Saint-Pol Roux
Paul Roux, llamado Saint-Pol Roux, nació en Saint-Henri, en los suburbios de Marsella, el 15 de enero de 1861. Luego de estudiar en Lyón comenzó estudios de derecho en París donde pronto se relacionó con Mallarmé. A los veinticuatro años, cuando fundó la revista "La Pléiade", ya era conocido como Saint-Pol Roux el Magnífico.
Entre 1895 y 1897, se retiró en los bosques de las Ardenas para escribir su primera obra de teatro La dame à la faux que no fue apreciada por la crítica. En cambio, en 1900 obtuvo un éxito inmenso con la creación de Louise, ópera de Louis Charpentier cuyo libreto le pertenece.
En 1898, abandonó la vida parisina de cenáculos literarios y se instaló en provincias. En 1903 se hizo construir una gran propiedad campestre en Camaret, a la que llamó Coecilian en honor de su hijo primogénito.
En 1913, el Mercure de France publicó Anciennetés, pronto seguido por los tres volúmenes de los Reposoirs de la procession, su obra capital. André Breton, con quien mantuvo correspondencia en los años veinte, lo proclamó "el único precursor auténtico del movimiento llamado moderno".
El 29 de marzo de 1918, el poeta y su hija Divine asistían a la misa en la iglesia parisina de Saint-Gervais-Saint-Protais cuando la Gran Berta dejó caer un obús que mató a un centenar de personas.
El 9 de mayo de 1925, los surrealistas organizaron un banquete en honor de Saint-Pol Roux en la Closerie des Lilas. El homenaje que generó un escándalo y terminó con la intervención de la policía quedó en las memorias como una de las grandes fechas de la historia del surrealismo.
Saint-Pol Roux, viviendo la mayor parte del tiempo en su propiedad situada en Bretaña, escribió durante años una vasta obra en gran parte inédita.
La noche del 23 de junio de 1940, un soldado alemán se introdujo en Coecilian, mató a la sirvienta e hirió gravemente a la hija del poeta. Unos meses después Coecilian fue saqueada y los manuscritos quemados.
Saint-Pol Roux murió en el hospital de Brest el 18 de octubre de 1940.
Bibliographie
Saint-Pol-Roux "Les plus belles pages", Mercure de France, 1966
La Dame à la faulx, Rougerie, Mortemart, 1979
Les Reposoirs de la procession, vol. I : La Rose et les épines du chemin, Rougerie, Mortemart, 1980
Les Reposoirs de la procession, vol. II : De la colombe au corbeau par le paon, Rougerie, Mortemart, 1980
Les Reposoirs de la procession, vol. III : Les Féeries intérieures, Rougerie, Mortemart, 1981
Le Tragique dans l'homme, vol. I : Les Personnages de l'individu, Les Saisons humaines, Tristan la Vie, Rougerie, Mortemart, 1983
Le Tragique dans l'homme, vol. II : Monodrames, L'Âme noire du prieur blanc, Fumier, Rougerie, Mortemart, 1984
Vendanges, Rougerie, Mortemart, 1993
La Besace du solitaire, Rougerie, Mortemart, 2000
Les Ombres tutélaires, Rougerie, Mortemart, 2005
Soir de brebis
A Louis Denise.
La tache de sang dépoint à l'horizon de ci.
La goute de lait point à l'horizon de là.
Homme simple qui s'éparpille dans la flûte et dont la prudence a la forme d'un chien noir, le pâtre descend l'adolescence du coteau.
Le suivent ses brebis, avec deux pampres pour oreilles et deux grappes pour mamelles, le suivent ses brebis: ambulantes vignes.
Si pur le troupeau! que, ce soir estival, il semble neiger vers la plaine enfantinement.
Ces menus écrins de vie ont, là-haut, brouté les cassolettes, et redescendent pleines.
Mes désirs aussi, stimulés par la flûte de l'Espoir et le chien de la Foi, montèrent ce matin le coteau du Mystère; et s'en furent plus haut que les brebis de mon hameau, les brebis de mon âme.
Mais, parmi la prairie de jacinthes, l'odorante étoile incendia les dents avides qui voulaient dégrafer son corsage fertile.
