viernes, 12 de marzo de 2010

ORIETTA LOZANO [079]


Orietta Lozano

Orietta Lozano es una poeta colombiana, nacida en Cali, Colombia en el año 1956. Su obra irrumpió en el ámbito de la poesía del país con fuerza y originalidad expresivas, con la frescura renovadora de un lenguaje cargado de ese hermetismo y misterio, que generan los temas eternos del hombre: el tiempo, la muerte, la eternidad. Se desempeñó por varios años como directora de la Biblioteca del Centenario de su ciudad natal. Sus textos han sido traducidos en parte al inglés, francés y portugués, italiano, así como seleccionados en distintas antologías nacionales e hispanoamericanas. Participa en distintos festivales de poesía en países como Francia, Estados Unidos y Colombia.

De su obra dice el escritor uruguayo, Eduardo Espina: "Su escritura adelanta la existencia de un lugar y de un tiempo mítico que así solo se contempla y se define. La extensa obra de Orietta continúa y afirma la propuesta de Delmira Agustini, al lado de Juana de Ibarbouru, Alejandra Pizarnik, Idea Vilariño o incluso de Olga Orozco, el deseo esta allí, como un organismo viviente, y habla sin concesiones. La propuesta de futuridad del cuerpo es recobrada:

Sombra de sombras; la mujer es la presencia augural; el agua escrita en el fuego; el fuego que multiplica las cenizas del agua: su poesía es posibilitante de todo ; recobra su existencia en la voz imperdurable de la palabra de Orietta. La mujer del lenguaje, otra vez es posible."

Obra:

Fuego secreto (1980)
Memoria de los espejos (1983)
El vampiro esperado (1987)
Antología de Alejandra Pizarnik (Ensayo, 1992)
Luminar (Novela, 1994)
Antología amorosa (1996)
El solar de la esfera (2002)
Agua ebria (2005)
Peldaños de agua (2010)
Resplandor del Abismo (2011)
Albacea de la Luz (2015)

Premios:

Premio nacional de poesía Eduardo Cote Lamus, 1986
Premio nacional de poesía Aurelio Arturo, 1992
Premio mejor poema erótico colombiano, Casa de Poesía Silva, 1994

Cita:

"Escribo para ver el resplandor"




A este triste animal que me soporta...

A este triste animal que me soporta
le duele el vuelo de mi espíritu,
la sagacidad de mi garganta
que huye de la soga,
la escueta salud de mis microbios,
el juego lúgubre de mi carne.
La recolecta está hecha,
la oreja de Van Gogh, para un poema
de agua y de dolor,
un rayo de sol para mi ombligo.
Todos me dieron la palabra
plena de sutiles formas,
todos me dieron el ayuno pleno de sus bocas,
ahora, mis brazos fatigados
recogen las flores funerarias
esparcidas en mi alcoba.



AMO EN TI LO QUE EN OTROS...

Amo en ti lo que en otros
hubiera despreciado:
tus pasos algo tardos,
tus pies casi pesados;
tu cabeza inclinada hacia la frente;
tu madurez,
y tu cansancio.
Amo el gesto de tus labios,
tus sonrisas,
trago a trago.
Tu traje también lo amo:
es tu presencia;
sus arrugas son la marca
de tus luchas.
Tus zapatos son un signo de mi espera,
cuando van tristemente hacia tus calles.
¿Por qué tienes
las manos desatadas?
¿Quieres llevar la frente levantada
y estar firme,
y regresar a tu voz
hoy, y mañana,
con la misma palabra
decantada?
Te hallarías
inundado de fango,
enturbiadas tus manos,
y los hombros
agobiados de pronto por un peso
acerbo
tan intenso
que te arrastraría encadenado hacia los años
venideros.
Un sabor cáustico de acíbar
purifica mis labios.
Tengo envenenada la garganta.
Gritaría con rabia,
tumbaría mis puertas, mis techos, mis aldabas,
destruiría sin conciencia mi casa y tu casa,
para romper las ataduras
de tu alianza.
Pero sería la derrota de lo que vale adentro,
y estarías
empequeñecido por ti frente a tus ojos,
débil para la lucha de los odios
no tan grande, no tan fiero, no tan alto,
cuando tu cruz se levante
sobre el altar de tus años.




