domingo, 21 de noviembre de 2010

2023.- PAOLO DE LIMA

Paolo de Lima (Lima, Perú 1971) estudió Derecho, siguió una Maestría en Creación Literaria en El Paso (Texas, Estados Unidos) y una Maestría en Literatura en Ottawa (Canadá). Concluye actualmente estudios de doctorado en la Universidad de Ottawa. Ha publicado los poemarios Cansancio (Filadelfia, 1995; Lima, 1998) y Mundo arcano (Lima, 2002). Ha publicado poemas, artículos y ensayos en libros y revistas del Perú, Chile, México, Estados Unidos, España y Canadá. Ha realizado lectura de sus poemas en diversas ciudades de su país, así como en El Paso, Austin y Boston (Estados Unidos); Ciudad Juárez (México); La Habana (Cuba); Sevilla y Madrid (España); y Santiago (Chile); Ottawa, Montreal y Toronto (Canadá). Obtuvo el primer premio al mejor trabajo de una universidad canadiense en el período 2004-2005 otorgado por la Asociación Canadiense de Hispanistas. Sus poemas han sido incluidos en Boreal. Antología de poesía latinoamericana en Canadá, editada por Luciano Díaz y Jorge Etcheverry (Ottawa, Verbum Veritas y La Cita Trunca, 2002) y Caudal de piedra. Veinte poetas peruanos (1955-197), selección y prólogo de Julio Trujillo (México, UNAM, 2005). Administra el blog Zona de Noticias.



Cuatro poemas de Mundo arcano



De-ciertos

1

De cierta gente se abre una sospecha
incierto modo adherido a tus cantos
ambiguo caminar de una mirada
que no se anuncia, que vemos prolongar en sus bordes.
Pero cedes ante las arenas
es de grandes cerciorarse y preguntar al desierto
que te llama para renovarse.



2

Y en esta jornada renuncias al oído que te acecha.
La línea sólo es una forma entre el calor
erosiona y dice a la vez
nada es real, todo es imagen de tu mente alborotada
en aquellas variaciones de los valles
que se ondulan en una forma que recuerda al cuerpo
sin nombrarlo.
Imaginas aquello que no tardas en adivinar
parece una evidencia inútil de las averiguaciones
en la inocua calma del que te llama.
Sin envidia ni posibilidad de fuga
tus bolsillos rebuscas con la certeza
de identificar en el acto tu patria imborrable.



3

Pero ya es tiempo de caminar sobre las sombras
nadie se aparece porque sí, eso lo sabes
y en la distancia de tus pasos una nueva emoción
renace.
(¿Recuerdas que recordabas,
que solías ceder ante los llamados de la memoria?
Ni un solo instante deberías morir, pero es el desierto
la noche más inútil de tus días).
Para retornar al instante debes averiguar
si en tu mirada puede posarse el vacío
que anuncia lo próximo, lo que deseas acariciar
para vivir nuevamente la emoción del recuerdo
o acaso ordenadas pasiones que no intuyen
los días y las sombras de aquel que te llama
desde el fondo de ti mismo.



4

De ser cierto, reirás en la noche de los soles.
No eres solo, eres la persona que reina
en el laberinto ciego donde recoges las claves.
No es un laberinto ciego, es una carretera en medio del desierto.
No es una carretera, son los inmigrantes furiosos en su fuga.
No eres tú, es una estática memoria en medio del orden que te ata.



5

¿Y el amor? Quizás sea una estufa caliente, el pan de la mañana
que aquí no tienes, el suelo que recoge el ruido de tus pasos.
Pero la pregunta vuelve, y no es el regreso un atardecer
porque en el desierto no sientes ni recuerdas, sólo el calor te acompaña.



