto Miranda), al italiano (por D.Gg. Dellisola y Alessandro Prusso), al griego (por Paul Papadopoulos) y al holandés (por Stefan Beyst).
Poesía:
Poesía quebrada (Mano de Obra, Buenos Aires, 1984).
Teatro de lirios (Fundación Alejandro González Gattone, Pergamino, 1985).
Éxodos y trenes (Último Reino, Buenos Aires, 1987).
Páginas del poeta flaco (Filofalsía, Buenos Aires, 1988).
Caballos y otros poemas (Hojas de Sudestada, La Plata, 1990)
Parte de entrañas (Arché, Buenos Aires, 1991).
Bestiario de amor (El primer siglo, Centro de Publicaciones de la Universidad Nacional del Litoral, Santa Fe, 1992).
Viga bajo el agua (Ediciones del Dock, Buenos Aires, 1992).
Meninas/Desnudo y la máscara (Poesía. Ganadores del Concurso Nacional de Poesía Enrique Pezzoni 1992. Centro de Estudiantes Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, Último Reino, Buenos Aires, 1992).
El peso de los días (Ediciones Electrónicas Altamira, Buenos Aires, 1995).
La luz y alguna cosa (Último Reino, Buenos Aires, 1998).
Desnuda materia (Ediciones del Árbol, Buenos Aires, 1999).
Puntos de fuga (Colectivo ZonAlta, Toluca, 2002).
La orilla desierta (Andrómeda, San José de Costa Rica, 2003).
Piedra encerrada en piedra (Hespérides, La Plata, 2005).
Les minutes qui passent (Poietes, Foetz, 2005).
Figuras de ojo y sombras (Bermingham Edit., Donostia, 2006).
Música humana y de paramecio (Colección Manija, San José de Costa Rica, 2008)






Sfumato






Culpo al agua, al desnudo,
al pie que se sumerge,
al remoto humo que en casi muerte se desvanece.
¿Quién tapió el jardín,
poseyó hasta hacer cenizas
aquello que debía fluir,
transfigurarse, hablar en lenguas?
Cada animal diurno y nocturno
toma conciencia del frágil peso de su deseo,
de la potencia de la peste,
de lo inútil que es lavarse
en madrigueras asentadas en lodo.
Y tañe dios impío, polvo.







Si se respira es por una grieta
en el muro, por un agujero
en la red, por una falla
en la masa que a todo cubre.
Hay relámpago en el pan.
Hay ácido en cada palabra dicha
o callada luego del amor y la lluvia.
Todo se encamina hacia el vacío,
todo se vacía, entre risas y ruidos.
Los niños juegan a la muerte y mueren.
Sólo el viento no muere, sopla
contra una casa vacía
desde la que sin embargo
salen gritos.
Un perro ladra,
tendrá la palabra algún día.







De la vida se sale herido,
ningún mar sabe de este andar
bajo remotas esferas
después del desamor y el silencio.
Sólo es verdadera la lastimadura,
el día entra de espaldas a la noche
y la noche es una boca
desde la que toda palabra se envilece y se pudre.
En insomnio, reflejo de último y extranjero.
¿Dónde se guarda el secreto? ¿Cuándo
se tensará la cuerda en el aire quieto?
Cada casa reserva escasez y desidia,
espejo y muerte, número sin trama.
¿Dónde se guardan la moneda,
el ala, el signo del arrebato,
la voz y la brasa, el filo, la piedad, el musgo?
De la vida se sale herido,
ningún mar sabe de la presa entre redes,
de la rama que arde sola, lejos.







Detrás de la pared, una región
gris, sometida
a una respiración de buey,
sin centro de razón o misterio.
Adentro, un mapa ajado y erróneo,
una mano tras la luz
como un colérico tras la sombra.
En el patio, un árbol podrido
apenas respira por la corteza;
el viento sopla
y no renueva el aire.







