jueves, 17 de mayo de 2012

JACQUES RÉDA [6.868]


Jacques Réda 

Poeta y escritor francés nacido en Lunéville el 24 janvier 1929. Ha dirigido La Nouvelle Revue française de 1987 à 1996.

Bibliographie

Les Inconvénients du métier1, Proses, Paris, Seghers, 1952
All Stars1, Poèmes, Paris, René Debresse, 1953
Cendres chaudes1, Poèmes, La Rochelle, Librairie Les Lettres, 1955
Laboureur du silence1, Poèmes, Vitry-sur-Seine, Cahiers Rochefort, 1955
Le Mai sombre1, Poèmes, Luxembourg, Origine, 1968
Amen, Paris, Gallimard, coll. Le Chemin2, 1968
Récitatif, Paris, Gallimard, coll. Le Chemin2, 1970
La Tourne, Paris, Gallimard, coll. Le Chemin2, 1975
Les Ruines de Paris, Paris, Gallimard, coll. Le Chemin3, 1977
L’Improviste, une lecture du jazz, Paris, Gallimard, coll. Le Chemin4, 1980
Anthologie des musiciens de jazz, Paris, Stock, 1981
P.L.M. et autres textes, Cognac, Le Temps qu’il fait5, 1982
Hors les murs, Paris, Gallimard, coll. Le Chemin6, 1982
Gares et trains, A.C.E., coll. Le Piéton de Paris7, 1983
Le Bitume est exquis, Fata Morgana, 1984
L’Herbe des talus, Gallimard, coll. Le Chemin, 1984 (reprend les textes de P.L.M. et autres textes, 1982)
« Le XVe magique » in Montparnasse, Vaugirard, Grenelle8, Fanlac, 1984 (album de photographies réalisées par Bernard Tardien et Pierre Pitrou
Celle qui vient à pas légers, Montpellier, Fata Morgana, 1985
Beauté suburbaine, Fanlac, 1985
Jouer le jeu (L’Improviste II), Paris, Gallimard, coll. Le Chemin, 1985
Premier livre de reconnaissances, Montpellier, Fata Morgana, 1985
Châteaux des courants d’air, Proses et poèmes, Paris, Gallimard, coll. Blanche, 1986
Un Voyage aux sources de la Seine9, Fata Morgana, 1987, 88 p.
Album Maupassant, texte et iconographie commentée, Paris, Gallimard, coll. La Pléiade, 1987
Recommandations aux promeneurs, Paris, Gallimard, coll. Blanche, 1988
Ferveurs de Borges, Montpellier, Fata Morgana, 1988
Un paradis d’oiseaux10, Montpellier, Fata Morgana, 1988
Retour au calme, Paris, Gallimard, 1989
Le Sens de la marche, Paris, Gallimard, coll. Blanche, 1990
L’Improviste, une lecture du jazz, édition revue et définitive11, Paris, Gallimard, coll. Folio/Essais, 1990
Sonnets dublinois12, Montpellier, Fata Morgana, 1990
Canal du Centre, Poème, Montpellier, Fata Morgana, 1990
Affranchissons-nous, Montpellier, Fata Morgana, 1990
Lettres sur l’univers et autres discours en vers français, Paris, Gallimard, coll. Blanche, 1991
Aller aux mirabelles, Gallimard, coll. L’un et l’autre, 1991
Un calendrier élégiaque12, illustrations de Nicolas Alquin, Montpellier, Fata Morgana, 1991
Nouveau livre des reconnaissances, Montpellier, Fata Morgana, 1992
Aller à Elisabethville, Paris, Gallimard, coll. L’un et l’autre, 1993
L’Incorrigible, Gallimard, coll. Blanche, 1995
La Sauvette13, Verdier, 1995
Abelnoptuz, Théodore Balmoral, coll. Le monde est là, 1995
La Liberté des rues, Gallimard, coll. Blanche, 1997
Aux buttes, illustré par Jean-Maris Queneau, éditions de la Goulotte, 1997
Le Citadin, Paris, Gallimard, coll. Blanche, 1998
Le Méridien de Paris, Montpellier, Fata Morgana, 1997
Rue de Terre-Neuve, 27 p., Paris, Gallimard, Editions Hors Commerce, 1998
La Course : nouvelles poésies itinérantes et familières (1993-1998), Gallimard, 1999
Moyens de transport, Montpellier, Fata Morgana, 2000
Modèles réduits, Fata Morgana, 2001
Le Lit de la reine, Verdier, 2001
Accidents de la circulation, Gallimard, coll. Blanche, 2001
Aller au diable, Gallimard, coll. Blanche, 2002
Les Fins Fonds, Verdier, 2002
Autobiographie du jazz, Climats, 2002 ; édition revue et augmentée, 2011
Treize chansons de l'amour noir, Fata Morgana, 2002
Les Cinq points cardinaux, Fata Morgana, 2003
Nouvelles aventures de Pelby, Roman. Gallimard, 2003
La Ville blanche, Fata Morgana, 2003
L'Affaire du Ramsès III.Roman. Verdier, 2004
Le vingtième me fatigue suivi de Supplément à un inventaire lacunaire des rues du XXe arrondissement de Paris. Dogana, 2004
Europes, Fata Morgana, 2005
Un bouquet d'épitaphes, A Bastiano, 2005
Ponts flottants, Gallimard, 2006
Toutes sortes de gens, Fata Morgana, 2007
Papier d'Arménie, Théodore Balmoral, 2007
Une théologie des oiseaux, avec Enan Burgos, Fata Morgana, 2007
Démêlés, Gallimard, coll. Blanche, 2008
La Physique amusante, Gallimard, coll. Blanche, 2009
Battement, Fata Morgana, 2009
Battues, Fata Morgana, 2009
Autoportraits, Fata Morgana, 2010
Le Grand Orchestre, Gallimard, coll. L’un et l’autre, 2011
Moana, Fata Morgana, 2011
Lettre au physicien, Gallimard, coll. Blanche, 2012




