Venancio Serrano Clavero
Venancio Serrano Clavero (Requena, 1 de abril de 1870 - Valencia, 15 de abril de 1926) es un escritor, periodista y poeta español.
Nació en Requena, en la calle Olivas, en el año 1870, hijo de Simón Serrano, que tenía una barbería en Requena, y Francisca Clavero. En su infancia se tuvo que dedicar a trabajar en la barbería de su padre debido a los altos precios de los estudios y a las limitaciones económicas que tenía su familia.
Literatura
Posteriormente, Venancio quiso cambiar de vida por su vocación de dedicarse a la escritura y el periodismo, trasladándose a trabajar a Valencia, donde formó parte de la redacción del diario Las Provincias que estaba dirigido por Teodoro Llorente Olivares y, más tarde, de El Pueblo, dirigido por Vicente Blasco Ibáñez. Después, en el año 1907, a sus 37 años, emigró a América, donde residió durante muchos años en Argentina y comenzó siendo el redactor jefe del Diario Español de Buenos Aires. Allí también dirigió el semanario El Correo de España. El día 5 de enero de 1924 regresó a Requena, donde fue recibido con una gran bienvenida en la estación que acabó en una recepción en el ayuntamiento.
Venancio Serrano Clavero es considerado uno de los mejores escritores y poetas de la Comunidad Valenciana y llegó a alcanzar fama a nivel nacional y a nivel internacional, sobre todo americano. Entre sus numerosas obras, destacan sus obras poéticas, obras teatrales y las zarzuelas. Su primer trabajo teatral trataba de su pueblo Su título era Requena por dentro, o el sueño de un desdichado y fue estrenado en el Teatro Jordá y, posteriormente, en el Teatro Romea en el año 1894. También se llegó a representar principalmente en Argentina, siendo interpretada por actores y actrices famosos.
Fallecimiento
En el año 1924, realizó un viaje a España, que fue su último viaje. Dos años más adelante enfermó muy grave, atacado por fuertes neuralgias, y fue ingresado en la Casa de Salud de Valencia hasta que falleció a sus 56 años de edad, el día 15 de abril de 1926, justo cuando se disponía a regresar a Argentina. El Ayuntamiento de Requena reclamó el cadáver, y la capilla ardiente se instaló en el salón de plenos del Ayuntamiento y fue enterrado en el cementerio de Requena.
Teodoro Llorente Falcó publicó un artículo en Las Provincias donde daba una completa información de los últimos días de Serrano Clavero, acompañado del poema que Venancio había escrito, llamado "Mi novia":
Yo tengo una novia
¡Qué novia más guapa! ... ¡De fijo de todos la habéis conocido!
¡Mi novia es España!
Venancio Serrano Clavero
Obras
Requena por dentro o el sueño de un desdichado (1894).
La Estudiantina (1914).
El Cristo de la Vega (1914).
El convento de La Rábida (1918).
El príncipe Cañamón (1924).
Flor de Olvido (1926)
Cañas y barro.
Libros
¡Patria! (1896).
Obra poética: Cantor de la raza (1896), junto a Rafael Bernabeu López.
¡En secreto!: Monólogo en verso (1987).
Cosas del otro mundo (1902).
Rosal de España (1925).
Docena de fraile.
Berzas en vinagre: [poesías] (1907).
Reconocimientos
En Requena, el día que regresó a España en el año 1924, se le puso una calle con su nombre, llamada Calle de Serrano Clavero.
En Valencia también se le puso una calle a su nombre, llamada Calle del Poeta Serrano Clavero.
En Requena, se le puso su nombre a uno de los colegios públicos, llamado C.P Serrano Clavero.
Libros sobre Venancio Serrano Clavero
La cruz del olvido (2000), homenaje al poeta Venancio Serrano Clavero, 130 aniversario de su nacimiento.
LUCHA MACABRA
La misma tapia cercaba
los cementerios rivales,
y un mismo azadón cavaba
aquel suelo que tragaba
ateos y clericales.
Otra tapia recia y fuerte,
ambos campos dividía...
¡Libertad y tiranía,
ni en presencia de la muerte
cejaban en su porfía.
La iglesia, en el paredón
de su fúnebre mansión,
puso la cruz nazarena,
mientras el otro frontón
mostraba un reloj de arena.
Y en la augusta soledad
de los que en la eternidad
yacían en hondo sueño,
reñía la Humanidad
su psicológico empeño.
Sobre losas sepulcrales
y entre galas funerales,
la tradición y la duda,
-fieros y eternos rivales,-
proseguían su lid ruda.
En el católico osario
los nichos, en largas filas
fingían al visionarío
quietos ojos sin pupilas
mirando al campo contrarío.
Así, buscando motivos,
hasta en los despojos yertos,
siempre fieros,siempre esquivos,
se amanazan los vivos
sobre el polvo de los muertos.
