JORGE PALMA
Jorge Palma: Poeta y narrador, Uruguay, 1961. Periodista y divulgador. Durante años ha trabajado para varios periódicos y emisoras de radio. Ha coordinado y dirigido talleres de literatura y creación (escritura narrativa y poesía). En cuanto a poesía ha publicado Entre el viento y la sombra (Banda Oriental, 1989), El olvido (Trilce, 1990), La vía láctea (la manera lechosa) (Trilce, 2006), Diarios del cielo (Trilce, 2006) y Lugar de las utopías (Trilce, 2007). El poema "La destrucción de la sangre" fue incluida en la antología Aldea Poética (selección de poesía inédita de 29 países, publicado por Opera Prima, Madrid, 1997). Sus poemas han aparecido en diferentes revistas virtuales, tales como Letralia de Venezuela y Periódico de poesía, publicado por la Universidad Autónoma de México. También es el autor del libro de cuentos Paraísos artificiales (Trilce, 1990). Su historia corta "Alguien respira en la sombra" fue parte de la antología La cara oculta de la luna, Narradores jóvenes del Uruguay (Linardi Risso, 1996). Parte de su poesía ha sido traducida al inglés, árabe y macedonio. Ha estado como invitado en el XIV Festival Internacional de poesía en la Habana (Cuba), 48 noches de poesía de Struga (Macedonia), VI Festival Internacional de poesía de Granada (Nicaragua) y 14° poesía África, Durban (Sudáfrica).
LOS AHOGADOS
Hay un muerto en lo alto
del cielo que no puede salir
ni zapatear a gusto porque
afuera llueve
y todo se inunda.
Por eso se toca la frente
la papada, la barba de tres días
y camina en círculos alrededor
de su ataúd, mirando de reojo
el traje azul de alpaca
sin pestañear
porque afuera llueve y todo
se inunda debajo del cielo.
Y los ahogados ven pasar
el agua oscura hacia el fondo
inalcanzable de un rojo atardecer
y se inclinan, se ponen
de costado para oír
y se van a pique
porque abajo aúllan los perros
donde nace el lodazal.
¿Y si fuera viento
y lo arrasara;
y si fuera fuego
y lo quemara todo?,
se pregunta alguien
a instancia del cielo
a instancia de los muertos.
Pero yo escucho a los muertos
cantar hasta la madrugada
y a los ahogados del último
reino chapotear con el alma
en los brazos, aullando
de un lado al otro del cielo.
¿Y si fuera viento
y lo arrasara;
y si fuera fuego
y todo ardiera?,
se pregunta el poeta
A instancia de los perros
que aúllan y los huesos
a instancia de la luz
y todos los muertos
de este mundo
que no pueden salir
ni zapatear a gusto
ni castañuelas
porque afuera llueve con furia
y todo se inunda.
PROCEDIMIENTOS
Según andan las cosas
todo va de mal en peor.
Esto es: a cuánto se cotiza
en el mercado del aire
la pluma de ángel,
el mercurio, la soda cáustica
con que sepultan a los ríos.
La tierra tiembla a las siete
menos cuarto, quince minutos
antes que el jefe
de rienda suelta al subalterno
y comience a enloquecer de hastío
en las autopistas obstruidas
donde la luna parpadea atónita
por las consecuencias nefastas
del bajísimo salario.
Qué dirán los industriales
con almidón en las solapas
cuando los teléfonos
enloquezcan a la media noche
porque las uvas
se han petrificado al unísono
en los parrales del mundo
y las acciones en la bolsa
se han convertido
en polvo de estrellas.
PARAFERNALIA
Esta mañana no me he
puesto las orejas
sin embargo
me aturde el mundo,
su multitud de sillas
maniatadas
sus colapsos en la bolsa
ese chirriar de dientes
entre zapatos nuevos
y billetes.
Pienso, con insistencia de toro:
¿De qué lado de la vida
quedó la vida?
La piel de leopardo
se cotiza en el mercado
al precio de un diamante.
Por el tobogán de fuego
se deslizan los besos apasionados
de los amantes
cayendo en desventaja sideral
con los días fríos que deambulan
sin patria
por las ciudades crispadas
repletas de escombro.
