miércoles, 5 de enero de 2011

2784.- VICENTE MARTÍN MARTÍN



VICENTE MARTÍN MARTÍN

Nació el 31 de Julio de 1945 en Collado de Contreras (Ávila) y falleció el 27 de Julio de 2012. Cursó estudios de Latín y Humanidades, Filosofía y un año de Teología en el seminario de Ávila. Después de unos años en Salamanca completando estudios se traslada definitivamente a Madrid, donde se dedicó a la enseñanza.

Año 2004:

- Premio Ángel Urrutia Iturbe.
- Accésit del IX Certamen Internacional de Poesía ‘Ciudad de Torrevieja

Año 2005:

- Premio ‘Flor de Jara’ de la Diputación de Cáceres.
- Premio ‘Pastora Marcela’.
- IX Certamen de Poesía ‘Nicolás del Hierro’.
- Premio Internacional de Poesía ‘Encina de la Cañada’.
- XXXIV Justas Poéticas Castellanas de Laguna de Duero.

Año 2006:

- IV Premio Internacional ‘Alonso de Ercilla’.
- XVII Premio de Poesía ‘Juan Alcaide’.
- VI Certamen de Poesía Iberoamericana ‘Víctor Jara’.
- IX Certamen de Poesía ‘Ciudad de Lepe’.
- Premio ‘El Olivo’ de Jaén.

Año 2007:

- Premio Poeta ‘Mario López’.
- Premio ‘Ángel Crespo’.
- Premio ‘Pluma de Oro’ de Alcorcón (Madrid).
- Premio Ciudad de Toledo ‘Rodrigo de Cota’.

Año 2008:

-Premio “Emeterio Rodríguez Albelo”
-Botijo de Oro de las Justas Poéticas de Dueñas
-Premio de Poesía Apoloybaco
-Premio Ernestina de Champourcín de la Diputación Foral de Álava.
-VIII Premio Fray Luis de León de Creación Literaria 2008
-Premio Vicente Núñez de la Diputación de Córdoba


Año 2009:

-Premio Rosalía de Castro

-Premio Eladio Cabañero
-Premio Federico Muelas


OBRA SELECCIONADA:

HE AQUÍ QUE AÚN ME QUEDA EL DOLOR, VITRUVIO, 2007
DE SILENCIOS FINGIDOS (FINALISTA DEL IX PREMIO INTERNACIONAL DE 
POESÍA CIUDAD DE TORREVIEJA), PLAZA & JANES EDITORES, 2005
UN MOMENTO, QUE YA ME VOY, LETRA CLARA, 2007
COMO TU PIEL DESNUDA, RENACIMIENTO, 2009
NO ME PIDAS QUE CANTE CUANDO VENGAS (PREMIO FRAY LUIS DE LEON DE POESÍA), JUNTA DE CASTILLA Y LEON, 2009

SOLILOQUIOS EN GRIS, AMARU EDICIONES, 2013


Nota.-
Los poemas fueron seleccionados por Vicente para esta Antología Siglo XXI de su extensa
obra poética. Gracias Vicente



POEMAS

1

Hubo un tiempo en que el tiempo no contaba,
un tiempo en que el cerezo florecía
en las ramas oblicuas del otoño.
Hubo un tiempo en que no se conocía
el verbo forastero,
un tiempo en el que aullaban
los lobos por la noche en la colina
y la nieve era azul, como tú mismo,
como el mar, como el único paisaje
posible entre los ríos de tus ojos.
Hubo un tiempo sin tiempo,
sin fronteras,
sin atrios deslucidos,
sin dioses entronados.
La llama del hogar iluminaba
verdades absolutas y los vientos
bramaban siempre afuera, hasta la lluvia
dejaba sinfonías en los charcos.
Hubo un tiempo sin tiempo en que el llanto era palabra,
un tiempo en que aprendiste a decir madre
y con ella aprendiste a decir Dios,
un tiempo sin ira en que las noches
bajaban de la torre a la hora exacta
y el aire en los relojes
se paraba.
Ni en el mar que me baña, ni en las nubes
que se dicen hoguera cada tarde,
ni en la ceniza azul de las palabras
que esconden los océanos, ni en el sueño
de una higuera sin pájaros,
ni en el rito de hacer cada mañana
enteramente mía con mis manos
hay constancia de mí,
de ti,
de nadie
sino es en un nosotros donde funda
su eternidad el hombre,
su levedad de clara luz el río.
No hay mirada de niño que no tenga
arboledas de viento, no hay silencios
tan largos que no acaben cuando grita
la memoria inocente de las piedras,
no hay ocaso que gane al horizonte
su apuesta de infinito.
Ni murallas,
ni cárceles,
ni el plomo de mil balas
acabará conmigo si he enterrado
mi yo de vanidad, como se entierran,
casi a ras de las cosas, las distancias
que no nos pertenecen. Y es entonces
cuando mirando juntos,
cuando muriendo juntos,
nos morirán enteramente eternos.

