miércoles, 30 de julio de 2014

MARIO GARCÍA ÁLVAREZ [12.579]


Mario García Álvarez

Mario García Álvarez (Chaitén, CHILE   16 de diciembre de 1964), es un profesor, escritor y poeta chileno vinculado al movimiento cultural Aumen de Chiloé.

Es licenciado en educación y profesor de Estado en castellano y filosofía de la Universidad de La Serena y Doctor en Ciencias Humanas con mención en Discurso y Cultura de la Universidad Austral de Chile; actualmente se desempeña como docente de la Universidad de Los Lagos.

En su producción poética —escrita a veces en tono lúdico como en «Poemas In-púbicos» (1995), pasando por lo cotidiano e irónico como en «(Des)pliegues de papel y follaje» (1995) o ahondando en lo existencial como en «Los palafitos...del paisaje» (2000)— se aprecia de manera sostenida un alto contenido intercultural e interétnico (poesía etnocultural), con un léxico metapoético y sentido discursivo narrativo de aliento épico8 o que muestra una honda preocupación existencial.



Obras

Poesía

Los Palafitos... (1993)
Palabras de Lluvia y Sol en el Aula (2010)
(Des) Pliegues de Papel y Follaje (1995)
Poemas In-púbicos (1995)

Pedagogía

Plan de Lectura Sostenida, Nivel 1º, Libro del Monitor (1999), en coautoría con Nelson Torres.
Plan de Lectura Sostenida, Nivel 1º, Libro del Alumno (1999), en coautoría con Nelson Torres.
Plan de Lectura Sostenida, 2º nivel, Libro del Monitor (2000), en coautoría con Nelson Torres.
Plan de Lectura Sostenida, 2º nivel, Libro del Alumno (2000), en coautoría con Nelson Torres.



De: Los Palafitos… Del Paisaje

Sembraremos nuestras casas en el mar

que es tierra fértil y líquida.
Aquí habrán de crecer nuestras raíces
juntaránse con las manos de los muertos
que siguen arrastrados por las tormentas 
de viento y humo, que les amanecieron,
serán estos muertos los eternos habitantes
de las paredes iluminados por las velas,
Serán éstos los náufragos intangibles, invisiblemente
manchados de sal blanca como la esperanza;
Serán estos cuerpos de madera,
estos pilotes mojados
enterrados en la orilla de la historia
los únicos puentes
que soportarán las otras lluvias
y el peso
y la llegada de las muchedumbres solitarias
que sólo podrán ver nuestras máscaras agitándose
en los ojos negros del viento
en medio de un sol 
lleno de algas...






A veces el viento

azota tan fuerte a las estrellas contra las ventanas
que parecieran van a soltarse de sus amarras
quedando a la deriva como una lancha
que ha perdido el eje en plena tormenta.
Es entonces que el viento llena de gaviotas saladas el aire,
gaviotas que atraviesan las miradas 
que van  a tierra en busca de refugio
son estas veces las que hacen florecer un rezo 
lleno de arterias
lleno de árboles y canales
porque una mano invisible llama a la puerta
y aparentemente
sólo es el mar y el viento
abrazados en enloquecida danza,
sólo el mar revoloteando
huyendo de su jaula.






Venid y encended mi corazón apagado por la lluvia

mi corazón y otras pertenencias
hundidas en el pezón de la memoria
allí queda un fogón
y brasas que se niegan a morir
velas consumidas en el recuerdo 
restos de paisaje flotando en el agua.
Mi corazón o las costillas de un bote
destruido en la corteza de viajes contra la corriente
las interminables mareas y viento
siempre en contra nuestro.
Mi corazón o mares interiores
rutas de navegación 
cartas de navegación 
y montes arrasados por la arena.
Venid y encended mi corazón,
a pesar de las lluvias
que seguirán siendo
nuestros únicos latidos.
Venid y encended mi corazón 
apagado por la lluvia.






 (paisaje de tejuela y zinc)

A veces viene la muerte
a esclarecernos los ojos
y a mostrarnos la madera  
de la que estamos hechos,
descubrimos      entonces
que             detrás de los ángeles tejidos a crochet
sólo con magia hemos cubierto 
nuestras miserias y encendido el farol de nuestros pechos,
esta ha sido la luz o las luces
a las que parejas enamoradas encomiendan
sus deseos y sueños en la punta de Ten-Ten.

Sólo la magia nos ha hecho resistentes al olvido
y al picotazo del alfiler que de vez en cuando
sentimos clavarse en nuestra espalda,
con magia hemos lamidos nuestras heridas
e invertidos las constantes derrotas.

Sólo la magia y las palabras
o las palabras y la magia
que suben y bajan en las gargantas
como las mareas o las corrientes
en nuestros cuerpos  flotando en la orilla
porque el gusano igual no más ha penetrado
hasta los solitarios huesos del alma
y sólo la muerte ha venido
a esclarecernos los ojos.





De: Poemas In-Púbicos

RETRATO

Yo prohibiría tu amor
por feroz,
por cruel,
por hermoso,
por su indecente suavidad,
por su carne al rojo vivo
por azul-rubio
y moreno negro,
por elevar,
por subir
los índices de contaminación,

lo prohibiría,

para otros,

.. .. por supuesto.





OJOS

Te miro
por arriba
por abajo
por un lado
por el otro
como el otro
no te mira





HERACLITEANA

Mi amor,
aunque yo lo quiera
y Tú lo quieras
y mantengamos las mismas coordenadas.
Así como el sol
                 no llega a los mismos rincones
                 del alma,
aunque Tú me beses en la espalda
y todo lugar posible,
nunca más repetiremos este instante,
ni volverá a ser el mismo
este dulce río de células y estrellas
que nos baña.