Ya nadie silba por las calles.
Y parece vergonzoso añorar
el cielo azul en calma
el sonido amarillo del trigo
el movimiento del agua
en círculos perfectos
cuando una piedra
es lanzada por un niño
desde la ventana iluminada de su cuarto.
La paloma que regresa
a la mesa puesta
trae en su pico ensangrentado
una cachetada del mundo.
Cómo puedo saber de qué lado
vendrá la muerte.
LA DESTRUCCION DE LA SANGRE
Ahí viene otra vez
esa ola de lodo calcinante
esa loca boca fría
sedienta de escombros y mordiscos
cuando el denso vapor de las cocinas
rompe costillares con sentencias
oscuras y presagios.
Y el polvo de la tierra
sube vertical
a las cornisas del cielo
y los gritos crispados del humo
aflojan rápidamente las costuras.
Es cuando la sangre enloquecida
corre a los viejos hospitales
en busca de minutos
y las farmacias repletas
de aserrín y estopa
vuelan agonizantes
entre dos líneas de fuego.
EL NACIMIENTO DE LA LUNA
Es negro el cielo
y las camisas
tendidas de un alambre
se arruinan
con este malestar
de pompas fúnebres.
En esta mañana inverosímil
(la mitad del cielo
llora a mares, en la otra
cantan dos soles, como jilgueros)
subo un escalón
me reincorporo.
Pesa en mi bolsillo izquierdo
un castor
y respira, debajo de mis ojos
una mañana limpia
de espaldas al alquitrán
derramado en los estuarios.
Me recompongo mirando el mar
partido como tengo el cuerpo
en siete partes desiguales.
La luna se pasea nerviosa
fumando por los pasillos
del océano.
Las ciudades de amianto
resplandecen como cirios
en las manos crispadas
de los muertos.
Y yo espero.
DESENTIMIENTO
Me acuerdo del sol cuando
tenía patria, pájaros amarillos
cantando sin pausa
a los pies de mi cama,
y no cabía en el pecho
la palabra muerte, dolor,
ciudad de barro golpeada
por la lluvia.
Tiene la sangre su motivo
para estar triste, quieta
o precipitada, su cuota
de orgullo, cólera o desaliento.
Por eso no resulta extraño
verla enloquecer en ocasiones
crispada hasta los puños,
y más al fondo, todavía,
destruir con furia de puñales
las jaulas demenciales
que aprisionan el aliento.
El hombre canta y sueña
a pesar del miedo,
como esta noche interminable
cuando pasa por mi sangre
un río encajonado
con frutas del cielo,
y no hay lugar en el cuerpo
para la escandalosa
sentencia y el olvido.
LA MUERTE DEL CAPITAN
Hay cierta hora
en que los ahorcados
muerden los pestillos
en un ataque de furia.
Esa es la noche
de los paraguas
y los difuntos.
Cuando sólo queda
un golpe incesante
de sombra y aguacero
y siguen llegando
a la estación de las lluvias
más parientes
con sus camas tendidas
con sillas que arrastran
y rompen en la cara
de un cielo fugitivo.
Así llegan
con sus cuotas pendientes
sus coronas
sus rachas de amor
y desamor
con lámparas y fotografías
a ese lugar
donde obreros invisibles
trabajan noche y día
en las plataformas oscuras
por un sueldo miserable.
Y eso lo sabemos todos.
¿A qué más?
Por eso yo quiero
recordarte como eras
no como otros me cuentan
que tú fuiste.
Tú sigues llegando
vestido de azul de tinta
y mar, con tus países
al hombro, con cartas
rosas y manuscritos
tallados en arameo.
Aunque asegure la crónica
familiar
que navegabas soñando
por el centro
de una ciudad llena
de humo y televisores
cuando un rayo pendenciero
cayó de golpe
sobre tu niñez.
Y todo es posible
porque los rayos andan
sueltos en el cielo.
Aún así, sospecho
que algo pudiste ver
entre los pesados
cortinados
de ese día,
porque un viento negro
te buscaba los huesos
abriendo cicatrices,
cuando un extraño latido
golpeaba los cajones
de tu pecho
en esa esquina
del cielo que nunca
quisimos pisar.