(Del poemario “De silencios fingidos”, Plaza y Janés)



2

A veces hace frío,
tanto frío
que no cabe en las manos el nombre de una rosa.
Entonces llego a ti desafiando
el mundo que te ignora
y como alguien
que sabe que te ama y no conoce
todavía la infancia de tus pasos
ni tu aliento de hiedra ni el demonio
nocturno de tu sangre,
como alguien que te sabe con los labios elásticos
y un temblor de humedal entre las piernas
me hospedo en tu mirada, en la erosión
de una llama incruenta.
Y mientras dejo atrás todas las sombras
de las viejas guaridas, mientras cruzo
por los campos minados y tan sólo
los últimos rescoldos me señalan
la ruta de tu cuerpo
hago un acto de fe,
guardo la luz,
los pájaros,
tus ojos…,
al tiempo que repito muy despacio,
sin tocarte, tu nombre.
Y es que hace a estas horas tanto frío
que no cabe en las manos el calor de una rosa.



3

Para Eladio Cabañero

Esta tarde he leído los versos de un poeta
que no supo marcharse
y ahora
cuando lleva la muerte acariciándome el alma tanto tiempo
he entendido por fin por qué los huérfanos
no escriben de sí mismos, por qué tienen
tan turgentes los senos las estatuas
y se mueren de sed los cangilones antiguos de las norias.
Me asomo a la ventana y es la noche
un eterno poema inacabado
y en el cielo
las estrellas parecen viaductos de rutas ilegales
por donde escapan siempre
los presos que no tienen visita los domingos.
¿Dónde estáis los poetas que cruzasteis
los suburbios del miedo?
Dónde estáis, que ya no se os escucha
como roncas pedradas alejándose,
como rojos vencejos que se llevan el sol entre las alas.
He leído los versos de un poeta que acaba de apagarse
y ha sido como si alguien que no tuviera dedos en las manos
señalara una puerta y escribiera
con tiza nuestros nombres.
Acaso nadie traiga hasta este instante
preguntas de cal viva,
nadie vuelva a escuchar las risas ilegibles
de una ciudad cualquiera trazada con el dedo.
Oigo el canto fugaz de los arroyos
descendiendo hasta el fondo de las cosas,
siento el paso cercano de las nubes a punto de ser lluvia
y el vuelo de un ansar oblicuamente.

A veces, cuando muere un poeta, se nos gasta
la fe en una jornada,
se nos llenan de voces sin voz los manicomios
y hay millones de sombras trepando por los árboles,
pero queda en los templos el aroma furtivo
de una inmortalidad siempre inconclusa.

He leído los versos de un poeta con las manos muy grandes,
con las cejas cercanas a los bosques,
me había dicho que estaban a estas horas muy altos los andamios,
que se estaban quedando sin sexo los sarmientos,
que era tiempo de albricias
queriéndote a los ojos,
era Eladio.

(De “No me pidas que cante cuando vengas”, Junta de Castilla y León)


4

A veces cuando llegan los pájaros nos traen
noticias de muy lejos,
de pueblos que no están en los libros o ciudades
quién sabe si fundadas a la orilla
de algún invierno nórdico,
ciudades con las puertas amarillas.
Pero a veces, incluso, también llegan
las olas al desván y, ya lo ves,
aquí nadie pregunta nada,
nadie lee los periódicos o hace
la autopsia de un poema,
nadie sabe que un barco que no vuelve
son millones de pájaros que nunca
hablarán nuestro idioma
y nos dirán
si este viento en que vuelan es un viento
de flautas
o de búfalos,
si se quedan
millones de alamedas sordomudas.