IMITACIÓN A NARCISO


El amor está en el pubis,
en los dedos que acarician la floresta
y el estrecho espacio de tu carne palpitando
en las mismas caricias. 

Desde la tristeza viene el amor
lleno de sal y saliva
como este dedo que baja 
y sube
en el deslizante espacio de tu carne. 

El amor siempre ha sido cueva, árbol,
follaje,
penetrando hasta las raíces mismas
del gusano,
allí donde el amor se derrumba
en sus propios huesos,
como una explosión de carne
     dentro de la carne. 

Abrazamos el amor
en imaginados besos y abrazos
para caer y no caer
blandamente en el abismo agitándose
en el viento.

Como el poeta en la página 
               acaricia la palabra muslo,
               labio,
clítoris (que faltaba en estos versos),
cree el hombre tocar a la mujer
y la mujer al hombre,
como el poeta al poema,
y cada cual se besa a sí mismo
en los labios del otro,
cada cual se roza a sí mismo
en la piel del otro que ama
la imagen creada por sus propios ojos.
Así como el poeta se ama a sí mismo en el poema
y en la superficie de la letra,
así el hombre, la mujer
acarician el propio sueño imaginado en sus ojos
y cada uno ama el amor
que para sí mismo ha creado
en su propio espejo.



II 

Si yo te amara
como a mí mismo
o Tú me amaras
como yo te amo,
nadie nos amaría más
que yo






De: (Des)Pliegues de Papel y Follaje

Por años, bajo la luna
hemos escrito innumerables palabras
que no son 
la menarquía de una virgen;
y seguimos porfiadamente,
llenando de palabras las arenas desta playa,
en estas noches de luna llena
cuando parece que el mar se fuera a ir
para siempre de nuestra vista,
dejándonos más solos,

más anónimos,

más inéditos.





Todo poeta

quiere que sus raquíticos versos
engorden
                  crezcan, se multipliquen
en un corto infinito
y marchen solos por las luces,
                             frente al público,
marchen, orgullosamente, marchen,
equilibrándose,
sosteniéndose en los escaparates
de las vitrinas,
transformándose en Super Ventas,
en productos de exportación, 
es decir, grito y plata
en la bolsa de comercio,
es decir mostrarle los calzones
a la política de libre mercado
por la cual se mantienen inéditos.





(Yo soy el poeta inédito,

no podéis reconocer este rostro
ni mis manos
ni mi barba de poeta,
mi foto no aparece
en ningún libro ni revista,
permanezco ajeno
a los diarios
y a los críticos,
comprendéis mi resentimiento
y rebeldía,
de la que no me disculpo
a fin de no olvidarme – como otros – 
de lo que sigo
siendo).





INTEMPERIE

Al llegar la vejez,
por encima de la ciudad y las luces,
entonamos canciones funerarias
sobre las hojas nuevas y los imaginados árboles,
nuestro canto se confunde con las noches que arrastran
cadenas y llantos de niños muertos.

De alguna parte viene siempre la vejez
como el viento que trae olor a caballo mojado y muerto.

La luna queda flotando por encima de la vejez
y la muerte
de este caballo blanco
que se va hinchando de estrellas y lluvias con el viento.

Entonamos canciones funerarias cuando desde lejos
llega la vejez a instalarse en nuestros muebles
                      y el bosque:
acomodados en la ventana y los imaginados árboles
vemos pasar la luna con la muerte del caballo
                                 blanco en la espalda,
y recordamos
nuestros primeros pasos erectos en la desnudez
                                                     del cielo,
cuando las palabras giraban como peces en el río
o simplemente células perdidas en la caverna.

Volvemos a correr por las imaginadas praderas
en busca del mamut que nos dará calor y carne,
soñamos nuevamente con nuestras anónimas cacerías
al sentir que la muerte ronda por los rincones del  follaje y la luna,

cantamos,

y las palabras se van quedando sin saliva:

Somos carne cruda que canta
y envejece en su canto.

En medio del bosque sin luces
ya no podemos contemplar el crecimiento
de nuestros imaginados árboles
Sólo atinamos a entonar canciones funerarias
al ver que la luna pasa con la muerte del caballo.

En medio del bosque,
sólo nosotros escuchamos nuestro canto.




Imagen cartel de propaganda electoral para el Centro de Alumnos de Castellano y Filosofía ULS (agosto de 1986). Mario García ocupa el segundo lugar de izquierda a derecha de la imagen.

MARIO GARCÍA ALVAREZ
Poeta, profesor y luchador contra la dictadura

Por Carlos Trujillo
Periódico El Insular, viernes 6 de septiembre de 2013



Mario García Álvarez es un castreño de toda la vida pese a haber nacido en Chaitén, que por entonces pertenecía al llamado Chiloé continental, y vivido allí durante los primeros años de su vida, estudió en la Escuela Nº 75 de Castro, luego en el Liceo Politécnico y finalmente en Santiago, donde completa la enseñanza media. Siendo estudiante de básica comienza a asistir al Taller Literario Aumen donde logra dar curso a sus intereses literarios e intelectuales. Una vez terminada la enseñanza media decide estudiar Castellano y Filosofía y debe irse a La Serena, por no haber otra opción en ese momento, ciudad en la será no sólo un estudiante y poeta destacado sino que, a la par, un joven entregado a la lucha para derrocar la dictadura.

