miércoles, 3 de noviembre de 2010

ANTONIO PEREIRA [1.711]



Antonio Pereira 

Nació en 1923, en Villafranca del Bierzo (León) y falleció a los 85 años en abril de 2009. Sus primeras publicaciones son poemas que ven la luz en las revistas Espadaña y Alba, y por el camino de la poesía continuará en sus primeros libros, reunidos más tarde en el volumen titulado Contar y seguir (1972). No obstante, es la narrativa -el cuento, especialmente- la que le ha valido un reconocimiento más amplio. De su tierra natal aprovecha una rentable tendencia a la oralidad, puesta al servicio de lo universal en un variadísimo repertorio de relatos que van desde lo autóctono hasta el más lejano exotismo.


[Para los cuentos y poemas recogidos en alguno de los títulos siguientes que han aparecido también en publicaciones periódicas o en diversas antologías colectivas, o que no han sido publicadas en libro, remito a Recuento de invenciones, citado en la bibliografía esencial.]



-POESÍA:

El regreso (1964).
Del monte y los caminos (1966).
Cancionero de Sagres (1969).
Dibujo de figura (1972).
Contar y seguir: 1962-1972 (1972). Recopilación de sus anteriores libros de poesía.
Antología de la seda y el hierro (1986).
Poemas de ciudades (1994).
Una tarde a las ocho (1995).
Poemas del claustro (1999). Junto con Jesús Hilario Tundidor y Luis Antonio de Villena.
Meteoros. Poesía 1962-2006 (2006).

-NARRATIVA:

Una ventana a la carretera (1967). Cuentos.
Un sitio para Soledad (1969).
La costa de los fuegos tardíos (1973).
El ingeniero Balboa y otras historias civiles (1976). Cuentos.
País de los Losadas (1978).
Historias veniales de amor: novela (1978). Cuentos.
Los brazos de la i griega (1982). Cuentos.
El síndrome de Estocolmo (1988). Cuentos.
Antonio Pereira y los niños (1989).
Cuentos para lectores cómplices (1989). Cuentos.
Picassos en el desván (1990). Cuentos.
Relatos de andar el mundo (1991). Cuentos.
Obdulia, un cuento cruel (1994). Cuentos.
Las ciudades de poniente (1994).
Relatos sin fronteras (1998). Cuentos.
Cuentos del medio siglo (1999). Cuentos.
Me gusta contar. Selección personal de relatos (1999). Cuentos.
Cuentos de la Cábila (2000). Cuentos.
Recuento de invenciones (2004). Cuentos.
Clara, Elvira, la teta de doña Celina, mujeres (2005) Cuentos.
Oficio de volar (2006). Cuentos.
Cuentos del noroeste mágico (2006).
La divisa en la torre (2007).





(de Dibujo de figura, 1972)

AHORA VOY A DECIRTE POR QUÉ
LLORE AQUEL DÍA

Ahora voy a decirte por qué lloré aquel día
aunque que no sabrás tú de mis ojos.
No era por mi blandura,
no por niño que sufre en las películas,
yo sabía que un muerto no es gran cosa
en una edad de tapias y cunetas.
Lloré por el adviento afectuoso,
por el primor con que lo disponían,
porque tiernos lo habían cultivado
hasta la madurez de la cosecha.
Él tenía una herida en el costado,
la herida iba cerrando poco a poco,
los guardianes entraban a quererle,
« ¡Veamos esa herida! ¡Con el tiempo
de primavera curan las heridas! »,
y alababan su buena encarnadura.
Al día en que los bordes se juntaron
siguió una noche, una amanecida...
No lloré por su pena, lo aseguro,
era porque le habían ayudado
a vestirse, a calzarse, y lo peinaban
con el agua más pura de las fuentes.
Lloré cuando piadosos me ilustraron.
Para matar a un hombre
tiene que estar entero, de otro modo
sería rematarlo.




HOY VINE A LEVANTAR LAS ALDABILLAS

Hoy vine a levantar las aldabillas
y fue romper los sellos de la muerte.
Se abrió el balcón y entró la voz del río,
bandos de pájaros que ciegamente
daban contra mi pecho, lavanderas,
¡crisantemos qué va!, sólo las flores
amigas de vivir entre la vida.
Me hice a un lado, mis manos en mis ojos.
No es que entrara la luz, es que salía
la oscuridad que tú nunca has querido,
los negros algodones con que el celo
amante da mordazas a sus muertos.
Ahora puedes hablar, podemos, madre,
hablar y hasta cantar, si no es muy alto
no vayan a decir que ni siquiera
nos pusimos de alivio.




