lunes, 8 de marzo de 2010

ELENA MEDEL [020]


Elena Medel

Elena Medel (Córdoba, 1985) es una escritora española, dedicada especialmente al campo de la poesía.

Ha publicado los poemarios Mi primer bikini (DVD, 2002), que obtuvo el premio Andalucía Joven concedido por el Instituto Andaluz de la Juventud, Tara (2006) y Chatterton (Visor, 2014), que ha ganado el premio Loewe en su categoría Creación Joven. También es autora de los cuadernos Vacaciones (2004) y Un soplo en el corazón (2007).

Sus poemas han sido traducidos al alemán, árabe, armenio, esloveno, euskera, francés, inglés, italiano, polaco, portugués, rumano, sueco y swahili.

Dirige la editorial de poesía La Bella Varsovia. Su obra aparece en numerosos recuentos de la poesía reciente. También narradora, sus cuentos aparecen en diversas antologías.

Obras

Poesía

Mi primer bikini (Premio Andalucía Joven 2001; Barcelona, DVD, 2002). 64 páginas, ISBN 84-95007-65-7
Vacaciones (Almería, El Gaviero Ediciones, 2004). 32 páginas, ISBN 84-933751-1-X.
Tara (Barcelona, DVD, 2006). 80 páginas, ISBN 84-96328-50-4.
Un soplo en el corazón (Logroño-La Rioja, Ediciones del 4 de agosto - Colección Planeta Clandestino # 47, 2007). 24 páginas. Viñeta de Odón Serón. ISBN 84-96686-36-6. Cuaderno inspirado en el álbum Un Soplo En El Corazón (1993) del grupo donostiarra Family.
Chatterton (XXVI Premio Loewe a la Creación Joven; Madrid, Visor, 2014). 52 páginas, ISBN 978-84-9895-864-5
Un día negro en una casa de mentira (1998-2014) (Madrid, Visor, 2015). 230 páginas, ISBN 978-84-9895-899-7

Ensayo

El mundo mago. Cómo vivir con Antonio Machado (Barcelona, Ariel, 2015). 248 páginas, ISBN 978-84-344-2235-3

Inclusiones en antologías de poesía

Inéditos: once poetas (ed. Ignacio Elguero; Madrid, Huerga y Fierro, 2002). 192 páginas, ISBN 84-8374-305-1.
Veinticinco poetas españoles jóvenes (ed. Ariadna G. García, Guillermo López Gallego y Álvaro Tato; Madrid, Hiperión, 2003). 480 páginas, ISBN 84-7517-778-6.
La lógica de Orfeo (ed. Luis Antonio de Villena; Madrid, Visor, 2003). 339 páginas, ISBN 84-7522-926-3.
Edad presente: poesía cordobesa para el siglo XXI (ed. Javier Lostalé; Sevilla, Fundación José Manuel Lara, 2003). 272 páginas, ISBN 84-96152-09-X.
Poetisas españolas (ed. Luzmaría Jiménez Faro; Madrid, Torremozas, 2003). ISBN 84-7839-287-4.
Ilimitada voz: antología de poetas 1940-2002 (ed. José María Balcells; Cádiz, Universidad, 2003). 456 páginas, ISBN 84-7786-800-X.
Andalucía poesía joven (ed. Guillermo Ruiz Villagordo; Córdoba, Plurabelle, 2004). 256 páginas, ISBN 84-933871-0-X.
Radio Varsovia. Muestra de poesía joven cordobesa (Córdoba, La Bella Varsovia, 2004). 132 páginas, ISBN 84-609-2361-4.
Que la fuerza te acompañe (Almería, El Gaviero, 2005). 102 páginas, ISBN 84-934411-0-4.
Tres tiempos, seis voces (Madrid, Torremozas, 2006). 88 páginas, ISBN 84-7839-360-9.
Hilanderas (Madrid, Amargord, 2006). 358 páginas, ISBN 84-87302-24-6.
Aquí y ahora (ed. Lara Moreno, Sevilla, Igriega Movimiento Cultural, 2008). 196 páginas, ISBN 978-84-612-2486-9
Antología del beso, poesía última española, de Julio César Jiménez (Mitad doble ediciones, 2009). 133 páginas, ISBN 978-84-613-0665-7.
y para qué + POETAS. Herederos y precursores. Poesía andaluza≤ n. 1970, de Raúl Díaz Rosales y Julio César Jiménez, (Eppur ediciones, Málaga 2010). ISBN 978-84-937100-5-7.
El canon abierto. Última poesía en español (1970-1985), de Remedios Sánchez García y Anthony L. Geits, (Madrid, Visor, 2015). 498 páginas, ISBN 978-84-9895-908-6

