jueves, 15 de marzo de 2012

HÉCTOR PEDRO BLOMBERG [6.162] Poeta de Argentina


Héctor Pedro Blomberg 

(Nació el 18 de marzo 1889 - Murió el 3 de abril de 1955) fue un poeta, guionista, comediógrafo y periodista argentino. Autor de famosos tangos junto al guitarrista Enrique Maciel entre los que se destaca El caballero cantor y La pulpera de Santa Lucía que cantara su amigo Ignacio Corsini.

Pedro Blomberg era hijo de una escritora paraguaya, sobrina del mariscal Francisco Solano López y nieto de un marino noruego.

En 1912 publicó su primer libro de poemas La canción lejana. A fines de la década del '20 comienza a desarrollar una poesía y narrativa popular, vinculada al radioteatro, el sainete y el tango. Escribió obras en las que mezclaba realidad y ficción, ambientadas en las luchas políticas del siglo XIX entre unitarios y federales.

Entre sus obras teatrales exitosas pueden mencionarse Barcos amarrados, La Mulata del Restaurador, La sangre de las guitarras, Los jazmines del ochenta. Esta última fue estrenada por la compañía de Teatro del Aire que encabezaban Pascual Pellicciota y Eva Duarte de Perón.

La amistad con el destacado cantor de tangos Ignacio Corsini lo vinculó al guitarrista Enrique Maciel con quien escribió gran cantidad de canciones, entre las que se destacan: El adiós de Gabino Ezeiza (milonga), La pulpera de Santa Lucía (vals), La mazorquera de Monserrat (vals), Violines gitanos (tango), Tirana unitaria (tango), La viajera perdida (tango), La que murió en París (tango), Siete lágrimas (canción), La guitarrera de San Nicolás (vals), No quiero ni verte (vals), Los jazmines de San Ignacio (canción), La canción de Amalia (vals), La china de la Mazorca (canción) y Me lo dijo el corazón (tango).

Sus tangos fueron cantados fundamentalmente por Corsini.

Hace algunos años, Juan "Tata" Cedrón musicalizó un poema inédito de Blomberg titulado "Las 2 Irlandesas".

Héctor Pedro Blomberg es uno (otro más) de los grandes olvidados de la literatura argentina, hecho, a todas luces, inexplicable. Su foja de servicios es realmente soberbia: narrativa, periodismo, literatura infantil, dramaturgia, canción popular, poesía desfilaron por su pluma incansable y precursora. Influyó en la poesía de Raúl González Tuñón y Nicolás Olivari, prefiguró la aparición del grupo literario de Boedo y marcó para siempre la narrativa urbana que llevaría a su máxima expresión Roberto Arlt. Muchos otros, con menos chapa, cotizan alto en las marquesinas del canon vernáculo por caprichos académicos. Pero como no somos resultadistas, simplemente apreciamos el trabajo genuino de nuestros buenos poetas, hoy le presentamos a un verdadero peso pesado, capaz de derribar cien Dempseys con una sola frase.

Blomberg pasó su infancia en Paraguay; su madre, Ercilia López era una dama de la alta sociedad paraguaya, reconocida escritora y traductora, sobrina de Francisco Solano López, mientras que su padre era el ingeniero noruego Pedro Blomberg, hijo de Juan Blomberg, un prestigioso marino nórdico, descendiente de varias generaciones de hombres de mar; de esta rama paterna heredó Blomberg esa vocación viajera que lo llevó a recorrer todos los mares del mundo, entregado a derivas aventureras que foguearon sus relatos y su poesía. La obra poética de Blomberg alternó entre la cancionística de entonación patriótica y revisionista y un lirismo arrabalero, buceador de almas perdidas entre las penumbras pecaminosas del puerto de Buenos Aires. Por los años 20 se asoció al guitarrista moreno Enrique Maciel con el que compuso una buena cantidad de canciones que la voz de Ignacio Corsini ayudó a popularizar; “La pulpera de Santa Lucía” es su canción más recordada.

La obra narrativa de Blomberg tampoco tiene desperdicio, basta con leer “El chino del Dock Sur”, un apasionante relato que narra las andanzas de un inmigrante chino que frecuenta un fumadero de opio en el barrio de La Boca; fue publicado en el primer libro de relatos de Blomberg Las puertas de Babel (1920) y antes había aparecido por entregas en “La Novela Semanal”, una exitosa publicación folletinesca que se publicaba en Buenos Aires en las primeras décadas del siglo.


TOMMY´S BAR

Tommy´s Bar, familiar y melancólico.
El humo azul de los cigarros griegos
dibujaba extrañas pesadillas. Duerme
bajo los rostros fatigados del puerto.
Es la alta noche, y el antiguo piano,
bajo los dedos del pianista ciego
entona la canción de Tipperary.