5

No se sabe
si el azar es un dios o un holocausto,
es cuestión de esperar y en ese caso
el tiempo
es un vientre prestado y la impaciencia
deja hijos nonatos.
Nacer no es el principio de nada porque algo
que no es nuestro ya estaba en cualquier parte,
en el gesto del pelo, en las pisadas
nocturnas del viento en la escalera,
casi toda tu sombra
salpicando de sangre los balcones.
A mí me pasan cosas tan raras como ésta,
por ejemplo,
no sé cuándo nací,
recuerdo vagamente que existían
los piojos y la tos, de pronto un día
se me hicieron los ojos del tamaño rural de una mirada
y era el día un océano de preguntas obscenas que extendía
su vastedad por todos los manteles.
La luz,
nívea la luz,
era un pretexto
del sexo blanquiazul de las palomas.

Ahora tengo la edad en la que a un hombre
se le olvidan las manos,
la claridad que queda cuando un vaso de agua
se derrama,
al fin,
sobre la mesa.

(De “Olas en el desván”, Visor)




6

Será tan de mañana como tu piel desnuda,
tan de mañana, sí, que no habrá puesto la escarcha
su corazón de fruta en los balcones.
Y vendrá.
No tendrá el mismo aspecto de alondra que tú tienes
ni traerá de la mano al religioso que confiesa a los náufragos,
pero vendrá,
vendrá como un arroyo de octubre y tendré miedo,
llegará incluso antes de que se hayan marchado
los pájaros del huerto y tendré miedo,
la invitaré a mi mesa y tendré miedo
le ofreceré una copa de vino muy añejo,
le diré de los líderes que luchan por la propiedad de la tierra
y la desobediencia de los débiles
y al fin
le contaré de mí,
diré
que aún conservo la vieja costumbre
de abrocharme los ojos cuando llueve,
que he rozado las nubes
y acariciado el aire,
le diré con qué fuerza he amado y de cuántos halagos
me tuve que librar para no hundirme.
Y yo sé que vendrá con un montón de ciudades de la mano
y querrá ser afable, y tendré miedo,
mirará hacia otro lado cuando escuche cómo ladran los perros
y acaso encontrará en mis bolsillos la moneda del tamaño de un sueño
y no sabrá de qué barco la he robado.
Dirá
no tengo prisa,
cierra bien la ventanas y procura
no olvidarte de nada,
comprueba si el color amarillo sigue siendo
tu pretexto maldito, si aún conservas
el arroz de los árboles,
los bailes bajo el agua y las migajas
que dejan en los párpados los trigos de la tarde.
Y me hablará de aquello que ella sabe que aún tirita en mi cuerpo,
me hablará de mis hijos,
de este horror a perderlos que me anega los ojos,
del mar que penetraba en la sangre por sus bordes más altos
cuando faltó la madre,
de ti
y de tu incierta mirada de nieve derretida
de tus densos desvelos, de la extraña
conjunción de tus pechos desnudos con los astros.
Pero a pesar de todo tendré miedo,
miedo a la incertidumbre que la luz origina,
miedo a los archiduques que dibujan abedules de púrpura,
miedo a la somnolencia que producen los sonidos alófonos,
miedo a la terquedad,
a la impaciencia efímera,
miedo a la inmensidad, a las ortigas, a los muslos de musgo, a las coimas
que comparten su amor, sus complacencias
y sus vientres de plata.

Y será así, será tan de mañana
como tu piel desnuda
y mojará sus dedos sobre mi tez de anciano
mientras esperas tú,
ínsula toda,
recién fundada música de clavecín y flauta,
a que crezcan las rosas azules en el patio.


7

Ya no veré otro invierno
ni escucharé el zumbido de una mosca cuando cierre los ojos
y te vea llegar,
acurrucada,
sola,
a puñalada limpia entre los barcos piratas de septiembre
ni escribiré otro verso, ni sostendré en mis manos
el perfil transparente de tu pelo.
Como el agua y el fuego
la vida tiene un límite que nunca conocemos previamente,
no existirá más cuerpo que este cuerpo,
otra respiración, otra promesa,
otra forma de ser o de estar juntos,
después de hoy,
la nada,
labios prietos,
los templos sin imágenes,
la niebla que dormita en los pliegues de la espalda,
el no dolor, la duda
convertida en sospecha,
la voz del mar, quizás la intransigencia
de quien conoce el verbo que nadie más conoce.