Relato

VV.AA., Matar en Barcelona (antología de relatos), Alpha Decay, Barcelona, 2009.
Bleak House Inn. Diez huéspedes en casa de Dickens. Cuentos de Pilar Adón, Elia Barceló, Oscar Esquivias, Marc Gual, César Mallorquí, Ismael Martínez Biurrun, Elena Medel, Francesc Miralles, Daniel Sánchez Pardos y Marian Womack. Edición y epílogo de Care Santos. Madrid: Fábulas de Albión, 2012



De "Vacaciones" 2004


Curso de submarinismo

Como anticipo a la pérdida,
un corazón que flota y sobrevive
a la riada de sueños encerrados en burbujas.

Como coraza contra la victoria,
agendas que no abandonan su jaula de jabón,
muertas sobre la placa de la ducha.

Hoy es epílogo

las horas construyen su ataúd junto a mi almohada.



Punto de partida

Un poema condenado al ocio. 
Sus dieciocho versos montan en autobús 
y guardo en la cartera -dibujos animados- 
dos pasajes con destino a la garganta. 
Tu móvil, apenas unos céntimos, sonrisa: 
ganarte así, renegando de Espronceda. 

Tus besos son la excusa del verano. 



L'enfant terrible

Mi chico azul surgió de un tren celeste.
Azul su discman y el CD de Los Planetas,
era tan frágil que sólo hablaba con monos ebrios
—colgados de farolas en medio del océano—
y acariciaba su codo con acento de verano en Irlanda.
En la arena, el hueco de su talón imitaba
al cortafuegos abierto por las mandíbulas de Hansel,
negándome la dulce perversión de sus paredes.
Diez minutos construyeron mi paraíso mirándole las uñas.
Sólo porque él fue mi fetiche —azul napoleónico de Elba—,
decidí cobijarle para siempre en mi mochila
—entre los libros de poemas y mis bragas—,
pero me rechazó con la distinción que le supuse.
Pez azul chocando contra mis tobillos,
el cielo de su boca se encapotó al querer cruzarlo:
demasiado azul, demasiado azul, demasiado azul.



L'amour est bleu

Cuatro pasos de agua son frontera
entre su ombligo y la autopista.
Confío en la ruta de mordiscos de su espalda.

¿Me anochece para siempre esta señal?
¿O es brújula de luz para la tarde?



Love will tear us apart

El estómago de Vladimir Spider Sabich
arde como una estrella de azufre.
Esta madrugada es el beso de la madre,
fugaz en su veneno.

El sueño me condena a cadena perpetua,
entreteje la dulzura de Claudine
con el cordón de mis zapatos rotos.

La llaga en su vientre de nieve
duele a escombros, sabe a corazón:
el rencor tiene nombre de formas vegetales.



Salón de pasos perdidos

La tecnología carece de autoestima:
hierve con las preguntas,
le inquietan las señales
un par de ventanas más al norte.

Igual tu nombre, que borra las vocales
y no impide el divorcio de nuestras maletas.
Una estación, aperitivo, cinco días.

Con las muñecas rotas
te estoy diciendo adiós.




De "Mi primer bikini " 2001


I will survive

Tengo una enorme colección de amantes. 
Me consuelan y me aman y con ellos mi ego 
se expande y extramuros alcanza la azotea. 
Cuando estoy con cualquiera de ellos, 
o con todos a la vez, siento la pesada carga 
de millones de pupilas subidas a mi grupa, 
y a mi oído lo acosan millones de improperios, 
se habrá visto niña más desvergonzada / pobrecita, 
Dios le libre del problema que suponen / habría 
que encerrarlas a todas . Languidezco. 
Quiero volar y volar y volar como Campanilla 

-blanco y radiante cuerpo celestial, 
pequeño cometa, pequeño cometa-
de la mano mis amantes, que dicen cosas bonitas 
como estigma, princesa, miss cabello bonito, asteroide. 