Desde hace más de dos décadas García Álvarez es docente del Liceo Politécnico de Castro y en la actualidad es candidato a Doctor en Ciencias Humanas con mención en Discurso y Cultura, por la Universidad Austral de Chile. Ha publicado tres libros de poesía y parte de sus poemas han sido incluidos en numerosas antologías.

La vida del poeta, profesor de castellano y filosofía y candidato a Doctor en Ciencias Humanas, Mario García Álvarez es una que merece contarse y escucharse, como podrán comprobar en el siguiente fragmento de su extensa entrevista.

- Mario, me gustaría que empezaras esta conversación contándonos sobre tu niñez, los lugares donde la viviste y algunos personajes importantes para ti en esa época.

- Como sabes nací en Chaitén (diciembre de 1964) cuando todavía era parte de Chiloé; en una época en que era posible escuchar en la radio Chiloé “la hora para Chiloé Insular tanto como para Chiloé Continental”, en voz de nuestra Sarita Curumilla. Como muchos de esa época y lugares, no nací en el hospital, se diría que casi nací en el monte ayudado por una partera. Chaitén era casi un Macondo y, aprovechando la comparación, te puedo contar imitando a García Márquez que mi Abuelo Pedro García Ruiz, salió de Achao, tomó su lancha, pasó a Quenac a buscar a mi abuela Belaisa, que tal vez conoció en una de esas fiestas patronales donde lo sagrado y lo profano se dan la mano, se la llevó a Chaulinec. Allí se casaron, viraron proa para Chaitén y fue, si no el fundador del pueblo, uno de sus fundadores, nunca debe haber pensado que años después ese pueblo terminaría arrasado por el menor de sus volcanes. Allí nació quien sería mi padre, pero mi madre llegó del norte como novicia. Mi padre murió cuando yo era muy niño -3 o 4 años debo haber tenido-, enfermo del pulmón, como se decía en el viejo hospital de Castro, que siempre estuvo como anexo. Mi madre se casa y de esta nueva relación nacen cuatro hermanos. Luego del Golpe Militar, nos vemos obligados a trasladarnos a Castro, porque se termina CORAHABIT en Chaitén y mi padrastro es trasladado a Castro.

Finalmente la Dictadura termina con esta empresa, despide a casi todos, se transforma en SERVIU. De mi madre, heredé el gusto por toda la música, pero fundamentalmente la música clásica; también por la lectura y las conversaciones, más allá de lo trivial, en lo especulativo, casi filosófico. De mi padre, creo que heredé el gusto por los caballos y animales, afición que tuve oportunidad también de desarrollar, al criarme en parte con uno de sus amigos de aventuras, llamado Elvio Vivar. Según cuentan, ambos se internaban por la cordillera y llegaban hasta los límites con Argentina, volvían con animales, dicen que tenían un campo por allí, en un sector llamado Los Turbios.

- Como se ve que es una etapa muy especial de tu vida, me gustaría que ahondaras más sobre ella, los personajes con quienes conviviste, los viajes, los traslados.

- Mi infancia la pasé entre Chaitén y Castro. Viajes permanentes en las vacaciones. Como en ese tiempo sólo se viajaba en lancha, cada viaje era una aventura distinta: Temporales en lanchas no habilitadas para llevar pasajeros, que salían de Castro cargadas hasta más no poder de vino, cervezas y chicha. Puro copete. A veces también papas, trigo y avena, en tiempos en que se sembraba en Chiloé, donde funcionaban molinos y existían faenas que hoy son un vago recuerdo. Compartí con personajes que no sé si todavía existan. Vagabundos del mar que no llegaban a puerto y se cambiaban sin razón aparente a otras lanchas que cruzábamos en el trayecto; lanchas en las que el viaje era, a veces, un puro carrete de ida y vuelta. Los marinos de entonces casi nunca controlaban. Por eso, a veces salíamos en medio de temporales o las tormentas nos pillaban en mar abierto. Las primeras veces vomité hasta el alma (empecé a viajar como a los 10 años). Varias veces estuvimos a punto de naufragar, achicando agua con baldes. Una vez incluso chocamos con otra lancha apenas saliendo de Castro, en la Punta Peuque. En ese momento creo que nuestro piloto ya iba en otro mundo. Viajé mucho en esos años con Ramoncito Soto, Custodio Cárdenas y Lolo Méndez, entre los que recuerdo. A veces ni me cobraban pasaje, total igual les ayudaba a cargar y descargar en las islas interiores. Un libro aparte se merecen los viajes con mi “Tío” Rubén, que no era mi tío sanguíneo. Desde pequeño acompañé numerosas veces a mi abuela Cañe (Candelaria Agüero), quien tampoco era mi abuela, pero es como si lo hubiera sido. Ella era una mujer extraordinaria que sin miedo se internaba a caballo en la cordillera conmigo y el “chico Andrés”, que era menor que yo. Ella siempre andaba en un extraño ejercicio exploratorio de tierras para solicitarlas haciendo trámites que se perdían entre la burocracia y los litigios. El terreno que más aprovechó después “lo vendió” a los milicos y allí fue donde se estableció el regimiento en Chaitén. Por una cercanía más de amistad con mi mamá, yo me crecí más con ellos que con mi familia paterna. La familia Vivar-Santana fue mi familia hasta la adolescencia, con ellos aprendí el trabajo con los animales. Allí el que tenía miedo perdía. Parte de nuestros juegos era montar animales salvajes, claro que a escondidas, porque si nos pillaban la zurra era por parejo. Montábamos terneros y caballos. Los Vivar tenían cerca de un centenar de caballos y no sé cuántos vacunos en Chaitén Viejo, así que había que lechear tempranito todos los días, sin correrse. Una de las experiencias más escalofriantes fue una vez que yendo a caballo me crucé con un puma. El caballo, el puma y yo estábamos igualmente espantados, así que el caballo casi me descabezó entre las ramas. Otra similar fue una noche que el puma nos rodeó en la vieja rancha que tenía la abuela Cañe en medio de la cordillera. Andábamos con Lucho Méndez, un amigo un poco mayor que a veces nos acompañaba, y fue él quien salió a espantar al “león” con un tizón. Como te imaginarás, salir a orinar en la noche se volvió una tarea peligrosa. En ese entonces vivíamos en lugares difíciles, salvajes. Había que cruzar ríos correntosos donde habían muerto varias personas; por lo tanto, había que conocer las señales, los pasos en los ríos, las mareas. Un metro más allá o más acá hacía la diferencia. Los caminos desaparecían en el monte y cada vez había que volver a abrirlos a punta de machete. Conocí lugares increíbles, paraísos salvajes y peligrosos; la naturaleza en su potencia de aves, peces y animales. Pero lo más peligroso es el hombre, sin duda. Estoy de acuerdo con los que afirman eso. Recuerdo que una vez que me mandaron de compras al pueblo, los milicos me tiraron encima el jeep, seguramente para ver cómo saltaba mi caballo y si yo era capaz de sujetarlo o caía. Como esos caballos no estaban muy acostumbrados a los vehículos, éste se puso a saltar y casi me botó. Cuando conté el hecho, mis tíos quisieron ir a reclamar, pero ellos mismos se dieron cuenta de que no había a quién reclamar puesto que los milicos eran los dueños del país. Pero más adelante se nos dio la oportunidad de resarcirnos. En otra oportunidad venía con Ramón Vivar cuando una tropa del regimiento andaba haciendo ejercicios. Como las distancias son enormes, cuando nos vieron llegar nos preguntaron dónde estaba el paso para cruzar el río. Nosotros les dijimos “cerca de ese tronco que se ve allá” y ellos nos hicieron caso. Casi todos los milicos terminaron en el río porque esos caballos no estaban acostumbrados al agua, ellos no sabían cabalgar bien y el paso tampoco estaba allí. Años después, cuando yo estaba en la universidad, estábamos en una especie de “disco” y un sargento me apuntó con un revólver porque no le gustó algo que dije de su idolatrado general Pinochet. Esos milicos no tenían nada que ver con el CMT (cuerpo militar del trabajo) quienes construían puentes, hacían y arreglaban caminos y ayudaban al desarrollo del pueblo.