Y no vendrá el invierno, al fin y al cabo,
vivir ha sido esto,
un ir pasando páginas en blanco,
un ir acumulando por decreto la luz en los hoteles clandestinos
resistir el calor, lanzar consignas contra el viento y la lluvia
y esperar, como espero,
a afiliarme a los bosques de un otoño absoluto.

(De “Como tu piel desnuda”, Renacimiento)




8

Como digo tu cuerpo, digo infancia,
blancura
o transparencia.,
cuando digo tu cuerpo estoy diciendo que el aire es un lugar
para hacerse de lluvia, que París
es un chorro de luz indefinida que se expande hacia abajo
y si abrazo tu cuerpo eres la misma muchacha que llevaba en las venas
un diluvio de duendes,
la muchacha de nadie, la que apenas
palpitaba en silencio una caricia de alfileres lorquianos.
No siempre hay un camino que llegue a alguna parte
y sin embargo
no hay ciudad en el mundo que no tenga
calles hasta tus ojos,
no hay atajo o vereda o avenida que no acabe en tus ojos,
no hay suceso que ocurra si hace tiempo no ha ocurrido en tus ojos.
Te nombro y nombro valles, dunas, bosques, certezas,
digo el nombre del aire que dibujan en el cielo las grullas,
digo invierno y verano,
digo arena,
cendal,
digo grietas profundas y me digo de lluvia.


9

Fuera de esta mecánica
vivir es una excusa,
la lógica no tiene razón a que acogerse,
ser alguien
es siempre quebrantar el espacio más denso de algún sueño
-la realidad y el sueño se articulan
para inventarse aquello que anhelamos-,
vivimos como meros habitantes
de una isla a extinguirse,
sólo el dolor, el hambre y la presencia
de hermetismos glaciales nos convierten
en certezas huidizas.
Y así es como respiro, como cumplo las leyes,
como busco la clave de una respuesta esquiva,
como labro la tierra, como amo
sin saciarme de nada,
una simple atracción,
pura mecánica
que aún llevan en sus ojos como esquirlas de nieve
las preguntas de aquellos que se fueron.



10

De ti sólo depende
saber en dónde estás y a qué rutina asimétrica te ofreces,
a ti te corresponde elegir de qué abstenerte,
de qué elogio guardarte,
en qué rara parada de autobús debes dejar
moribunda a la gente.
Porque has de ver muy pronto con qué ambigua decencia
cruzan tus amistades por la Plaza Mayor como si fueran
dueños de funeraria o sacerdotes que ayunan
epidemias de frutas, y verás,
por ejemplo,
que a la casta mujer del boticario se le olvida
que tiene la cintura en las nalgas y le crecen
tres peces de obsidiana del ombligo,
qué más da,
para ti lo importante es que han cambiado las cosas
lo importante es que el cielo también tiene galerías al limbo
y ahora viven los presos en estancias mudéjares
intercambiando cromos, jugando a las canicas
y bebiéndose el viento y el sol mezclado con la lluvia,
para ti lo que importa no es saber qué banderas ondean en los mástiles
sino el barco
que regresa hasta Ítaca.
De ti sólo depende que el camino que traces
no termine en la mesa donde toman gin-tonics los forenses,
que la muerte no ablande el corazón de los glaciares
y seas otra vez, cuando terminen las guerras y la historia
reniegue de la historia,
aquel niño sentado sobre el tiempo que aún pregunta
de qué aspecto es el rostro de los árboles
y en qué escuela
aprendieron los pájaros a escribir en el aire.

(De “Como digo tu cuerpo,” El Hocino de Huécar)




11

Mujer,
o lo que seas,
si mañana probáramos a qué sabe la muerte sin morirnos,
o si un día entendiéramos que el miedo a lo absoluto es el invierno
del corazón del prójimo,
si me dieras
como albricias tus ojos, como aliento tu voz a manos llenas,
¿con qué manos,
con qué otoño de azúcar cruzaríamos
las murallas del cielo?

Mujer ,
o lo que seas,
mar de fondo, argonauta, ninfa eólica,
mientras sigues naciendo y no hay lugar más lejano en el mundo
que un viaje a lo incierto
tengo abiertas las venas y el tiempo es ilegible,
avanzo a duras penas y me invento
novelistas anónimos,
pregunto
¿hasta cuándo
regresar de la nada será sólo
privilegio intangible de muy pocos?