Todo sea por mis amantes, que no son dignos de elogio: 
son minúsculos, y redondos, y azules, 
azules o blancos, o azules y blancos, 
y su boquita de piñón es invisible, 
y para besarles introduzco a los pitufos 
en mi boca, y para gozar de ellos 
los trago, porque me sé mantis religiosa. 
Quién soy, quién soy, ni siquiera sé quién soy. 
Sólo los necesito cuando me desdoblo en dos, 
cuando mi ego se encoge incomprensiblemente 
e intramuros alcanza un punto mínimo, 
cuando lloro demasiado o río demasiado, 
y entonces los llamo y ellos, decidme vosotros 
quién soy, mi pequeño y urgente consuelo, 
se adentran en mi boca sin dudarlo, complacidos, 
y me recorren por dentro, y al fin sonrío, soy, 
sonrío tras sus cuatro, cinco, seis besos azules, 
un balanceo en mi regazo, la sonrisa desencajada, 
quién soy ahora, quién soy realmente ahora, 
quizá sea una muñeca de trapo, me toman prestada, 
sonrío con sus besos fríos color pitufo, color papá pitufo, 
besos de colores, ligero toque frío y plástico en mi lengua, 
quién soy ahora, quién soy realmente ahora. 

Les comparto con muchas otras, Sylvia, Anne, 
ay mis amantes pluriempleados, no lo he dicho, 
mis amantes que son minúsculos, redondos y azules, 
apuestos príncipes de un cuento de hadas, 
cuando hago como que duermo 
creen que soy la Bella Durmiente, 
y entonces quiebran el relato y me besan, 
y son como cualquier beso que lo es para dormirse, 
buenas noches pequeñas plásticas azules y blancas, 
quién soy, ya no quiero responder, no sé quién soy, 
y contradigo el cuento y mi sueño es más profundo, 
y no quiero despertar, no quiero, sólo quiero más 
besos azules, quién, besos blancos, 
besos porque mi ego tambalea en el centro de mi estómago, 
quién soy, besos redondos o cilíndricos, 
no importa quién soy, quién soy realmente, 
falo químico para mi sonrisa, quién soy ahora, 
falo químico de colores para mi cabeza baja. 



Mi primer bikini 

Sólo yo sé cuándo sobrevivimos. 
Lo sé porque mis dedos 
se transforman en lápices de colores. 
Lo sé porque con ellos 
dibujo en las paredes de tu casa 
mujeres con rostro de epitafio. 
Porque, a la caricia de la punta, 
comienza el derrame de los cimientos 
formando arco iris en la noche. 
Porque, al escribir testamentos 
en el suelo, se remueven las vísceras 
de azúcar, y trepan tus raíces. 

Grabo versos de colores fríos 
en tu piel, de arquitrabe a basa, 
y les llueve y los diluye, y compruebo 
que la lluvia suena como hacen al caer 
las canicas brillantes y naranjas 
que cambiaba en el patio del recreo, 
poco antes de calzar mi primer bikini. 

Hoy guardo las canicas, como un apagado 
tesoro, en los huecos de otras espaldas. 

Pinto también en la terraza de enfrente 
un jardín de lápidas cálidas y hermosas. 
Trazo como una medusa de bronce, 
un paraíso de cadenas hendiendo en mantillo 
el valle diminuto que proclama que es frágil 
y sin embargo, dirás tú, sobrevive.


                                                   
Irène Némirovsky

Para Benjamín Prado

Yo soy Elisabeth Gille llorando tu marcha:
éstas son mis cartas de cumpleaños quemadas.
Yo soy tu hija pequeña sin regalos de Navidad.
Persiguiendo a los nazis, saltando la valla.
Yo soy David Golder arruinado tras tu muerte.
Yo soy un acorde de piano cualquiera
que, de repente, en Issy-L'Evêque suena.
Yo soy Danièle Darrieux tirándose a un ministro nazi.
Yo soy la familia Kampf en un baile malogrado.
Yo soy las lágrimas que derramaste
en una cámara de gas en Auschwitz.
Yo soy el espíritu de la mala suerte.
Yo soy, como tú, una judía atea.
Yo también me exilié por la guerra.
Y soy un susurro al oído y un cuento de Chejov
y las moscas del otoño en un suburbio de Moscú
y soy un perro y soy un lobo
y soy un trago de vino de soledad...
Y soy tu todo y soy tu nada.
Y soy el cabrón alemán que te mató.
Y el germen de la semilla de tu ser.
Yo también me marché de Kiev.
Yo soy tú y a la vez yo.
Yo soy un insecto que por noviembre
merodea en los crematorios.
Yo soy la elegancia, el clasicismo y la frescura
de la boca que Hitler mandó callar un día.
Yo soy Grasset quemando todos tus fonemas
cuando tus hijas aún duermen a tu sombra.
Soy tu mano que acaricia sus cabellos
y que, dedos traviesos, imagina un nuevo cuento.
Y digo que este poema es Irène Némirovsky
lo mismo que yo soy Finlandia en 1918
y tú eres un corazón más en un mundo vacío.