ASCENDIENDO HACIA EL OLVIDO

Redimí mi carne, la inmolé en el sagrado
bebedizo de la poesía
y me lavé en sus aguas de yerbas perfumadas.
Me liberté en el mítico olor del lenguaje
que me poseyó en los sueños.
Todo será conmigo en la hora inviolable,
todo se irá conmigo, el polvo de la luna,
tus uñas desgarrando mi fastidio,
el olor inviolable del deseo.
Los perros hambrientos del lenguaje
han dejado su presa abandonada en el silencio.
-Me duele el lenguaje que agoniza tercamente
entre mis carnes-
Olvídame
con tu recuerdo me desciendes,
me detienes.
-Lo perdido nunca más será hallado-
Déjame en la edad del olvido.
Un día me uní a esta violenta caravana
y la destrocé como a una jaula de gorilas,
destrocé la nave en que se detuvo el desespero,
la incineré como carne sagrada y su polvo
me dio la dimensión del tiempo y de la muerte.
Déjame en la edad de la nada.
Déjame ascender hacia el olvido.




DANZA

Qué voz hace crujir el vestido de seda
de esta noche y entreabrir los muslos tiernamente
y desnudar su espalda de mujer?
Parece ser el canto ebrio de bacantes
o el susurro lejano de una viuda
o la lluvia entrecortada de una novia.
¿Qué voz extraña hace que el perro se levante y dance,
y la luna galope en el lomo de un caballo,
y el lago abra su ojo cristalino más que nunca?
¡Levántate, amor! La noche espera ser ungida
de vinos y perfumes,
sacrificada como una diosa frágil
entre los brazos de la tierra.




DESPOJADA

Dónde despertar, en qué momento,
lo inmediato duele, quema,
explota bruscamente entre mis cejas.
La búsqueda se ha perdido,
el tiempo cayó goteando por tus ojos
todo crimen quedó estático en mis sienes,
yo me hundo en cada flor como la abeja
y ningún fruto se perfila.
Me he despojado de todo encuentro,
sobre mi hombro se posa el pájaro del silencio
y a veces, sólo a veces, la carcajada del delirio,
viene a perforar los huesos a mi hastío.




DÍA

El sol se enreda en mis pestañas,
y tú asistes al rito cotidiano del agua y del espejo,
henchido, vaporoso, con tu rostro esculpido de sueño
y de deseo,
como si fueras a un congreso de dioses azulados,
o al territorio de esperma del poeta.
El día danza complaciente y tu garganta sin sonido
como un espejo mágico, brindando el sí desnudo a mí
pregunta.
Tú buscas incansable el color de mi tristeza,
el agua matutina entre mis dedos,
el control de la luz sobre mi cuerpo,
las horas que se yerguen como caballos musicales.
Yo palpo mi deseo tirada como una fruta seca
y me interno entre los fragmentos que va
dejando el día.
La ruta de cigarras fluye circundada de atardecidos cantos.




ESTA NOCHE

Como duelen los vientos esta noche
cuando lejos los tambores de la guerra
se acarician tristemente y pedazos de cielo
se desprenden podridos, fatigados.
Esta noche en la habitación con aroma de durazno
los amantes susurran como soldados heridos
y recuerdan su primer beso como una suave bala.
En los vejados divanes, los abuelos de risa lánguida
sólo esperan la fría caricia de la muerte
y se entretienen, tejiendo, sus horas de recuerdos.
La noche avanza como un gran dios que hechiza en el
miedo
más allá de los bosques y las sombrías trampas,
más allá del salvaje amor de la hembra humillada.
En esta noche de mirada de lobo
cómo duele el silencio que reposa como muchacha febril
detrás de los cristales de las casas.




ESTALLIDO

El poema estaba por salir
pero las rejas milimétricas, las rejas metafísicas
las nerviosas rejas
lo sostenían en el lado horizontal de la memoria .
... El estallido se produce,
la línea horizontal deviene multitud de líneas
y el poema baja hasta la más tranquila hoja.



INTIMIDAD

La noche vuelve secreta
a tantear mi cuerpo,
me penetra lenta y suave
me abro
como una flor nocturna.




LA AMANTE

Soy la amante
que estrenas,
la nueva, la eterna,
la de muslos trigueños,
columnas seguras
que se abren perfectamente
para dar paso
a tu mar ancho y espeso.
Soy la de paralelas montañas,
erectas, duras,
por donde han caminado
pájaros heridos de amor.