Madrugadas de alcohol, noches sin sueño,
nostalgia de las noches taciturnas
bajo los rostros de extranjeros cielos;
melancolía gris de los errantes,
amaneceres trágicos de tedio,
y el suspiro profundo
de los buques inmóviles e inquietos,
trágicos ojos de mujeres trágicas,
miran sobre las copas de veneno,
y despiertan visiones de lujuria
en las turbias pupilas de los ebrios.

El alba estaba cerca,
y clareaba en el barrio marinero.
Calló el piano el cantor de Tipperary.
Guardó la noche sus idilios negros,
aletearon las brisas de la aurora,
se oyó el confuso sollozar de un ebrio,
suspiraron las naves su nostalgia,
y al morir las estrellas del cielo,
de Tommy´s Bar las amarillas luces
en el amanecer palidecieron



HÉCTOR PEDRO BLOMBERG: UN POETA DE LA VIDA

“Reconocer que Héctor Pedro Blomberg es solamente el autor de La pulpera de Santa Lucía, resulta un pobre elogio. La obra de Blomberg atraviesa toda la historia patética de la cultura popular. Blomberg fue un hombre de letras completo, erudito, fértil hacedor de poemas y novelas breves en todos los géneros. Alrededor de dos motivos construyó lo mejor de su obra: el relato histórico y el llamado del mar”.

Con estas palabras Pedro Orgambide resalta la figura de uno de los principales creadores argentinos que supo interpretar los vaivenes de una cultura problemática que debía acomodarse a la nueva conciencia social, donde  la conducta del inmigrante quedaba testimoniada, entre otros aspectos, en la literatura popular. Esos textos que describían con simpatía irónica las particularidades del recién llegado, abrevaban con matices realistas y lenguaje costumbrista al caldero emocional de la transustanciación, donde el extranjero nunca terminaba de incorporarse a la surgente  realidad y como persona continuaba siendo el extraño. Es interesante para tener una idea acabada de la circulación de personas que se incorporan al territorio argentino, la estadística que establece que entre 1824 y 1924, cincuenta y dos millones de individuos abandonaron Europa, de las cuales el 93 % llegaron a América (un 72 % a los Estados Unidos y un 21% a América Latina), el 7 % restante se fue a Australia. De los 11 millones que emigran a América Latina, el 53 % es absorbido por Argentina, el 36 % por Brasil, el 6 % por Uruguay y el 5 % restante se reparte entre otros países del hemisferio.

Hoy nuestro país vuelve a resignificar este barrido de personas de su lugar de origen y una nueva interculturalidad se incorpora a la “ciudad esponja” en la que se ha transformado actualmente Buenos Aires. Esta vez no son los europeos, sino los desclasados de los países hermanos quienes se integran con sus hábitos y costumbres a la dinámica cosmopolita.

Con aquel marco de referencia de las primeras décadas del siglo XX, donde se entrecruzaban voces y particularidades de distinto origen, la consecuencia de una literatura sensiblera y testimonial era una posibilidad lógica y necesaria. Los que llegaban no parecían intelectuales, bajaban de los barcos con la carencia a cuestas y el dolor en el alma. No se trataba de pensadores excluídos sino de gente hambrienta. Como punto de partida para interpretar ese momento, es casi indispensable alejarse del eje de una literatura de rasgo académico, con un lenguaje acartonado, y comprometerse con las publicaciones periódicas que alcanzan un enorme éxito entre 1915 y 1930. La desvalorización de esas páginas a la que accedía cierto estamento social, siempre fue motivo de análisis y feroces críticas. Es verdad que un marcado sentimentalismo, a veces lastimoso, invadía los sumarios de las revistas que se vendían al módico precio de 10 centavos. También es cierto, y de ello no cabe duda, que los nombres de muchos escritores lograron acreditarse gracias a la existencia de las ediciones populares. Se estaba en presencia de un fenómeno editorial sin antecedentes que recurría al folleto de formato pequeño, de 15 a 20 páginas, para llegar a un público distinto, cuyo canal de distribución fueran los quioscos callejeros. Hablamos de un “libro de bolsillo”, con ilustraciones de artistas que después se consagraron como es el caso de Alejandro Sirio.           
                                                                                                                      Allí aparecen: Ricardo Rojas, Manuel Gálvez, Enrique Larreta, Horacio Quiroga, Belisario Roldán, Benito Lynch, Arturo Cancela, Francisco Defilippis Novoa, Josué Quesada, Emilio Gouchon Cané, Luis Franco, Alberto Gerchunoff, Juan José Soiza Reilly, Claudio Martínez Paiva, Juan Pedro Calou y el propio Héctor Pedro Blomberg, entre otros.