El secreto de Heidi

Luna creciente

Cuando estoy sentada en el borde de la ventana,
mis uñas son el átomo principal de las estrellas:
hoy, por ejemplo, he alcanzado por fin la palabra luna
en la frase viento que araña. Me la pongo en el ombligo.
Escribo otro nombre que no es el mío
con la punta de los dedos de los pies,
removiendo con cuchara las vísceras del vértigo.
Mirando el cielo en una noche de verano,
los cuerpos celestes son miguitas de pan
que los héroes arrastran para no olvidar volver a casa.
Y me digo que quizá la Heidi que los dioses veneran
es la misma que duerme en la copa del árbol
que yo derribo, que bombardeo con las migas de pan
— escupitajos que se engarzan en desiertos embetunados—
que recojo cuando todos me dejan sola.
Tremendamente sola, hilando Biodramina
en la punta de los dardos que arrojo
a los que se revuelven dentro de mi estómago.
Qué agradable es beberse la cuenca de los ojos,
armarse la boca de septiembre a mediodía.

Luna llena

Cosas románticas como pintarse el mentó color troncodeárbol
cuando pase el tiempo, mucho tiempo — un mes— ,
y Heidi y yo nos perdamos alrededor suya.
Cuando cada otoño las sílabas de café
delinean las cuatro esquinas de este mapa,
yerran su coreografía las tazas del palacio encantado.
Entonces se desangra la porcelana rica de los vagabundos.
Y qué niña tan buena soy, porque
incluso descalza auxilio al príncipe eslavo.
Pero cuidado, porque todo mi tesoro será negro carbón
al atenuarse la constelación anaranjada de mi rostro.
Qué será de mí. Vendas de color violeta que hagan daño
para quienes marcan su territorio a golpe de talón;
por favor, los tacones más altos y punzantes
para quienes reposan con el tobillo entre las nalgas.
Heidi tiene hambre y me pide lamentarse con espadas,
donde paralelo y perpendicular fluyan dos y rían uno.
No sé decirle. Pienso en escribir versos que duelan,
que te rompan porque no deben decirse — pétrea la placenta— ,
que hagan espuma cada octubre,
parásitos para quien me desprecia.
Si tienes hambre recuerda que la tierra no está quieta,
Heidi, que los mausoleos se rompen y de todos sale tu abuelo,
que nos pide el fuego que arde en la garganta
para encender un pitillo. Si tienes sed, toma y bebe,
llevaba la palabra luna colgada en mi ombligo,
azul es la nuez de cada eunuco, azul es el cielo de mi boca,
que se licua para que Heidi cace mariposas en noviembre,
para que se unte con merengue y recorran las abejas su túnel.

Luna menguante

Y si alguna vez me preguntan quién es Heidi, respondo
manzana es una extraña forma del invierno
Su acidez, el escalofrío de saberse en el camino acertado;
su aspereza, el beso envenenando de todas las leyendas.
Quien quería saber esto se asemejaba a esos sastres
que muestran todos los versos que riman
cogidos con alfiler a su traje carísimo.
Dime alguna metáfora bonita , hurgaba en mis calcetines.
Muerte. Eso no es una metáfora. ¿No? Dime algo más hermoso.
Una sola palabra no rima con nada. ¡Herejía!
Se fue con sus versos, todos iguales, como la ropa de Heidi.
Aquí dejó sus dientes. Al verlos supe que soy
todas esas veces en que mi espalda era un tobogán
y alguien se deslizó por ella sin pagar:
soy la pegatina que no viene con ningún chicle.
Chicles que saben a fresa como los lóbulos de Heidi.
Heidi afila cuchillos para cortar la tarta,
deseando mancharse con la palabra chocolate.
Después, uno a uno, los soldados le chuparán
la barbilla cuando sea febrero, por ejemplo.
Cuando se derrita la tarta que hice en casa.
Entonces la palabra luna se me zambullía en el ombligo.