Soy la amante nocturna,
la de noctámbulos besos,
( mis ojos, túneles profundos
donde se pierde la soledad).

Soy la de siempre, la eterna,
la que te arranca el hastío
de cada costado,
la que se tiende plácidamente,
la que se para,
la que te sorprende,
la que se quita las vestiduras
y se lava en tu río claro.
Soy la que te crucifica
con mis ojos, con mi lengua,
la que se pierde
en tu mirada lela,
la que infatigable
recorre tu cuerpo,
la que vibra con devoción
en tu silencioso mundo.
Soy ella, la eterna,
la antigua, la nueva,
la de siempre
la que se cierra
la que se abre
la de ambivalentes tardes.
Soy la que renace,
la que se abre
la que se cierra.




OJOS HABITADOS

Ven, ciérrame los ojos con un beso
para que no pueda ver mi cielo,
y de nuevo
ábreme los ojos con un beso
para que así no pueda verlo entre mi sueño.
Oblígame al secreto
para que nada diga de los besos,
y pídeme que cante
para que pueda hablarte.
Eres el que puso en mis labios
la voz, desde hace mucho tiempo,
y has habitado
mis manos
desde que mi sangre sólo estaba creciendo.
Ibas a preguntarme
por mi cadena insomne,
y era mayor el hambre de mi acecho
y la estructura de mis huesos
estaba decayendo.
Ven, ciérrame los ojos
para que pueda descansar mi ruego.




PALABRAS

Fui lenta, vaporosa,
alegre espectadora
de un noctámbulo teatro
a mirar risueñamente
a la cantante calva
cuyos cabellos había dejado
suspendidos
en la intimidad del tiempo.




PALABRAS LEJANAS

A Alejandro Pluma

Soy la antigua amiga de la correspondencia lejana
de cartas delirantes enredadas en los sueños.
Apenas te acordarás de las secretas frases
entre sedas vaporosas que vestía la curva de mi vientre.
y hoy cuando el sol ha bajado hasta los árboles
y los pájaros circundan la autopista
te imagino tan duro y tan flexible
entre los fragmentos dejados por mis dedos.
Yo, la que te enviaba las estrellas entrega inmediata
y con fugitivo aire de poeta
merodeaba el correo y al librero de cabellos blancos.
Yo, a quien después de tanto conoces poco,
he dejado mi vocación de errante,
mis secretas corrientes de aire
por donde escapaba mi soledad.
Te conozco allí donde pareces más lejano
en la transparencia de tu sonido.
Pobre poeta malhumorado de largas barbas,
¿vendrán tus palabras a dispersar mi angustia?
Yo, la que intentaba en tediosas noches
dejar mi rostro en fugaces cuerpos
para quedarme sola con el agua y los espejos,
me miro ahora en la palabra de tu carta más amada,
y esta vez no habrá intentos de suicidios
a cambio de tu fruta indescifrable.
Sólo destellos de silencio.



PENSAMIENTO II

A Alejandra Pizarnik

Vengo del silencio,
mis ojos se secaron como el agua de hace siglos.
Me lancé al vértigo de lo extraño y accesible
al final fantástico, al comienzo.
Senté a la muerte en mi silla paralela,
nos miramos y supimos que estábamos perdidas
supimos de la cita misteriosa,
todo lugar era el exacto, cualquier hora la precisa.
Los hombres la miraban como una doncella condenada,
la contemplaban indecisos, la injuriaban,
y ella la de tantas muertes, se protegía el rostro
con mis manos.
Ella siempre supo de mi sueño,
que la buscaba a lo largo de un pasillo,
en lo oscuro de una cueva,
en la geometría de las casas;
y con el miedo de una niña pálida
que acude a su primera cita, a su primera muerte
se aposentó en mi regazo suavemente
buscando para su juego el final fantástico,
el comienzo.




PENSAMIENTO OCULTO

Por qué no vienes hacia mí
y posas tu palabra en mi desnuda carne
y renuevas mi sangre y la calientas.
Juguemos con la lunática noche
a dibujar mi voz en tu boca
a danzar con música de agua.
... Me crispa este sutil secreto
mientras amablemente hablamos
de las mil noches y una noche.