Toque de queda

En el lecho de la ley se acuesta el malvado;
contra el fuego apagado de la ley tiembla el justo.
Asustada la bondad se oculta al fondo de los patios,
en los ojos de los niños
vueltos hacia la niñez ya perdida.
Una larga duda embarga a las avenidas.
Oh sueño del espacio, quien
nos desorienta ahora por las cubiertas desamarradas del
sueño?
(Y sin cesar desde las profundidades suspiran las sirenas.
Como quien dormía junto a su corazón oye
sonar por la espesura los pasos de la mañana que se
acerca
y los dioses impotentes que lloran en su reducto).





Los pájaros

Aquellos huertos en abril alrededor de las pequeñas ciudades
de provincias,
que se tragan las pendientes hasta la orilla de un bosque,
cuando el tren va despacio a lo largo de un estrecho viaducto
como un caballo de diez patas que saltan juntas, se ve
espaciarse ahí la vida de los días en un dulce descuido:
bicicletas con una sola rueda en la esquina de un cobertizo
el balde de la colada lleno a medias con agua herrumbrosa,
tablas amontonadas
puestas allí para un corral de aves que nunca se edificó
y luego escombros varios – cemento, ladrillo, plástico o chatarra
cuyo embotado desorden compone una suerte de jeroglíficos.
Ahí se lee el secreto de quien va ocupado en alguna tarea o arreglo
entre sus hortalizas y sus flores después del ángelus de la tarde
o bien por la mañana antes de llevar a los niños a la escuela.
Todo se mantiene fijo en la pendiente como en los flancos
de una lancha
donde algo de cielo se derrama paulatinamente por el río
que brilla abajo, o como en el hueco del delantal
de una señora que mira el paso del tren en su hora habitual
sacudiendo las migas en el umbral para provecho de los pájaros.






Umbral del desorden

Tenía orgullo de sobra para no esperar más que el estallido,
el incremento.
(Comenzar es terrible, sí, es terrible e impropio,
salvo este irrumpir de aves sin nombre que fulmina.)
¿Pero era acaso el rayo, o bien sobre
este espacio devastado por mi nacimiento
el orden por fin restablecido cuya dulzura me apresaba?
Pero, ¿qué orden sino el del mundo inocente anterior a mí,
de palabras aún no manchadas por mi boca lleno, lleno
de la presencia donde no fui más que una puerta golpeando
en lo oscuro?
Y así vinieron los innobles largos brazos de lo negro;
así, de una noche repugnante, se deslizaron los ojos,
y no era yo pero empujaba esta puerta siempre.
También el camachuelo que no he visto y la rosa aparecieron,
animales de dulce crueldad, velozmente, en mí
derramándose, y el silencio en que todo se agrupa, nieve
anterior a la fúnebre huella de mis pasos.





Lento acercar del cielo

Es él, este frágil, ilimitado cielo de invierno,
donde cada palabra halla lo delicado y transparente de la escarcha,
y la piel fría finalmente su perfume antiguo de bosque,
es él quien nos contiene, él nuestra morada exacta.
Y colocamos dedos más finos sobre el horizonte,
en la ceniza azul de los pueblos.
¿Acaso hay un solo muro con su musgo, un solo jardín,
un solo hilo del silencio donde destelle el tiempo
con el meditativo brillo de la primera nieve,
acaso una sola roca, que ya no conozcamos?
Oh curvatura justa del cielo, tú respondes a nuestros corazones
de cuando en cuando límpidos. Entonces,
la que con ligero paso avanza por detrás de cada cerca
se aproxima; de la extensión es ella el incesante acercarse,
y nos invadirá su dulzura. Aunque esperar podemos,
acá, en la claridad que ya nos une, envueltos
con nuestra vida como por un abrigo deslumbrante.