Luna nueva

Según Heidi, no soy lo que todos suponen que debo ser.
Huelo a pólvora y algún día fui sangre seca.
Ella y yo hacemos una hoguera de pergaminos legendarios,
de espuma gris que araña el pedestal,
de madera astillada y escamas metálicas,
hoguera de cuero negro y corazón desvencijado,
de estalactitas amontonadas, humo cósmico asciende,
hoguera sola, sola como yo, que me derramo epiléptica:
pero ni por ésas logro ser lo que todos suponen.
Cuando me quemo un poco los codos, la observo melancólica.
Heidi asegura acordarse mucho de Espinete,
punzones en su pelo, extraña Medusa, tan rosa la vulva de las yeguas.
Cuánto me duele ser una sombra en la puerta del colegio.
¿Justo ahora quieres tarta, Heidi? Yo te diré.
Te diré que derrumbo el pastel para que alguien
me enseñe a morder cerezas:
terciopelo por fuera, lino áspero por dentro.
Te diré que por tu culpa perdí la palabra luna mientras huía.
No llores, Heidi. No puedo rescatar los astrolabios.
Mira, Heidi, las letras de tabaco
esparciendo monigotes en cada primavera.
Tengo sueño. Mañana escalaremos la montaña
que tenga menos flores — tierra blanca como el mármol — ,
o la que más te recuerde a nuestro hogar. Somos fugitivas.

Aparco mi cabeza en el borde de este poema,
que es un mapa de metáforas manchado de café.
Parece que mi Heidi también duerme.

Pero no.
Ella es cruel como las institutrices políglotas.

Heidi, mientras rezo, se masturba al oeste de mi pecho.





De "Tara" 2006

   
Aquello en lo que te fijas cuando salimos 
por las noches

Mi madre me enseñó que la mejor forma de pasar por la
          vida era renunciando a la propiedad particular.
Ella me convenció de que podría transformar los balbuceos
          en música de cámara, con mis zapatos.
Tus zapatos son mágicos, me dijo. Pierde uno y ganarás un marido. 
          Vende dos y ante ti se revolverán las semillas de tu reino.
Y yo susurraba: mi reino eterno. Junto a él.
Decidí que los compraría de colores para camuflar mi identidad, 
          sobrios si aspiro a desvelar mis secretos.
No tacones ni zapatos planos ni aerodinamismo; le quiero
          suciamente. He descubierto que pasos-pequeños
conducen a una-mujer-seria-con-dos-rayas-absortas.

Descalza, de puntillas, vuelvo a tener diez años y a morirme
          por dentro de tanta soledad.


Escribiré quinientas veces el nombre 
de mi madre

Escribiré quinientas veces el nombre de mi madre.
Con un vestido blanco trazaré cada una de sus letras por las
          paredes de mi dormitorio, por el suelo del patio del
          colegio, por el pasillo de la casa más antigua. Para
          recordar mi origen cada vez que yo viva.
En todos los lugares podré besar sus mejillas limpias de
          cristal, aunque ella duerma lejos:
sus mejillas cercanas que me dolerán allá donde acaricie
          su nombre escrito.
Tantos días, tantas noches habrá de alimentarme
          amorosamente con su parábola descalza;
vendrá mi madre a arroparme, mujer de humo, con los ojos
          tiritando de suerte,
y en cada sueño mis apellidos dolerán como un cartel de
          bienvenida a un hogar diferente.
Sobre mi cabello, rubio como el de mi madre, la corona que
          me ciño como hija primogénita de Dinamarca.
Me llamaré Vacía, en honor a mis muertos; miraré cómo
          retozan de acrílico las palmas de mis manos, sangrará
          mi lengua a disposici6n de mis muertos.
Gritaré quinientas veces el nombre de mi madre para quien
          quiera escucharlo, y escribiré que bendigo este medio
          corazón en huelga mío, pues no olvido:
nací para llorar la muerte de otros.