¿Qué podrá sostenerme
ahora que la vida se escurre
como agua de los fregaderos,
confusa y turbia?






¿Qué mundo se conforma tras la espalda
cuando la obsesión es el horizonte?
Nada hay bajo la tierra, todo está insepulto.
Las astillas emprenden el vuelo
desde la luz del relámpago hasta el trueno.
¿Qué punta perfora al viento
cuando la perfección se desnuda ante el espejo?
¿Qué acaba y qué concluye,
qué chispa engendra idioma, carne?





Obras Menores I y II






OBRAS MENORES I

Vuelan tábanos sobre la carroña,
sobre lo que fue animal entero,
parado sobre sus patas,
con deseo.
Juegan los niños en un patio vecino.
Ignorantes de la tragedia,
cortan ramas de los árboles,
las hunden en el suelo
recién ablandado por la lluvia.






(A Laura Yasán)

El dolor –una música que se desvanece,
un silencio que se puebla de malos sueños-,
es lo único que sobrevive
después de las llamas frías,
el error instalado en el mundo.
Llamo,
no sé qué se concentra y qué se esparce,
qué erige una casa
y qué se oculta en el baldío,
apenas sé que aquella marca en la madera
exuda una sustancia
que gotea sobre una hierba
irremediablemente seca.
Y el aire y el agua se empobrecen,
pierden altura y medida,
un cuerpo y otro cuerpo ya no se ajustan,
se retira lo vivido
con su exceso de teoría,
de cálculo, de derivación,
de deuda.



OBRAS MENORES, II

Se conoce por la corteza, el rasguño
en la madera, la ola en la superficie :
¿hay hora, día, noche para ir
más abajo?
En la orilla, limo
acumulado tras el deseo.
Aves que beben sostenidas en un pie.
Fui hasta ese límite, desnudo y solo.
Pero no más allá,
¿hacia dónde todo se repliega
y se oye a sí mismo,
círculo
dentro de círculo?
Te ilumino con una lámpara,
te hago blanca cuando debería hacerte negra.
Y bebo del agua de la orilla,
limitado, implume.






Si yo gritara, ¿alguien me escucharía
del otro lado de la niebla?
Raro
y ancho mundo de cópulas secretas
y públicos crímenes, de sogas,
de tierras quemadas, de calles quemadas.
Si yo diese nombre a lo que veo, ¿despertarían
los animales de sus sueños profundos,
cada sombra obtendría perfecta capa de dicha?
Se librará la noche de su destino
y el día de su azar,
está escrito.
Pero, ¿y esta escoria,
esta tabla quebrada vacía de ley,
este perfil oculto tras un inútil deber,
un confuso existir, este pozo
adonde van a dar amor y lenguaje?
Si yo enterrase mi vida en el lodo,
¿qué crecería?







¿Es traición el aire que se deposita en la sangre?
¿Es culpa el pez envuelto en papel de diario
y el montón de hierba que el animal se lleva a la boca?
Ahora desde abajo fluye una música de ópera
que se oxida pronto en la humedad de las paredes;
ahora se enmohece un metal de deseo,
la luz pierde su ojo, el ojo su luz.
¿Quién tiene manos, muerde con sus propios dientes,
se clava astillas para despertarse,
graba el peso de su dolor en el duro tendón de la noche?
¿Quién entiende el número, el agua,
el resplandor entre las hojas,
el hueco que sobreviene al amor, el amor
y la carroña, la sombra en el largo pasillo,
cada ola que golpea, cada soplo sobre lo inmóvil?







Aquello que trae las nubes
y sostiene cada esfera en su sitio,
también instala lo oscuro.
Se evapora el agua a un paso del molino.
Se disipa el mundo al disiparse la mirada.
A través del ojo de la aguja
algo que se eleva luego de arrojar,
entre gritos, lastre de amor, de palabra.
Y ya no será de nuevo qué, cuándo, cómo,
dónde, por qué,
parirás el aire,
el poliedro en la mano de un niño,
un niño juega a los dados,
a cada tiro manzana, deseo, libro.