LA ALTURA DE LOS BOSQUES

La altura de los bosques
pone estilo al amor.
Como colores
hace que ignora el mar y la llanura;
como difiere el habla de las flores,
que aquí exhalan aromas más extensos;
como el hombre,
que mira más arriba
si acostumbra su paso hacia las cumbres
de la blancura eterna y pensativa;
así el ave proclama
una manera de altivez

El urogallo canta
su libertad
y olvida al ojo frío
del arma la ocasión de su garganta.
No le compadezcáis.
Su carne abierta
por la pólvora negra y los metales
sobrevive sonando,
predicando
muerte mejor que la de los corrales.




LA CASA DE MI AMIGO ERA MÁS LUMINOSA

La casa de mi amigo era más luminosa,
iba a decir,
y no sería eso,
porque en los vanos de mi galería
de sol a sol cegaban los pardales.
El claror de la casa de mi amigo
no sé de qué, de dónde provenía,
acaso de que al padre no le decían de usted
o de que el padre nunca hablaba
de crisis
no se vende
qué pensará el Gobierno.
Él cuidaba sus largas escopetas
la madre de mi amigo cuidaba sus largas manos,
a mí me llamaban para jugar.
Pero la luz más alta llegaba en los veranos,
venía en los vestidos de las primas,
no sé cómo mi amigo tenía tantas primas
y ellas tantos vestidos. Cada año
se enamoraba de una diferente,
siempre mayor que él y hasta más alta,
a mí me llamaban para jugar.
Con el tiempo aprendíamos lo oscuro,
las tardes de setiembre ensombrecían
como alacenas los pasillos hondos,
pero la luz estaba donde hubiera
una melena rubia, y el habla perezosa
que nos avergonzaba de la nuestra,
Qué brutos sois los chicos de este pueblo,
y aquel olor a lejos, como a puerto de mar.
Una mañana triste se marchaban
y ya nadie en el mundo dudaría
que iba a llover. Mi amigo
se vengaba en los pájaros.
Yo soñaba que ellas eran mis primas,
deben ser muy hermosos los pechos de las primas
temblando en los desvanes, pero a mí me llamaban
sólo para jugar.




VINO EL DESTACAMENTO

Vino el destacamento.
Vino el destacamento con sus galas,
llenaron el casino, y la misa de doce,
les limpiaban las botas bajo los soportales,
y en el celoso corazón nosotros
duelo llevábamos porque en los claros
miradores miraban nuestras novias
el paso de los otros,
y no arrojaban sobre sus cabezas
la pez hirviente como en un romance.
Marchó el destacamento.
Fue asombroso
y alegre que el domingo
volviese a ser domingo, la costumbre
del amor de la tarde y los zapatos,
hermoso tener moza en nuestro pueblo,
tan bonitas y fieles como son
cuando no miran a los invasores.





(de Cancionero de Sagres, 1969)


BRÀCARA AUGUSTA

Junto a la catedral de Braga vi un canónigo
y me dio un vuelco el corazón.
¡A éste sí se lo podría decir!
Antes pensé (Dios me perdone
la vanidad) dejárselo saber
al guardia perezoso de la esquina;
al cajero del Banco Nacional Ultramarino;
o al dueño de la ourivesaria, tan atento;
o a un mendigo que estaba en los peldaños
como quien tiene un puesto en propiedad.
Mi mujer, ya ustedes saben,
«Eso ni se te ocurra».
«¿Y al canónigo?» «Menos,
bastante les importa a los canónigos».
De manera
que Braga va a dolerme para siempre
porque nadie advirtió que aquel su obispo,
Fructuoso llamado, era paisano mío, quizás algo pariente,
-«¿Tú crees?», mi mujer, ya saben, se sonríe–
y hace cientos de años andaba Bierzo arriba
predicando justicias que poco se cumplieron,
abriendo los caminos que aún están por hacer.



CANCIÓN EN LA RAYA

¡Qué bien huele Portugal!
El aire de sus pinares
llega hasta Ciudad Rodrigo.