PERDIÉNDOME EN TU CUERPO

Mi boca de poca risa
parte alegre hacia tu boca
y como siempre voy hacia tu cuerpo
estoy sin voz
a la hora de los besos.
Me detengo un minuto
en el silencio
para componer un canto a tus caricias
y voy perdiéndome en tu cuerpo.
La noche me envuelve lentamente
y las llaves de la casa
me recuerdan el regreso.



POEMA AGONIZANTE

Déjame agonizar en el centro de tu carne.
Delgada casi etérea aparezco
como en una sesión de espiritistas
para translucir mi pesadilla.
He terminado mi ronda, entre purpúreas vasijas
oxidando mi garganta, recogiendo el vuelo de los pájaros,
exhibiendo milímetro a milímetro mi cuerpo,
desplegando mis olores.
Mi tiempo no medido por relojes
corre húmedo, grasiento
a finalizar la curva peligrosa.
En el antiguo espejo de mi casa de arcilla
ya no veré mi rostro tatuado por el agua.



POEMA PARA INVENTAR UN DIOS

Vas y vienes como delicioso mensajero
enviado por los dioses
y me oyes hablar y hablar
con esa deliciosa curvatura de tus labios,
dispuesto a corregir con armonioso acierto.
Tu rozas el delicado tobillo del amor
con la agilidad de un gato.
Alargas tus ojos hacia los lechos purpúreos de sueños
mientras enciendes tu cotidiano cigarrillo
como una luciérnaga que ilumina para capturar la noche.
Me parece que estás poseído, ya no hablas,
tu lengua se ha secado y tu risa luce
como un pequeño regalo envuelto en alas
de delgadas mariposas.
Ebrio más que Baco deslizas tus movimientos
a través de mi cintura.
Lentamente, abandonados, somos un par de astros
que estallan en la dimensión de un lecho.




PREDESTINADA A LA TRISTEZA

Ya no soy yo amado,
y no sé quién soy, si todavía permanezco,
si estoy aquí y lo que toco está.
Las palabras me caen como agua fresca,
la tristeza se riega en mi música ensangrentada.
En mi corazón se anida un animal herido
y mis versos preferidos los dije a la noche
que aguarda el beso caliente del amante
y el rumor perecedero de la piedra.
Ya no soy yo amado,
y no sé si estoy aquí, si mis miembros se cierran
o se abren,
si la muerte es un mal sueño dilatándose en mis venas,
recordando como una voz antigua,
mi no permanecer, ni fugaz sentir, mi antiguo malestar
caído de la duda.




QUIERO UN VIERNES...

I

Quiero un viernes
para morir de olvido.
Un viernes
de silencio
que talle mi muerte.
Quiero un viernes
de luna clara y ancha
para anclar mi cuerpo
sin prisa alguna.
Un viernes frío
que tale el árbol
De mi vida infértil.
Un viernes frío
frío
que hiele
mi cuerpo estéril.
un viernes
de César Vallejo
y voz herida,
de hombre
ebrio de angustia...
Quiero morir un viernes
despacio, despacio
para reírme del día
que se lleva
mi cuerpo herido.
Quiero un viernes frío,
frío
de muerte, frío!


II

Nosotros
los de abajo
y la sonrisa triste
los de la voz fuerte
y la rabia contenida.
Nosotros
los de las noches
con olor a aguardiente
y mañana de pan duro.
nosotros
los que fundimos la esperanza
en las manos
los que sabemos que la tierra
está preñada de una fértil venganza.
Nosotros
los que nunca tuvimos oportunidad
de nada
arrancamos en un grito
la voz de todos
cada mañana.




RITUAL SECRETO

Amante mío, estoy desnuda, más fresca que el agua azul
para tu noche de amor.
Cada extremo de mi boca,
cada esquina de mis miembros
se apresuran como ágiles peces
hacia tus tibias aguas.
Amante mío, yo deseo la mordedura de tus dientes
y me encamino temblorosa hacia cada uno de tus dedos,
me detengo a mirar tu cuerpo a través de oscura cerradura
e incontenible deseo se posa en mis húmedos senos.
Por ti se escapa la sequedad de mi boca,
mi mirada de brújula perdida en tus rincones,
floto voluptuosa en tus profundas aguas
y me abro como flor nocturna a tu plácida noche.
Mi cuerpo, fiesta fértil y lasciva.
Paséeme solitaria, desnuda ante tu noche,
siémbrame semillas olorosas a sal.
Mírame desnuda
con la hermosa sospecha
que mi vientre será fértil a tu salada lluvia.
Mi caverna, tibia y silenciosa, guarida perfecta
de tu solitario cuerpo,
Mi boca es suave entre tus dientes,
mi lengua, pájaro que anida en tu boca.
Por mi carne fluye sudor de hierro
y me prendo
como alga marina a tu confuso mar.
Soy la obra inconclusa
con infinitas posibilidades para un final.
Me entrego fácil a tus brazos,
con el misterioso encanto de un ritual.