Noviembre 21, 2000.






Puntos de Fuga






Acaso ya no importe si verdadero
o falso. Acaso dé igual
la hierba o su sombra,
el vientre o la torpe figura
que intenta representarlo.
Acaso ya no quede nada,
ni el borde, ni la herrumbre.
El lento animal no bebe del agua
del charco, el amor no se ensucia
con el puro hollín, la pared
no se agrieta tratando de extender
la casa hasta donde se pasea,
ingrávida, la belleza.
Acaso ya no importe si honrado o vil,
si vertical o desplomado,
si deseo o cuchillo o relámpago.
Por el viento, insepulta, todavía,
la palabra, golpeando
contra negra, alta desdicha.





Vivo, muerto,
a través de la tierra hueca,
hacia luz fría, amor cercado.
El deseo sin pellejo,
puesto cabeza abajo.
Hablo, la lengua que uso
no tiene centro, es todo borde,
espera, perro sediento, la lluvia,
a veces ladra,
a veces hace silencio.
Todo vacila, pierde firmeza,
se desgasta al más leve roce.
¿Si niego lo que bebo,
ganaré vida con ello?
¿Si la empujo, desnuda,
contra otros cuerpos desnudos,
y a todos abrazo, y penetro,
se encenderá un fuego
entre piedra y piedra?





(A Aldo Tavella)

Vida, copia de copia:
humo, bruma, adentro,
materia que duerme o agoniza.
En el humo: novela: sombra de uro.
En la bruma, envuelta en red,
un deseo, pez hembra
con ojos hinchados y ciegos.
Hubo cuerpo, carne,
recinto de único amor o malaria;
hay ironía, deseo en péndulo,
belleza inclinada, caída
sobre su propio y obsesivo repique,
luz que alumbra con oscuro un dibujo,
provisorio, asimétrico.





Pende sobre un suelo seco.
Agotados ya el aire altísimo,
la promesa de ventura,
la luz del sol en el agua trémula,
la hora del blando pie entre raíces,
oscila, abajo la tierra
sin anhelo ni nutriente.
En su cabeza, ahora,
se juntan, en una sola masa de indiferencia,
olas de pasado y de presente,
y lo que debía ser súbito, urgido, deseoso
se resigna y abstiene de todo movimiento.

2 de abril, mediodía.





Polvo sobre polvo en un Libro que vacila.
Queda el hueco y al fondo, ¿todavía?,
árboles cabeza abajo, aves cabeza abajo,
lluvias raras sobre naciones olvidadas,
una esfera rotando sobre su propia ebriedad,
su propia locura.
¿Y si voláramos, si duráramos siglos,
si encontráramos bajo la arena la palabra,
si diéramos con la fórmula, la llave?
¿Y si más allá, donde se concentran,
en un gran centro, todos los puntos de fuga,
nos penetráramos de lado a lado
sin sentir el más mínimo sufrimiento?





(Duchamp)

Con un limpiabotellas, tres alfileres
de gancho y una tuerca
es posible hacer un mundo.
Y con ruedas de bicicleta,
cajas, fundas de máquinas de escribir,
percheros, ampollas de vidrio,
polvo, frascos de perfume,
cartón, grasa, clavos, yodo, estrellas doradas.
Un mundo no menos hermoso que éste,
no menos terrible.





(A Marcelo Bordese)

El vidrio empañado de ciencia
y del otro lado,
aquello en lo que nos transformaremos...
¿en comensales horribles
sentados a horribles mesas,
comiendo con las manos?





(Eliot)

Se quemó, en algún instante
del parpadeo que llamamos la vida.
Y de él quedó esto.
Y desde esto que ahora es
Acaso ya no pueda ver
la glorieta ruidosa por la lluvia,
criaturas del calor del verano.
¿Habrá ahora bajo el Puente de Londres
el mismo remolino?
¿Podrá ahora entender,
por fin, el lenguaje del humo,
la danza de las abejas sobre las flores?