Yo era un niño
cuando soñé el encuentro
de un hombre
con un barrilete
sobre una inmensa máquina
de destrucción,
que podía ser Babilonia
el mundo o acaso
ese viento negro
que te buscaba el corazón.
Pero tú llevabas
un barrilete rojo
en el pecho
un corazón
con forma de país
de mapa invertido
como soñaba también
Torres García.
Y más al sur, mis ojos,
nuestros pies, las pequeñas
ventanas encendidas
con atardeceres
al borde de otro río
el río más ancho
del mundo
por donde yo paseaba
mi desnudez adolescente
mi corta edad
mi pequeña aventura
de naufragio
atento a las voces
gastadas que sonaban
como averiados órganos
en las grutas azules
de los bares
donde escuchaba de lejos
que alguien decía: "ahí
va el nieto del capitán".
Pero yo seguía siendo
aquel niño pescando
al fondo de un baldío
un niño como ahora
parado en su ilusión
esperando entre párpados
la llegada de otro cielo.
Hablo de Rafael, mi abuelo,
el capitán fusilado
por un rayo
en corrientes y uruguay
con un barrilete rojo
en el pecho
con forma de país.
Porque lo dijo la rémora
de las ciudades
los peces que saltaban
de las catedrales
las corrientes submarinas
que arrastraban el lodo
y la insensatez.
Aunque sólo yo crea
que te fugaste del mundo
con una mujer de pelo
anaranjado, que hablaba
el idioma de los pájaros.
ELEGIA Y CANTO CON CÉSAR VALLEJO
I
Cuando la vía láctea empalideció
y cayeron de los andamios
las vírgenes encinta,
tu cráneo perpendicular
a la luna se reflejó
en un charco diminuto,
donde se apagaban, como brasas,
dos sílabas maternales.
En qué cáliz bebiste la amargura
formidable actor de tragedia.
En qué fragua misteriosa
acuñaron tus pómulos salientes,
tu falanges, hermano, tu esqueleto.
Cuánta tierra precisaron
los sepultureros
para enterrar tu río de sangre.
Cuántos árboles fueron necesarios
para construir un ataúd
del tamaño de tu muerte.
II
Cuando llegué a París, lloviznaba
en los cuatro puntos cardinales
de mi frente. Llovía antes y después,
también y mientras tanto.
Sin embargo tu estabas en el aire
abrazando una pregunta con los dientes
sabiéndote incompleto, inconforme,
desesperado por el silencio colosal
de los fabricantes de escombro.
Yo conversé noches enteras
con tu esqueleto cantor,
aflautado y triste como una quena.
Y me hablaste del Perú, de calles
que no existen, de padres y tías
indispensables para la memoria
y el desayuno matinal,
de los atardeceres que se quedaron
aguándose en tus ojos,
de lo que puede una mirada
el pelo de una mujer
sus pechos
las caderas que aplastan
cualquier aburrimiento.
Y había veces que me dejabas
en silencio
esperándote una centuria,
recorriéndome por dentro,
hablando solo como un loco
buscando a mi padre, a mi madre
a todos mis parientes
para decirles que triste es
París cuando se llueve el alma.
Entonces volvía
sobre las palabras usadas
recorriendo las viejas heridas
en tu alma
tan parecidas a las mías,
como la necesidad de conversar
con un muerto
o atar la conversación a un fantasma,
entre el café y los cigarros,
entre la vida, la muerte
y mientras tanto.
FLORENCIA
Cecilia, Florencia está llena
de pordioseros, no los mendigos
violetas que tú me conoces,
sino condes austeros de capa caída,
generales en retirada, sicarios
vestidos de luto rumbo a los casinos
donde las muchachas tontas
sueñan embriagadas
con una casa blanca
en los jardines de la luna.
Cecilia,
el mundo es una mesa de lata
miserable, acribillada
por la soledad y el egoísmo,
la cubierta desolada de un barco
donde se tambalea un hombre ebrio
y no se cae,
balbucea monosílabos
colgado de la baranda
cuando todo todo se da vuelta
y no sabe bien si el mar vuela
o las estrellas cansadas se hunden,
y le duele respirar
y no sabe si está muerto
o ha nacido
porque no puede despertar
y está llorando.