C'est pourqoui mon troupeau subtil, à l'heure d'angélus, rentre en moi-même, les flancs désespérés.
Les brebis sont au bercail, et l'homme simple va dormir entre sa flûte et son chien noir.
Tarde de ovejas
A Louis Denise.
La mancha de sangre desaparece en el horizonte de aquí.
La gota de leche aparece en el horizonte de allá.
Hombre simple que se disipa en la flauta y cuya prudencia tiene la forma de un perro negro, el pastor desciende la adolescencia de la ladera.
Lo siguen sus ovejas, con dos pámpanos en lugar de orejas y dos racimos en lugar de ubres; lo siguen sus ovejas: viñas ambulantes.
Tan puro el rebaño que en esta tarde de estío parece que nevase sobre la llanura infantilmente .
Esas pequeñas cajas de vida pastaron allá arriba en las cazuelas y vuelven a bajar repletas.
Mis deseos también, estimulados por la flauta de la Esperanza y el perro de la Fe, subieron esta mañana por la colina del Misterio; y más arriba subieron que las ovejas de mi aldea las ovejas de mi alma.
Pero la estrella perfumada, en medio de la llanura de jacintos, incendió los dientes ávidos que querían desabrochar su blusa fértil.
Es por eso que mi rebaño sutil, a la hora del ángelus, vuelve a entrar en mí mismo con los flancos desesperados.
Las ovejas están en el redil y el hombre simple se va a dormir en medio de su flauta y de su perro negro.
Traducción de Miguel Ángel Frontán.
Saint-Pol-Roux, el mago de Bretaña
Rodolfo Alonso
Su vida osciló siempre entre lo mágico y lo trágico, que la rondaron hasta unificarse entre sí y volverse destino, en una dialéctica cruel. Un destino que, sin embargo, tiene mucho de voluntariamente elegido. El mismo silencio que hoy lo envuelve en un olvido injusto, con ser frío y ciego, no constituye quizás sino otro testimonio del éxito que alcanzó en su solitario y orgulloso distanciamiento. Un rechazo (cargadamente ético) de la sociedad no sólo literaria de su tiempo que hoy, en esta época de abrumadora y mediocre frivolidad, no hubiera hecho sino acrecentarse. Como bien dijo su biógrafo y amigo, Théophile Briant, “él ingresó en la poesía como se entra en una religión” y, a esa íntima y apasionada entrega, le dedicó con devota integridad su entera existencia. Que, por ello, y por la limpieza con que la vivió así como por la intensidad con que escribió, se hizo desde entonces ejemplar.
El que más tarde iba a bautizarse a sí mismo como Saint-Pol-Roux, fue llamado por sus padres Paul-Pierre Roux y nació en Saint-Henry, en los alrededores de Marsella, el 15 de enero de 1861. Siendo por lo tanto un hombre del Mediodía, un provenzal, hijo del sol y de la luz mediterránea, su deseo de alejarse de las ciudades y su inclinación casi instintiva por un mundo de nieblas y leyendas, preñado de significados ocultos –el antiguo dominio de los celtas–, lo condujo primero a refugiarse con su familia en el bosque de las Ardennes y luego, ya para siempre, a afincarse hasta concluir erigiendo su propia y mitológica morada (donde la tragedia habría de cumplirse) cerca de Camaret, en la Bretaña raigal, cara a cara con el mar bravo de Armórica.
Lo que actualmente queda de la Manoir de Coecilian de Saint-Pol-Roux
Su paso –inevitable– por París, había sido breve pero fulgurante. A partir de 1882 su juventud inquieta y subyugante se relaciona allí no por supuesto con los consagrados, sino con los valores escondidos, los disidentes, los renovadores. Entre ellos escoge como sus maestros al memorable Villiers de l’Isle Adam y al sintomático Mallarmé quien, el 23 de marzo de 1891, durante un banquete, se dirige a él, sentado a su derecha, como “mi hijo”. En 1893 publica una leyenda dramática: Ame noire du prieur blanc, primicias de su sueño (que nunca pudo concretarse) de instituir un “teatro poético”. Pasa unos meses en Bélgica y, como dijimos, se instala luego en las Ardennes, donde la amistad de las gentes sencillas no le hace añorar en absoluto los salones literarios. Sin embargo, su paso por la Ciudad Luz le permitió compartir junto con Maurice Maeterlinck y tantos otros el nacimiento del simbolismo, una corriente de fondo con la cual su espíritu siempre tuvo profundas connivencias.