Hay niños que entierran sus juguetes.
Hay un dios enfermo y frágil.
que ya ni se pregunta por qué está tan lejos, tan alto.
Hay un te necesito en un aire frío y quieto.
Hay una sombra que espera fulgor y prodigio.
Hay vagones abandonados, vacíos.






Una larga hora difunde bruma
y una nota al pie en una página olvidada
mezcla polvo de muerte con polvo.
El índice apunta arriba
- dónde deriva un astro desinflado -,
pero abajo no es mejor:
un fruto pende de la rama que lo infesta,
un juego de opuestos
descubren u ocultan detalles
de una naturaleza muerta
en la que cada cosa es tanto como la otra
y todas valen, en conjunto, poco, casi





(Banchs)

porque lo ido no dejó ni estela
porque la estela no recoge a su paso ni fruto ni piedra
porque las horas son ceniza
porque las horas son ciegas o están llenas de ojos
porque el alma carece de ventana y el cuerpo de puerta
porque hay pozo como hay palabra
porque no hay palabra sino pozo
únicamente pozo
nada.






(México)


II

(Frida Kahlo)

Cae un gran peso y es sombra,
suelo cubierto de hojas pútridas,
casa erigida en el centro del mundo
y en ella, oscuro, alguien
con las manos en el rostro.
¿Cómo desnudarse,
golpear el fondo, la piedra?
¿Cómo soterrar el dolor,
encontrar certeza más allá del cansancio?
-No estoy enferma, estoy rota-,
entonces,¿grabar pudor y ley,
invocar lo puro y lo fértil,
persistir en docilidad
con el vientre hundido en la sombra?.





Sé de una mujer que se ofrece a los pájaros:
desnuda, tendida en la hierba,
expone su espalda a los picotazos
y en cada dolor encuentra goce.
El mundo es extraño,
engendra cosas extrañas:
lluvias de panes y peces,
las bolas de fuego que vio Goethe,
los barcos volantes
que transportan los restos de las cosechas,
esa mujer, esto que escribo.





(Satie, Gnosienne Nº 3)

¿Qué quiere el viento
que sopla esta mañana, qué pretende
de nosotros, situados
entre un pasado que persiste
y un futuro que es apenas anhelo, esbozo?
No lo sabemos.
Por ahora
sólo agita la hierba que crece junto a las vías
y lleva nuestras voces
un tanto más cerca del horizonte.





Vi: no en sueño, en una hora
de luz y oscuridad, y
lo que vi me inclinó sobre la tierra.
¿Para qué tener ojos?
- me pregunté;
hubo una sombra
en cada reflejo en el agua,
un velo en el aire de la mañana.
Entonces era fácil morir,
ser arrastrado por el viento en fuga,
padecer algún mal desconocido.
Pero, ahora, ¿ la ventura
es otra, es otro el espejo,
otra es la ceniza que flota
luego del incendio?
No, aún esperan los muertos
la misma cura, aún
un niño graba su nombre
con la punta de una aguja en el basalto,
aún la casa no adquiere
lugar, cimiento, consistencia.




¿Adjudicarle espíritu a los peces,
una intensidad a la roca,
una cifra de alquimia, un grano
de piedad al espejo?
¿Éste es el peso del silencio,
éste, el filo que roe el tiempo,
ésta, la red en el agua ?
Sí,
hay un libro,
secreto, de tapas de cobre,
guarda, si no las respuestas,
sus sombras.
Pero,
¿dónde? ¿ en qué
nave, vientre, despeñadero,
haz de claridad o sombra,
risa, insulto, fatiga, reposo
está guardado?
¿Cómo llegar? ¿Con
qué ropa o desnudez,
con qué alimento o ayuno,
bajo qué calma o tormenta?
Además, no sé leer.