Recordamos algunos nombres de esas colecciones: La novela semanal, La novela del día, La novela universitaria, La novela de hoy, La novela de la juventud, La novela picaresca, El cuento ilustrado, Ediciones  Selectas América.

Blomberg fue un activo colaborador en La novela Semanal, allí plasmó muchísimas historias que lo acercaron al público mayoritario. Como periodista trabajó además en  La Nación, El Hogar, Fray Mocho, Caras y Caretas. El autor, a diferencia de Eugenio Cambaceres que punzaba con el tema de la “mala vida” o la visión teratológica  del médico Francisco Sicardi, incorpora una mirada aguda sobre el cosmopolitismo y la ciudad-babel, algo novedoso porque el inmigrante dejaba de ser una esperanza y se transformaba en una amenaza. Este mito civilizador cedía ante el mito babilónico y es de esa amalgama étnica que Blomberg  habla en sus textos tipológicos sobre inmigrantes y desarraigos.

Debemos tener presente que el autor cuando llega al verso popular ya había transitado un largo camino. Su capacidad creativa le permitía pasar de lo culto a lo popular sin ningún esfuerzo. Blomberg jugaba al juego que más le gustaba y lo hacia a manera de desafío. Fue polifacético, entre sus variadas actividades podemos hablar de un ecléctico; lo hayamos  como  traductor, poeta, novelista, dramaturgo, letrista de tangos, valses y milongas, crítico de arte, libretista de radioteatro, guionista cinematográfico y redactor publicitario.

Blomberg era hijo de Ercilia López Carrillo, hija del coronel Venancio López - torturado y fusilado por orden de su propio hermano, el presidente de Paraguay quien terminó loco durante la Guerra de la Triple Alianza-, y sobrina del Mariscal Francisco Solano López. Desde niña, la aristocracia paraguaya, tuvo decidida inclinación por las letras y en las aulas infantiles compartió estrecha amistad con las hijas del comerciante Eduardo Madero, promotor del proyecto para el puerto de Buenos Aires. Es por esta vía de relación que la joven escritora y traductora paraguaya conoce al ingeniero Pedro Blomberg a los 14 años. Se casan y de esa unión nacerían 6 mujeres y un varón: Pedro Héctor Blomberg (1889-1955). Al llegar el niño, su padre tenía 33 años y su madre diez menos. La infancia  del poeta transcurre en la casa de la calle Santiago del Estero 235 del barrio de Monserrat, unida a esta mujer que vivió hasta los noventa y siete años y dejó una profusa obra. Su vocación por la memoria del barrio quedaría representada más adelante en muchos de sus poemas.

De la rama paterna poco se conoce. Su abuelo fue un marinero que navegó por todos los mares. Es casi una consecuencia que  Blomberg haya asimilado esa actitud aventurera que lo llevara a repetir las andanzas del viejo hombre de mar.   

No escapa a nadie que la personalidad del escritor bien puede ligarse  a la bohemia que comienza a imponerse a fines del siglo XIX. La inestabilidad económica de los artistas hacía que muchos de ellos se marginaran y entregaran a una vida desordenada, circulando por bares, restaurantes, almacenes de despachos de bebidas y otros espacios donde el alcohol era buen compañero para discutir y trasnochar. Blomberg se aproxima a un equilibrista. Su condición de “hombre de mundo” lo lleva de un lugar a otro. Se lo ve reunido con los colaboradores permanentes del diario La Nación y en las mesas de borrachos que quemaban sus escritos en medio de la melancolía.
Es un rebelde desde la cuna. Había estudiado en el Colegio Nacional Central y más tarde pisa la Facultad de Derecho sin llegar a graduarse. En 1906  obtiene su primer reconocimiento en las letras, tenía 17 años cuando gana la medalla de oro de la Asociación Patriótica Española por su Oda a España. Confundido, un día de 1911 caminaba por el puerto y descubre un barco que en pocas horas zarpará hacia Europa. No lo piensa demasiado. Levanta de su casa las pocas pertenencias, se enrola y parte en busca de aventura.

Acompañamos este viaje con uno de sus poemas:

La visión del navegante 

Aquella clara noche de luna el navegante 
Tuvo un extraño sueño bajo la Cruz del Sur; 
La goleta corría, fatigada y errante, 
Por aguas del Oriente con rumbo a Singapur. 
Vio en las profundidades obscuras y dormidas 
Claridades extrañas. . . Contempló en su visión 
Los ahogados de siglos y las naves hundidas 
Que arrullaba el océano con su enorme canción. 
...Y vio que aquellos muertos salían de los mares, 
Y oyó en la clara noche misteriosos cantares 
Que cantaban los buques bajo la Cruz del Sur. 
Acercábase el alba, luminosa y distante, 
Y al volver de su sueño extraño, el navegante 
Vio las luces lejanas del viejo Singapur.