Los niños que se mueren

Los niños que se mueren
pueden elegir entre saltar durante el día sobre camas de
          hormigón dulce, o comerse las sábanas muy lento, con
          los ojos cerrados y felices.
El privilegio de la franela. Dos centésimas de miedo para
          que suelten su mano: por la avenida se agarran de la
          punta de mis dedos, mordiéndome, mamá.
Ya no tengo piernas y canto muy bajito, buscando en un lugar
          cerca de mi padre, así que ellos me hacen compañía
          antes de llegar a casa.
Qué alegría en el vestíbulo: soy tan blandita que no puedo 
          morir.
Tengo amigos sin sueño ni pijama. Huelen a víspera de 
          festivo, y convierten los termómetros en un cuento de
          buenas noches, y han muerto y sin embargo
confían en enero igual que en las ventanas y la voz de la
          nieve.
Así es la vida de los niños que se mueren. Acolchada. Muy
          dulce. Es tan bello extinguirse siendo niño...



Sueño sucio  #1

Con apenas un año de vida, mi hija se asoma al balcón: sus
          pulmones son una pecera.
Dentro del plástico le flota una piraña; bajo la lengua, una
          brújula apunta al suelo:
el mecanismo de la vida de mi hija me vino por correo aéreo,
          desmontado.
Desde un segundo piso, mi hija disfruta con las cosas
          brillantes, los estribillos de dos sílabas, las alturas. ¡Está
          muy mayor para su edad!
Asoma su cabeza entre las rejas del balcón: tiene su mismo
          aspecto.
                                                        Se lanza frente a Él.
Contra el suelo.                        Tiene su mismo aspecto.

Esta sensación me salpica los zapatos: como si me atravesaran
          el esternón con un cuchillo y extrajesen una porción
          que se exhibiera, por los siglos de los siglos, en una
           urna, sobre un cojín púrpura;
como si nos inventásemos salmos
para recitar en el colegio, entre segundo plato y postre, yendo
          de paseo, al irnos a dormir, al decirnos te quiero y
          abrazarnos,
para limpiarte la conciencia cuando untes en tu desayuno
          tostadas con la miel de la vida de mi hija,
manual de instrucciones para amortiguar el golpe.
          Igual que tú, tiemblo.

          Ya no puedo llorar.


Sueño sucio  #2

Me arranco la piel seca de los labios. Caen, de mis dedos al
suelo, virutas antipáticas y grises. Permanezco unos minutos
con los labios heridos. Tomo el cepillo de dientes eléctrico,
enfrento su fuerza a mi silencio. El cepillo, de inmediato,
se ha llenado de sangre. Las llagas crecen como esos familiares
a los que sólo visitas de verano en verano. Incómodas; heridas
como valles, un cadáver en la piel seca de mis labios.



Tara

I

La noche de tu muerte
Dios acribillaba a gargajos el cristal de mi ventana. La lluvia
     dolía igual que duele el frío en un cuento navideño
     con barrios de cartón. El viento
golpeaba las paredes, se colaba por las rendijas de la casa,
     helaba los armarios, componía con sus silbidos una
     nana que velase
por todas nosotras.
Escondida bajo la cama, me tapaba los oídos, negando la
     presencia del viento ante la puerta de mi cuarto.
Deberás superar doce pruebas para invadir mis dominios.
     No lo pondré tan fácil.
Me creía etimóloga de las condiciones atmosféricas, experta
     en acepciones.
Al lado de los miedos de mis quince años, cantaban las
     pelusas en un sueño de Sófocles:
     abre y verás cómo el frío te espera con su rostro de miedo, para
     decirte todo lo que no quieres saber. Abre y verás; porque
     el frío aguarda con su rostro de miedo para leer la biografía
     de tus manos.
Diluviaba más allá de la puerta cerrada de mi cuarto. El
     agua invadía las sábanas, traspasaba el somier, las pelusas
     desfilaban -pobres, densísimas- hacia la puerta.

Me tumbé, empapada, sobre el colchón.

(Fundido en negro)

Tumbada, temblorosa, sobre el colchón, colgué el teléfono.
     Las pelusas -colmadas, orgullosas- reconquistaron
     cuanto les robé.
La luz empujaba sus partículas contra mis ojos: punzantes
como el granizo, imitando en su choque a los aplausos.
La lámpara aprendía el gesto de las nubes, descargaba contra
     mí toda su rabia. No lo impediré: basta con resistir para
     apagarme.
Las pelusas ascendieron trepando por la mesilla de noche,
     hasta invadir mi cama, y se colaron acampando en la
     garganta.
Mi boca gris, el oráculo con toda la razón, negando unos y
     otros lo que vendría después. Respiraba con dificultad.
     No podía pensar en otra cosa.
Sucia, desde luego, por meterme donde no me llaman.
     Escucho cómo, en la habitación contigua, Caravaggio
     acapara todo el protagonismo.
Apenas media hora. La llamada, la marcha de mis padres,
     tu muerte.
Mi pecho topaba con la tela; en mi frente y mi nuca, el
     sudor se confundía con el agua.