(John Cage, 4 33)

En el centro de la tierra,
un piano en silencio;
la música, los ruidos del mundo:
no hay animal que no grite,
chille, aúlle, bufe, resople;
no hay cosa
que no cruja, chirríe,
rechine, fermente, exhale.
En el centro, un hombre
inmóvil ante el teclado;
la música, los ruidos de los otros:
balbuceos, tartamudeos,
aplausos, gemidos, llamados,
imprecaciones, eructos,
flatos, ruegos, súplicas,
maldiciones, cánticos.





La mía es una edad vieja y amarga.
Mark Rothko a Robert Motherwell

La herida no es curable,
se abre amarga hacia el día,
hacia la hora en que,
desde todas partes,
la muerte mide palabra y futuro.
No somos iguales
pero nos iguala
el lejano sonido del viento
contra otras piedras
ni blancas ni negras.
En el suelo trazas de deber,
de juicio, a las que el viento
no borra, y húmedo desnudo
contra reseco muro,
y un idioma de alfileres,
de hileras de niños por un plato,
de breve, inútil dios
en vertical, flaco, magro,
solo entre alacranes, entre perros.
Pero la pared igual se alza.
Igual trepa el deseo por el costado.
Igual se ocupa de su fondo el océano.
Igual levanta el mundo sus defensas,
otorga olores a las vulvas,
disemina hierbas, polvo,
astillas.
Y mastico con mi diente único
el pan que a veces celebro
y otras veces niego.




Cenizas del Mediodía






(Leonardo)

I

Nitro, vitriolo, cinabrio, alumbre,
sal amoníaco, mercurio,
sublimado, sal gema, sal álcali, sal común,
alumbre de roca, arsénico, sublimado,
regaljar, tártaro, oropimente, cardenillo,
pez (cuatro onzas), cera virgen (cuatro onzas),
incienso (dos onzas), aceite de rosas (una onza),
cuatro onzas de pez griega, aceite
de rosas (una onza), sal
hecha de excremento humano quemado
y calcinado y hecho heces
y secado al fuego lento.

II

Negro, amarillo, verdoso, en el azul fino.
Negro en la sombra, y blanco,
bermellón y laca en las luces.
Rubíes de Rocca Nova o granates,
una onza de negro mezclada en una onza de blanco.
El yeso disuelto en vino.
El agua del mar filtrada por fango, por arcilla.
Papel para dibujar en negro con la saliva.
Humo de candela, capa delgada de plomo blanco,
polvo de agalla y vitriolo,
laca, cardenillo, sombra para el azul del aceite.







(Diario de Pédras Negras, I)

¿Será plano el mundo, acabará
en un abismo en llamas?
Hasta donde da la vista, montañas de hojas secas.
Aquí, donde no conocemos y apenas sospechamos,
bandadas emprenden el vuelo
y, abajo, la pava hierve
con un vano sonido
que no quedará en la memoria.
Tal vez ya sea demasiado tarde
para que el viento se lleve la hojarasca
y desde el agua en ebullición
provenga una indeleble música de esferas,
aunque las bandadas en su viaje
comprueben que no hay tal abismo
y al regreso píen, trinen, gorjeen la noticia.






Los padres mueren. De una muerte
de peste de fruto, envueltos
en las mismas sábanas en las que nacieron.
Dentro del último sueño, polo
abierto y marca en el nudo del viento.
Así se adensa el mundo.
Así se cumplen en frío mapas y estrellas.
Mueren mientras, en Delft,
gotas de sangre, hez de vino,
polvo de diamante, esperma humana
y de ratón, ojos de mosquitos,
telarañas, branquias de tritón
siguen revelando su mínima, infinita vida
a un micrógrafo qe ya no tiene ojos.
¿Despertarán en otra parte?
¿Adquirirán nuevos rostros y sentidos
más allá de estas arenas,
se abrirán ante ellos
las piedras, la espuma?
Se sumergen desnudos en seca belleza.
Se llenan de cansancio, de bromo.