Vienen a aromar en mí,
si desde Ayamonte miro,
briznas de algarves maduros
y limones extendidos.

Si desde Aracena, pan.
Si desde Zamora, vino
dorado al lado del Duero.
¡Pájaros, si desde el Miño!

Toda la raya rayana
me huele a amores antiguos.

Para pasar la frontera,
por el aroma me guío.

Y nadie podrá decirme,
nadie,
que voy perdido.




CEMENTERIO DE ÉVORA

«Aquí yace José
Pinto da Silva,
tipógrafo esmerado,
hombre de bien ...
Sus deudos lo recuerdan
para siempre».

Y no fue vanidad, piedra gastada
en balde. A muchos años de silencio
yo pienso en él, lo reconstruyo
tipógrafo esmerado,
hombre de bien,
José Pinto
da Silva.

Acaso nunca fue tan verdadero.




NOCHE DE MARZO EN SAGRES

Sólo un postigo y me encontré en la noche.
No recuerdo la fecha del edicto,
pero me sé llamado de muy lejos
a estos idus turbadores de soledad,
arruinada capilla donde poso cansado el corazón
y me desarmo caballero.
Don Sebastián, Don Sebastián…
El Rey clamaba trigo a España
para su plebe y ved cómo responde
Lazarillo de Tormes con sus hambres.
El Rey marchaba deslumbrante
de armaduras, de raso las banderas,
y en las tiendas alzadas frente al moro
sonaba el adorable choque de las vajillas.
Don Sebastián, Don Sebastián…
Teneos, caballeros lusitanos,
no vengáis a decirme
de mis tejas de vidrio
de mi camisa propia
y allá mis adalides. Donde pongo
Don Sebastián puedo decir si cuadra
Don Carlos el de Gante que desmochaba comuneros,
juntar a Don Ordoño el de mi calle
con Don Alfonso Henríquez que estrenaba capa,
Don Dinís Labrador que era bueno y plantaba pinos,
Don Ramiro Segundo que era cruel y arrancaba ojos,
Doña Isabel de Portugal que inventaba rosas,
Don Alfonso en la pared de las escuelas,
Doña Leonor de las Misericordias,
Don Pedro del amor y las venganzas,
Don Juan Primero el de los buenos hijos,
los Reyes de los hijos mal nacidos,
los Príncipes al óleo y sus enanos,
los Fernandos, los Sanchos, los Duartes...
Larga y cara es la nómina de egregios,
los vuestros y los míos de León y sus ensanches,
con tiempo y ocasión de ser queridos
por sus ricos brocados y sus glorias,
odiados,
deseados,
maldecidos y vueltos a querer.
 En este promontorio
hay que alzar a lo alto las trompetas de oro
-alabado, alabado–
o preguntar vasallos pero sin inclinarse,
Alteza, Majestad, Como Se Diga:
por el honor que disteis a los pueblos,
por los duelos que hicieron vuestras armas.
Por los mapas crecidos,
pero también por tantos puentes y venturas
y las enfermerías
que nos dejasteis a deber.
Don Sebastián, Don Sebastián.





¿OPORTO, SIR...?

O Douro é um rio de vinho que tem a
foz em Liverpool e em Londres...
JOAQUIM NAMORADO


Con una copa de oporto
milord contempla en la lluvia
indicios de un sol remoto.

Dos copas le van poniendo
en los ríos de la sangre
el suave calor del sueño.

Con tres copas se le entregan
mujeres de blanca piel
que inventa la chimenea.

Con cuatro copas el mundo
es un Jardín entrevisto
con árboles de oro puro.

Aunque cinco copas beba,
lo que no sueña milord
necesaria. es la sed de quien vendimia
en Oporto bajo el sol.




TARDES EN LOS JERÓNIMOS

Cuánta alegría perdida
¡quién me Pudiera decir!
pensando cielos de plomo
si luego nunca los vi.

Los ruidos que me espantaban
era el aire en el jardín.
La muerte de cada noche
venía y no era por mí,

Cada vez que estuve triste
por lo que fuera a ocurrir,
perdí un puñado de rosas.
¡Ahora lo puedo decir!

... Cuando no me quedan rosas.
Ahora que ya no es abril.





(de Antología de la seda y el hierro, 1986)


CAUTELAS DE LA MIRADA

A Lêdo Ivo


Lo primero que se enseña a los camareros
es no mirar a los clientes que piden sólo agua
y si se les mira no verlos.