EL LLAMADO DE LA SELVA
En su Manifiesto del Magnificismo, aparecido en 1885, Saint-Pol-Roux el Magnífico afirmaba su firme voluntad de que “por el hada Poesía, la belleza desciende a sentarse entre los hombres, así como Jesús se sentó entre los pescadores de Galilea”. Antes de lo que hubiera podido imaginarse, él iba a realizar en forma concreta esa propuesta. El rechazo de sus colegas y de los críticos lo lleva a alejarse inexorablemente de París, hacia su refugio definitivo en la Bretaña, pero no sin antes despedirse estruendosamente con un feroz panfleto: L’air de trombone à Coulisse, publicado en 1897, y que constituye una de las más violentas ridiculizaciones de la crítica que se hayan conocido. (Cosa que nunca le fue perdonada. Es inútil, por ejemplo, buscar el nombre de Saint-Pol-Roux en L’Histoire de la Littérature Francaise, de Audic y Crouzet, editada por Didier en 1912 y reimpresa corregida en 1939.)
En julio de 1898 Saint-Pol-Roux se instala con su familia en Lanverzanal, en una choza de Roscanvel. Así, a sus treinta y siete años, se aleja de la vida urbana, dando comienzo a la leyenda del Solitario de Barba Blanca, el último santo bretón. Como para acentuarla, y ya trasladado al puerto pesquero de Camaret, habiendo mejorado su tradicionalmente difícil situación económica a consecuencia de recibir la herencia de su padre, se hace edificar en un promontorio rocoso, la punta de Pen’hat, cerca del sitio de Quelern, directamente frente al mar, una casi teatral construcción de ocho torres, a la que designaría como el Manoir de Coecilian, nombre de uno de sus dos hijos varones que le arrebataría la guerra.
La soledad de que Saint-Pol-Roux se rodeó en su exilio nórdico, con resultar llamativa desde los grandes centros poblados, no fue nunca total. No sólo porque, como le surgía en forma espontánea, él confraternizó siempre abiertamente con la gente del lugar, pescadores, marineros o labradores, sino también porque permanentemente hubo escritores o artistas que se acercaron a él (Victor Segalen, Camille Mauclair, Alfred Vallette o el desdichado e inefable Max Jacob, por citar sólo algunos), y hubo otros, muchos otros, que no dejaron de considerarlo un faro, un modelo, una guía. Entre ellos, no es casual que el grupo de los brillantes jóvenes que iba a dar lugar a la revolución surrealista, lo percibiera de inmediato. André Breton lo proclamó estentóreamente, a los cuatro vientos, desde el número de homenaje que Les Nouvelles Littéraires le consagró en 1925: “Saint-Pol-Roux tiene derecho entre los vivos al primer lugar, y conviene saludarlo entre ellos como el único auténtico precursor del movimiento llamado moderno. Sería fácil mostrar lo que el cubismo, el futurismo, el surrealismo le tomaron prestado sucesivamente. Y de establecer que sin saberlo él quizás, su influencia, confesada o no, que ella se ejerza directamente por su obra o a través de alguna otra, no hace desde veinte años atrás sino revelarse más determinante y aumentar.”
Saint-Pol-Roux en su Manoir de Coecilian
Y Breton –que iba después a dedicarle su libro Clair de terre– no estaba solo. Ese homenaje colectivo fue firmado también por Robert Desnos, Roger Vitrac y Michel Leiris. Louis Aragon llamó a Saint-Pol-Roux el “Hombre-Rayo”, y Jacques Baron, “el Hombre Libre, el Príncipe del Espíritu puro”. Mientras que Paul Éluard le mostró, no una sino muchas veces, su devoción y su respeto. A pesar del escándalo posterior de la Closerie des Lilas, que fue indudablemente un fruto del momento, esos jóvenes rebeldes de menos de treinta años habían vuelto a sacar de la sombra a un patriarcal poeta de sesenta y cuatro, percibieron antes que nadie y con absoluta nitidez el resplandeciente modelo, a la vez ético y estético que ofrecía, sin proponérselo en absoluto, el Mago de Camaret.