A su regreso publica su primer libro de poemas La canción lejana (1912), con versos  de exquisita sensibilidad: 


Las casas donde hemos vivido 

Las casa donde vivimos 
Los días que se fueron para siempre 
Hoy hay rostros extraños, 
Se oyen vibrar desconocidas voces 
Y se escuchan los pasos de otras gentes 
En las habitaciones donde un día 
Enloquecidos de dolor, cerramos 
Las pupilas sin luz de nuestros muertos... 
Ajenos corazones 
Laten bajo los techos familiares, 
Viven, lloran, esperan, sufren y aman, 
Lo mismo que nosotros 
Bajo la estrella roja de la vida. 
Otras sombras divagan 
Por los patios de antaño; 
Otras lágrimas corren 
Detrás de los cristales.

Hay aspectos interesantes de Blomberg que conviene resaltar.  Pocos estiman su tarea de asesor legal en el Ministerio de  Educación y el paso por la docencia como profesor de historia y  literatura. El poeta fue autor de trabajos dedicados a la educación  de los niños como El sembrador, El surco, Mundo Americano, 
Vendimia y Pensamientos, textos que se incorporaron a la lectura  obligatoria en las escuelas porteñas. Su capacidad como traductor  es otro de sus méritos. 
Tradujo a Christian Johann Heine, George Gordon Byron, Henry  Wadsworth Longfellow, Israel Zangwill, entre otros. 



César Tiempo recuerda que cuando él era un niño y trabajaba en la  imprenta de los hermanos Porter, Blomberg daba clases de inglés  en el piso de arriba.
De aspecto flaco, alto y silencioso, su figura bien podía estar plantada en la proa de una embarcación, porque todo lo acercaba  a un marino nórdico.
Infinidad de anécdotas pueden contarse acerca de su persona.  Rescatamos dos de ellas que lo pintan por entero. Su libro  A la deriva (1920) había sido reconocido con el Primer Premio  Municipal de 1920, el segundo lugar le correspondió a Alfonsina  Storni. 

Cuando Blomberg se entera, momentos antes de la  proclamación oficial, le dice a los miembros del jurado  “las damas primero”. 
El Jurado ante la sugerencia del poeta, cambia el orden de la premiación y Alfonsina Storni resulta la ganadora.
La otra historia tiene que ver con ese submundo de malandrines  y poetas donde se mezclaban las noches de trifulca con la  orquesta de señoritas que llenaban el aire viciado con tangos,  valses y mazurcas. 
Blomberg frecuentaba un café indecoroso en el cruce de Avenida Santa Fe y el Arroyo Maldonado, hoy Avenida Juan Bautista Justo.  El poeta rescata de ese lugar tres cosas: los amigos,  el ombú de enfrente y a la renguita Lucía.   


En una de esas noches
mis ojos se encontraron
con su carita pálida...
Era rubia y gentil...
Yo le escribía versos...
me amó una primavera,
la renguita Lucía,
que tocaba el violín.
Yo escuchaba en silencio,
abstraído y miraba,
la vereda de enfrente
donde había un ombú.
No he encontrado a ninguno
después de tantos años:
El Café ya no es el mismo,
y ya no está el ombú...
Sólo queda un recuerdo
de amor de primavera:
la renguita Lucía
que tocaba el violín...

En 1921 el Partido Socialista Internacional adhiere a la Tercera  Internacional y pasa a denominarse Partido Comunista Argentino.  Las huelgas en la Patagonia son duramente reprimidas y  en el plano internacional las tropas norteamericanas intentaban  poner fin en Panamá a la primera reacción popular  contra el presidente Belisario Porras. Una suerte de fogata social  quemaba el planeta. Blomberg publica Gaviotas perdidas:



 Versos en la arena

 A nuestros pies el océano
 Iba volcando sus espumas,
 Y yo soñaba con las brumas
 De otro país vago y lejano. . .

 Todo era azul en sus pupilas;
 Todo era sol en el balneario;
 Y yo soñaba solitario
 Con mis ciudades intranquilas.

 Un viejo buque abandonado
 Agonizaba, allá a lo lejos;
 Y una canción de amores viejos
 Vino a buscarme del pasado.

 Junto a las ondas espumosas,
 Mi compañera no sabía
 Que el océano me traía
Voces y sombras misteriosas.

Nostalgia gris de otras mañanas,
Vagos recuerdos de otros días.
Figuras pálidas y frías
De amadas muertas y lejanas.