- ¿Qué recuerdos tienes de tus inicios en la escuela primaria?

- Estudié en la vieja Escuela 75, con vidrios quebrados, paredes y pizarrones rotos. Mi mamá iba a las reuniones para enterarse de que yo era el peor y el mejor alumno, a juicio de mis profesores. La verdad es que me aburría en las clases y me castigaban mandándome a la biblioteca. Gracias a eso leí bastante. Mi profesora, que había ensayado conmigo todos los castigos posibles, no encontró otra solución que todas las clases pasarme un empastado enorme con muchas lecturas. Hasta el Poema del Cid, en una versión adaptada, estaba allí. Así que yo estaba en clases como todos, pero a la vez, leía el empastado, técnica que le resultó, hasta que terminé de leerlo.

Una de las anécdotas que recuerdo de ese tiempo es cuando ella escribió el poema “Tarde en el hospital” en el pizarrón, advirtiéndonos que había que traerlo aprendido en una semana. Terminé casi junto con ella de copiarlo en mi cuaderno y armé mi fiesta. Tiene que haber sido mucho el desorden que estaba haciendo porque le saqué los choros del canasto y me pidió que lo recitara al instante. Obviamente, mi solidario curso avivó la decisión y yo pregunté “¿Con nota?” “Sí – dijo-- un 1 o un 7. Si lo dices completo y sin equivocación, un 7; de lo contrario, un UNO” Pasé al frente y de espalda al pizarrón donde estaba el poema con su tiza fresca lo recité para el asombro del curso, de la profesora y mío también. Entonces pedí mi 7 y todo el curso esta vez gritó: “Sííííí. Un siete, un siete!” Así que me pusieron mi 7.

- Tengo entendido que por la edad que tenías al llegar a Aumen, fuiste el integrante más joven del taller. ¿Cómo ocurrió tu llegada a Aumen y cómo fueron tus primeros años en esa agrupación?

- Creo que estaba en séptimo básico cuando llegué por primera vez a Aumen. Esto por los buenos oficios del imponderable Héctor Véliz Pérez Millán, que hasta entonces era el único escritor que había surgido de la Escuela 75 y que también ya era un consumado vendedor. Por ese tiempo, había publicado con Víctor Hugo Cárdenas un pequeño folleto de dos hojas en papel roneo, llamado El juego de la oca. Tratando de vendérmela, Veliz P.M. terminó regalándomela. Me invitó al lugar donde se hacían esas cosas tan notables. La idea de que asistiera a Aumen fue una idea que me había sugerido la profesora Rosa Llauquén, pero es Véliz, sin duda, que me da las claves de cómo llegar, con una tarea.Tenía que llegar con un poema. Creo que fue en la casa de don Mario Uribe donde participé por primera vez y leí el poema que de tarea me había hecho escribir el reconocido vate de la Escuela 75. Como sabes, por mucho tiempo yo fui un participante permanente, casi no falté, con la excepción de alguna vez que se me atravesó alguna importante pichanga en la cancha Raipillán. Fui un observador silencioso que aprendía y escuchaba los debates. Todos los demás integrantes eran estudiantes del Liceo y aunque yo tenía muchas lecturas personales, desconocía mucho de lo que allí se hablaba. Además participaban profesionales como Boldrini, el Machi, Edwards y don Norman, entre otros. Los temas eran múltiples; el sentido del humor un poco complicado, así que por la boca moría el pez.