EL CÍRCULO SE CIERRA
Para Saint-Pol-Roux el poeta es “el hombre completo... átomo o fragmento del Alma universal”. Y no sólo eso. Se animó igualmente a afirmar que “el poeta corrige a Dios”. Pero no es un dios: “Exijamos al poeta, que sea desnudo y libre”, y nos ofrezca “el Pan humano”. Por otro lado, siendo él quien era e invistiendo lo que representaba, nunca renegó de la ciencia. Fue uno de los primeros admiradores de Einstein, de cuyas teorías percibió, antes que muchos supuestos especialistas, la universal conmoción a que darían lugar. Y en 1933 le dedicó explícitamente su poema Lasupplique du Christ, escrito para protestar contra la implacable persecución desatada por Hitler y sus siniestros secuaces contra el pueblo judío.
Esta vida cuyo aislamiento y fidelidad lo habían convertido como vimos en una legítima leyenda, iba a cerrarse con una tragedia. Ese recinto sagrado donde se había recluido fue hollado también por la barbarie nazi. Entre el 2l y el 24 de junio de 1940 un panadero de Silesia devenido miembro de la Wermacht se introduce en la morada de Saint-Pol-Roux, amenaza a todos con sus armas hasta conducirlos al sótano y, al pretender llevarse a Divine, la queridísima hija del gran poeta, provoca su comprensible resistencia, que desencadena el drama. El soldado alemán no sólo hiere en la pierna izquierda a la muchacha, sino que mata de un tiro en la boca a su doncella Rose y, después de trabarse en lucha con el venerable anciano, lo deja como muerto con dos balazos en el cuerpo. No satisfecho aún, cargó a la pobre Divine sobre sus hombros y la condujo al salón, donde perpetró sobre ella un nuevo crimen. Y nadie puede saber lo que hubiera sucedido además si al perro-lobo de la muchacha, que dormía en el primer piso, no se le hubiera ocurrido despertarse, haciendo huir al infame.
Como sonámbulo, sin poder aceptar del todo la cruda realidad, Saint-Pol-Roux sobrevivió todavía algunos meses casi automáticamente, pero, un día de octubre, se vio obligado a asistir atónito al pillaje de su casa, y a la quema o destrucción de sus preciosos manuscritos, que representaban más de treinta años de labor. No pudiendo soportar esta última prueba, Saint-Pol-Roux muere el 18 de octubre de 1940, en brazos de su hija, internado en el mismo hospital de Brest donde Divine se había recuperado. El ataúd fue llevado en brazos por cuatro marinos langosteros con rostro de estatua, que hicieron un alto ante la tumba de Rose antes de conducirlo a su reposo final, en el cementerio de Camaret. Como si todo esto fuera poco, su Manoir de Coecilian, que había sido ocupado por los alemanes, fue bombardeado en agosto de 1944 por la aviación aliada, y completamente incendiado.
Pero otro círculo, no menos simbólico, se había cerrado también antes: en 1932, a los setenta y un años de edad, Saint-Pol-Roux recibe finalmente la Legión de Honor, que había sido pedida para él, ya en 1910, por uno de sus primeros admiradores: nada menos que Guillaume Apollinaire, sin duda el legítimo padre del espíritu moderno. Así, esta vida auténticamente legendaria cobraba todavía una mayor representatividad, de la cual sólo el profundo apagón cultural de nuestra época puede explicar que parezca haberse mitigado. Porque a Saint-Pol-Roux le cabe el alto honor de haber investido lo mejor de las tradiciones poéticas francesas, de haber prácticamente encabezado uno de los momentos más intensos y más íntimamente enriquecedores de su transición, como es el simbolismo y, por añadidura, pero no por casualidad, también el de haber alimentado a las grandes vanguardias que iluminarían, desde sus primeras décadas, lo mejor del arte y de la cultura del siglo XX. Que una personalidad semejante continúe sin ser debidamente apreciada en su verdadera dimensión, no sólo entre nosotros sino inclusive en su propio país, y en el mismísimo Viejo Mundo, no es sino otro testimonio más de la honda crisis, de la inmensa pobreza que parece afectar de raíz a la vida cultural contemporánea.
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