Florencia no es Damasco
ni Marruecos ni Andalucía,
es un museo de piedra roja
donde me pudro
un monumento a la soledad
del arte
un mausoleo de fiebre amarilla
convulsionada por la lluvia
insolente de los turistas
Y yo me canso de remar.
Y esta noche, oscuramente,
me rondan los demonios,
cuando la sangre se crispa
y un pájaro siniestro
me atraviesa la frente,
se me clava en la garganta
tu alegría
y el mundo es tan grande
amor mío
que si te murieras
no podría cerrarte los ojos
con un grito
ni golpear como un loco
la puerta clausurada
de tu ataúd,
desde la otra punta
de esta mesa de lata
donde te escribo
para no morirme
ni que te mueras.
NARCISO Y EL BASURAL
Como un príncipe enlutado
camina la soledad
por las orillas del mundo
pisando aros de niebla
y relicarios
costillares de algas
y amuletos
entre candelabros
enterrados de perfil
y paños azules
que fueron vestidos
o palomas
entre astillas de mármol
que fueron
escalones o santuarios
o pilas bautismales
o sepulcros de ángeles
o suicidas
que alguna vez
bajo el reloj del cielo
orinaron calladamente
la fuente desierta
de una plaza.
Sin embargo algo suena
al norte de su boca
algo de furia retumba
en algún lugar del cielo
y agoniza tumbada
al borde de sus pies;
una luna herida, abierta
como un pájaro, una llaga
viva de tres semanas
desmantelada entre
piedras y caracoles
entre retazos de palomas
o vestidos
entre botellas que bajan
hacia el tempestuoso mar
y guardan el sonido
de la lluvia o de la vida;
semillas del antiguo paraíso
ojos sin párpados
que lo miran pasar
ensimismado y temblando
bajo un sol ensangrentado
cayendo a plomo.
BAJO LA CAMPANA
Alguna vez
todo será más claro
luego que el mar
subiendo al cielo
deje caer a sus muertos
en llamarada
como piedras de fuego
deshaciendo la memoria
de los vivos.
Un minuto de hierro
cuesta una tonelada.
Yo veo caer desde mi frente
que no quiero
una campana
una campana turbia
con un badajo de carne humana
ahogándose en un feroz alarido.
¿Qué ángel definitivo la sostiene?
Hasta la lluvia corre horizontal
como líneas oscuras
de un cuaderno maldito.
La gran campana
se desató
de los pilares del cielo
y viene
bajando hacia nosotros,
como una opera violenta,
como carrozas fúnebres
desbarrancándose
precipitadas.
DESPUES
Luego de tanto
después de todo
tendremos que nombrar
a todas las cosas
como la primera vez,
después del trueno
y las llamas
después de todo,
humildemente,
calladamente,
con paso de plomo
y paciencia de demiurgo,
entre cadáveres
de estrellas y despojos.
LOS NIÑOS EBRIOS
Ayer, si mal no recuerdo
bajaban hacia el río
niños ebrios
gritando con voz de hombres.
Iban golpeando el aire
caliente dentro
de una nube de polvo
anunciando de a ratos
el oscuro perfil
de un trueno.
Iban corriendo
por los suburbios
del cielo
cuando ardía
en la garganta
un olvidado gusto
a vino amargo
y amanecía.
MORAR Y DEMORAR
Quiero creer que los hombres
no mueren lejos de su patria.
Que los cielos de la infancia,
aquellos ojos, las tardes
que respiramos tu y yo,
las rejas de los patios
encendidos donde te besaba
viven aún en la memoria
del aire.
Quiero creer que aguardan
la sombra fresca de un
verano para regresar
o acaso cansados
de esperar el milagro
de la sangre
siguen soñando
el sueño de los locos
tan testarudos
como esos muertos
que atados a la vida
se resisten
con los huesos
a ser leyenda.
ERA EN OTOÑO
Vuelvo al silencio blanco
de la casa roja
y amanece.
Un niño se asoma y bebe
un aprendiz de hombre
sueña, acumula imágenes
guarda en un bolsillo
la silueta de un pez fabuloso
cruzando el cielo
de su cuarto, para ese día
incomprensible
que la muerte
le tiene destinado.