- ¿Qué significó para ti ser chilote en Santiago?

- Estar en Santiago fue sentir el desarraigo, perder las claves, no entender muchas cosas, ni siquiera el clima. Un bosque de direcciones, de vehículos que no dejaban ver ni el mar ni el bosque. Los bosques eran parques, los animales estaban en zoológicos; si tomabas una micro equivocada podías terminar en cualquier parte. Un torbellino de gente por todos lados, todos apurados. Varias veces me sorprendí casi corriendo por pura imitación. También ver por primera vez una ciudad sitiada, micros policiales por todas partes, milicos. Llegué el 83, el año que empezaron las protestas públicas y masivas contra la dictadura; sentí el miedo de la gente por la Alameda, el Paseo Ahumada. Me encontré con mi amigo Totito, quien me presentó a los escritores santiaguinos, a los poetas jóvenes; incluso crucé palabras con Rodrigo Lira, aunque no era de muchas palabras, con Jorge e Iván Teillier, Carmen Berenguer, y reencontré a tantos otros que había conocido acá, como Jaime Quezada y Floridor Pérez. En ese tiempo también conocí a Gustavo Becerra quién me llevó a leer poesía a La Bandera, el miedo se palpaba. Participé en grandes lecturas de poesía, la más impresionante fue en las “Jornadas por la Democracia y Pablo Neruda” en las afueras del Instituto Miguel León Prado. Como tres mil personas participando. Vi a mi amigo Toti partido de cabeza por la represión, golpeado entero porque el tipo que atendía la casa del escritor no le abrió la puerta un día de protesta. En Santiago vi las tanquetas en formación reprimiendo la protesta social. La noche se iluminaba con bengalas y balas trazadoras que tampoco conocía. Un día iba llegando de La Serena y me encontré con la multitud que llevaba al Padre André Jarlan hacia la catedral. Varias veces me ocurrió, en pleno paseo Ahumada, que salía del metro y me encontraba con una batahola de proporciones, el guanaco, el zorrillo, las bombas lacrimógenas. Así se sostenía el dictador en el poder. En lo más personal, me encontré con la increíble ignorancia de los jóvenes que tenían más o menos mi edad. En la escuela o en el Internado donde estuve, tipos discriminadores y racistas me decían huaso, me preguntaban si en Chiloé andábamos con plumas, qué comíamos. Como en ese contexto es difícil el diálogo, no me servía ni la ironía socrática; sólo quedaba la vieja y antigua táctica. Y allí supieron que remar, comer curanto, chicharrones o sujetar un animal arisco, aunque te patee, da por lo menos para un diálogo, aunque fuera dos contra uno. Eso yo no lo había visto. También me sorprendió que me fueran a acusar. Aquí, por último, si te va un poco mal en esas conversas, como dice Velásquez, te vas a llorar escondido detrás del gallinero y allí se acaba la historia (otros códigos, sin duda). Creo que el diálogo que tuve con ese par fue fructífero porque nunca más me vinieron con ciertos temas y me dejaron más solo, como me gusta estar cuando hay gente que no me interesa. Recuerdo que una vez me dejaron a cargo del diario mural. Escribí un pequeño artículo y puse poemas de la que se llamaba “La Generación Diezmada”. No sé por qué nunca más me dieron esa responsabilidad, creo que al parecer los poemas eran malos (broma). Lo entretenido de ese lugar era que había una piscina. Cuando cambiaban el agua, nadie se bañaba así que la tenía para mí solito. Les daba frío. Pero para mí era como estar en el Gamboa, o en algún río de Chaitén.

- ¿Notaste algunas diferencias en tu formación al encontrarte con otros poetas jóvenes en La Serena y en Santiago?

- Indudablemente que teníamos una formación distinta, criterios diferentes para asumir y valorar el oficio literario y poético. Fundamentalmente, en el ejercicio de la crítica, cuestión casi inexistente entre los poetas santiaguinos y serenenses en ese entonces. Mientras en Castro habíamos desarrollado un cuero duro para soportar la mala crítica o defenderse, a estos les molestaba o se sentían heridos en lo personal. El desconocimiento de autores y obras también los caracterizaba. Cuando llegué a La Serena, me invitó el poeta Arturo Volantines a participar en el Taller Literario Lapislázuli, que publicaban una revista, y mi primera sorpresa es que tenían Presidente, Secretario, Tesorero, etc., pero lo más importante es que no se podía hablar de política ni de religión. Mi poesía aludía a esos dos temas y además me parecía inconcebible que para la poesía hubiese temas prohibidos, así que se lo señalé, y les dije que yo no participaría donde no se pudiera tratar ciertos temas ni criticar la obra de los demás, Volantines me apoyó y dijo que también dejaba el taller. Lo divertido –y que yo no sabía hasta entonces- era que Volantines era el Presidente del taller. En el camino me contó que uno de los poetas, Manuel Cabrera, era carabinero y actuario, o algo tenía que ver con la Dicomcar, no lo recuerdo bien. De él, en todo caso, no tengo nada que decir, ni he escuchado nada hasta ahora que lo relacione con la acción represiva. En La Serena, gané todos los concursos literarios, eso también recuerdo.