TE ESPERO

Te espero
en la última hora de la tarde
con el deseo de dejarte
destrenzar mis cabellos en el aire.

Y te quiero
con mi último amor entretejido
en la sombra del sauce.

Esta es la hora azul
de mi ventana,
y aquella es la campana
de mis tardes.
Todavía
puedo cantar tu lejanía
con la misma ansiedad
de aquellos días disueltos en la infancia.
Todos mis días fueron
como murciélagos
ciegos;
fueron como voces
gritadas en el agua;
lo mismo que canciones
no escuchadas.
Pero ahora,
lejos de tu mirada,
comprendo tanta luz que me cegaba.
Y en esta hora azul,
la de mi llama renovada,
puedo decirte que te espero
con aquella canción interminada.




CÁNTARO Y CORONA

A Caravaggio 

Mi rostro decapitado, 
quebrantado, oscuro, 
alfiler clavado en la 
ceniza de la piedra, 
sostenido por la triste mano 
de un sombrío ángel, 
desciende acongojado 
paso a paso, 
cada ráfaga, cada corona, 
el hueso nupcial del arrecife, 
donde se estaciona 
la luz y la tiniebla. 

Gélida antorcha 
que oscurece, no te alumbra. 
Paso a paso, 
desciende oblicuo, errante, 
cada cántaro, 
cada flor de la piedad, 
la escalera enmudecida 
de la larga noche 
en mitad de la biliosa huella. 

Grieta que te aparta no te acerca. 
Es el graznido sin culpa 
del animal muerto, vuelto amargo 
que escribe siete veces la memoria 
de su última azulada turbiedad, 
es la angustia sin párpados, 
sin lágrimas, 
es el crimen ciego 
que dicta su última sentencia.




RECUERDO

Nada en la eternidad, un aro errante, 
nada en el tiempo, círculo, simulacro y vértigo, 
nada en la muerte, arterias de agua y vacío. 
Se arranca de raíz la flor del olvido 
y un lamento grita en mitad de la bruma, 
un halcón vuela en la pradera azul, 
frente al muro inmutable del recuerdo 
y el aire irisado arranca un sórdido canto. 

No se venera, no viene al caso, no se profana, 
no se limita, no se encierra, no se libera, 
vuelve una y otra vez para girar de nuevo, 
no se cae, no se levanta, no se suspende, 
balbucea, tartamudea, vocifera, 
su nube oscura restalla en el oscuro firmamento 
y un pequeño aullido sale de la nada 
y de la nada, tan rápido, tan lentamente, 
el aullido blanco transita el túnel negro, 
donde un lagarto palpita sobre el corazón 
de un cordero desollado, 
los ojos no se cierran, no se abren, no palpitan, 
no se asombran. 

Solamente el quejido gélido, la zarza ardiente, 
la sombra que reclama el árbol, 
la ceniza que se riega, 
el abismo que se hunde 
la raíz que se resiste. 
De tanto en tanto en el ojo de la piedra, 
se mira frente a frente la nostalgia, 
no recuerda, no olvida, no retiene, 
solo estrecha el río que ha cruzado.




LA RÁFAGA Y EL ESPEJO

Yo soy él, él mundo, 
el de eclipses y fulgores 
el inmenso, el pequeño. 
Ha llegado la hora 
en que se guía el carruaje, 
en que se derriba el muro, 
y sobre el agua 
en que transita el navío, 
el náufrago y el pez, 
y sobre el Apocalipsis 
que serpentea 
con sus afilados dientes 
de púrpura y arcilla, 
la visión aparece 
como una calma inmutable, 
ni vencedor ni vencido, 
amalgama violeta 
de voces y de gestos, 
confusión de lenguas y horizontes, 
temblor del bosque de la huída, 
el mirto se abre 
y flota la ansiedad, 
el hierro en la entraña de la tierra 
se hace aire en las alas transparentes 
de un pájaro que dibuja 
el paisaje alucinante. 