12

Hay días como inviernos
y entonces me da miedo hablar contigo,
es mejor
cogerte de la mano y esperar que una nube de termitas
horade nuestros cuerpos,
porque es mejor no hablar,
porque es mejor no hablar si a cada sombra
queremos darle nombre y no asumimos
que dentro de nosotros hay otro cielo azul
sin máscaras,
sin tapias,
un cielo que es inmune al ruido de la tiza
y al olor que despiden las cajeras
de un mercado de abastos.

Y mira que es difícil que haya nada en el mundo
que te ame como yo,
nada que haya temblado al mirarte más que yo,
nada que haya excavado más trincheras que yo
y sin embargo
cuántas veces nos hemos cuestionado
si lo nuestro es un todo o simplemente
es que estamos creando un modelo de conducta
en que amar no es un don sino un estado posible en que no tienen
sentido las palabras.

Tan sólo sé de ti lo que no dices,
tus silencios
me han hablado de ti y no me importa
que tú veas un árbol donde yo sólo escucho el gorjeo de los pájaros,
que te gusten los hoteles de lujo y te desnudes delante
de los escaparates de las peleterías,
me da igual,
tus silencios, repito,
han dejado en mis muslos más caricias
que todos los monólogos de una vieja liturgia veneciana.

Porque, ¿sabes?, a veces somos noche
y después de la noche está la luz,
la frialdad,
el día
y es mejor
cogernos de la mano y esperar a que ocurra
con nuestra desnudez
cualquier milagro.

(De “Palmeras en el Ártico”, Diputación de Córdoba)


13

No es fácil escribir cuando es la noche una casa de huéspedes
y al abrir las ventanas se iluminan
los campos de frambuesas,
no es fácil escribir porque a esas horas
se te llenan los ojos de cucarachas rojas,
es como si tuvieras la memoria de un grillo disecado
y los dedos y el alma y los teléfonos
huelen a mandarina.
No es extraño que a veces la tristeza
ande sola en la casa,
se cuele como un pájaro bobo en la cocina,
revuelva los cajones y utilice
tus libros, tu espuma de afeitar y tus toallas,
no es extraño
que alguien se decida a marchar o que pretenda
buscar un horizonte más allá de las cumbres y pasar
el resto de la vida al otro lado
sin licencia de nada,
sin dioses,
sin amantes,
sin luz, como cien árboles cogidos de la mano
mientras pasan los largos inviernos boreales.
Resulta comprensible que un poeta renuncie a ser poeta
cuando siente en sus versos las gafas del forense,
cuando sabe que tiene a los castaños de indias
aparcando a la puerta de su casa.

Escribir para esto.


14

No es preciso saber de los poetas ingleses
ni tener la más mínima idea del dirty realism americano,
pero queda muy bien decir estoy leyendo a Bukowski
o citar unos versos de John Keats.
En realidad, poesía
es ponerte a esperar cuando tú sabes
que no quedan más trenes,
es sentarte en el banco más tranquilo de un parque
y pensar en las cosas que no tienen importancia ninguna,
pensar en el reloj de las hormigas,
el aire que atraviesa las gaitas,
el minuto glorioso de un banquero,
pensar en que las puertas no precisan aldabas,
pensar en que los locos son locos porque comen
violetas amarillas,
pensar en que las noches se aburren detrás de las persianas
o en que están empezando a asociarse los idiotas,
pensar en Dios,
pensar que Dios también juega a los dados y que nunca
ha leído a Verlaine,
se puede estar con Dios o contra Dios,
-con Dios mientras te lavas las manos o te bebes
la tristeza de un vaso de café con un pájaro en los hombros,
contra Dios cuando pones encima de los muebles
un pan adulterado-
y hablar,
hablar de las actrices ninfómanas con medias compresivas,
hablar mientras el tiempo se detiene a afeitarse,
mientras una mujer roza sus pechos flácidos,
mientras llevan los crápulas rosas a sus tumbas,
mientras se hace de día,
mientras llueve,
mientras oyes las voces de los muertos gritándote al teléfono.
Porque sólo las bellas bailarinas tramposas
duermen con los poetas y conocen la humedad de los puertos
y el olor a eucalipto que queda entre sus piernas
cuando el aire enmudece.

(De “Las acacias colgadas de las nubes”, Intuición Grupo Editorial, S.L.)












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1 comentario:

  1. Vicente Martín Martín es un verdadero maestro del verso blanco. Gracias por compartir una pequeñísima muestra de su inmensa obra.

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