- Como he comprobado personalmente que hasta hoy se recuerda al chilote García en La Serena, me gustaría que nos contaras algo de tu experiencia como estudiante, poeta y dirigente estudiantil en esa ciudad.

- La Serena, para mí, significó entrar de lleno en la historia del movimiento social político-obrero del norte y en la acción opositora a la Dictadura Militar. Por allí, había pasado La Caravana de la Muerte de Arellano Stark, que dio muerte al pionero de las escuelas de música de Latinoamérica, Jorge Peña Hen; 15 fusilados en total, sin juicio alguno, ni siquiera militar. Incluso en Coquimbo hubo dos niños fusilados: Rodrigo Palma y Jimmy Christie, de 8 y 9 años, que fueron asesinados con armas militares, según constató el Instituto Médico Legal. Estos eran algunos hechos latentes en la memoria colectiva a mi llegada a la Universidad de La Serena (entonces, Universidad de Chile), el año 1984, Casi desde el primer momento me integré a la incipiente organización estudiantil. Aunque hoy sea difícil de creer, hasta organizar y crear un centro de estudiantes surgía como movimiento clandestino, en un ambiente donde la primera tarea era hacer perder el miedo, en una época en que los rectores de las universidades eran militares. Uno de los que tuvimos fue el General de Ejército Luis Joaquín Ramírez Pineda que había sido agregado militar en Argentina cuando la dictadura mandó a matar al General Prats y a su esposa en Buenos Aires, entre otros méritos que lo hacían merecedor del cargo de Rector de una universidad chilena (el currículum de Ramírez Pineda, es enorme y está disponible en internet). La justicia argentina envío un exhorto para que declarara. Sin embargo, la justicia chilena afirmó que esa persona no era habida en Chile. Es decir, nuestro Rector Militar no existía. Obviamente lo denunciamos por todos los medios. Una de las medidas que tomó fue la de enrejar la universidad, pusieron gigantescas rejas de fierro empotradas a los edificios de cemento. En todo caso, no duraron mucho porque las sacamos a tirones en una movilización y en una columna de estudiantes se la fuimos a tirar a la Colina “El Pino”, donde todavía funciona la Rectoría.

Era una época de grandes protestas aun cuando los medios oficialistas se decían que éramos grupúsculos, una ínfima minoría. Una vez el rector declaró al diario El día que no éramos más de cien estudiantes protestandoy en la misma portada informaba que había 110 estudiantes presos. Es decir, nos habían llevado a todos presos y a diez más como yapa. En una marcha en Castro, apoyando al movimiento estudiantil, un amigo me preguntó si estaba recordando los viejos tiempos. No me creyó cuando le dije que nosotros nunca alcanzamos a marchar más de una cuadra porque desde el principio éramos reprimidos, por lo tanto, sólo eran enfrentamientos y duraban, más o menos desde las once de la mañana, a veces hasta las 5 de la tarde. En Ovalle teníamos una escuela del Gope, casi encima. Nosotros nos defendíamos como podíamos. En una de esas ocasiones, sin querer tuve un flash back. Había un compañero con una boleadora y no me la quería prestar porque según él era peligrosa. Para su sorpresa, la usé como un experto. Mi amigo, El Negro Tito, no sabía que la boleadora había sido un juguete de mi infancia, en Chaitén. En ese contexto, formamos los Comités Democráticos (Codes) en las carreras. Nuestro presidente fue detenido y relegado a Chonchi, un hecho que fue paradójico para mí puesto que Chiloé se había transformado en un lugar de castigo. Pero también fue divertido porque si ésa era la ruta de relegación, a mí me podrían haber dejado en mi casa o en Chaitén, donde también enviaban relegados. La organización universitaria democrática era impulsada por el MJDP y aquí de nuevo aparece mi amigo Toti España, a quien invité como poeta para que fuera a leer su poesía y nos ayudara en esto, en su calidad de dirigente clandestino de la Juventud Socialista, partido al que yo no pertenecía, y que por lo mismo generó la resistencia de ellos. Resultaba divertido eso. Toti arregló las políticas de alianza y generó las confianzas. Tú entenderás que para mi amigo y para mí esto resultaba divertido. Con Toti siempre ocurrían situaciones graciosas y esta no fue la única: Toti dio en la universidad una conferencia que se titulaba “Los últimos años de la poesía chilena”, que claramente se refería a la poesía joven chilena durante la dictadura. Sin embargo, el canal de televisión local al que habíamos convocado presentó como noticia que el poeta Aristóteles España, andaba celebrando “los veinte años de la poesía chilena”. Es decir que Mistral, Neruda, Parra y otros tantos, no existían. Luego, a través de Toti, llevamos a Raúl Zurita, Toño Briones y Sergio Ojeda, y los dos últimos terminaron volviéndose fans del primero.

Allá, yo fui bastante conocido porque era el único chilote aunque con ese término trataban a todos los mechones a los que les habían cortado el pelo y usaban un gorro de lana. A mí no me lo cortaron. Pero, sin duda, que el hecho de haber estado preso en Castro con José Donoso fue un hecho que no pasó desapercibido por lo notable del personaje, pero además porque este hecho ocurrió en enero, cuando las protestas contra la dictadura también estaban de vacaciones. Como recordarás, el hecho que Donoso y su esposa hubieran estado detenidos en Castro, adquirió notoriedad internacional porque ambos tenían la condición de periodistas de la Agencia EFE. Un condoro de proporciones que se mandaron los carabineros de Castro, interrumpiendo la paz del gobierno dictatorial, ya que el embajador de España, antes de las doce ya estaba llamando por teléfono a la comisaría de Castrito. Sin quererlo, inauguramos la Ley Antiterrorista que facultaba a la policía, entre otras muchas cosas, para que nos tuvieran detenidos cinco días sin formularnos ningún cargo, y así ocurrió. Como nadie sabía de esto, ni siquiera el secretario de la Comisión de Derechos Humanos de Castro, nos declaramos en Huelga de Hambre. Casi los cinco días estuvimos en huelga de hambre. Una muestra de la ridícula ingenuidad de nuestros captores era que nos preguntaban cuánto nos pagaban por tirar panfletos. Aquí ocurrió un hecho notable con José Donoso, de la que fui testigo privilegiado, pero que sería largo de contar, donde surge el mítico “Teniente Contuví”.