6

Y sigues sin responder, sin enunciar del silencio lo amado
no querer saber es no querer hallar la pregunta que intuyes
la verdad que para las pequeñas lagartijas del desierto
es lejana.
Pero mejor pensemos en las sombras, en una variación
incómoda para conseguir la misma certeza
que alejas cuando observas la difusa línea
del horizonte.
Si lograras atrapar con tus propias manos este paisaje
lo estrellarías contra el suelo, contra tus inciertos pasos
para continuar sin responder en el silencio que el calor inflama.



7

El señor del desierto, el señor de la ciudad del desierto,
el señor que no es señor.
¿Y la soledad? Es el amor una muestra de que vives
así sea para escribir lo que no sabes
o para leer los libros que te postergan.
En una sola búsqueda reúnes tu calmada furia
y ahora es una pregunta a la nada la que te afirma.
No era furia, ni era soledad, era la tranquilidad
de observar el desierto que te aburre.
Los cuatro puntos cardinales son tres: norte y sur
un mal chiste leído en Chile, como los cinco puntos
cardinales de Cuba. ¿Y Montreal? Martín Adán habló de Montreal.
Pero vuelven los desequilibrios y las pequeñas salidas,
las esquinas sigilosas que te esperan para ser dobladas
entre tus pasos y la distancia que se aproxima para señalarte.



8

En la cercanía se oculta la mentira, no es una buena frase
pero la acabas de pensar. Ni después ni nunca
porque ahora necesitas definirte entre las caricias inciertas
y recorrer solo el tránsito perdido en las arenas.
Sorprendido en tus propias inquietudes, sólo la voz
es una presencia grata, ¿pero dónde se ocultará?
No hay huacas, sólo la lejana imprecisión que sabes alborotada.
Miles de personas se esconden bajo el calor en espera de las sombras
y eso te hace sentirte acompañado.
No es tu caso, ¿pero es la proyección acaso diferente a tus impulsos?
El trozo de recuerdo que aquí mismo invitas
como estrellas de cinco puntas en recorrido
violento, como si fueras tú, te empuja hacia el desierto.



9

La voluntad de comenzar trata de ganar tu idea.
En su incierta hora, el triste caminar en la callada imagen
te arranca la tormenta picuda, la salvaje ventaja de la palabra.
Y en la irradiación instalada en tu sutil tormento
gozas almacenando los pálidos imanes de las arenas.
Y es el canto. Y es tu visión
una música situada en los antecesores,
en las dunas enanas de negadas metáforas sin color
y al borde de largos, silenciosos espacios.
A una sola clara y brusca llamada
severo en el fin de los fuegos incluso, tu calzado digno
regresa, emocionado, al terreno fértil donde la memoria reclama:
¿Es aún posible compartir en el tren de la lengua
la llama opaca de la gloria? A tus mañanas las nombras
pero quien está aquí no es más el que estuvo allá.
Y en las memorias humanas de ocasionales momentos
se torna invisible la tradición, invisible el mapa de tus obligaciones.
Y a su regreso, los frágiles inviernos
ostentan idéntica manera cuando se afrentan.



10

No es tu palabra, es tu voz, es la lengua del país
o es el país de la lengua que se opone a tus aciertos.
No son tus aciertos ni es eso lo que se llama
una infundada búsqueda en la terca distancia.
Porque también está el cuerpo, y los cuerpos
que te dieron cuerpo, y los cuerpos que saldrán de tu cuerpo.










Al comenzar la niña se pierde finalmente...

Lo que llamamos el comienzo es a menudo el fin
T. S. Eliot

Al comenzar la niña se pierde finalmente
para la mala suerte del padre.
En el salto el vecino queda preso
con su tierrita en el zapato
y no repite la oración el párroco
porque una luz de luna le responde.
Su lumbre y su aparición a todos provoca.
Una gran luz es una gran suerte.
Una conversación que nadie entiende. Ni en casos
donde las pesadillas espejan: los animales de cuatro
patas se vienen con todo
y sobre las azules bandejas que renuevan
al perro gazpacho reprenden.