Súplica de uno que pasa

Tú, capaz de consolar, dios de las metamorfosis, mira
de vivir el uniforme desorden y lo exhausto que ando.
En una roca querría transformarme y soñar en forma oscura
con tu gloria, así como el carbón y la pizarra.
O bien hazme semejante de aquella ala del espacio
que sobre los tejados y a lo largo de las fachadas vibra apenas
cuando la tarde me abre la amistad callada de las casas.
Pero no me permitas, entre la calle y las nubes,
estrellar mi cráneo contra el escalón azul; rómpelo,
derrámalo en tu dulzura de pizarra y de horizonte.





Morada y moradora

Semeja el alma a un pasillo en que inquietos pasos resuenan,
pero no viene nadie nunca. Afuera, la sombra que tirita
en los ángulos de las puertas y bajo las escaleras,
es otra vez el alma, cuando la noche fija a lo largo de los muros
las olas de agua helada y pálida en que es feliz el descenso.
Y entonces, ¿quién hablaba de pérdida o de salvación del alma,
si ella está aferrada a su temblar y sin embargo
siempre más desnuda ante el viento que sopla en este pasillo?
Oculta o errante, oye: ella se desvía, siendo
morada y moradora de soledad sin nombre.







Amén

A ningún señor invoco, ni claridad de noche.
La muerte que en mi carne deberé contra mí tomar como a mujer,
es la piedra de humildad que he de tocar con espíritu,
el grado inferior, la separación intolerable
con lo que aprehenderé, tierra o mano, en el insólito abandono
de esta vía,
y este total derrumbe del cielo que no imaginamos.
Pero que sea dicho acá que acepto y que no pido nada
como premio a una sumisión que lleva en sí la recompensa.
Cuál, y por qué, lo ignoro:
no hay fe ni orgullo ni esperanza donde me prosterno,
pero, como a través del ojo que bajo la noche abre la luna,
retorno al paisaje impalpable de los orígenes,
ceniza que besa a la ceniza y viento lento que la bendice.





Post scriptum

Este error empero con el criminal es compartido
y esta soledad con el proscrito me confunde.
El alma al fondo sólo es la sombra en que brillan los cuchillos;
de horror y de sangre cada noche las ideas
que sobrepasan al entendimiento se enmascaran. ¿Y qué dioses maltratados
bajo el oráculo ocultan el espanto del crimen, ellos que ya no
tienen en nosotros su morada de paz y que sin ofrendas quedan?
Aquel que avanza así, en la ilícita soledad,
rinde a sus dioses homenaje; se le oye murmurar: su voz
es a la vez mentira y sacrificio; inocente,
parece improbable sin embargo que huya de ellos; tarde
o temprano en la dulce sombra se ve cómo se acercan los cuchillos.







El mañana de octubre

Lev Davidovich Bronstein agita su candado, agita
las manos y la hirsuta cabellera, un instante y caerán
del chaleco las gafas de erudito que pierde para siempre
arengando a los marineros de Cronstadt toscamente
tallados en madera de Finlandia, casi tan insensibles
como las cruces de fusiles que salpican la nieve sucia.
Mientras Lev Davidovich predica hasta perder la voz
en el plomo del Neva lentamente se vuelven las torretas
del Aurora y apuntan a la oscura fachada
del Palacio de Invierno.
                                                  Qué labia. Qué cielo amarillo.
Y en los puentes desiertos el peso de la historia y cada tanto
el ronquido de un auto con las alas erizadas de bayonetas.
En Smolny, esa noche, creció la barba; enrojecidos
por el tabaco y por los filamentos de las bombillas, los ojos
ceden ante el crepúsculo de Petrogrado y su silencio
en el que allá, entre los letones feroces y aplicados,
Lev Davidovich profetiza, exhorta y amenaza y tiembla
de sentir que se inclina la masa inmóvil de los siglos
irremediablemente, igual que los cañones en sus ejes,
al borde de esa mañana de octubre.
                                                                                 (Ya ha llegado en secreto
Vladimir Ilich a la capital; más tarde dormirá,
maquillado del todo, en féretro de vidrio,
inmóvil entre ramos y fanfarrias.
Lev Davidovich echa al aire mientras tanto su greña,
atrapa sus quevedos
                                             —algo de sangre, algo de cielo
mexicano se mezclarán en el último día, tan lejano
de tu fangoso octubre delirante de banderas rojas al viento.) 

