viernes, 22 de julio de 2011

4222.- ALEJANDRO LUQUE


Alejandro Luque (Cádiz, 1974), es redactor cultural de El Correo de Andalucía y colabora con diversos medios de comunicación.

Ha codirigido durante diez años la revista de literatura y pensamiento 'Caleta' y actualmente la revista digital 'M'Sur'.

Ha publicado el poemario 'Armas gemelas', la novela corta 'Calle de la soledad antigua', el ensayo 'Palabras mayores, Borges/Quiñones, 25 años de amistad' y el libro de relatos 'La defensa siciliana', entre otros títulos.

Como músico, acompaña al cantautor Juan Luis Pineda, con quien ha grabado el disco 'Olla de grillos'.




NOCHE DE GUERRA EN EL MUSEO DEL ORO

Se ponía la máscara, se transformaba en jaguar
y así conseguía percibir las cosas de otro modo,
del modo como las ve el jaguar.
Mitología Kogui
Si pudiéramos calzarnos la máscara,
ver las cosas como las ve el jaguar,
si el tiempo dejara de culebriar
y nos liberara de esta cáscara
de vidrio; si inundaran la vaguada
campanas a rebato, y el metal
fuera carne, y quisiera ese animal
que llevamos dentro empuñar la espada.
Si cada día alumbrara una gema
la hija del cacique, encinta del sol.
Si el arrojo que combatió al español
quisiera subvertir este Sistema.
Si la eternidad no fuera tan cara.
Si el mundo de abajo se despertara.









Musa (Museo Botero)

Pobre del pincel que quiso
regodearse en la bulimia de Venus,
y por no hallar en la carne horizonte,
de tanto y tanto trasegar la tela
quedose en tres cerdas no mas.
En el azogue de mano, la mirada
de la musa, vacuna y tristonga,
justifica el sacrificio:
fluye el agua tibia y colma
el baño de catastroficos eurekas
mientras por los azulejos se derrama,
infinita, la piel apetitosa de esta
virgen de las alacenas y las confiterias
-llena eres de grasa,
el furor es contigo-,
bendita tonelada de trementina,
paisa espesa, melancolica catedral.
Solo la soledad,
ese bolerazo lento y ceñido,
puede achicarla en su abrazo inmenso.










BOGOTÁXI

Lavó tu rostro el polvo de la calle.
La soledad se sentó a tu lado
sin rozarte apenas
y descorriste el cristal empañado
para que fueran una
la caricia del aire
y la fusta en los ojos:
la muerte deambulando en las aceras,
los niños sin sueño y sin sombra,
el banco a la intemperie
que acuna a Dante.
Tu voz tembló al decir las señas
y a los labios te subió un eco
como de sangre o vino amargo.
La ciudad te atravesó
como una procesión a oscuras.
La saludaste con esa tristeza digna
de un violín roto.
y enfilaste solo la madrugada,
musitando tu rosario de culpas,
abrazado a una maleta vacía.








Plaza de Nâzim Hikmet

La patria es un tilo o no es nada,
huele a anís, a alheña, a nueces,
cabe en un vaso y toma su forma.
La patria no es gente que nace, no
es gente que muere cantando,
es un pincel y un hierro al rojo,
un cráneo que busca su sombrero.
La patria es una prótesis de cuarzo
pero cabe en la mano de un niño,
una gabardina debajo de la piel
que colgamos en los herrumbrosos
mástiles y arriba de los campanarios,
y huele como huelen los ancianos,
a hoguera, y a café, y a podredumbre.
La patria está llena de misericordia,
de carbunco y puentes bombardeados,
cabe en el bolsillo de las camareras
y cruje como las luces que se enfrían.
No pide que mates por ella, no pide
que dobles tus rodillas ni entregues
aquello que es tuyo porque lo amas.
Dice buenos días, dice buenas noches,
así es la patria absurda e inefable.




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