II

(Soy Salomón. Pienso construir un altar secreto para los
     domingos. No busco de vosotros una mano en la
     espalda, sino que la tendáis para ayudarme a escapar
     de la marea.
El río al que caí multiplica su caudal conforme los otros
     lloran. Mi corazón es una esponja, una caja negra que
     recoge
     todo cuanto sucede.
El tanatorio, mientras, ejerce su función. Alquiler igual a
     frío.
Una mujer rubia, pálida, me da la bienvenida. Soy Salomón.
     Te mostraré mi altar secreto
la si me guías hasta donde descansa)

Ofelia al otro lado del cristal, Angélica después de cuatro
     años, respetada por las aguas,
mientras yo pataleo para no ahogarme. Pronuncio agua y
     lloro por aquello de lo que carezco. Como pulsar un
     botón en lo profundo de mi espalda. Lo conocido me
     zarandea.
Dijiste dos días antes: cuando mejore, iré a la peluquería a
     arreglar este desastre.
El cristal mostraba lo contrario: en tu pelo antes gris,
     revuelto, brillarán los bucles durante cuarenta días y
     cuarenta noches.
Nunca vulnerable, nunca muerta: tan hermosa como la
     última vez en que nos vimos.

(Dios, entonces, posó sus manos sobre mis hombros
y me sentí sola.


III

La franela protege mi vida subterránea. El mundo, bajo las
     sábanas, se percibe diferente:
su grosor iba a alejarme de colmillos y radiactividad, iba a
     librarme del ataque de los monstruos.
Tulipanes amarillos sobre fondo azul. Prozac para las horas
     oscuras. Costaba respirar bajo las sábanas. Las pesadillas
     formaban parte
de un estrato ajeno a mi dormitorio, por encima de las
     nubes, allá donde la asfixia ocurre con la misma frecuencia
que debajo de la manta. Justo cuando no podía respirar me
     rescatabas, y yo dormía abrazada a ti, mis cuatro, cinco
     años, y las pesadillas se digerían con el desayuno.
Todo cuanto tengo
te lo debo. Aprendiste a leer con cinco años. Con ochenta
     escribiste, en un cuaderno de hojas cuadriculadas, tu
     vida. Felicidad fue tu última palabra-

Ahora que has muerto, más allá de la puerta cerrada de
     mi cuarto, mientras las hermanas viejas corren a
     refugiarse bajo los soportales,
alguien que no soy yo, pero se me parece, escribe en una
     cabina telefónica con rotulador negro permanente:
Dios, ven aquí,
atrévete a volver a hacerlo,
ahora
soy más grande que tú.


IV

La lluvia forma en su caída toboganes de barro, alumbra 
          arcenes y calzadas para el tránsito nocturno, 
expulsa de su reino a los habitantes más hermosos, provoca
          envidias, desmanes, firmas de tratados.
Transforma, también, sus caprichos en notas dispuestas
sobre un tablón de corcho: debo recoger la terraza, ordenar
          mis papeles, resguardarme para cuando llegue la tormenta.
La lluvia consigue todo esto
Igual
que el viento decreta qué árboles no sirven, qué hogares
          deberán pasar la noche en vela, y deshoja tendederos
          y periódicos,
e interrumpe el sueño de quienes se piensan a salvo,
          golpeando contra los cristales de nuestras ventanas.
Y la muerte
no respeta tu puerta cerrada, derritiéndose aprovecha los
          resquicios translúcidos, y se arrastra y se cuela estancada
          en el lugar en el que duermes,
ensuciándote los pies al despertarte, impregnándote los
          huesos y la carne con su olor,
hasta que respiras muy hondo
y decides gritarle sin sábanas, incorporada en el centro de
           tu dormitorio, acabando con todo,
aquello que en el fondo busca con su presencia:
ya no temo a la muerte, porque me reunirá con Ella.