Son los días
sin marcas en la piel
sin duelos en el cielo
previstos en el alma
ni adulterios
ni cuchillos vagando
sin rumbo
una madrugada insomne
por calles sin luz
hasta encontrar
el enmudecido perfil
de un hombre
un árbol
un niño cualquiera
perdido
en un campo de cieno
vaticinado tres años antes
en los ojos afiebrados
de un mendigo.
Y qué decir entonces
de ese tiempo marcado
a fuego
por el color de una
estación,
cuando mi madre cosía
cantando
y no había escarcha
en los balcones
ni amuletos
ni pájaros clavados
en las cabinas telefónicas.
Era azul la luz
del patio
entrando el alba.
Y amarillo el comedor
en otoño
y era mi casa.
ANOCHECE
Anochece en la ciudad
sin aire
y suben hacia el cielo
reliquias del polvo.
La luna cae vertical
hacia el mundo sepia.
Mientras tanto
sobre la arena caliente
un hombre solo
con un pájaro muerto
en cada párpado
lanza una blasfemia
y entra al mar.
MUNDO NUEVO
Con la ciudad enrejada
la luna ha quedado
del otro lado del mundo.
Un niño, con los ojos
redondos, la descubre
por primera vez,
pálida, arrugada, flotando
entre los altísimos tallos
de hierro forjado
bajo un cielo lejano
afectado de herrumbre.
GOLPES
¿Quién golpea la puerta del alma
a las tres de la mañana
y no responde? ¿Será Dios?
¿Quién insiste? ¿Quién llama?
¿Será un hombre o un fantasma?
¿Un alma en pena cansada
de peregrinar
o un juego de nudillos apretados?
(mi padre me regaló gemelos
a los veinte años)
¿vendrá a traerlos?
¿Quién me levanta, quién golpea?
¿Será un corazón nunca resignado?
¿O un amarillo, olvidado juramento,
balbuceado en la penumbra azulada
de un hotel, que hoy regresa?
¿Estoy vivo o muerto esta noche?
¿Quién golpea? ¿Quién golpea?
¿Será Dios?
UN INMENSO BOSQUE DE LLUVIA
Escribo con rocío
aunque te llames laura
acodado en mi torpe
desnudez
con esta carta marcada
como único refugio
levantado con el resto
de furia que me queda
o esperanza
porque sueño todavía
y no renuncio
aunque me duela
aunque me doble
acaso porque juego
y te imagino
en cada una de las gotas
de rocío
que me ayudan a seguir,
distintas
a las llamas o antorchas
que llegan a este
sitio marcado por el alcohol
que entran a los baños
a compartir la soledad
o se roban los saleros
y guardan en el escote
siete fichas de teléfono
para llamar a Dios
cuando la vida o la lluvia
les muele el corazón
y amanecen destrozadas
encima de los coches.
Este es el mundo laura
aunque me moje el rocío
de tu boca, este mundo
que me sigue desvelando
acaso porque no hay otro
o tal vez porque todavía
no colonizaron el espacio,
aunque a veces parezca
que se hunde, que no
va más, que se va a pique.
Aunque yo quisiera
(ahora más que nunca)
más que planear las futuras
vacaciones en el espacio
y pensar en las muchachas
que me roban cigarrillos
y me despeinan,
es darte un dulce golpe
en la mirada
abrazarme esta fría
madrugada
a tu esqueleto
y decirte, mirándote
los labios: " nadie en este
mundo se muere de amor";
en todo caso
uno puede morir
de desamor
de cólera o espanto
de cordura o de cordero
de rabia o convicción
(para el caso es lo mismo);
de incertidumbre
o fuego en las entrañas.
Nadie se muere de amor,
se muere de rocío
o frío talándole
a cada uno el árbol
de la niñez,
de soledad también
laura
y de miedo
o de vejez anticipada
o malparido o sátrapa
o condenado
descalzo y solo
por calles desiertas
golpeado por la llovizna
fría de un ronco amanecer,
río de sordera
que te aplasta
te cercena las alas
y te hunde
te retrata con su
escandaloso titular
a ocho columnas
y con plena libertad
de empresa
te regresa a la vida,
te trae intacta
te hace popular
por diez segundos
en las bocas del café
o en las sucias letrinas
donde claudia y marisa
dejan sus mensajes,
en los zapatos reparados
y su envoltorio,
en la media ración
de harina
cortada con el bolsillo
en el último almacén
del barrio.