(Nico)

Es más de lo que es,
respira aire más allá del aire.
Lo sabe: árboles infinitos
en un solo germen,
abejas de los despojos de un león,
pasión de la lluvia
cuando moja montones de hojas secas.
No lo sabe: ¿qué desastre preludia
tanta ávida, frágil inocencia,
furioso caracol sobre la tierra dormida?







¿Es ella, la que oye voces,
habla en sueños, mezcla dos levaduras
de las que, surge,
por mutuo contagio de calor,
confusa, la vida?







Hubo un mapa con leones y paraísos.
Hubo un límite en llamas para el océano.
Hubo bestias de dos cabezas.
Hubo éter, flogisto, calórico,
Fuegos de San Telmo, lluvias de sapos,
mujeres que orinaban de pie,
piedras parlantes, cometas asesinos de gatos.






A los niños se los devoran los perros
- dijo -.







Tengo yo que enjuiciar el mundo,
que medir las cosas.
Wittgenstein, Notebooks.


A esta hora el tiempo se curva
más allá de cualquier palabra:
una sombra, sólo una,
contiene vida, lo que resta,
lo que sobra.
El deseo
recoge escorias, el amor, residuos.
El idioma se quiebra
y produce astillas, todo lugar
es el lugar, ningún lugar.
Belleza torpe, deshecha.







Reciente, huido de lo inhumano,
apenas sucio, apenas limpio
y aún sin nombre, áspero.
Lo siento en lo que bulle,
en aquello que de tan fugaz
es eterno.
No mera voluntad,
madeja de fuerzas
como cuerpos que se reúnen,
afiebrados, y juntos
conforman una única respiración,
de lado a lado,
a orillas de la Obra.
Disuelve, coagula,
espuma sobre un animal todo ojos,
no desplomado,
relámpago
puesto para durar
sobre lo que por orgullo no se extingue.
Reverbera, desnuda,
resplandece: ¿qué lo conforma,
qué lo salva, contra qué materia
o soplo se apoya?






La ceniza que desciende
sobre los techos
y sin asilo quien ya no espera
se ensucia y no le importa. Hay un pez
en el abismo, chato,
hay un niño que lo sueña,
y por ese sueño fosforecen.
Pero ése no lo sabe.
Una rama de enebro arde
sin fuego aparente,
se queman el amado y el amante
que por una terrestre voluntad
al océano son empujados.
Pero ése no lo sabe.
Íncubos, limones, sepias,
piedras pulidas, alcanfores,
la memoria, la luna, el azar.
Pero ése no lo sabe.
Se ensucia, día tras día,
la ceniza y él
ya son una sola cosa,
y no lo sabe.







(Mi Valéry)



1



No hay figuras, hay palabras.
Y aquí despunta tanto el misterio
como el vicio que, para siempre, somos.
Y somos orgullo, pero de llave
que cree abrir y se miente a sí misma
y miente al que la usa.
No hay cabal
comprensión, resuelta
nebulosa de geómetra,
hay estigma, sinrazón, magia
barata, que falla en el instante
de extraer flores del sombrero.
Quizás haya algún tipo de nobleza,
de fe, pero torpe y ciega,
animal pequeño que teme al fuego
y no huye, permanece
con los ojos fijos en las llamas.
Tal vez haya una piedra luminosa
en el otro extremo de la soga.
Un mar más o menos puro.
Un esbozo de cuerpo, al menos,
y no una sombra.
Palabras,
sonidos que se oponen
unos a otros, que pugnan,
que chocan unos contra otros
produciendo chispas.
o se funden, copulan,
tienen precaria descendencia.
Acaso sólo sea esencial la oscuridad
y no la luz, el devenir
y no lo que guardamos entre las manos,
lo que abandonamos a un costado,
residuo, aserrín, viruta,
lo que se calla y no lo que se habla,
lo extraño y no lo afín,
el casco que golpea la grava
y no la música, o lo que creemos música,
que al ganar el alma pierde la carne.