De Chatterton (Visor, 2014)


CHATTERTON

Mentí durante diecisiete años. Mentí después
en todos mis poemas. He mentido durante los diez 
años siguientes. Acércate, soy 
como tú. Escucha cómo late mi corazón
perverso: mudanzas en platitos
de papilla de mamá. Aliméntame,
compréndeme, yo vestía unas ropas que nunca fueron mías,
yo escribía en un idioma ajeno, pequeña, tonta,
qué mal memoricé: con mis poemas levanté un imperio.
Pero todo acabó. ¿Quién soy ahora?
Engañaste durante diecisiete años; antes de los míos
comencé yo a mentir. Un abanico con telas del Oriente
para mi hermana. Para mi madre araña compraré moldes de costura.
Tabaco que recubra los pulmones de mi padre. ¿Quién soy realmente
ahora? He soñado contigo algunas noches.
Te prometo que si salgo visitaré tu tumba. Ahora sí que
no miento. Ahora sí que no.



Los mortales se nutren de trabajo y salario

Es miércoles. Es noviembre. Hace
frío,

y en el restaurante frente a la estación
cinco mujeres rápidas apuran sus bandejas.
Bajo el abrigo, la maleta –las otras dos
protegen el respaldo—cuatro mujeres
en orden
a las cuatro de la tarde
disuelven su consuelo en el café de un euro.

Comida rápida,
paño de las mujeres solas



UN CUERVO EN LA VENTANA 
DE RAYMOND CARVER

para Erika

Nadie se posa en el alféizar —son veintiocho años
de espacio adolescente—,
pero qué ocurriría si el pájaro sobre el que he leído
en todos los poemas
se colara por el patio de luces y asomara
por el alféizar de mis veintiocho años,
un pájaro
mi habitación adolescente.
Y qué ocurriría si yo escribiese aún
—si me preguntan, respondo que ya no—
y un pájaro cualquiera, ninguno de los pájaros sobre
los que haya leído en todos los poemas,
un cuervo o una de las palomas negras que asoman en la oficina,
interrumpiese en la escritura
como el que se posó en la ventana de Carver.
¿Ganaría su lugar en el poema?
¿Dejaría de ser pájaro?
Alza el vuelo. Ya no hay
habitación en el alféizar.





Un día negro en una casa de mentira (Visor Libros, 2015).



Estamos realizando obras en el exterior. No utilizar esta puerta excepto en caso de emergencia

Madurar
era esto:
no caer al suelo, chocar contra el suelo, contemplar el pudrirse de la piel
igual que un fruto antiguo.
Colchón justo para los dos; años que chocan la lengua contra los dientes una y 
     otra vez que se tambalean en la boca
años
     del sentido incorrecto.
Con tres hilos de cabeza he tejido mi tiempo:
piensa en vosotros a mi edad, piensa en tres hilos de cabeza, qué te falta, qué 
     te queda; piensa en tres hilos. Quizá
eso, madurar:
quizá Ulises boca abajo, quizá la orilla boca arriba,
eso que queréis me esperará diez años. Pensad en diez caídas; pensad en
diez hilos de cabeza. ¿Aquello? ¿La madurez? ¿Márchate, olor a lavavajillas,   
     déjame con mi sueño?
¿O quizá en la boca uvas para el postre del color
de la rodilla que cae al suelo,
de la rodilla que choca contra el suelo? Me tambaleo. Y era yo el zumo en la 
     garganta, y era yo el frío, era yo
las uñas y el estómago, quién era yo en mis años
con tres, en mi tiempo con diez hilos de cabeza. Hasta mi habitación
por la escalera de incendios un hombre
y su sentido contrario. Diez hilos de cabeza, veinte hilos de su pecho atados a 
     mi pecho,
juro que amé
los golpes de sus piernas. Digo que
madurar era esto: que no pude negarme, digo que mis tres hilos de nada entre 
     los dedos, y juré chocar y el suelo
lo juré. Pensé al suelo la caída
y el choque contra el suelo. Pensé el aliento pensé dije
tres hilos de cabeza: tambaleo.
Pensé en mi edad y pensé en vosotros y pensé
que nadie me avisó de madurar así, junto a la vida y el frío en el cajón
de la fruta que se pudre.

Poema de su libro Chatterton (Visor Libros, 2014). 
Incluido en Un día negro en una casa de mentira (Visor Libros, 2015).








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