Cómo decírtelo ahora
-nunca conocida soledad-
que no fue el amor
quién de dejó tirada
para que los flashes
del infierno trabajaran,
tampoco el rocío;
rostro amargo
cortado por la lluvia.
MUNDO
En este instante
de la dicha
mientras tu me besas
los párpados en silencio
pidiéndome un hijo
están asesinando
a un hombre
en el otro extremo
de tu piel.
LA CABALA Y LOS MISTERIOS DE LA VIDA
Yo pasaba siempre por aquella
calle con gusto a mar, a río
dulce, fatigado por el amor
o herido en la ingle
por lluvia mansa o aguacero
y aquel hombre, encorvado
sobre un libro, intentaba
descifrar el código del cielo.
Pero en el campo
de enfrente
crecían las retamas
amanecían los amantes
clandestinos
mojados por el rocío
y la resurrección
mientras un fauno
encendido corría
detrás de dos muchachos
y las ancianas
del próximo milenio
cantaban de dicha
después del amor
estrenando sábanas
en los tendederos
del mundo.
Y aquel hombre
intentaba revelar
el misterio de los siglos,
con una pierna
a cada lado del torrente
con un pie en cada flanco
del río móvil
el río de fuego, agua
y cielo,
ausente de besos
párpados y piernas
calientes de mujer
de bruces al pozo
que lo llevaba de huesos
uno a uno.
Pero en el campo de enfrente
otros hombres subían
a un barco de hierro
para no regresar.
Se poblaban los hospitales
de gangrena
crecían los vientres
en soledad
y las ciudades,
se multiplicaban
en las antiguas
extensiones del polvo.
Mientras aquel hombre
que olfateaba
las raíces de la sombra
se desvanecía
en el aire cambiante
del último atardecer.
En ese mismo lugar
donde anidan ahora
palomas mensajeras.
LA CLASE OBRERA NO VA AL PARAISO
La clase obrera no va al paraíso
viaja apretada en las vísceras de
un trueno o peor: entre el golpe
de alas de un relámpago, suelta
de cuerpo, atrevida de rostro
o semidesnuda.
La clase obrera cose las heridas
del cielo en los talleres del tiempo
también en los telares, soñando,
según quién lo lea y dónde, según
quién lo entienda, comprendiendoló,
ya que puede ser la bandera
personal o la patria, el norte
de cada uno, la vida entera.
Según quién lo mire. Según se vea.
Aquí o en la China la clase obrera
no va al paraíso; viaja atormentada
en las vísceras de un trueno apretada
en las vísceras de un pollo
enmudecida en el aire sin alas
que de un golpe sin sonido
se esfuma en el aire
como un relámpago se esfuma
en el aire pesado de tormenta
y desaparece
entre los viejos telares
del cielo.
Y SI NO FUERA
Un hombre golpea con un fémur
el portón de la fábrica donde
quedó encerrado su alimento.
¿Y si de pronto sonara la campana?
¿Si de pronto tronara el silbato
y la puerta se abriera, y un
tumulto pasara a su lado
como un vendaval y despertara?
Un ángel desnudo, llora temblando
en un rincón del comedor.
¿Y si no fuera llanto lo que moja
su cara, si fuera emoción o acaso,
ni siquiera fuera ángel o custodio
sino el sueño del temor, el resultado
del miedo en las solapas, en los ojos
afiebrados del hombre que suplica?
Una mujer encinta trepa
a un andamio, y deja
en la cornisa del cielo
el almuerzo para el preciso mediodía.
¿Y si acaso fuera una mujer
equilibrista vestida de fuego?
¿Si acaso, trepando los andamios
buscara mostrar desde el cielo
sus piernas como tallos,
sus ojos de primavera,
su cabello encendido como
una antorcha en lo alto
del día conmovedor?