En aquel combate vano,
con escrúpulo servil,
cuidaba el rencor humano
el cementerio cristiano
y el cementerio civil.
Mas en su torpe ceguera,
los combatientes no ven
que, mientras en lucha fiera
sucumben por su quimera
y por su mutuo desdén,
subiendo de opuesto lado,
sobre ese muro elevado
que divide a los rivales,
con amor se han abrazado
las ramas de dos rosales.
Y que sus entrañas puras
a todos abre la tierra,
y desde azules alturas
el sol alumbra su guerra
y besa su sepultura.
Mi novia
Tengo yo una novia
que novia más guapa!
No encuentro en el mundo ni diosa ni reina
con que compararla.
Es de sangre noble
y de ilustre raza;
lleva a todas horas
la frente muy alta,
que en ella no ha habido ni estigma de afrenta
ni sombra de infamia.
Está siempre hermosa
mi novia del alma:
unas veces viste las tocas severas
de la castellana;
otras veces luce
el traje de charra
con largos collares y cintas de seda
cayendo a su espalda.
En los barrios bajos
la he visto gallarda
ir a la verbena con mantón de flores,
crugiente la falda,
los claveles rojos sobre el negro pelo,
los brazos en jarras
y con un pasito menudo y ligero
que el pie en las baldosas repiqueteaba.
La vi en Barcelona
salir de la fábrica,
meterse en un corro de mozos y mozas,
bailar la sardana,
cimbreando su talle, mostrando sus manos
de obrera y honrada.
Y la he visto en Murcia
nenica simpática!
ciñendo su busto pañuelo de encaje,
cortica la saya,
Los pies como almendras, aprisionaicos
en las alpargatas,
Llevando en las ropas el aroma sano
de los azadares y las albahacas.
Vicente Medina
sabía cantarla!
La he visto en Galicia
ruborosa y cándida,
cruzando los valles, cantando cariños
al son de la gaita.
Bajo los manzanos
me ofreció otras veces la sidra dorada
en la noble Asturias,
cuna de Pelayo, mural de la patria.
Bailé con mi novia sentidos auurreskus
en la tierra vasca,
Y a la sombra augusta del viejo Guernica
cantóme aquel himno que es voz de su raza.
Después, junto al Ebro,
al pié del Moncayo, de cumbres nevadas,
crucé con mi novia las fértiles tierras
donde perdió antaño sus plumas el águila.
Hasta Zaragoza
me llevó mi maña
Y mirando juntos la puerta del Carmen,
me dijo -Repara
Si son esas piedras seguras y fuertes.
Más es mi palabra!
que llevo en mis venas sangre aragonesa
Y Aragón no engaña!
Con ella otras veces crucé la fragante
huerta valenciana
donde entre naranjos y cañaverales
alza, siendo mora, su cruz la barraca,
Qué hermosa mi novia con aquel vestido
de flores de grana,
hundida en sus bucles la peineta de oro,
collares de perlas sobre su garganta,
puesto en las orejas el regio prestigio
de las arracadas,
ofreciendo pródigas sus manos de nieve
claveles y rosas para la batalla!
Y he visto a mi novia
juncal y gitana
en tarde de toros
salir de la plaza,
los sedosos rizos sombreando su frente,
orlando su rostro la mantilla blanca
y entre el fino encaje, los claveles rojos,
que amores y celos, sangrientos, proclaman
la red de madroños
rodeando su claro vestido de maja
del breve zapato
surgía el encanto de la media blanca.
Detrás de la reja
por cuyos barrotes las rosas trepaban,
mi reina andaluza
oía en la esquina puntear la guitarra
Y las hondas notas de una malagueña
reproche de amores,
canción de esperanza,
rugido de fiera,
resbalar de lágrimas
algo que en la dulce quietud de la noche
de los idos moros parecía el alma.
Yo tengo una novia
que novia más guapa!
Reina y labradora, señorita y chula,
obrera y manola, creyente y gitana.
De fijo que todos la habéis conocido!
Mi novia es España!
La noble vid se sentía
gozosa de que su fuerza,
trocada en ríos de vino
y en montones de moneda,
fuera la dicha del amo,
el placer de su vivienda,
el lujo de los vestidos,
el viaje, el brillo y la fiesta,
los gastos estudiantiles
y el decoro de la mesa.
Era una tarde que pasamos
entre copas de vino;
al descender, el sol
unía su mejilla con la tierra,
alzaba el céfiro los mantos de las colinas
y el cielo era una espada refulgente.
¡Qué buen lugar para beber,
donde sólo nos ven esas palomas,
las aves que gorjean
y una rama cimbreante,
mientras la oscuridad se bebe
el licor rojo del crepúsculo.
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