Memorias viejas y borrosas
Vagos adioses y pañuelos
De otras riberas y otros cielos,
Allá en las dársenas brumosas...

Voces de mares y navíos,
Noches extrañas de otros puertos,
Semblantes pálidos de muertos,
Rostros que amé y hoy están fríos…

Turbó una voz en la ribera
Mi ensoñación vaga y remota:
Era el graznar de una gaviota
Que se alejaba mar afuera.

“¿Qué contemplabas en la espuma?”
Después oí que ella me decía:
Y yo soñaba todavía
Con mi país vago de bruma.

"Nada", exclamé con voz serena,
Y ambos, tomados de la mano.
Dando la espalda al océano
Nos alejamos por la arena.


Treinta años

Hace treinta años que te espero, vida,
Treinta veces pasó la Primavera,
Y mi alma se ha quedado adormecida
Sin que el Amor, el único, viniera.

Hace treinta años, alma, que te espero.
En las ansias febriles del hastío
Como mis horas misteriosas, muero
Golpeando en vano al corazón vacío.

Hace treinta años que te espero. El sueño
De que vendrías, ya se desvanece,
Y nieva ya en el corazón sin dueño.

Pero si nadie ve la angustia mía.
Una alondra invisible aquí se mece
Y canta en mi silencio todavía.


El chino del “Aurora”

Porque maté aquel chino a bordo del "Aurora"?
No me había hecho nada; de una humildad sin fin,
Limpiaba mi cabina; de noche, a toda hora,
Me llevaba a la guardia los sandwiches y el gin.

Y cayó a la primera puñalada, en el puente,
Cuando ya comenzaba la Osa a palidecer;
Al arrojarlo al agua se hundió pesadamente,
Y tres veces seguidas volvió a reaparecer.

Lo maté por el pájaro negro que lo seguía
Riendo siniestramente durante todo el día.
Desventurado chino, nada me había hecho.

En las guardias del alba, en las horas más solas.
Lo veo claramente surgiendo de las olas
Con el sombrío pájaro posado sobre el pecho.

Ese año la Editorial Tor publica Pancha Garmendia: Tragedia poética en tres jornadas breves, donde Blomberg relata la vida de la niña huérfana de padre, criada por su madre Dolores Duarte hasta su muerte y recogida y educada por la familia de don José del Barrio, un español casado con la paraguaya Manuela Díaz Bedoya. Pancha era cotejada por el mariscal Francisco Solano López, pero la dama se resistía.


Héctor Pedro Blomberg integró junto a Leopoldo Lugones, José Ingenieros, José González Castillo, Vicente Martínez Cuitiño, Alberto Vacarezza, Charles de Soussens y otros notorios escritores, las mesas del famoso Café de los Inmortales de Corrientes 922, regenteado por el francés León Desbarnats y cuyo nombre se le atribuye indistintamente a una ocurrencia de Florencio Sánchez, Rubén Darío y Evaristo Carriego. Otro lugar que lo tenía como asiduo concurrente era la Confitería Richmond de Florida 453 -recientemente cerrada-, allí se reunía con Horacio Quiroga, Alberto Gerchunoff, Félix Lima y Carlos Alberto Leumann, entre otros.

En 1923 un acontecimiento deportivo acapara la atención nacional: la pelea entre Luis Ángel Firpo y Jack Dempsey lo encuentra a Blomberg participando en la emisora L.O.X Radio Cultura. Ese año se conoce su obra Bajo la Cruz del Sur Nuevas canciones de los puertos, de las tierras y de los mares.

En 1924 los fascistas italianos logran la victoria electoral en Italia. En Francia triunfa la izquierda. George Gershwin impacta con Rapsodia en Azul  y Pablo Neruda arremete con 20 poemas de amor y una canción desesperada. En nuestro país aparece Proa (segunda época), Manuel Ugarte lanza El crimen de las máscaras. La Patria Grande, Nicolás Olivari La amada infiel y Pedro Blomberg Las islas de la inquietud y Los peregrinos de la espuma.