Como poeta participé en las actividades de organización cultural democrática en las poblaciones de La Serena: Las Compañías, Antena, Tierras Blancas, y en Coquimbo con los mineros en Andacollo; actividades poético-musicales que tenían como objetivo permitir que la gente se reuniera y perdiera el miedo. En esto hay que considerar a los grupos de artesanos, pintores, músicos, ceramistas y muralistas. En estas áreas encontré un extraordinario talento y creatividad, todos convergiendo en una causa común, arriesgando la vida, con empleos precarios, en un contexto de pobreza y represión. Gente extraordinariamente valiente porque la represión en esas zonas era más cruenta que en la universidad. La Iglesia Católica jugó un rol importante en la protección, no sólo de los pobladores porque éramos muchos los estudiantes universitarios que almorzábamos en las parroquias y también en la Cruz Roja. En la universidad, las asistentes sociales te decían directamente: “Si usted no tiene plata, para qué está aquí”. Se llegó a extremos en que había estudiantes que dormían en la playa. El siniestro Fiscal Torres de vez en cuando se llevaba a algún estudiante.

Por estas actividades, me hice bastante conocido como “el chilote”. Eran tiempos en que uno no andaba dando ni preguntando nombres ni tampoco vivía mucho tiempo en un mismo lugar. Hubo un hecho detonante que me obligó a asumir un cargo público. Mi amigo, el poeta Leo Lobos, fue amedrentado por la CNI y se fue a donde yo vivía. Obviamente, deben haberlo seguido porque después de eso todos los días tenía a un enigmático personaje que llegaba como a las seis de la tarde y no se iba hasta pasadas las diez de la noche, durante más o menos tres meses. Yo vivía con un amigo y nos percatamos relativamente pronto de que era una maniobra de amedrentamiento porque vivíamos frente a un colegio, y él, se paraba allí en la nada. Cuando hacía frío, nosotros nos poníamos a tomar café, lo más humeante posible para que saliera vapor. Una vez tratamos de ir a hablarle y se corrió, pero apareció un jeep de esos que ya conocíamos, así que entonces nos corrimos nosotros. Pero el hecho más fuerte que me tocó vivir fue cuando con el poeta Gregorio Moreno andaba conociendo la vida noctámbula de Coquimbo y nos llevaron, sin razón alguna, a punta de palos a la comisaría. Allí nos tuvieron hasta que a eso de las tres y tanto de la mañana nos sacaron del calabozo y delante de nosotros se formaron unos siete carabineros. Uno de ellos, que estaba al mando, les ordenó formar y cargar los fusiles. Les gritó “¡Apunten! ¡Fuego!” Y después se quedaron allí. No hicimos ni dijimos nada. Fue un simulacro de fusilamiento. Simulacro porque quedamos vivos pero sabíamos que otros no habían corrido la misma suerte. Allí quedamos encerrados nuevamente. Al otro día, nadie nos fue a ver. Ya en la tarde, gritamos. Entonces, apareció un carabinero y nos preguntó qué hacíamos allí. Un par de horas después nos soltaron, sin cargos ni explicaciones. Como entenderás, nosotros tampoco las pedimos.

A estas alturas, ya se habían acumulado varias razones que me obligaron a dejar la clandestinidad política (entonces yo dirigía como a cien militantes en la Jota) para asumir un rol público. Se me convenció que era la mejor forma de protección que podía tener puesto que asumía un rol directo e indesmentiblemente político. Así fue como integramos una lista del MJDP que competía con la Alianza Democrática, compuesta por la JDC e Independientes. En nuestra carrera no existía la derecha como expresión política lo que era un panorama distinto a carreras como Historia y Geografía donde se presentaban dos listas: una en la línea del oficialismo y otra opositora. Esa elección la perdí por muy pocos votos, básicamente porque en los foros defendí el atentado; en cambio la JS no lo hizo. Según mis historiadores (broma) yo arrasaba: --“Chilote, asustaste a la gente”, me dijeron. Estamos hablando del año 86. Sin embargo, mi amigo Orrego renunció muy pronto en una asamblea porque planteamos la toma de la Ex-Normal, el edificio más importante de la Facultad de Humanidades. A esta decisión, se sumaron las carreras de Educación Básica, Artes, Parvularia y estudiantes de otras carreras que no funcionaban allí, como la Escuela de Música, pertenecientes al Activo Democrático como llamábamos a estudiantes que no pertenecían a ninguna orgánica política específica.