(Las brochas hacen su labor, la escenografía del Municipal
se prepara en la Feria, pintan de verde lo azul, y en
su traje de tinterillo un abogado recibe su pago
a escondidas.
El perro de arriba juega con la niña de más arriba.
Un cartel y una bandera se descuelgan.
En la cocina un japonés recorta papelitos blancos
y por los ojos la tijera ríe.)

Hablé de una climática voluntad. Y el calor de aquí
y la humedad de allá, y la pareja extensión
terrosa resbala por los pies y se esfuma.
En la piscina o en la alberca unos bichitos
se sacuden del sol y anochece.
El gato no viene, por las ventanas de las oficinas
pide su leche. La señora a la vera de su
casa cuenta las mañanas de su parto, pero las ollas
desesperan de los juegos de la cebolla y del tomate.
Sigue el calor, y las ondulantes mañanas.

La pregunta de la cocina, su cuenta
nueva en la universidad, el degollado amanecer
se retuerce en el parabrisas y
la fiesta recala en autopista.
El beso como un canto en movimiento
se pasea entre los baldes,
y en nuestros cuerpos.

Tu nariz se rasca y tus oídos bostezan.
Trabajar en el papel y sentarse sobre la mesa.
Desayunar un helado con duraznos enlatados
y almorzar una hamburguesa. Caminar
como si fueras parte de otra pieza,
la del apartamento y la de la canción.
Caminar de manera prehispánica, acuáticamente,
en círculos, sobre la mesa, ante la mesa,
con las cortinas y las ollas, con el frigider
y con el brigadier. Caminar inmensa, detalladamente.
Con grúas y con grullas. Con grillos y con cirios.

(De par en par se hace un empanado.
El par tiene el perfil de un enterrado en vida.
La sierra se acuesta con sus varias narices
y se descuelga del cuadro un huevo cocido.
La alfombra se aburre de estar echada y se mete
al baño. El man se queda esperando con los pies
helados.)

La niña reaparece (es sólo una jugada
del poema). Su corazón acordonado,
sus piernecitas que ya se anuncian, que aún son
peces ignorantes de la red.
Al final de la idea queda el sonido.
Al final del sonido, el silencio.
Pero el silencio pare las ideas.

Para bailar sobre un tambor debes saber
montar bicicleta. Son preferibles los
días de trabajo que los feriados. Pero
los días feriados no existirían sin los
días de trabajo. El paso y la respiración
no nacen del feriado. Cautelosamente
un boleto se escabulle del potencial espectador
y la ópera se trepa por el telón.
La niña se vuelve a perder: la función
trata de eso.
El boleto se va a caminar.
La ópera se divierte tirando papelitos a la gente.
El tipo no halló su boleto y lo fue a buscar:
se encontró a una niña.











Es el invierno

Es el invierno. Y el calor se mete por todas
Partes. Debemos huir a los edificios públicos
Y privados, a los establecimientos de comida
Rápida para obtener un poco del aire
Acondicionado por el sistema.
Es esto el desierto. O, mejor dicho, una
Ciudad en medio del desierto. (O, mejor dicho aún,
El texto en el cual se habla del invierno
En la ciudad en medio del desierto.) Una fría ciudad
Muerta, con carros de claxon silenciosos
Y avenidas por las que los peatones no sueñan
Ni divagan ni molestan
A los cautos conductores que no los agreden.
Una fría ciudad en medio del desierto
Donde el sudor que te recorre por la frente
No es producto del terror
Que toda ciudad respetable debiera producirte
Sino por su invierno, su inexistente invierno.









Escucha el silencio del poema...

Escucha el silencio del poema
Escucha en silencio el poema
La ciudad es invisible
La ciudad está en ti
Shhh!
Calla
Nada hay
Sólo este silencio
En este silencio estás
La ciudad está en ti
La ciudad calla
Mientras escuchas
El silencio del poema
La ciudad calla
Mientras escuchas
En silencio
El poema.





http://www.eldigoras.com/eom/2002/aire11pdl01.htm














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