Un hombre muerto hace dos horas
convoca a la reflexión
sobre lo efímero de la vida
y sus instancias.
¿Y si de pronto despertara?
y si acaso sólo fuera
un sueño pesado, un mal sueño,
y levantara un párpado
y se deslumbrara nuevamente
con el cielo que estalla
en su color
con el olor del verano
que se ensancha
y las flores
y los deudos
y las ceremonias posteriores
de la ausencia
pasaran
como pasa el viento tibio
en este atardecer de Enero.
Y fuera un sueño, la muerte
sólo fuera un sueño oscuro
que intentamos olvidar,
cada vez que la mujer
de cabellera de fuego
y ojos de oro, trepa
a los andamios del cielo
y nos deslumbra.
"Con usura ningún hombre tiene una casa de buena piedra"
Ezra Pound
EL TÍO EZRA TENIA RAZON
El tío Ezra tenía razón:
no se puede construir una casa
con usura
ni un país
ni una calle cualquiera
que nos lleve a los labios
tibios del amor.
Mucho menos se puede respirar
con usura
o andar ligero de ropa
por el aire.
No se puede mirar el cielo
con usura
no se puede contemplar
las olas rompiendo
en los espigones
de la infancia,
ni temblar de alegría
con el trinar amarillo
de un pájaro,
no se puede respirar este aire
frío ni tocar la nieve
ni sentarse una tarde
de otoño sobre la falda
del atardecer
y contarle al hijo
que el viento ahora
se ha escondido
entre la cabellera revuelta
de aquel árbol
y que las estrellas
son lámparas que encienden
los duendes en el cielo.
Con usura no se puede
respirar,
ni acariciar, ni sentir
en el pecho, justo
a ras de piel,
el latido del alba
tan pequeña y tibia
asomando en las ventanas,
en los pliegues diminutos de tu cuarto.
El tío Ezra tenía razón:
no se puede construir una casa
con usura
ni un cielo ni una bandera
ni unos ojos que miren
ni unos ojos que al mirar
vislumbren
aunque sea por instantes,
el expectante rostro
del futuro.
"Del rojo al verde
se muere el amarillo"
G.Apollinaire
UN RÍO ANCHO CON SABOR A OTOÑO
Tú que tienes la precisión
prendida en la solapa:
¿a cuánto estamos hoy?
El olor de la tierra húmeda
trae en los bolsillos
noticias del mundo:
del rojo al verde
se muere el amarillo;
de mi casa al mercado
se mueren los niños
en el desierto.
Los noticieros hablan
de la guerra
y el cielo avanza.
Los noticieros hablan
de tormentas de arena
en el desierto
y los pájaros emigran
en mi cielo de otoño.
Mientras enciendo un cigarrillo
mientras la ropa
se seca al sol
se mueren los niños
en el desierto.
Del rojo al verde
se muere el amarillo.
Y las casas son abandonadas
por sus dueños,
y las viudas dejan flores
en la mitad de las camas
y se marchan,
se cubren la piel
con sus trapos de viuda
con sus pañuelos de luto
con sus ropas de humo
y caminan
por el borde del cielo
y caminan por las orillas
del mundo.
En mi patio con macetas
caen flores del cielo
y caen también
pájaros atravesados
por el sonido de la guerra,
y se despiertan las madres
bajo otro cielo
y en los mercados
las frutas, los pescados,
los pregones, no tienen
sonidos de luto,
ni hay viudas huyendo
a las fronteras
ni hay temblores de tierra
ni nadie sacude vidrio molido
de las mantas
ni los curas barren los escombros
de las catedrales y las iglesias
ni en mi cielo de otoño
contemplo esta mañana
la inmensa peregrinación
de ataúdes y pañuelos
que en algún lugar del mundo
se desatan; el polvo, la arena,
el desierto abrasador,
donde dicen estuvo el Paraíso
el Paraíso anhelado
a punto de perderse,
donde un niño sueña todavía
que tiene brazos
una familia, y sus piernas
inquietas de doce años
corren por las inmensas
arenas y salta, busca
nubes, desafía las leyes
de la física, soñando
por las tierras de Ur
a la sombra monumental
de las ruinas de Babilonia.