En síntesis, realizamos la toma. A regañadientes, se sumó Manuel Farías, socialista y presidente de la Federación de Estudiantes. Bueno, yo también, no muy de buenas ganas, acepté que ingresara. Su sorpresa fue grande al descubrir que la mayoría de los socialistas de carrera estaban allí como mi entrañable amiga María Antonieta Fisher, hoy una destacada sicóloga. Finalmente, después que entregamos el edificio me llamaron a la Fiscalía de la Universidad pero no me hicieron nada. Esta vez funcionó a mi favor, ya que en razón de las preguntas que me hicieron seguramente no pudieron creer que un chilote (casi del fin del mundo), y más encima poeta, pudiera realmente ser el dirigente. Además, estaba a mi favor el hecho objetivo de que no se destruyó nada, se respetaron las oficinas, y que el Decano era Edgardo Zelaya, quien había sido profesor mío.

Discursivamente, la dictadura trataba de humanoides a la oposición. No éramos humanos para ellos, éramos antipatriotas y vendepatria. Ellos eran la patria, ellos eran los seres humanos y los únicos patriotas; un discurso fascista, nazi –sin duda-, y eso justificaba moralmente para ellos la aplicación de la fuerza y el poder de las armas. Desde esa perspectiva, hasta los curas eran rojos y comunistas. Desde otro punto de vista, decían que éramos un grupúsculo, una minoría, frente a una gran mayoría silenciosa que supuestamente los apoyaba a ellos. Pero hoy está demostrado que no ganaron ni siquiera para la votación del 80, y que inventaron los números de la votación.

En la televisión se estigmatizaba a nuestra generación. Recuerdo que se mostraban imágenes de una protesta, se focalizaba y detenía la imagen en un estudiante y ponían la pregunta: “¿Confiaría Ud. en este futuro profesional?”

El año 86 fue el Año Decisivo: Carrizal Bajo, el atentado y el secuestro de Carreño creo que definieron las posiciones opositoras y no recuerdo si ese mismo año o el 87 es que adquiere protagonismo Harry Barnes, el embajador de Estados Unidos en Chile, quien viene con un tipo de salida, aunque esto no se dice así hoy. La condición que impone Barnes es aislar al Partido Comunista, lo que ocurre bajo el pretexto discursivo de siempre, que propiciaba la violencia. El PDC imponía esta condición en las universidades y el PS se inclinaba hacia la DC. Parte de la JDC de la universidad había creado la Brigada Mario Fernández, en homenaje a un transportista de Ovalle, que murió en La Serena el 84, producto de la tortura de los agentes de la CNI. Esta brigada DC actuaba de la misma forma que nosotros en las protestas, así que te imaginarás la incomodidad para ellos al tener que transmitirnos esta decisión de su partido. Habíamos logrado un principio de acuerdo, que yo mismo ayudé a redactar, el que decía básicamente que renunciábamos a la violencia pero que apoyábamos el derecho del pueblo a defenderse. Todos felices. Pero el que salió a comunicar esto a su partido, volvió diciendo que había recibido una orden directa del presidente de la DC, Patricio Aylwin, señalándole que no podían ir con la Jota bajo ninguna circunstancia. Allí mismo, él agregó que abandonaría su militancia.

Tuve varios amigos DC. Algunos llegaron a ocupar puestos importantes en la Intendencia de Santiago y en algunos ministerios. También tuve amigos del Partido Radical, que en La Serena hacían rayados como JRR (Juventud Radical Revolucionaria). Uno de ellos llegó a ser Intendente de Santiago. El MIR se autodenominaba Juventud Rebelde Miguel Enríquez (JRME).

Más allá de las diferencias políticas, tuve amigos de todas las tendencias de la oposición a la dictadura, me invitaban a sus fiestas. Las de mis amigos socialistas eran muy tristes porque primero ponían el último discurso de Allende. Después la fiesta no quedaba muy alegre que digamos. Los DC bailaban con “Soda Stereo”. Ponían “Brilla el sol de nuestra juventud”. La Flaca Carreño era un poco sectaria, pero muy valiente. Ellos me hablaban del “Humanismo Social Cristiano”. Los del Mir, ponían discursos de Fidel y me decían: “¡Chilote! Los comunistas mataron al Che en Bolivia”. Eran buenos amigos, alegres, escuchaban música cubana. Eran divertidos. Nosotros, hacíamos más o menos lo mismo, a excepción de escuchar música en inglés, a lo mucho algo de Pink Floyd y The Beatles, nada más; en algún momento de la noche “La Internacional” y algún discurso de uno de los “dirigentes públicos” llamando a continuar la lucha y no perder la línea.

De ese tiempo hice amigos, amistades probadas, porque al final unos y otros habíamos confiado nuestras espaldas a los demás. No olvidábamos el contexto, es decir, aunque lo quisiéramos, la dictadura nos lo recordaba matando a Parada, Guerrero, Nattino (sabíamos que a ellos no sólo los degollaron, les hicieron la corbata y el canguro), a Pato Sobarzo… La lista aumentaba todos los días. En nuestro recuerdo también estaban los jóvenes quemados por una patrulla militar y el asesinato de los hermanos Vergara Toledo. Por lo tanto, sabíamos que nuestra lucha podía terminar con nuestras vidas, torturados o presos, y en el mejor de los casos relegados o exiliados.

Para la época del plebiscito trabajamos todos por El Triunfo del No en la propaganda, en actividades culturales, ayudando al recuento de votos. Recuerdo que los milicos instalaron una amenazadora metralleta punto 30 frente al local de votación de hombres y se hacían visibles por toda la ciudad. Todo estaba controlado por los militares. Entrando a un local, uno de ellos me controló apuntando con un fusil mientras me decía: “¡Chilote! ¡Tranquilo, soy yo! Tenemos todo listo en el regimiento si no reconocen el triunfo del No.” Lo reconocí inmediatamente. Era un amigo de la pobla que estaba haciendo el servicio militar.












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