2



Pero, ¿qué es nuestro, verdaderamente
nuestro?
Tiene
que haber algo más allá del silencio,
el olvido, el manto de cenizas,
los restos que arrastra el agua de lluvia.
Algo más allá del frío,
del ripio, de la fatiga,
de la fiebre sin mal aparente,
de las lágrimas sin objeto
ni razón.
Ahora,
mientras afuera hay tormenta
y el viento sopla,
me pregunto, le pregunto:
¿hubo un tiempo en que fuimos
actos y formas, cuerpos nuevos,
seres mezclados por el azar,
entre fluidos y vértigos?


3



Que se comprenda o no,
no importa. Que
se entienda por límite
lo que es superficie,
o viceversa, no importa.
Que sea infiel,
esquivo, contradictorio,
incierto, no importa.
Críptico, escondido,
pendular, oscilante,
que en vez de hablar gima,
mumure, tartamudee,
sea ininteligible,
incomprensible,
tarot, hechizo, conjuro.
No importa.
que exorcise y no medique,
fermente cuando todo le exige reposo,
contenga y no expulse,
expulse materia ambigua,
indeterminada,
no importa.
¿Importan la náusea,
el relámpago, el horror,
el caos, el desierto,
el error, la demora,
la prosa, la lastimadura.
la fonética?



4


Mañana, una estrella
alumbrará para sí misma.
Todo lo escrito se borrará.
Ningún remedio sanará
porque será un mal sin causa,
todo efecto.
Quien
coma encontrará
salobre el pan y amargo el vino.
Polvo sobre la mesa,
en el suelo, en las paredes.
Moho.
Pensará vanidad el animal acostado.
El cobre será cobre
y no amor, soplo, chispa.
Mañana uno de los dos se quedará ciego.

(Noche del 15 de abril, 2002)








Enterrarán al niño.
Leerán salmos de un libro
de hojas de fino cobre,
cantarán otros niños
un canto triste,
despeinados,
las rodillas sucias.
Nadie sabrá qué
causó su muerte,
culparán al frío,
al olor del alcanfor
que llevaba en el bolsillo,
a la palabra jaspe
que nunca conoció,
a algún pan
tirado en un patio,
cubierto de insectos.
Lo enterrarán dentro de un rato,
mañana, dentro
de un año, de un siglo.
No le cerrarán los ojos.







(Pensamiento, 1995)

¿Y este insecto atrapado en el ámbar?
¿Qué agua ancha cruzar para demoler
el tiempo, su evidencia? ¿Qué
consuelo encontrar en el ajeno temblor,
el ajeno deseo, bajo esferas, bandadas?
¿Y este dios caído entre hojas secas?
Los pies se hunden en el suelo blando,
luego de la tormenta, arriba,
el cielo, que no se despeja.
¿Cómo medir cuanto se extingue,
las especies, las horas?
En una pizarra, marcas apenas legibles.
Un palo semienterrado en el lodo.
Aparece el sol, ilumina una mínima porción,
el resto, sustancia que no circula,
permanece quieta, entre piedra y piedra.




(Último, Andrea Vesalio, Padova, 1538)

Corta materia inmóvil,
inútil eco de antiguo, ardoroso amor
entre raíces. Corta
como quien siente piedad
por un animal enfermo,
por una hoja que cae
como caen un astro, la inocencia.
(En un espejo remoto
se refleja, todavía,
el desnudo perfecto.)
Corta un dolor que persiste
después del corte,
impregna el metal, la mano,
más allá del cuarto, el suelo, las piedras,
más allá del mundo, esferas
tan improbables como puras.








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