Del rojo al verde
se muere el amarillo.
Entre tu pecho
y el mío
se muere el amarillo.
entre tus alas y mi sueño
se muere el amarillo.
Entre tus piernas
y las mías
se muere el otoño,
a cuatro metros del cielo
por venir
a cuatro gotas de lluvia
o de rocío
a tres días de un disparo
demoledor y ciego
a dos minutos de la gloria
o el fracaso
a un segundo que aguarda
goteando el alba
tu boca de luz
tu llama
para contrarrestar acaso
ese grito que vuela incesante
entre dos ríos que llevan
la muerte
ese aullido que cruza el cielo
las tormentas el calor
un grito que cruza
el desierto, tu pecho
tu morada
y golpea como un puño
de acero
las ventanas de mi cuarto,
aquí, en mi pequeño cielo
de otoño,
demasiado lejos
de los hombres recién rasurados
que no volverán a sus casas,
de las mujeres
que conversan en la puerta
de un mercado
sin saber que esa noche
dormirán con la muerte;
de los que cantaron
en las duchas
por última vez, hermosas
canciones de veinte siglos,
y no supieron nunca
de nosotros y este río
ni del nombre del río
que nos nombra y atraviesa
con su mansa identidad.
Aquí en el Sur,
donde envejecemos
mirando los ponientes.
SALARIOS
¿Es lo mismo el salario
de una hormiga que el
de un narcotraficante?
¿Y el de un párroco/ una monja/
un obispo/ un cardenal ardiente?
¿Quién paga? ¿Quién ordena?
¿Es lo mismo el salario
de un sicario que el de
un médico/ un cartero/
un panadero/ que un
viejo y enlutado enterrador?
¿Quién paga? ¿Quién ordena?
¿Qué salario tiene Dios
por administrar las tareas
del mundo?
¿Quién paga? ¿Quién ordena?
¿Quién le paga a Dios?
ANDAMIOS
Se ven caras
pero no corazones/ mucho menos
el corazón astillado
del dueño del martillo/ del lejano
hombrecito del andamio
(manos pequeñas/ sudor casi
imperceptible/ latido
endemoniado al borde del abismo),
solo en su barca vacilante
solo en su cuna de tablas
y hierro
en su féretro móvil
inquieto como un péndulo
como una cometa extravagante
en los remotos cielos
de la ciudad que arde
entre humo/ bocinas/ pájaros
que huyen en medio de la lluvia
entre los golpes del martillo
que suenan allá abajo
para millones
como dulces notas musicales
cayendo del cielo.
Y LA LLUVIA YA ESTABA
Cuando yo nací
la lluvia ya estaba
en el mundo.
Igual que siempre:
desigual/ larga/ copiosa
y transparente, mansa
y delgada como agujas,
fría o caliente
según la estación.
Sin edad,
eso dijeron siempre,
porque nunca pudieron
calcularle los años
de trabajo en el mundo,
limpiando cuerpos y caminos
llenando ríos y arroyos
llenando estanques
y latas en los fondos
del baldío.
Tan alta es
que no puede verse
su talla.
Tan lejana,
como el cielo
y su remoto balbucear.
Cuando yo nací
la lluvia ya estaba
en el mundo,
y las estrellas que viajan
por tu pelo cuando duermes
y el perfume de las flores
y la luz,
y las constelaciones
que hoy no se ven
en el cielo por exceso de humo
ya estaban.
Pero no estaban las fogatas
en las esquinas quemando recuerdos,
pero no estaban los niños
robados que cruzan las fronteras
con alcaloides debajo de los párpados,
ni los hombres que emigran
que cruzan el mar,
y en otras tierras, tejen figuras
de un país lejano,
entran a las panaderías
y señalan con el dedo, aquél
pan crujiente/ amarillo/ casi nunca
caliente/ y luego se marchan
doblados por la soledad
golpeados con fuerza
por un cono de sombra/ un árbol torcido/
una ventana entreabierta en un país lejano
que llaman patria.
Publicado en Australia, Con traducción del poeta Peter Boyle, los poemas de Jorge Palma junto a dos grandes poetas Olga Orozco y Marosa di Giorgio.
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