Ese año es sumamente trascendente para el autor porque comienza a desarrollar una intensa vida que lo acerca al teatro. Un año después su obra Barcos amarrados escrita en colaboración con Pablo Suero sube al escenario dirigida por Alberto Vacarezza, donde el protagonista principal era Ignacio Corsini, ese italiano que llegó a Buenos Aires en 1896 y un año después marcha a la ciudad bonaerense de Carlos Tejedor donde se desempeña como boyero y resero.  Allí descubre su vocación por el canto. En 1907 regresa a Buenos Aires y se relaciona con otro grande: José Betinotti que lo marcará como intérprete. A partir de entonces la amistad entre ambos se cristaliza y da origen a un camino que llevaría a Blomberg hacia la canción popular. Pareciera premonitorio aquello de “barcos amarrados”, porque el poeta efectivamente fondea su obra en el puerto de Buenos Aires y comienza a recrear un sinnúmero de poemas donde aparecen mezclado con la realidad y la ficción, las acciones de la vida que circulaban en los tiempos de Juan Manuel de Rosas: la divisa punzó, los jazmines de las rejas, las iglesias de San Ignacio y San Francisco, los candombes, los cuchilleros, los sargentos restauradores, las pulperías, las mujeres de la época y el broche de oro con final trágico.

Este punto de inflexión en la obra de Blomberg provoca en cierta crítica malintencionada un argumento peyorativo que aún persiste. Pareciera que acercarse al lenguaje popular no era buen visto en ciertos círculos de la intelectualidad. No son pocos los que sostienen que Blomberg atraído por el aplauso y el dinero se dejó llevar hacia una literatura fácil. En rigor, el dinero no fue tanto y la fama siempre dejaba un sabor amargo. Blomberg solo da crédito a una serie de hechos sociales que lo arriman  al pueblo, la visión poética tiende hacia lo cotidiano y su camino es una línea recta al tango, al sainete, al relato costumbrista. Mucho tiene que ver en este proceso Ignacio Corsini quien lo relaciona a Enrique Maciel, guitarrista, pianista y compositor, con quien se integraría y producirían una extensa obra. En su mayoría las obras del binomio tienen referencia con los sucesos acontecidos en los años del gobierno de Juan Manuel de Rosas.  





Con Enrique Maciel el poeta realizará toda su obra, excepto el vals Novia del mar que lo concreta en colaboración con Otto Wiengreen y la ranchera Bajo la Santa Federación, en colaboración con Salvador Mérico. Todas fueron llevadas al disco por Ignacio Corsini, con las guitarras de Rosendo Pesoa, Enrique Maciel y Armando Pagés.

Los títulos que quedaron grabados por Corsini fueron: El adiós a Gabino Ezeiza (milonga), La pulpera de Santa Lucía (vals),La mazorquera de Monserrat (tango), Violines Gitanos (tango), Tirana unitaria (tango),La viajera perdida (tango), La que murió en París (tango), Siete Lágrimas (canción),La guitarrera de San Nicolás (vals),  No quiero ni verte (vals),Los jazmines de San Ignacio (canción),La canción de Amalia (vals), La china de la Mazorca (canción) y Me lo dijo el corazón (tango).

Blomberg desacraliza la figura del intelectual e inaugura un estilo de creador despojado que se tutea con las personas de todos los días. Se acerca a Carlos Schaeffer Gallo, el periodista y autor teatral con quien comparte cenas en el Conte de la calle Cangallo, frente a la cortada de Carabelas, donde solían ir Elías Alippi y Enrique Muiño. También se aproxima a Carlos Max Viale Paz, crítico y director teatral. Con él realiza en Radio Nacional -después Belgrano- un ciclo de enorme éxito llamado Bajo la Santa Federación.

En 1929, todavía imbuido con la nostalgia de los mares, publica El pastor de estrellas, poemas ligados a su juventud donde aparecen los viajes, los barcos, marineros y tierras exóticas.


Las veladas del bar 

Las veladas del bar Garibaldi tenían 
Olor a sangre, a whisky, a espuma y a carbón; 
Allí, cuando los hombres llegaban o partían, 
Sonaba de los mares la terrible canción. 
¿Dónde estarán aquellos rudos aventureros, 
Ulises andrajosos que hablaban en inglés 
De extrañas Odiseas a bordo de veleros, 
Y de obscuras Ilíadas hacia el Este de Suez? 
Eran de Glasgow y Génova, de Cádiz y el Pireo, 
De Hamburgo y San Francisco, de Capetown y Bombay. 
A veces, en la noche, parece que aún los veo, 
Y escucho alguna historia que sucedió en Shanghai.


Blomberg es ya para esta época una promesa cierta. Su actitud con el “genero chico”, como se definía al sainete, lo populariza. Se estrenan La mulata del restaurador, La sangre de las guitarras y La pulpera de Santa Lucía.
A pesar de ser un hombre parco, el escritor tenía una forma de mostrarse afectuosa que irradiaba confianza.  Pablo Taboada, el coleccionista más joven de discos de tango de nuestro país y admirador del escritor, se anima a dibujar un boceto acuarelado sobre el poeta.