Lo primero que se enseña a los meritorios
es no mirar ni siquiera por fuera los sobres lacrados.

Lo primero que se enseña a los niños que nacen
[mongólicos
es no mirar para nada las estadísticas.

Lo primero que se enseña a los seminaristas
es no mirar a sus hermanas ni con ojos de hermano.

Lo primero que se enseña en las guerras
es no mirar por el punto de mira
de las armas que saben disparar ciegamente.

Lo primero que se enseña a los ciegos es no mirar
[por los dedos
lo que aún se alcanza por la llaga del ojo.

Lo primero que se enseña a los blancos
es no mirar el blanco de los ojos del negro.

Lo primero que se enseña a las vírgenes
es no mirar el tamaño de la ofensa.

Lo primero que se enseña a las viudas
que de noche se miran en los espejos
no lo voy a decir por respeto a sus muertos.

Lo primero que se enseña a la flor es no mirar con
[envidia
el vértigo de las abejas.

Lo primero que los dioses enseñan
es que no nos miremos de frente en su rostro.
Porque nunca sepamos.





(de Del monte y los caminos, 1966)



CUANDO DESCANSO LOS OJOS

Cuando descanso los ojos
 y voy flotando en el sueño,
lo que escucho todavía
es el sonido del hierro.

Todo sonaba en la tienda
enemiga del silencio:
los clavos sobre el platillo
de la balanza cayendo
y el choque de las caderas
redondas de los pucheros.

La chapa galvanizada
en hornos altos de fuego
vibraba, curvada y dulce
materia de los calderos.

Las guadañas se escogían
arrancándoles el eco.

¡Todo un bosque de metales
y yo perdido en su centro!
Podré olvidar el color
de las cosas que me vieron
crecer desde los estantes,
pero su canción no puedo.

Lo que sonaba en la tienda
vuelve en la niebla del sueño,
tan claro que me pregunto
si estoy soñando despierto.





(de El regreso, 1964)



EL PEQUEÑO TREN

Alabo el tren pequeño:
dos vagones
de tablas barnizadas, con cristales
que cuadran los viñedos, con un timbre
de alarma que quizá no suene nunca,

con una mesa larga de Correos
donde clasificar las novedades,
con un furgón atrás para las cestas,
sin coches camas y sin más historias;

lo manda un maquinista de Monforte,
lo atiza un fogonero de Monforte,
el revisor también es de Monforte,
Genaro es el cartero y es del Bierzo.

Dieciocho kilómetros diarios,
nueve y nueve contándole ida y vuelta,
para enlazar a tiempo con los grandes
expresos que conceden un minuto,
no es gran cosa, pero es la lanzadera
capaz de urdir la trama de los siglos,

pequeño tren de vía secundaría,
¡y a veces hasta fue considerado,
trayendo un premio gordo, o un ministro,
o el despojo de un duque recién muerto!

Te alabo, breve tren irrelevante,
pequeño tren, formado como tantos
hombres con vocación a la modestia,
y canto tu belleza subsidiaria.




ÚRSULA CIUDAD

La belleza plural de mis ciudades
en una se resume triunfadora.
Penúltima ciudad, acento esdrújulo
que alza la voz y luego la desploma.

Estás como te había presentido,
sobre el énfasis leve de una loma,
no tan alta que el sol te destituya,
no demasiado al ras donde las otras.

Ciudad mía, que sólo yo conozco
en fuentes de la gracia surtidoras,
¡oh, jardines secretos donde entro
y levanto un revuelo de palomas!

Eres ciudad de estar. Si se pudiera...
En ti se cumplen todos mis caminos
y sólo queda hacer parada y fonda.
Vengo a esperar a tu sala de espera,
en tu hueco dulcísimo de sombra,
la luz que irrumpirá por cualquier vía,
acaso a contratiempo y en deshora.





(de Una tarde a las ocho, 1995)


EL PRÓDIGO

Mi corazón vive por encima de sus posibilidades.

Como los señores de mi juventud que gastaban más
de lo que tenían y tenían menos de lo que debían.

Mi corazón es pródigo como un cerezo enloquecido
por el verano.

Pero yo no le riño a mi corazón
porque está consentido y a lo mejor ya saben.