El horizonte es tan calmo, 
cuando la visión se extiende 
hasta los crepúsculos dorados, 
sin la trinchera de la guerra, 
sin el filo del hacha y sin la soga , 
sin el frío del cuchillo, 
y se posa en la noche, 
la danza de abejas y de lobos, 
la carne de la luna 
sobre la plata de la hoguera, 
el descenso de la lluvia 
en el campo del jazmín y el abedul, 
la alucinante música del navío 
cuando viaja hacia el centro 
de las aguas prometidas. 

Yo el mundo, afligido y huérfano, 
giro el reloj y lo retengo 
en la hora de la penúltima contienda 
y en la red de las palabras, 
que por un instante desata 
el nudo del lívido tejido. 
Salve al hombre, 
la alquimia de las aguas, 
La imperturbable piedra, 
el misterio del espejo y la pupila, 
El canto que precede 
a la venida de los peces y los vinos. 

Yo soy la invitada, 
la piedra de la encrucijada. 
La airada, la que aturde, 
la siempre soñada 
en la voz que no redime, 
en el canto que tienta, confunde 
y ejecuta imperturbable 
el cruel mensaje de la trompeta 
y la terrible orden. 
De un lugar a otro, 
desde la tienda 
en el frío campamento 
hasta la resequedad del barro 
mezclado con el lamento de un jacinto 
todo se mueve con el zumbido extraño 
de las abejas de la guerra. 
Aquiétame, enmudece 
mi boca que brama 
con la espuma aniquilante 
del estrépito, 
detén la andanza 
de mi decrépita ceguera 
la procesión de mi espalda jorobada. 
Déjame dormir 
en lo profundo de los sueños. 
Guíame a las azuladas estepas del abismo 
al cristal avizor de los ojos de la tierra, 
a la entraña inescrutable del oasis, 
del volcán y el espejismo.




LA DONCELLA DE ARENA

A Berenice 

Habla del fuego 
como si se tratara del agua, 
oculta su rostro 
en la ceniza de los fuegos, 
en la máscara del aire, 
desdibuja con su mirada oblicua 
la tierra que le fue otorgada. 
Las mensajeras no duermen, 
mientras sueñan 
con alguien de su membresía, 
piedra de azufre, doncella de piedra, piedra pagana. 

Suspende su sueño, 
en el columpio de la nada, 
es el témpano de hielo, 
es un virus, 
cercana a los espejos, 
a las flechas de obsidiana, 
al crepúsculo, al ocaso, 
con la turbulencia y la fe, 
de los que suplican un milagro, 
espera el juguete despiadado , 
en la húmeda oquedad de los abismos, 
las agujas del recuerdo, 
cruzan el tiempo del estigma 
y de la espera, 
piedra perdida, doncella de piedra, piedra callada. 

Sentencia el agua, 
que emerge del pozo 
como inmemorial anfibio 
y ofrece el canto sin retorno 
al denso reflejo de la noche. 
Configura el tiempo primigenio, 
la tibia cueva, 
los bufidos del ocaso, 
el primer latido, el primer regreso, 
el primer salto contra marea y viento. 
La belleza toca la campana 
y la hace llegar hasta el peligro, 
sentada en el crepúsculo, 
dormida bajo un árbol desolado, 
siente la malegría, la felizgoría, 
el plarror, la malinconía, 
lengua críptica, 
feliz manía de subir al tren, 
estupor de perro hambriento, 
flor petrificada, radiante de tristeza, 
piedra bastarda, doncella de piedra, piedra de estaño. 

Yace solitaria en la noche de los lápices, 
ovillada entre cortinas milenarias, 
contemplando buitres en el monasterio; 
el tiempo es un abismo, es un círculo, 
un cristal tornasolado, 
el alto monte de la espera. 
Noche errática 
retén su incipiente balbuceo, 
la memoria de la hormiga, 
el cortejo de la mirada y de la hebilla, 
el rapto de una visión de ciervos hechizados, 
el caos precoz 
y la lengua del silencio 
que se adhirió a su estirpe, 
piedra de plomo, doncella de piedra, piedra sombría.








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