— Traducción de Aurelio Asiain
(Del libro Amen; © Gallimard)





Lente approche du ciel

C’est lui, ce ciel d’hiver illimité, fragile,
Où les mots ont la transparence et la délicatesse du givre,
Et la peau froide enfin son ancien parfum de forêt,
C’est lui qui nous contient, qui est notre exacte demeure.
Et nous posons des doigts plus fins sur l’horizon, 
Dans la cendre bleue des villages.
Est-il un seul mur et sa mousse, un seul jardin,
Un seul fil du silence où le temps resplendit
Avec l’éclat méditatif de la première neige,
Est-il un seul caillou qui ne nous soit connus ?
O juste courbure du ciel, tu réponds à nos cœurs
Qui parfois sont limpides. Alors,
Celle qui marche à pas légers derrière chaque haie
S’approche ; elle est l’approche incessante de l’étendue,
Et sa douceur va nous saisir. Mais nous pouvons attendre,
Ici, dans la clarté qui déjà nous unit, enveloppés
De notre vie ainsi que d’une éblouissante fourrure.

In Amen (1968), dans Amen, Récitatif, La Tourne, © Poésie-Gallimard, 1988, p.48






Je montais le chemin quand j’ai vu d’un côté
Les sapins consternés qui descendent après l’office
Et de l’autre les oliviers en conversation grande
Fumant posément au soleil de toutes leurs racines.
Et droit sur les ravins à moitié remplis de bouteilles,
Os, ferraille, plastique, obscénité des morts,
La rose équitable du jour déjà crevait l’épine.
À chaque pas : le centre, et le cercle du temps autour
Bien rond mais moi j’étais autour aussi pour cette pie
Et pour d’autres chemins qu’il aurait fallu prendre, qui plongent
Vers des creux à l’affût, sous la viorne, de la folie.
C’est alors qu’il fait bon marcher avec du tabac dans la poche
Pour plus tard et chouter dans ces os et tôles sur les labours
Tandis que le soleil rame bas pour laisser tout le champ libre à sa lumière.

In La Tourne (1975), dans Amen, Récitatif, La Tourne, © Poésie-Gallimard, 1988, p.184








Chemins perdus

Pareils aux inquiets, aux longs velléitaires
Qui n’auront jamais su choisir un seul chemin,
Tous ceux que j’aperçois, lorsque je passe en train,
Filer à travers bois, dans l’épaisseur des terres,
Me paraissent chacun devenir, tour à tour,
Celui que j’aurais dû suivre sans aucun doute.
Je me dis : la voici, c’est elle, c’est la route
Certaine qu’il faudra revenir prendre un jour.
Mais aussitôt après, sous la viorne et la ronce,
Un sentier couleur d’os ou d’orange prononce
Sa courbe séduisante au détour d’un bosquet,
Et c’est encore un des chemins qui me manquaient.
Puis le bord d’un canal donne une autre réponse
À ce perpétuel élan vers le départ.
Mais je vous aime ainsi, chemins, déserts et libres.
Et tandis que les rails me tiennent à l’écart,
Vous venez vous confondre au réseau de mes fibres.

In Retour au calme, poèmes, © Gallimard, 1989, p. 59






Complainte du vieux poteau

Aussi gris maintenant qu’un vieux poteau télégraphique
En bois, je me tords, me fendille et vais devenir sourd.
Je n’entends déjà plus en moi le chant béatifique
Qui fait bourdonner le béton même, comme d’amour.

C’était la musique du vent aux longs accords sévères
Et je vibrais comme son juste et pur diapason ;
N’était-ce pas aussi parfois la musique des sphères,
La nuit sous le plectre lunaire et la démangeaison

Féroce des étoiles ? – Mais, en vérité : musique ?
Alors que tout détone, éclate, improvise son jazz
À travers la supernova, le trou noir aphasique,
L’amas nébuleux où l’amour naît d’un excès des gaz ?

Qu’ai-je donc entendu, quand j’avais une bonne oreille,
Monter dans mes fibres depuis la terre des talus ;
Quelle monotone chanson mais sincère et pareille
À celle que chuchote l’herbe et qu’on n’écoute plus ?

Arrêtez-vous quand même un peu, cons d’automobilistes
Toujours pressés, posez la main un instant sur mon fût
Et puis une joue à l’endroit où le bois resté lisse
Tremble : voyez, si je suis sourd, je demeure à l’affût

De l’espace où mon fil souple encore qui se balance
Mesure une montagne et pèse un nuage, un oiseau.
Je vais m’enraciner à la longue dans le silence
Mais reverdir peut-être à la prochaine floraison.

In L’adoption du système métrique, poèmes 1999-2003, © Gallimard, 2004, p. 9-10




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