ODIO LOS AUTOS

Odio los autos
que me han robado una ciudad que tenía muy bien
soñada.
He ido a la ciudad por las aduanas más delgadas y
estaba llena de autos.
He rodeado por caminos y era la encrucijada
donde afluían los autos.
En los atrios de las catedrales
naranjos amargos de los que cuelgan los autos.
He respirado
la insania de los autos
he chocado
con todos los autos que ni siquiera me rozaron.
He blasfemado autos.
He llorado.





ORACIÓN

Señor ya sabes mis cuidados con el butano y los grifos
todo lo cierro bien pero es difícil desentenderse
inspecciono la antena
las macetas con tantas criaturas que por debajo pasan
sufro mucho Señor
y aunque te agradezco no haberme hecho cirujano
ni conductor del autobús escolar
te pido que un ratito te quedes responsable
que aguantes todo esto mientras voy a un recado
y cualquier día no vuelvo.




POÉTICA

Ahora sé que es un crimen de lesa poesía
exprimirle a la almendra del verbo su licor
y entregarlo a los indiferentes.
Oh, tú, poeta pródigo,
malgastador de. lo que sólo es tuyo
durante un breve relajo de los dioses.
Retén el aire en el pulmón florido
hasta la hora en que tu canto sea
disculpado por la necesidad,
no vayas a jurar el verso en vano.





(de Contar y seguir (1962-1972), 1972)


MEMORIA DE JEAN MOULIN

[En Contar y seguir, 1962-1972]
Il était le chef d'un peuple
de la nuit
ANDRE MALRAUX


UNO

La noche era pisadas
La noche era candados
La noche era las listas
La noche era linternas
La noche interjecciones
La noche los adioses
La noche era memoria
tan remota que nadie
recordaba el amor
si no en lecho de esparto


DOS

... Hasta que al fin la noche
cansada de crueldad
se dejaba vencer hasta otra noche
y el día lentamente restauraba
la máscara en el rostro.

«Buenos días, señor. Ah, buenos días.
Somos hombres. Guardemos las maneras.
Nadie podrá decir que nuestras manos...
mientras llevemos su afilada sombra
en el hueco suavísimo del guante».
-Afeitado y azul el invasor ponía
el ancho territorio de su bota
sobre la calle,
y muy piadosamente
cubría los manchones del escándalo.-

Niños cruzaban, pájaros de siempre,
porque la vida, porque el mar y el cielo,
y muchachas granando en su imprudencia
hacia un destino como el sol remoto.

El paso de los hombres resonaba
opaco, la herramienta
mirando hacia la tierra como un arma
rendida en viernes santo,
tan cívicos por fuera.

Porque era el día, el día; y era el día
abriendo los cerrojos con su tregua,
poniendo en orden trenes y mercados
junto a la profusión de los edictos.

Pero bajo la piel de las ciudades
un corazón latía muy despacio
su fuerza reservando hacia lo oscuro:
el músculo del pueblo de la sombra.


TRES

« ¡Un paso al frente! Tú serás la piedra».
Como aquel hombre que llamaron Pedro.
Este que llaman Juan, o cualquier otro
nombre de salvación o de desgracia,
de pronto encuentra ardiendo entre sus manos
una llama, y hay hombres que le siguen.

¿Qué voz oculta, qué imperioso verbo
vino a nombrarlo entre la muchedumbre?
Ningún signo de luz sobre la barca,
ni en la despierta carne de la madre
el resplandor de los presentimientos.

Acontece que un día ya no basta
la mesa para cuatro con su pan
seguro, pero amargo; y en el lecho
feliz las horas blancas se revuelven.

El ya no es él. Escapan al sentido
todas las tiernas cosas renunciadas,
pinceles, instrumentos, colecciones
de deseos fingiendo mariposas.

Ahora lo miran miles, le preguntan.

El se mira también y se pregunta.

Nadie responde. Hay que inventar el modo,
el camino, la letra de los himnos
y la cueva feroz donde cantarlos.

Era un pozo de asombro estremecido
como aquel Pedro, pero un dedo firme
señala su ocasión y lo designa,
y es el jefe de un pueblo de la noche.


UNO

La noche era recados
La noche juramentos
La noche la esperanza
La noche las traiciones
La noche era los mapas
los nombres de memoria
La noche era los miedos
sólo de tener miedo
La noche era los santos
y seña Crece el trigo




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