Como vemos no podemos quedarnos solamente con el resonante éxito de La pulpera de Santa Lucía que comenzó con un fracaso y terminó en la gloria. El empresario teatral Pascual Carcavallo, su asesor musical y otros colaboradores consideraron, ni bien tuvieron en su mano  ese vals, que sería “un fiasco”, pero Ignacio Corsini no pensó lo mismo, un año después lo estrena en Radio Prieto (1929), con una repercusión increíble. El público reclamaba la repetición del vals  por teléfono, por correspondencia y hasta personalmente. Enseguida “El Caballero Cantor” lo graba y es una avalancha de ventas impresionante. En pocos meses se distribuyeron más de doscientas mil copias, algo inesperado para la época. Finalmente, con esta obra, Ignacio Corsini se consagró definitivamente.

El empresario teatral reconoció su error, cuando volvió a cruzarse con Maciel, le dijo: “Con usted me equivoqué una vez, pero no he de equivocarme más”. Así es como Corsini salvó a La Pulpera de Santa Lucía del olvido, y la llevó al cariño popular, la gloria y la inmortalidad.


Era rubia y sus ojos celestes 
reflejaban la gloria del día 
y cantaba como una calandria  
la pulpera de Santa Lucía. 

Era flor de la vieja parroquia. 
¿Quién fue el gaucho que no la quería? 
Los soldados de cuatro cuarteles
 suspiraban en la pulpería. 

Le cantó el payador mazorquero 
con un dulce gemir de vihuelas 
en la reja que olía a jazmines, 
en el patio que olía a diamelas. 

"Con el alma te quiero, pulpera,
 y algún día tendrás que ser mía,
 mientras llenan las noches del barrio 
las guitarras de Santa Lucía". 

La llevó un payador de Lavalle 
cuando el año cuarenta moría; 
ya no alumbran sus ojos celestes 
la parroquia de Santa Lucía. 

No volvieron los tropas de Rosas 
a cantarle vidalas y cielos.
 En la reja de la pulpería 
los jazmines lloraban de celos. 

Y volvió el payador mazorquero 
a cantar en el patio vacío 
la doliente y postrer serenata 
que llevábase el viento del río: 

¿Dónde estás con tus ojos celestes,
 oh pulpera que no fuiste mía?"
¡Cómo lloran por ti las guitarras,
 las guitarras de Santa Lucía!

En esos años que podemos establecer a finales de la década del 20 y hasta el 30, al binomio Blomberg- Maciel los presentaban como los “precursores de la canción histórica de la República”. La referencia sobre el barrio y la pulpera tiene como dato cierto la documentación que acredita que la parroquia de Santa Lucía estuvo en el barrio porteño de Barracas y fue creada a partir de un oratorio que ya existía en el siglo XVIII. En cercanías del templo actual, en la esquina de la avenida Caseros y Martín García, había una pulpería en la que vivía Dionisia Miranda, quien sería la inspiradora de los versos de Hector Pedro Blomberg.

La historia transcurre "cuando el año cuarenta moría", es decir, a fines de uno de los años de represión política más sangrienta. Este verso fue adoptado por el habla popular, como ha sucedido con otras frases de canciones, para indicar un acontecimiento sucedido hace muchísimo tiempo: "¡Eso fue cuando el año cuarenta moría!", solía decirse. Incluso la expresión se fue alterando, hasta convertirse en la frase sin sentido "cuando el año cuarenta María”.

El autor publica en 1934 su Cancionero Federal: los poetas de la tiranía y dos años después Canciones históricas.La radio, el teatro y el cine son tres pasiones que también despiertan al creador, mientras hacía camino con su carrera radiofónica en Radio Nacional y luego en Radio Belgrano, su pluma continuaba lista para el guión teatral y cinematográfico.


A fines de 1938, con 19 años, una joven actriz de papeles secundarios encabeza el elenco de la recién creada Compañía de Teatro del Aire, con otro actor de escasa trayectoria, Pascual Pelliciotta. El primer radioteatro que esa compañía puso al aire en Radio Mitre de lunes a viernes fue Los Jazmines del Ochenta de Héctor Pedro Blomberg, cuya actriz no era otra que Eva Duarte quien con el tiempo lograría la inmortalidad pública.

En esos años un poema impacta en el sentimiento de la gente. Blomberg con su obra hace llorar a todo su público.


Canción a Myriam Grey

Siento aún temblar tus manos en las mías febriles, 
y tu voz aún me canta canciones de ayer,
pero tus ojos negros no me miran como antes 
Miriam Gray
Mujeres de mi vida que se desvanecieron 
como pálidas sombras en el amanecer;
sólo quedó en el mío tu corazón ausente
Miriam Gray
En las obscuras olas del mar de mi agonía 
vi tu perdida sombra y te soñé volver;
a mi voz suplicante respondía el silencio,
Miriam Gray
Me dicen que no sueñe, me dicen que te has ido 
y en inmóvil sueño que nunca podré ver
dejé mi puerta abierta para que tú volvieras
Miriam Gray
Gitano del recuerdo me iré por los caminos y 
cantaré como antes las canciones de ayer
Pero tú que estás lejos no escucharás mis cantos
Miriam Gray
Y morirán los años, se llenará de nieve 
el corazón que fuera de una sola mujer
¡Y tú no sabrás nunca lo que te quise un día
Miriam Gray!

La producción literaria de Blomberg es enorme, podemos agregar: Los pájaros que lloran (relatos de la Guerra del Paraguay 1865-1875), Las lágrimas de Eva, Mujeres de la Historia Americana (biografías). Para la cinematografía nacional aportó el argumento original, la adaptación fílmica y las canciones de Bajo la Santa Federación que dirigió Daniel Tinayre en 1935 y que fuera un éxito radiofónico.

La obra poética de Blomberg repentinamente quedó olvidada. En los cincuenta la rescata el poeta Raúl González Tuñón, quien reconoció la existencia de una deuda lírica con Blomberg.

Casado con Elena Smith, sus últimos años los pasa en el número 731 de la calle Caseros, donde fallece el 3 de abril de 1955.

La referencia indica que ni Charlo, ni Gardel grabaron temas de Blomberg. Solamente Magaldi, una vez, con la canción La parda Balcarce, registrada el 28 de septiembre de 1932.

Pedro Héctor Blomberg fue sin dudas el letrista exclusivo de Ignacio Corsini.

Sobre La que murió en París, otra de sus más famosas letras de tango, diremos que nació de un viaje. Cuando el poeta fue corresponsal en París del diario La Razón, lo acompañó una chica en el rol de secretaria. Una muchacha que se encargaba de difundir por todos los medios las crónicas que Blomberg escribía sobre el tango. Durante esa estadía la joven se enferma y muere al poco tiempo. 

Blomberg sensibilizado  se inspira y le dedica ese recordado tango. Ella se llamaba Alicia Elsa French y se cuenta que era descendiente del prócer de la Revolución de Mayo Domingo French.

Hace algunos años, Juan "Tata" Cedrón vuelve a rescatar al poeta,  el artista descubre un viejo poema de Blomberg y lo musicaliza. Se trata  de Las dos Irlandesas.

Las dos irlandesas 

Aquí estoy con los chinos y las dos irlandesas
que llegaron a bordo del Jamaica Marú;
Maggie, la mayor, tiene ojos como turquesas
y bebe gin en este viejo bar del Dock Sur.

Nancy, la menor de ellas, parece una gitana,
pero nació en el barrio más pobre de Dublín;
arde en sus ojos negros una pasión lejana
y en su pálida frente hay una cicatriz.

De dónde las trajeron los chinos taciturnos
Maggie me habló al oído: “los conocí en Shangai...”
(En el bar se morían los murmullos nocturnos
y en los labios de Nancy se apagaba un cantar...)

El Marú había partido con rumbo a Yokohama.
Maggie me amó en las noches siniestras del Dock Sur;
Me hablaba de su vida errante, y una llama
de pasión palpitaba en su mirada azul.

Nancy, junto a nosotros, cantaba dulcemente
canciones misteriosas de la China y del mar.
(Quién las llevó de Irlanda al infierno de Oriente,
y por qué las trajeron los chinos de Shangai).

Pero yo amaba a Nancy, la irlandesa morena;
los chinos, silenciosos, miraban a las dos;
las casuchas dormían bajo la luna llena
y en los negros navíos temblaba un resplandor.

¡Nancy! ¡Nancy! Una noche su canción quedó trunca;
los chinos dormitaban borrachos de chandú...
¡Pobre Maggie! Esa noche bebió más gin que nunca
y se arrojó a las aguas oscuras del Dock Sur.

La pulpera de Santa Lucía fue interpretada por cantantes disímiles. Podemos citar a Enzo Valentino, Nelly Omar, Antonio Tormo, Ginamaría Hidalgo, Roberto Rimoldi Fraga, Argentino Luna, Mecha Anzoátegui, Andrés Calamaro, Palito Ortega, Soledad, Virginia Luque, Susana Rinaldi, Elba Berón, entre los más conocidos.

En la actualidad, el folclorista santiagueño Raly Barrionuevo reflota nuevamente la canción  vals La pulpera de Santa Lucía, un homenaje impensado para Héctor Pedro Blomberg que aún sigue vigente.





1 comentario:

  1. Esta poesia la recitaba mi madre cuando era niño y me dió una alegría volver a encontrarla

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